sábado, 28 de septiembre de 2013

Llamas.

A veces en un simple reflejo hay más tristeza que en toda la puta ciudad que duerme apagada o baila hasta morir.
Una vez escuché "condena" y cerré los ojos para encontrar la definición en el hueco del pecho que no me deja respirar cuando el insomnio me besa en los párpados.
Estamos perdidos.
Los espejos me miran en antros oscuros a las cuatro de la mañana y lloran lágrimas deshumanizadas por el vacío que se folla a mi dolor.
(Si vais a juzgarme, dejad de leer. No me conocéis, no tenéis ni puta idea de por qué muero un poco más cada noche al rozar esa mirada de mi memoria.)
Mis amenazas pierden peso frente al alcohol y los recuerdos. Me intoxico para desintoxicarme porque no sé vivir sin beberme las ironías (y cuánto más enfermizas, mejor). Mis palabras han ganado más guerras que los americanos y sin embargo las muy hijas de puta solo saben doler desde hace tiempo.
Echo de menos saber echar de menos, no pasar de la indiferencia a la herida insoportable. Odio tener que recurrir a la inconsciencia de jugarme la vida cada noche.
(Joder, que yo acaricié el cielo con las malditas pupilas.)
Y un día escribo que te mueras para el siguiente resucitarte mil veces en la cabeza. Intentar no sentir nada cuando el cuerpo te suplica que no olvides es un adiós a la cordura. Ojalá existieran las drogas emocionales. Ojalá no fueras tú una de ellas.
Solo sé leer libros donde me suicido pasando cada página para renacer en la siguiente. Tengo un corazón de fénix, pero creo que esta vez las cenizas se las han fumado los fantasmas. Sin embargo, lo prefiero a estar vacía como ellos.
Quizá solo me quiero porque sé que estoy viva de verdad y que el resto únicamente alimenta a un mundo hambriento de almas mecánicas y anodinas.
(Hoy no siento tus ojos tan dentro, y me alegro. O no.)
Mi piel tiene resquicios de los sueños rotos de todo el que me ha rozado, y mis labios ya solo son cristales. Tal vez así podáis intuir mi melancolía o las copas llenas. Me tortura ese silencio que hiere más cuando se rompe para no decir absolutamente nada.
(Vuelvo a pensar que el puto mundo debió estallar en diciembre.)
Supongo que hay palabras que me perseguirán hasta que me muera, y quizá luego también. Quizá la eternidad sea la segunda parte de mi condena.
No eres nada. Solo una pieza (demasiado importante) de mi autodestrucción cíclica y previsible.
Me la suda quién me lea, me la suda lo que digan. Que me odien, que se inventen o que me tachen de lo que quieran. No aguantarían ni un puto día en mi cabeza.
Estoy tan sola que siempre tengo una sonrisa y un "me la pela" en la boca. Soy la viva imagen de la decadencia relajada que se ríe de todo porque ya lo ha llorado.
Prefiero ser la mirada irónica de la fiesta que se consume en el humo de un cigarrillo que no es suyo. No quiero saber nada de vuestra música ni de vuestras risas a mis espaldas.
Quizá lo único que me queda intacto es el orgullo, y el placer de que me veáis perderlo no os lo concederé. Escribir es de valientes o de cobardes ingenuos. Lo olvida todo el que se cree que soy débil por retratar mis heridas.
No sabéis nada sobre las palabras, y aún menos sobre mí.
Nos veremos en el infierno, cuando yo sea las llamas y vosotros estéis ardiendo.
M.A.G.

jueves, 19 de septiembre de 2013

Canción de nostalgia levemente desafinada.

¿Qué es la tristeza?
Quizá solo otro poema más.
Un verso ligeramente fuera de tono,
aquel parpadeo que rehuía las miradas,
una ola que erosiona
cada alma que toca.
¿Qué era la tristeza?
Un suspenso en mates,
que nadie quisiera jugar conmigo,
el perro que nunca me compraron
o el no poder volar por el cielo y huir
de aquel mundo asfixiante y ajeno
(en el caso de los niños raros
que ya intuíamos una madurez melancólica).
¿Qué será la tristeza?
Un amor con fecha de caducidad,
el vacío que rodea algunas vidas anodinas,
aquel silencio con el que ya una vez (o varias)
me destrozaron la mirada y las ganas
(y y y),
"mesa para uno" con los ojos en el suelo,
ya conocéis la historia.
¿Cómo fue la tristeza?
Como un recuerdo azul
que siempre persigue a las fotos.
¿Quién es la tristeza?
Aquella canción que se acurruca
en mi cabeza y me mira
con tantísima ternura
que escuece.
Y, la última (aunque nunca acaben
todas estas putas dudas):
¿Por qué será la tristeza
(y no tú, quien me dé el beso
de buenas noches al acostarme)?
M.A.G.

jueves, 12 de septiembre de 2013

¿Escribirle a Septiembre?

No somos más que un conjuntos de recuerdos muertos y de ambiciones suicidas que se estrellan contra el marco de la ventana de un viejo cuarto. Nos desvanecemos en el aire de tu cabeza, ese es el verdadero problema.
O quizás tú seas el puto problema, al fin y al cabo.
Mis debilidades se las come la botella y se las lleva el humo donde yo no pueda verlas. Ese es el destino de toda la mierda que desatas en mí, excepto los temblores a las horas más sucias de la madrugada. El peor regalo que me han hecho nunca se entierra entre mis sábanas con cada respiración desafinada contra la almohada.
(Y te juro que no saber exactamente a quién le escribo es casi peor que la tristeza.)
Como en aquella canción, el invierno acabó destrozándolo todo, matando cualquier fino hilo de cordura que me ataba al mundo real. La ironía más grande de todas volvió a perturbar mi calma en verano, y joder, nunca es justo. (Rondabas mi boca con palabras y nunca le echabas cojones a la tuya propia.)
Entonces llega Septiembre y nos mata a todos con un calendario que asfixia cualquier canción que pudiera salvarnos. Observamos cómo se mueve y nos arrastra al caos de olvidar en qué año estamos. Y solo sabemos escribir mientras ignoramos cualquier razón lógica para no hacerlo. Supongo que la tinta nos tira más que la sangre, y claro. Luego nos preguntamos por qué nos estamos muriendo por dentro. Los bolígrafos son peores que los puñales, y nos autolesionamos a base de letras clavadas en la clavícula. Nunca es demasiado tarde para matarse con las frases precisas, con la boca equivocada.
Tanta magia que ensuciamos a base de convertirla en escepticismo vacío. Tú eres mi peor cinismo y mi mejor desacierto. ¿O era al revés? Quizá no me importe a estas alturas. Puede que sea el momento de conversar con un espejo que no me devuelva la mirada más rota de la fiesta.
(Aquella línea invisible que cruzaba mi espalda como un cometa extraviado que se confunde de campo de gravedad. Esa fue la única razón para no abandonar y seguir acelerando mi pulso con la puta voz de mis recuerdos.)
Susurros a tazas de café que le devuelven el calor a un cuerpo con hipotermia emocional, esa es la historia de unos gemidos que se perdieron en las paredes de un cuarto que ya nunca volverá. O las cervezas que nunca me han gustado y se deslizan por mi garganta mientras cierro los ojos y me concentro en creer que aún sigo viva. Puede que el peor cuento que haya escrito sea el que se deslice por mis pupilas cada vez que te encuentre en un bar por casualidad. Aunque, ¿cómo creer en las coincidencias a estas alturas?
Tenemos las alas destrozadas, pero aún queremos seguir volando hasta el final, aún tenemos el valor de defender nuestros vicios y nuestros sueños. Si algún día conseguimos convivir con los monstruos, será por haber volado más alto que ellos. Recordadlo.
Pero, ¿quién es Septiembre? y, ¿qué quiere de nosotros? Me pregunto en noches como esta, dejándome llevar por una música que me eleva más alto que cualquier planeta perdido por tu universo.
Sin embargo, todo acaba reduciéndose a la misma duda de siempre.
¿Por qué el ritmo fluido de tus notas susurrando contra mi oído me deja sin aliento?
M.A.G.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Despedidas de humo

-¿Te das cuenta de que aquel día nos jodimos la vida, verdad?-musitó ella mientras fumaba indolente contra su hombro, haciéndole tragar todo aquel humo impregando de decepción y derrota.
Él la miró de reojo, sin querer detenerse en su flequillo desordenado ni en las pecas de su nariz.
-Lo sé. Es algo que estamos condenados a saber-respondió quitándole el cigarro de los dedos. Fumó con ganas, expulsando todo el aire de golpe, como si le quemara en la garganta. Pero ambos sabían que nada le consumía tanto como ella. Su cigarro particular, su punto débil, su primera sonrisa contra la espalda. Nadie podía luchar contra eso.
Y, sin embargo, habían perdido.
-¿Por qué lo hicimos? ¿En qué cojones estábamos pensando? Siempre se nos dio mal eso de pensar cuando nos besábamos y nos dibujábamos el infinito en las pestañas. Qué ilusos...
Ella lo contempló absorta unos minutos. Quería volver a besarlo, pero su boca sabía a rencor y a egoísmo, y tenía miedo de sus propios recuerdos.
-Dame el cigarro. Nunca supiste fumar, y cada vez lo haces peor-le susurró al oído, con la voz quebrada, triste, cansada.
Sin resistencia, el chico le entregó el cigarro rozando ligeramente sus dedos.
-Joder, ¿por qué siempre tienes que hacerme caso? Cabreáte, grítame, llámame puta. Haz algo de una vez y deja de observarme como si estuviera a mil kilómetros de distancia.
Él clavó en ella una mirada intensa y profunda, una mirada que la hizo temblar y apartar la vista.
-Siempre estás a mil kilómetros de distancia. En todos los sentidos. Y lo sabes. Lo sabes y nunca he podido hacer nada contra eso. Ni contra tus lágrimas, ni contra esa fragilidad preciosa que te rodea cada vez que eliminas tus malditas barreras.
El cigarrillo cayó sobre el sofá de una forma casi elegante. Ella respiraba más rápido de lo normal, y acariciaba con cuidado la tapicería verde agua de aquel mueble.
-Nunca entenderé nada de toda esta mierda. Vamos a querernos toda la puta vida y a destrozarnos entre silencios y borracheras enfermizas. Yo seguiré mirando las ventanas con cierta esperanza suicida, y tú fumarás mal todos esos cigarrillos que no te gustan. ¿En qué nos hemos convertido?
-Somos tan solo una sombra mal dibujada del pasado. Vivimos un presente de cenizas, y ya no podemos hacer más que destruirnos poco a poco, cíclicamente. Espero que algún día me perdones.
Le rozó el brazo con cuidado, anticipándose a la mirada escéptica de ella. Siempre estaba guapa y triste, con ese brillo nostálgico en los ojos. Jamás querría tanto a nadie. Jamás se odiaría tanto por culpa de alguien.
-Para perdonarte tendría que destrozarme del todo. Lo siento mucho... Te siento mucho incluso aunque estemos tan lejos que jamás volvamos a vernos.
Por un instante sus labios se rozaron superficialmente, de una forma tan pura y mágica que casi consiguió romper toda aquella putrefacción que los cubría.
-¿Es una despedida?-musitó él con la mirada empañada y turbia.
Ella contempló sus ojos y supo que aquella imagen la perseguiría el resto de su vida. Era lo más hermoso que vería jamás.
-Tú eres despedida-susurró haciéndose añicos y saliendo corriendo de aquel sofá, de aquella habitación, de aquella vida rota que la contempló marcharse en silencio.
M.A.G.

lunes, 2 de septiembre de 2013

La casualidad más grande.

Y de repente volvemos a girar en espiral, regresamos al principio a una velocidad de vértigo sin tener ni puta idea de cómo frenar. Ni siquiera sabemos lo que queremos, y probablemente no sepamos querer, ni mucho menos.
Las sonrisas furtivas, los suspiros a ciegas, y esos cigarros que a veces fumo a medias, son lo que se beben mi sueño y vomitan mi insomnio. Últimamente das tantas vueltas en mi cabeza que ya no sé ni hacia qué dirección vamos.
¿Será realmente esta la casualidad más grande? ¿La que golpee mi vida por segunda vez, dejando aquella marca en mis costillas? Y otro café más a deshora, otro garabato en el cuaderno azul, lleno de heridas de guerra y de sueños intangibles. Otra vez tú. Ya he perdido la cuenta de idas y venidas, de vaivenes y encuentros que amenazan con estallar y destruirnos a su paso. Estamos condenados a querer que ocurra, a perder la cabeza con la misma velocidad con la que la recuperamos. Condenados. Qué palabra tan acertada.
Y me doy de hostias contra toda esta historia absurda, me bebo una copa por cada devaneo oscuro, y por cada aliento que contenemos esperando el próximo paso del otro. Estoy perdiendo el juicio una vez más, y creo que te odio por ello.
(En realidad creo que jamás podría odiarte, y lo peor es que tú también lo sabes.)
Jugamos nuestras cartas de la mejor forma que podemos, pero ambos somos pésimos y siempre nos descartamos mal. Vivimos en un punto muerto imposible, tiramos y aflojamos reprimiendo las ganas, midiendo causas y consecuencias de algo que no es cuantitativo. Conocemos el final inevitable, pero seguimos dando vueltas en una noria de la que no sabemos cómo bajar.
A veces cierro los ojos bajito y juego con el tiempo a mi antojo. Revivo imágenes que jamás podrán morir del todo y me pregunto por qué nunca hemos podido hacerlo bien. Somos el resultado de una mala elección tras otras, de las palabras equivocadas en el momento inadecuado. Y ahora qué.
Seremos un huracán inoportuno que arrasará con toda la mierda que encuentre a su paso. Estamos esperando una excusa con sabor a alcohol y a noches que no terminan, y quizá entonces todo acabe o comience de verdad. No sabemos hacia dónde vamos a llegar.
Estamos embarcados en una casualidad gigante que empieza a decidir por nosotros. Y no tenemos ni puta idea de cuáles son los límites que nos rodean.
Quizá solo necesitemos un golpe de suerte, un poco de valor o una madrugada que nos abra la puerta.
Qué ironía.
M.A.G.