martes, 24 de junio de 2014

Del insomnio

La noche me sueña, me baña, me saca los colores de estrella. Sumerjo mi alma en silencio y no recojo más que tempestades desbocadas, insomnios paranoides que retuercen los hilos rotos de mi conciencia. Me enamoro y destrozo las esquinas oscuras de mi cuerpo y de mi cuarto.
Y es que hay tanto amor en la decadencia después de las cuatro de la mañana...
Me tapo sin tener frío porque sé que el hielo está muy al fondo, tanto que ni lo siento si decido no recordar (la memoria no es buen lugar para refugiarse cuando nos mira la luna). El calor artificial me venda los ojos y me distrae mediante imágenes falsas de sueños prematuros.
Aún no sabemos ni soñar en condiciones.
Tejo secuencias de vidas paralelas, de mundos perdidos y vacíos donde encuentro a veces paz, a veces mentira. Corro velos de imaginación para alejar a los monstruos y un simple descuido basta para atraerlos al borde de la almohada. La insatisfacción y la tristeza atormentan con solo mostrar un espejo.
Somos nuestros peores y más ciegos enemigos.
Nada... Nada. Es el resultado de la resignación tardía, de las dudas en el pelo (echo de menos las flores) y la vida entre las manos, resbalando, rasgándome las líneas torcidas como una botella rota. La pared como una barrera, las sábanas cárceles de incertidumbre, y el pasado como la peor película de terror que mi cabeza es capaz de proyectar. La noche se desliza así, ebria de hipotermia emocional y de imágenes inútiles, con forma de sombra brillante.
Y ¿qué somos aparte de claroscuros resplandecientes? Obras de arte partidas por la mitad y canciones desafinadas, la cuerda rota de la caja de música más bonita.
Los que vivimos en las horas más sucias del día acabamos aprendiéndonos los miedos y las lagunas de nuestras vidas, acomodando la mirada al caos de la introspección y huyendo de la luz artificial que nos prometen para que finalmente cerremos los ojos.
Y no lo entienden. Si luchamos contra el insomnio no es para vivir en el sol. Es para huir de nuestras tinieblas.
M.A.G.

domingo, 1 de junio de 2014

A él

Que cuando él ríe, tiembla el océano.
Lo llena todo de luz, y no para de desordenar hasta el mismo caos.
Y cómo no va a ser bonito.
Como escribir tres veces tu final favorito, o encontrar un caramelo en el bolsillo.
Tan simple y a la vez tan enrevesadamente limpio, tan de color azul.
A veces pierdo de vista el reflejo de su sonrisa y tengo que cruzarme un mar de estrellas para encontrarlo.
Pero qué suerte.
Que aunque escriba poco porque antes dolía mucho, duele más no escribirle constelaciones hasta en el surco de su pasado.
Duele más un centímetro entre él y yo, que el barco hundido de mi tristeza.
Habrá quien piense que aún no sé bien como manejarme con palabras felices.
Posiblemente tenga razón. Posiblemente no lo entienda.
Me dijeron que dejara de escribirle al invierno cuando ya había llamado a la puerta la primavera.
Y puede que sea tarde. Pero qué desastre más hermoso regalarle flores al verano.
Tatuarme el sol en la espalda y navegar por sus pupilas, sin prisas, sin ropa, sin espacio.
Dejé de firmar todas las cartas con "salvadme" y ahora solo sé dar las gracias.
(Se me caen los versos por la almohada, me despeinan los "ojalá").
Mañana me despertaré...
Y no estarás cuando mire a la izquierda.
Eso sí es una catástrofe natural, y no las inundaciones ocasionales de mi cuarto.
Porque cuando viene el huracán de los suspiros, el sueño huye, pero él se queda.
Él siempre se queda.
¿Ahora entendéis por qué solo puedo dar las gracias?
M.A.G.