lunes, 17 de febrero de 2014

Lejos

Adverbio de lugar. Párpados cerrados. Otro quizás.
Posiblemente me equivoco, no sé si mi sintaxis no concuerda con la morfología del universo o si simplemente hablamos en distintos silencios. Escribo por no llover, pero oigo las gotas estrellarse despacito contra el cristal más cercano (aunque no entiendo mucho de ventanas que no estén rotas).
Llamo al centro de mi cabeza, pero creo que se me ha perdido a unos doscientos metros bajo tierra. Las palabras me comen por inercia. Tenemos un pacto sobre cómo destrozarnos y últimamanete se nos ha olvidado respetarlo. Los libros viejos que jamás comprendí me vigilan desde la estantería del recuerdo y su reproche mudo me acompaña.
Cuántos errores.
¿Realmente aprendermos? A veces creo en la redención y al segundo siguiente no puedo ni confiar en no ser yo misma la equivocación. Arrastramos nuestros pecados insalubres por cualquier suelo sucio y luego afirmamos tener la conciencia limpia. Qué palabra tan curiosa. Pecado. Tan vacía y tan sustanciosa. Eso es lo mejor de las palabras. Y de las personas.
Deliro continuamente pero a veces decido guardarme las respiraciones para mí. Hoy me apetecía vomitar realidad contaminada por mi distorsión oportuna, y puede que no sea el momento. Puede que nunca sea el momento para nada y por ello hagamos las cosas.
(Puede y quizás. Luego se habla de las armas de destrucción masiva).
Me dibujo mediante abstracciones y complicados bocetos mentales que ni llego a comprender del todo. Guardo más monstruos en mi cabeza que fantasmas en mi memoria (jamás llegaréis a intuir siquiera lo que significa esto, y es mejor así). Cada sombra sumerge las luces mediocres y cada madrugada engulle al día sin piedad, sin que nadie se escandalice y llore pensando que quizá nunca vuelva el sol. Hume sabía lo que decía cuando dudaba del fuego. Y de vez en cuando hay que hacerlo, aunque nunca se cuestionen las marcas indelebles que nos ha dibujado en la espalda cada noche de tristeza apagada llorándole a una pared.
No pretendía hablar de esa melancolía persistente con la que algunos nacemos. No pretendía divagar sobre mí misma. No pretendía más que cerrar las letras de la palabra lejos hasta hacerla desaparecer. Pero mi magia no llega a tanto.
Las palabras son solo palabras.
Y ahí está el verdadero problema.
M.A.G.