martes, 18 de noviembre de 2014

Cuando se rompe una metáfora

He intentado escribirlo muchas veces, pero aún no soy capaz.
No sé firmar mi más absoluta derrota y he tardado cien años (de casi soledad) en encontrar las putas palabras adecuadas. 
La maldición de todo aquel que llora tinta y le da forma. El triunfo de una metáfora. 
Voy a contar la historia más real que quizá relate jamás. Algunos dirán que es un truco o una burla. Pero no. Esta vez no.
"Somos de nuestras propias palabras" dije una vez. Y fue mentira.
¿Cómo puede vencer algo que se rompe? Solo una metáfora tiene el placer de destruirse para ser real.
Me pasaré la vida escuchando el sonido de aquel piano sobre el que escribí tantas veces antes de sentirlo, antes de que se detuviera el mundo.
Dije que contaría una historia.
Volví a mentir.
De la misma forma que escribo de noche porque el silencio es de pluma, prefiero describir una metáfora con tan solo mencionarla. Querría decir que es una persona, o un instante, al menos un libro o una imagen. Lo es y no lo es.
Un pasado ficticio que se encuentra en un presente oxidado y cuyo futuro tiene la textura de un sueño que besa la memoria (¿y hay algo más triste y precioso que la memoria?).
Cuando un fragmento se transforma en palabras ciegas que nacieron años atrás, no tiene sentido llorar explicaciones o bajar la cabeza para admitir un suspiro.
Echo de menos mentir con libertad, o al menos que la verdad no posea la complejidad de un cielo trazado con retazos de nostalgia.
No os he contado una historia. Os he construido un recuerdo.
M.A.G.