sábado, 24 de agosto de 2013

Diecinueve gritos y medio silencio.

La música de las palabras que no decimos se apaga lentamente, mientras el agua cae en silencio algunas noches de invierno azul. En mis recuerdos hay calles oscuras, soledad claustrofóbica y metros donde nadie parece real del todo.
Me preguntan por mis ruinas como quien quiere saber el nombre de mi perro. Y no es tan fácil. Estoy cansada de que simplifiquen mi tristeza, de que jueguen a convertir mis sentimientos en matemáticas.
El hielo de mi memoria se derrite cuando bebo, y todo se encharca de lágrimas incoherentes y de mordiscos a deshora. Los relojes se paran apuntando al cielo color abismo, mientras la arena hace magia que siempre sabe a tabaco. Y son aquellos cigarrillos de madrugada los que absorben una historia que nadie recuerda, o que quizá nunca existió. Ceniza, humo, rabia contenida y polvos en el aire. Aquello que se nos escapa de las manos y que deseamos retener con toda nuestra fuerza. 
Soy solo una chica que juega a llorar en las fiestas, que a veces se quita toda la tristeza a besos cuando puede o cuando quiere. La de la mirada ausente, la de la cara de niña y los suspiros guardados en cualquier copa que huela a vodka. 
Mientras las luces agonizan entre las hojas de los árboles, cuesta comprender que realmente estoy, que existo en un plano físico, que hay algo más allá de mi coraza. Pero entonces alguien se juega mi sonrisa y la gana. Y de repente me veo, estoy, siento mi respiración. Soy consciente de que el aire me acaricia la piel ."Una vaga esperanza irrealizable" como decía Ángel González. Un guiño breve por un solo instante. 
Desaparece tan rápido que ni da tiempo a parpadear confusamente. Solo deja una estela de imágenes congeladas en la memoria, un precipicio agridulce al que saltar en esos días raros. Pero la culpa es mía, por no tener cuidado cuando la rueda del tiempo se enrosca en mis tobillos al girar la vista atrás. 
Las madrugadas felices siempre terminan pasando factura. No vuelven a repetirse, y te dejan el sabor de la impotencia en los labios, el cuello helado, la mirada aturdida y las manos vacías. 
Me pregunto qué queda cuando nos desvanecemos dentro de nosotros mismos.
Me pregunto si alguien comprenderá algún día el por qué de esta tristeza casi eterna.
Y me pregunto a qué cojones esperas para salvarme.
M.A.G.

sábado, 17 de agosto de 2013

Música de nieve

Las notas se diluían
entre versos blancos,
drogas blandas
y algunas heridas más.
Tú eras la melodía más cortante,
el re menor que siempre me quebraba,
la única ambición peor que la poesía.
Sin embargo nos gustaba rompernos
y bailar entre la nieve acuosa de la ciudad,
entre recuerdos que no son ciertos.
(Teníamos cierta propensión al victimismo
y al café demasiado dulce
y a las despedidas eternas.)
Los ascensores en los que jamás subimos
cantan canciones pop apagadas
que hablan de lo que tú y yo no hemos sido.
Quizá sea lo mejor,
dejar los bailes y los susurros a otros
para jugar con los monstruos que realmente somos.
Aunque siempre que vea esa película
estaré condenada a recordarme en tus brazos,
y a desear matarte a palabras
para que descosas mi memoria
de tanto amor y felicidad,
de tanta música y nieve.
M.A.G.