lunes, 21 de abril de 2014

Recuerdos al sol, tercera parte.

¿Dónde está esa chica? te preguntas a veces, cuando las ideas se comen tu corazón. Aceleras y frenas, obras y condenas. Pierdes la cabeza y los ojos por una mirada que luego te quema.
Cambiamos sin dejar de ser los mismos. Nos odiamos hasta reventar y probamos de todo, desde la droga hasta el encierro, desde el adiós hasta el volver. Nunca quedamos satisfechos, nunca olvidamos, nunca regresamos del todo.
A medias. A medias y da gracias. Todo se tuerce para enderezarse, sin tener ni puta idea de para qué lo hacemos. Escribimos desde el desastre, en forma de vicio, de pistola o incluso de cáncer. Escribir por no morirse, o algo así dijo alguien.
Pienso en esa chica, en sus ojos de agua y su tranquilidad suicida. Pienso en ella con tanta frecuencia como en su actitud, y aún no he decidido cuál es realmente la buena. Dicen de conflicto interior, pero nadie ha vivido jamás esta guerra.
No busco palabras limpias, ni ningún sentido concreto. No aspiro a consejos, comprensión o halagos. Imaginaos lo que me la sudan los reproches que proceden de la ignorancia. Que solo quiero respirar, y a veces solo me sale si es por las letras.
Ni explicaciones ni huidas ni mierdas. ¿Quién no quiere sumergirse para jamás ahogarse? Lo paradójico es que a día de hoy, aún recuerde incluso lo que no pasó nunca. Lo irónico es volver, volver y sentirse libre pero rechazar a la persona que un día fuiste.
(Solo sé vivir en tragedias).
Aún puedo correr. Siempre existe la alternativa de largarse sin contemplaciones de cualquier lugar, borrar tus huellas del mapa y que te olvide hasta quien no te conoce. Qué despropósito.
Mi fin de hoy es un parpadeo largo, de cuando has dormido demasiado poco, o necesitas dormir durante muchos muchos años.
M.A.G.

miércoles, 9 de abril de 2014

"Ningún libro que leímos avisaba del peligro de creernos especiales."

Y es que a veces no importa el lugar al que vuelvas
ni los labios que olvides,
solo basta el silencio, el color que te regala el cielo
y los botones de esa camisa
mientras esperas el maldito ascensor.

Viajamos, extasiados, en busca de la mirada
que nos robe el premio de lotería
para poder saltar en paracaídas sin chaleco
y hacer todas esas cosas en las que juramos
no caer jamás.

Somos unos enfermos emocionales
de cerveza agria y cigarros malos
de gritar "yo le quería, hostia"
en el bar más sucio de Sevilla, Madrid o
cualquier punto borroso de un mapa roto.

Lloramos y lo escribimos
como un vicio raro que nos da suerte
y del que somos incapaces de aprender.

Ojeras crónicamente enamoradas
de una idea, de una boca
o de todos esos libros de los que hablaba McEnroe.

Y otra madrugada nos atrapa
en la calle quizá
o en otras sábanas
pero lejos de lo que amamos
y cerca de lo que nos consume
(a veces, solo a veces
los dos conceptos coinciden
en el mismo espacio
y se produce el milagro).

M.A.G.