jueves, 25 de abril de 2013

Podría contar una historia (o la mayor de las metáforas).

Quizá llevo demasiado tiempo enredada en palabras cada día más complejas y extrañas. Demasiado encadenadas entre ellas, asfixiándose por todo lo que encierran. Tal vez pueda hacer un poco de magia hoy, liberándolas un poco de tan pesada carga.
(Y qué mejor magia que la imaginación).
Imaginemos, pues.
Una estación de tren abandonada. ¿La ves? Está cubierta de niebla, y de ella sale un olor dulzón, atrayente, misterioso. Lo primero que se aprecia al cruzar la puerta de madera chirriante son las sombras. Miles de figuras oscuras parecen vagar por cada rincón de un edificio sacado de contexto en aquella ciudad de metal.  El aire está viciado, y ese olor se hace cada vez más fuerte. Inspira con cuidado, evitando tragar polvo en exceso. Entonces llega el momento de sacar la linterna. Miles de motas de polvo te reciben, bailando caóticamente entre aquellas paredes. El espectáculo es sencillo, pero hermoso y cautivador.
La estación tira de ti hacia dentro, quiere invitarte a entrar. Y sus sombras continúan una danza que parece carecer de orden y medida. Escuchas tus pasos resonando en la penumbra, otorgándole a las siluetas oscuras una verdadera canción para bailar. El escenario se va definiendo despacio, y la fascinación empieza a adueñarse de tu rostro.
Y entonces una de las sombras abandona su lugar natural, y parece dirigirse directamente hacia ti. Ahogas un grito inútil y casi sueltas tu preciada linterna. Quieres correr, pero tus pies no están de acuerdo contigo. Es el riesgo que corres adentrándote en un lugar en ruinas, olvidado, extraño. Las sombras a veces pueden comerte.
Pero ah, recuerda que tienes luz. Enfocas temblorosamente a la sombra, justo cuando parece estar a punto de abalanzarse sobre ti. Y...
Tranquilo. Solo era una araña, quizá demasiado grande. Pasa a tu lado y sigue su camino hacia las tinieblas que has dejado ya atrás. Te ríes en silencio de tu terror irracional y continúas tu exploración con paso firme y decidido. Piensas que ya has dejado atrás lo peor, tus miedos. El resto es un camino fácil. Quizá conviertas aquella solitaria estación en tu lugar preferido, donde guardar tus secretos y vivir tus mejores aventuras.
Quizá pases en ella el tiempo suficiente como para conocerla bien, para aprenderte de memoria sus rincones más oscuros, y sus vistas más bonitas. A lo mejor incluso llegas a encontrar las vías en aquel laberinto de sombras, y las contemplas extasiado, como un suicida admirando el puente que le dará su último abrazo. Puede incluso que al final la quieras, y que ella sea feliz con tu presencia. Porque estaba en ruinas, destruida, olvidada y ahora se siente algo más llena.
Guardarás siempre esa estación en tu recuerdo, porque nunca encontrarás un sitio tan oscuro que se llene de luz con esa rapidez.
Pero (la conjunción más hija de puta de todas).
Llegará el día en que abran un divertido parque de atracciones nuevo en tu ciudad. O un centro comercial enorme, lleno de mil entretenimientos. Incluso un precioso parque, sencillo, luminoso, alegre.
Dejarás de ir a la vieja estación, dejarán de enamorarte sus enrevesados pasillos y sus infinitas vías. Poco a poco empezarás a replegarla al lugar donde los recuerdos se quedan dormidos, donde el corazón ya no tiene nada que hacer.
Y ella se consumirá en su propia oscuridad, víctima de sus miles de sombras, arañas y tristezas. Hasta que vuelva algún que otro incauto, fascinado por ese olor tan extraño.
Por supuesto, al cabo de un tiempo, la historia se repetirá. Un círculo eterno, vicioso, enfermo.
Hasta que algún día, la estación termine por derrumbarse.
Fin.
PD: Adivinad quién es la estación.
M.A.G.

miércoles, 17 de abril de 2013

Resacas sintácticas

A veces es más fácil conjugar los verbos en pretérito imperfecto, dejándonos los versos a la altura de las rodillas. Desgarrar cada rima con los labios, clavarse los colmillos desde el cuello a la clavícula, y agarrar los suspiros a los oídos. 
Para que luego digan que la poesía no se puede tocar, cuando si no se te clava hasta lo más dentro de las costillas, la poesía no es más que palabras bonitas encerradas en tristeza hueca (y para tristezas ya están mis suspiros, y para hueca, mi boca sorda contra los recuerdos).
Y una noche demasiado oscura, y olvidos que no son más que nombres propios y secretos de mierda contra una pecera vacía. A todos se nos acaba olvidando el verdadero motivo por el que buscamos preguntas formulando las respuestas (con esas sonrisas, esas miradas furtivas y aquellos roces esquivos que se huyen para perseguirse más fuerte). 
Acumulo resacas emocionales, resacas sintácticas, resacas rotas y hasta resacas de "ojalá alguien salvándome la muerte". Quizá el alcohol y las drogas no sean los únicos que (me) colocan. Quizá nos equivocamos cuando pensamos que son un par de cigarrillos a destiempo los que nos roban eso que muchos llaman vida. Quizá simplemente sea nuestro propio corazón el que nos envenena a base de latidos inoportunos y escalofríos con sabor a "quítame esos ojos de la nuca o te mato a versos". ¡Y nosotros culpando a otros vicios más suaves y menos hijos de puta!
Somos la generación de los infinitos partidos por la mitad y de los ataques de ansiedad fumando el último cigarro de aquella cajetilla que nos dejaron. La de los polvos en los ascensores, la de correr con la moto hasta rompernos la cabeza. Y sin embargo la causa de toda esta mierda es que nos jodemos la vida a base de querer. ¿No es irónico?
Que nadie tiene ni puta idea de por qué determinadas palabras me astillan el alma hasta convertirme en barco hundido. Que mis naufragios valen diez veces más que las sonrisas vacías que me tengo que tragar cuando miro a quienes están aún más muertos que yo sin ellos ni siquiera sospecharlo. 
Mis resacas y mis impulsos son los que me regalan las mejores palabras. Y ya solo por eso, esta vida de mierda merece más la pena. 
Mejor sobrevivir a base de noches sin dormir y arrancarle a nuestra existencia algo más que simples costumbres amables de rutinas oxidadas. 
Que una ruina puede brillar, aunque no lo entendáis.
M.A.G.

lunes, 8 de abril de 2013

Mi ruina preferida

Decía que tenía nombre de otoño
pero yo solo le intuía letras de abril mojado,
(y de lunares grises, oscuros, inalcanzables).
Escribíamos "suicidio" por todas las paredes
que tenían el valor de guardarnos,
y por las tardes mirábamos al cielo
como si nos fuera a llover
algo más que el silencio.
Toda aquella historia de risas y noches
que tan solo eran un sucedáneo de la vida.
Todos esos cortes que nos hacíamos en el alma
(como si nada pasara, como niños que juegan
a romperse la cabeza contra una puta mirada).
Y todos los cuentos de corazones rotos y callejones
de humo y de palabras.
Todo se acabó.
Once letras absurdamente definitivas.
Once extrañas que se juntan, inapelables,
irremediablemente atadas a nosotros.
Tan simple como respirar.
O como no (querer) hacerlo.
Qué más da sobre qué mierda escriba
(pensarás).
Qué más dan los arañazos, las noches,
los susurros, las poesías, el rímel corrido.
Esa soy yo.
Solo un punto
que siempre se equivoca de final.
Un espejo en blanco y negro
(a veces azul que llora y gris apagándose).
Soy demasiadas cosas que no significan
más que palabras y recuerdos empapados
en alcohol y rabia.
(Creo que se avecina uno de los últimos plurales).
Nos hemos matado a base de nada (más).
Y quizá algún día nos veamos
en una frontera inalcanzable
y volvamos a escribirnos el suicidio
en la rutina.
Que ya sabes que matarnos las ganas
es la única forma de reconstruir
cualquier ruina que se precie.
M.A.G.

jueves, 4 de abril de 2013

La cuerda floja.

'Somos aquello que salvamos de las manos del tiempo' me prometo bajito en noches como esta. Abril me consume como a un triste cigarro, y mis cenizas se esparcen por el aire que jamás respiraremos.
Y como la mejor equilibrista de imposibles, me deslizo entre el abismo que me separa de los fantasmas. El vértigo me ha ganado la partida, ya solo sé mirar hacia abajo o hacia atrás. He olvidado cómo se volaba (si es que alguna vez tuve alas).
Ahora es ayer, y ayer nunca fue mañana. Camisetas enormes, ventanas cerradas, miradas oscuras. Un café frío. El piano que nunca sonaba en el salón. Las discusiones de la chica del espejo. Los escombros que callaron las carcajadas. La vuelta al mundo por una puta palabra.
Así se (des)componen los días. Mis mañanas inexistentes, mis piernas enredadas entre unas sábanas que nunca me salvan de las pesadillas. Los dejes de tristeza en esa conversación banal que nunca sabemos hacia dónde dirigir.
El futuro no es más que una cuerda. Nos tambaleamos por ella, inestables, desequilibradamente rotos. Y ella es aún más frágil que nuestras vidas. Se despedaza con cualquier suspiro, no entiende nada sobre mariposas en la boca, ni sobre las cosquillas que son capaces de redimir cualquier pecado.
Simplemente nos observa, bajo nuestros pies. Siente nuestro miedo eterno, nuestros vacilantes pasos y las lágrimas que se nos mezclan con el aire que respiramos.
Somos un eterno espectáculo, la mayor tragicomedia jamás representada.
(Los plurales son el mayor escondite que existe).
Las luces se van apagando en tu memoria. Los aviones comienzan a despegar en mi cabeza. Los terrores nocturnos se van comiendo mi corazón, mientras que la calma se apodera de aquello que alguna vez te hizo merecer la pena.
Sin complicaciones, sin esperas. Otra historia sobre nada en particular, otra caja de música rota, empapada por el agua de un mar que no me canso de llover.
A veces me dan miedo las cuerdas. Porque la lluvia me hace querer cortarlas.
M.A.G.