lunes, 29 de diciembre de 2014

Autopsia de un recuerdo. Próximamente en mi cabeza.

-Yo solo quería aprender a recordar sin que doliera-susurró, conteniendo el aliento al concluir.
Él inclinó la cabeza e intentó contener la carcajada.
-Siempre duele. La memoria es un compartimento más del corazón. Y suele estar roto.
Entonces ella dejó de mirar la ventana, mientras renunciaba a convertirse en otra gota más resbalando con la lluvia.
-Pues tendrás que explicarme qué utilidad tiene un compartimento que no funciona correctamente.
La extrañeza recorrió ambos rostros casi simultáneamente. Hablaban diferentes idiomas, estaban en mundos contrapuestos, que giraban a la vez en direcciones opuestas.
-Utilidad...-saboreó cada letra con una lentitud involuntaria pero certera- ¿Sabes una cosa? Las emociones no entienden de pragmatismo. Y qué puta mierda si lo hicieran-escupió en el suelo, dolido.
Ella suavizó su semblante y clavó la mirada en él, sorprendida y conmovida.
-Creo que tu tristeza sabe más de mí que yo misma. Siempre he pensado que las cosas rotas pueden arreglarse, y quizá por ello soy demasiado práctica, demasiado inútil para amar sin querer comprender. Ese es mi fallo, al igual que el tuyo es estar en ruinas y no querer repararte.
-A veces las ruinas son lo más hermoso de un lugar deshabitado-murmuró, cerrando los ojos-. Deberías saberlo, si aún eres incapaz de pensar en aquello sin recurrir a las lágrimas o al vodka. Somos las dos caras de una misma moneda desgastada.
Se rió sin alegría, esperando el siguiente movimiento de ella.
-Yo estoy hasta el cuello de mierda, y no tengo ni puta idea de por qué. Por eso busco respuestas-comenzó a alzar la voz-. Tú estás tan vacío que has olvidado cómo sentir. No ves más allá de tus propias ruinas, porque son lo único que te queda.
Y el silencio cayó, pesado y marchito, entre dos miradas que huían de sí mismas.
-Puede ser-concluyó él sin levantar la vista del suelo-. Pero tú huyes de las tuyas, intentas fingir que jamás existieron, y así solo conseguirás destruir una parte de ti misma. La que más importa.
-Cada uno se autodestruye cómo quiere o cómo puede-oyó antes de que se cerrara la puerta.
No pudo más que darle la razón a aquella chica que quería olvidar para sobrevivir. Eran demasiado parecidos.
Él sobrevivía recordando.

M.A.G.

sábado, 20 de diciembre de 2014

Simulacro de incendio en mis desastres

He olvidado la poesía
los abrazos de trueno
e incluso los reflejos empapados.

Y aún me siguen
aún me miran las tinieblas.
No descansan, son las únicas
que siempre se quedan.
A veces les doy las gracias.

Escucho una y otra vez las mismas canciones
como si fueran recuerdos volátiles e ingenuos
como si se pudiese guardar la herida junto a la cura.

No quiero terminar de escribir esta noche
ni huir del refugio de Ferreiro contra mi almohada.

Las dudas se acumulan y se dispersan
igual que mis ojos cuando caigo en la ginebra.

Que
yo
solo
quería
volar.

Y las palabras me volaron la cabeza.

M.A.G.

miércoles, 17 de diciembre de 2014

Hoy me escribo a mí.

Un día dejé de leerme
dejé de suspirar contra una pared
de mirar el reloj como quien toca el hielo.
Y me olvidé de mí.

Empecé a soñarme en otros
a pintarme los labios color tal vez
a rozarme la piel lento
(creyendo que era tú, si es que hay un tú).

Y entonces desperté agonizando en verde perdido
mezclando la ficción con mi desorden
mientras le juraba a mis recuerdos que nunca más
Nunca
Jamás.

Pero me equivoqué.
No puedes despedirte de una utopía
ni enamorarte de tu jodida memoria.

Ahora solo escribo para encontrarme
y aún no sé si hallaré un sueño
o un cadáver.

M.A.G.

martes, 2 de diciembre de 2014

21

Y duelen todos ellos, quizá porque recuerde aquel poema de hace tres años, que siento como si fuera mañana. Lo peor es cuando no solo repites los errores del pasado, sino que dibujas otros nuevos y vienen a pintarte el caos en las pestañas. Me miro los cordones con aire ausente, y deseo contar hasta diez y dar la vuelta a un reloj que ya no existe.
A veces leo a personas tristes que escribieron renglones torcidos durante toda su vida, y las entiendo tanto mientras corren por el pasado, que incluso atrapo sus resquicios de alma de papel. Es entonces cuando le echo la puta culpa a Ángel González aunque sepa que es mía, que nadie me obligó jamás a romperme en pedazos el alma con cada luz y cada sombra.
Nunca me pusieron esos libros en las manos. No me necesité más que a mí misma para suicidarme a base de belleza y mierda. He creado un ciclo maldito que jamás cambia, un universo hecho de lluvia y canciones de las que te destrozan del corazón a la cabeza.
Esa noche llovió tanto que se inundó mi pecho, y no era justo. Jamás lo es. No le importa a nadie y es natural; el mundo no pertenece a los que abren la melancolía cuando cierran los ojos.
Tenso los brazos, dos escalofríos a la derecha, una mano cede y la otra se arrastra por la memoria, llenándose de mierda. Quizá tan solo soy un cuerpo que busca el eco de su aliento.
Me escribo cartas de amor con rabia, porque sin algunas de esas palabras ya estaría muerta. He aprendido a gritarme muy fuerte que no debo rendirme, y tal vez con eso baste. El vicio de no saber separar lo bonito de lo jodidamente triste es una bandera blanca de guerra. Y qué putada, joder.
Ojalá los extremos no fueran lo mismo tantas veces.
Ojalá existieran los viajes en el tiempo por la piel.
Y ojalá no supiera por qué escribí esto el día de mi cumpleaños.
M.A.G.

martes, 18 de noviembre de 2014

Cuando se rompe una metáfora

He intentado escribirlo muchas veces, pero aún no soy capaz.
No sé firmar mi más absoluta derrota y he tardado cien años (de casi soledad) en encontrar las putas palabras adecuadas. 
La maldición de todo aquel que llora tinta y le da forma. El triunfo de una metáfora. 
Voy a contar la historia más real que quizá relate jamás. Algunos dirán que es un truco o una burla. Pero no. Esta vez no.
"Somos de nuestras propias palabras" dije una vez. Y fue mentira.
¿Cómo puede vencer algo que se rompe? Solo una metáfora tiene el placer de destruirse para ser real.
Me pasaré la vida escuchando el sonido de aquel piano sobre el que escribí tantas veces antes de sentirlo, antes de que se detuviera el mundo.
Dije que contaría una historia.
Volví a mentir.
De la misma forma que escribo de noche porque el silencio es de pluma, prefiero describir una metáfora con tan solo mencionarla. Querría decir que es una persona, o un instante, al menos un libro o una imagen. Lo es y no lo es.
Un pasado ficticio que se encuentra en un presente oxidado y cuyo futuro tiene la textura de un sueño que besa la memoria (¿y hay algo más triste y precioso que la memoria?).
Cuando un fragmento se transforma en palabras ciegas que nacieron años atrás, no tiene sentido llorar explicaciones o bajar la cabeza para admitir un suspiro.
Echo de menos mentir con libertad, o al menos que la verdad no posea la complejidad de un cielo trazado con retazos de nostalgia.
No os he contado una historia. Os he construido un recuerdo.
M.A.G.

viernes, 31 de octubre de 2014

"Era preciosa"

Y lo pensó tantas veces que terminó por olvidarlo.
Sabía que tenía el pelo del color de los ojos, recordaba la forma exacta en la que curvaba los labios con un "ya sabes por qué". Recordaba cada pequeño resquicio de sus palabras tristes. Era tan absurdo el ciclo de los acontecimientos que existían por culpa de lo jamás llegaron a hacer.
La había querido tantas veces. La había querido tan mal.
No era el típico chico, o quizás era exactamente esa clase de persona que nunca aspiró a ser. Porque a veces el espejo es la última trampa de la razón.
"Era preciosa. Era todo lo que no podía tener y todo lo que se encontraba al alcance de mi mano." Y la eterna contradicción acabó por enterrarlo vivo.
Ella no existía realmente. Era la proyección de una posibilidad, un sueño incierto, un reflejo de la perfección que distaba de ser perfecta.
O ella ocupaba plenamente el espacio de lo real, de lo sólido, de la risa contra el cristal.
Era y no era.
Su forma cambiante y sus abrazos de espuma. Su nuca, la cara oculta de su nostalgia, y toda la violencia que escondía en las costillas, dos centímetros por encima de lo que muchos llaman corazón.
Calma que estudia a la tormenta, y huracán que se pierde en el silencio. Era absurdo ponerle nombre a lo que carece de cualquier tipo de reglas, de compases, de cifras.
Su pelo se perdió en un pasillo oscuro. Él olvidó una vez más.
Cuando recuerde, el calor de sus ojos de bruma estará extinguido para él. Y si algún día vuelven a encenderse como un cielo amurallado, él cerrará los suyos con certera indiferencia.
Jamás se encontraron.
Porque solo la quería cuando huía tan lejos que parecía rozar el infierno.
M.A.G.

viernes, 10 de octubre de 2014

Cuando los días te hielan

Echo de menos el calor. O simplemente un abrazo. Ni siquiera tengo inspiración, y siento las palabras suicidarse contra mi garganta. Tengo frío hasta en los argumentos, hasta en el último hueco del pecho.
(Las mantas no tapan la nieve que corona mi piel.)
Lentamente he ido acurrucándome en las heridas, hasta que ellas mismas han decidido leerme cuentos para dormir (hace mucho que no se acuerda nadie). El único calor posible se derrama en mis mejillas, apagado y violento a la vez. Un dolor sordo pero insistente. Me consumo entre parpadeos vacíos, cansados, sin rabia ya.
El reloj parado me observa con cierta ironía y quién soy yo para no reírme. Intento vaciarme pero el frío se expande, me cubre, me hiela. Ni siquiera entiendo qué quieren estas letras. A veces me pregunto cómo es posible sentirse tan inmensamente sola y a la vez tan atiborrada de emociones de mierda. Quién necesita las drogas teniendo sobredosis de intensidad perpetuas.
El insomnio respira en mi nuca y hace mucho que no sé correr. Me tiemblan hasta los silencios que nunca existieron.
Acaba de anochecer en mis pupilas, y tampoco deseo que llegue otro día a salvarme con su luz. Soy un ejemplo de naranja oxidado,  de gris perdido. Me compongo de los colores que nadie desea mirar.
Volvemos a quedar los libros y yo, condenados a ser los raros, la parte que estorba. Fahrenheit 451, tan parecido a veces al 2014... Y yo no soy más que tinta y sangre.
Algún día huiré tan lejos que todos me habréis olvidado cuando decida regresar. ¿Querrá la tristeza fugarse conmigo?
M.A.G.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Al "mundo real"

Y sigue habiendo quien no cree en la magia aún sabiendo que existen los libros. Algunos incluso los han olido cuando el invierno arrecia, o han murmurado sus letras en voz queda, suplicando un cambio o un milagro. Pero las tapas caen como losas y regresan al llamado "mundo real". Delimitan la realidad, esa palabra tan fácil y tan imposible, ese concepto más subjetivo que la magia.
Hablemos con sus voces: Es de ingenuos e insensatos creer en el amor (la nueva criatura mítica del siglo XXI). También es necesaria la sonrisa indulgente ante tamaña estupidez infantil.
Sin embargo debemos creer en el repertorio de tópicos habituales: "el tiempo lo cura todo" (y una mierda), "somos autosuficientes, no debemos depender de nadie" (regla número uno de los manuales de autoayuda que te regalan con cualquier producto), o una de mis favoritas "sonríe siempre, llorar no sirve de nada" (construís una felicidad tan falsa que roza la tragedia desde mis ojos). No sé cuál es la mayor mentira de todas, pero junto con otros cientos de frases se han convertido en la religión de la vida moderna. Una religión cínica y a la vez verdaderamente ingenua.
Desde aquí lanzo un mensaje al "mundo real": quedaos con vuestro pragmatismo, vuestra racionalidad extrema y con toda la condescendencia que guardáis para mí y para todos aquellos que aún tenemos fe en una magia no sujeta a vuestras infalibles leyes, que puede nacer en cualquier lugar. Que puede salvarnos la puta vida en una madrugada, cuando estamos llorando porque nos consume una tristeza más bonita que todas vuestras preciosas sonrisas vacías que no esconden más que miedo a vivir de verdad.
Creo más en los libros que en toda la basura que observo a mi alrededor, y doy gracias cada maldito día por todo lo que me duele y lo que me hace reír fuerte. Si por mí fuera quemaría todos esos panfletos de "autoayuda" hasta que las cenizas adornaran cada mechón de mi pelo, y un brillo enfermizo de libertad se cosiera a mis pupilas.
Sé que muchos no entenderán nada de esto. Los que no me soportan imagino que sonreirán con sarcasmo. Espero regalaros alguna que otra carcajada con algo de sentido, porque os hace mucha falta.
Algún día el "mundo real" os explotará en el centro del alma. Y como solo sabéis llorar (o desgarraros de tristeza en silencio) en ocasiones especiales (quizá confundís las lágrimas con un vestido de noche), la melancolía real posiblemente os mate. Os deseo suerte.
Yo seguiré viendo hadas en los parques, seguiré ahogándome de miedo y deshaciéndome en rabia, pero querré tan fuerte y claro que el mundo real se ahorcará con mis palabras.
M.A.G.

jueves, 4 de septiembre de 2014

No, no hay título

Triste, como Radiohead cuando tiembla el invierno. O como los poemas cuando desciende la tinta sobre el papel, emborronando nuestros latidos y su lenta inercia azul.
No es un sentimiento, ni una llama a contraluz. Apenas se acerca a un parpadeo, y es tan sutil como las pestañas al respirar. Quizá no valga ni como palabra.
Es un estado extraño, de matices insoportables, de sobriedad enterrada bajo oleadas de rabia. Una adicción a algo que realmente no existe, a letras que solo se dibujan en el fondo de tu cabeza.
A veces escribo sobre cosas que sé que no entenderé en mi puta vida. Puede que ahí está la gracia, o la esencia de todo esto.
No busco el perdón ni me justifico. Solo me deshago.
La vida nos interroga indirectamente y luego se ríe ante nuestra ansiedad de hallar cualquier respuesta amable. Como si eso existiera. Como si el consuelo no fuera tan solo una ilusión momentánea fruto del miedo a la verdad. No hablo de asuntos trascendentales. Sería demasiado fácil ironizar sobre ello, y por eso prefiero hablar de lo terrenal. Duele más porque está más cerca. Suele pasar.
El final se parece mucho a huir cuando no hay más puertas que atravesar. La rendición anticipada frente al corazón. ¿Quién ganará? La herida que más sangra es quizá la que nos arrastra más fuerte, más dentro. La que nos engulle y nos hace suyos. Somos de nuestras cicatrices (y qué bonito).
Porque todo lo precioso se nos clava, y es ahí donde reside el único optimismo posible. Sacar flores de las tormentas, o aprender a extraer de la tristeza un universo extraño de lluvia cálida y seca.
No sabemos escribir, ni vivir, ni tan siquiera encontrar algo donde aferrarnos cuando explotemos y seamos miles de huecos de colores. Jodido olvido y jodida absolución.
Y sí, yo he olvidado. Y no, tampoco quiero solucionarlo. (Ese es el problema, grita una voz escondida en mis manos.)
Menos mal que soy un cúmulo de desastres infinitamente delicados.
M.A.G.

martes, 5 de agosto de 2014

Escribirle.

Escribirle al humo. A un espejismo fugaz que algunos llaman "primer amor" (o primera muerte). Cerrar los ojos y bailar con las ideas, acariciando las plumas viejas de unas alas con las que no supimos aprender a caer después de rozar el sol con el sexo, las estrellas con nuestro mejor cielo.

Escribirle al silencio. Llorarle a unas palabras que murieron en el alma antes de besar una boca. Y qué esperamos. Si únicamente queda saliva en noches demasiado claras, almohadas que rozan labios tristes y rotos de rencor insomne.

Escribirle al adiós. Como si nos leyera. Como si le importáramos lo más mínimo. Solo somos otra mano contra el cristal de un autobús, otro corazón cerrándose sobre sus cicatrices después de bañarlas en alcohol y sal de nuestra propia lluvia.

Escribirle a una sombra. La llamamos memoria cuando tenemos el valor de afrontarla. El resto del tiempo huimos de su nombre y sus fantasmas, nos agazapamos en un rincón neutral de nuestra mente, rezando para que se vaya y deje de recordarnos alientos que nos quemaban la nuca y la sangre.

Escribirle al espejo. No a uno cualquiera, sino al nuestro. Ese en el que nos miramos aterrorizados cuando el reflejo se difumina en blanco y negro, o cuando ni siquiera encontramos nuestra mirada esperándonos para reconfortarnos. Somos opacos y grises, matices irrelevantes sin más.

Escribirle a un reloj. Nuestro mejor fallo, el más irónico. Jamás transformaremos el lápiz en manecilla, ni el corazón en engranaje. No somos más que el fruto del desgaste de un mecanismo, del avance irremediablemente exacto de unas horas que nunca vuelven. Y eso, a veces, es peor que la muerte.

Escribirle al quizá. Ah, cómo duele. Ese vacilante enemigo de todo aquel que busca certezas a las que agarrarse. El culpable de que algunos perdamos el rumbo condenándonos a un impasse eterno, a la duda extrema entre saltar al vacío o volver atrás.

Y, finalmente, la causa y la perdición de casi cualquier letra suicida.

Escribirle a alguien. Sí, a ese puto alguien que se ha colado en tu vida por accidente, como una broma del destino, y que se te ha clavado a fuego en la sonrisa. O a ese maldito amor cíclico y obsesivo cargado de toxicidad inhumana. Incluso a esa víctima, daño colateral de la tormenta y las llamas, que da golpecitos contra tus barreras de hierro y secretos.

Puede que nuestro peor vicio sea impregnar las palabras de personas. Su olor tenue nos persigue donde quiera que nos leamos. Y ese privilegio, esa condena, solo la conocemos nosotros.

MA.G.

lunes, 28 de julio de 2014

Dulce final impronunciable

A veces reencontrarse con el pasado, es solo una forma más de olvidar. Volvemos al mismo lugar de siempre, a los mismos ojos, al mismo aire contaminado de ilusión. Somos especialistas en retroceder como si así pudiéramos avanzar.
La moraleja de la historia es que cuando caes otra vez resuenan en ti todos y cada uno de los golpes que aún guardas en la memoria. ¿Cómo se huye del principio? ¿Dónde cojones nos está esperando la estación correcta? Los círculos asfixian, y las curvas son más engaño que trayecto. Cuando dejemos de enamorarnos de las piedras sucias del camino, aprenderemos a mirar al mar que un día apareció a nuestro lado.
Nosotros somos la ironía, y no las circunstancias.
Lejos. Lejos va quedando todo. Cada palabra, cada duda, cada brillo extraño y todas las madrugadas donde las preguntas no permitían ver el cielo. Ha explotado el silencio contenido y las estrellas se han cargado todos mis putos esquemas. Una rotura bestial, un grito de luz, una película a cámara lenta deslizándose por mi cabeza.
¿Y quién es nadie para entenderlo? No hay suerte más grande que palpar un milagro con la punta de los dedos. Convencimiento extremo, fe ciega, y saber que el final realmente no era el principio, sino comprender el por qué de ese comienzo. La destrucción cíclica deja de ser tan atractiva cuando rompes su perfecta forma geométrica. Recuérdalo.
Debería ser posible condensar la magia de algunos recuerdos recientes, convencerme de que no ha sido un espejismo, de que esta vez estoy yendo hacia un principio, hacia el real. Y si no, siempre habrá tiempo de girar hacia la derecha en la próxima mirada.
Dulce final impronunciable, dulce impasse de despedidas. Dulce primera ola en un océano de comienzos.
M.A.G.

martes, 24 de junio de 2014

Del insomnio

La noche me sueña, me baña, me saca los colores de estrella. Sumerjo mi alma en silencio y no recojo más que tempestades desbocadas, insomnios paranoides que retuercen los hilos rotos de mi conciencia. Me enamoro y destrozo las esquinas oscuras de mi cuerpo y de mi cuarto.
Y es que hay tanto amor en la decadencia después de las cuatro de la mañana...
Me tapo sin tener frío porque sé que el hielo está muy al fondo, tanto que ni lo siento si decido no recordar (la memoria no es buen lugar para refugiarse cuando nos mira la luna). El calor artificial me venda los ojos y me distrae mediante imágenes falsas de sueños prematuros.
Aún no sabemos ni soñar en condiciones.
Tejo secuencias de vidas paralelas, de mundos perdidos y vacíos donde encuentro a veces paz, a veces mentira. Corro velos de imaginación para alejar a los monstruos y un simple descuido basta para atraerlos al borde de la almohada. La insatisfacción y la tristeza atormentan con solo mostrar un espejo.
Somos nuestros peores y más ciegos enemigos.
Nada... Nada. Es el resultado de la resignación tardía, de las dudas en el pelo (echo de menos las flores) y la vida entre las manos, resbalando, rasgándome las líneas torcidas como una botella rota. La pared como una barrera, las sábanas cárceles de incertidumbre, y el pasado como la peor película de terror que mi cabeza es capaz de proyectar. La noche se desliza así, ebria de hipotermia emocional y de imágenes inútiles, con forma de sombra brillante.
Y ¿qué somos aparte de claroscuros resplandecientes? Obras de arte partidas por la mitad y canciones desafinadas, la cuerda rota de la caja de música más bonita.
Los que vivimos en las horas más sucias del día acabamos aprendiéndonos los miedos y las lagunas de nuestras vidas, acomodando la mirada al caos de la introspección y huyendo de la luz artificial que nos prometen para que finalmente cerremos los ojos.
Y no lo entienden. Si luchamos contra el insomnio no es para vivir en el sol. Es para huir de nuestras tinieblas.
M.A.G.

domingo, 1 de junio de 2014

A él

Que cuando él ríe, tiembla el océano.
Lo llena todo de luz, y no para de desordenar hasta el mismo caos.
Y cómo no va a ser bonito.
Como escribir tres veces tu final favorito, o encontrar un caramelo en el bolsillo.
Tan simple y a la vez tan enrevesadamente limpio, tan de color azul.
A veces pierdo de vista el reflejo de su sonrisa y tengo que cruzarme un mar de estrellas para encontrarlo.
Pero qué suerte.
Que aunque escriba poco porque antes dolía mucho, duele más no escribirle constelaciones hasta en el surco de su pasado.
Duele más un centímetro entre él y yo, que el barco hundido de mi tristeza.
Habrá quien piense que aún no sé bien como manejarme con palabras felices.
Posiblemente tenga razón. Posiblemente no lo entienda.
Me dijeron que dejara de escribirle al invierno cuando ya había llamado a la puerta la primavera.
Y puede que sea tarde. Pero qué desastre más hermoso regalarle flores al verano.
Tatuarme el sol en la espalda y navegar por sus pupilas, sin prisas, sin ropa, sin espacio.
Dejé de firmar todas las cartas con "salvadme" y ahora solo sé dar las gracias.
(Se me caen los versos por la almohada, me despeinan los "ojalá").
Mañana me despertaré...
Y no estarás cuando mire a la izquierda.
Eso sí es una catástrofe natural, y no las inundaciones ocasionales de mi cuarto.
Porque cuando viene el huracán de los suspiros, el sueño huye, pero él se queda.
Él siempre se queda.
¿Ahora entendéis por qué solo puedo dar las gracias?
M.A.G.


domingo, 11 de mayo de 2014

Círculos, triángulos, líneas...

Que la vida es cíclica, me grita el mundo a voces. Me guiña un ojo y yo asiento con resignación. Ironías capicúa. Un bucle obsesivo y sin salida aparente, absurdo hasta sus cimientos, profundo como un por qué a las seis de la mañana.
Círculos concéntricos que giran en paralelo, espirales infinitas de autodestrucción merecida o buscada. Personas que se han perdido, líneas torcidas hasta la más pura decadencia.
Triángulos. Formas no tan suicidas pero sí menos aleatorias, poco tienen de hipster, mucho de putada. Mi clase de geometría particular los coloca donde menos me apetece. Un triángulo atrapado en un círculo. Como una botella en una papelera (y no hay mejor metáfora que esa).
Pero a veces tu risa avanza en línea recta, mira hacia delante, y tu boca no quiere dar vueltas por enésima vez. Quiere respirar de nuevo aire limpio sin tirarse años hallando el puto diámetro de una circunferencia inestable.
Yo, que no entiendo una mierda de matemáticas. Y quizá sea por eso.
Las líneas avanzan, corren, viven, llegan a alguna parte o siguen creciendo eternamente. Los círculos solo se repiten hasta que tu propia sombra se ríe de ti con sarcasmo. La elección es clara cuando es tuya. Y estoy casi segura de que esta vez, lo es.
Qué le den a cerrar círculos.
Hoy es un día raro, de resaca, dirán algunos. Mi alcohol es emocional y creo que provoca efectos incluso peores. Delirar sobre geometría metafórica es pura prueba de ello. Ojalá existiera un ibuprofeno para la memoria.
Libros hasta las cinco, espejos empañados, escaleras que son casa, o copas que te distancian. Móviles arrojados, sonrisas estúpidas, proposiciones irónicas. La intensidad se ha enamorado de mi mundo, y quién soy yo pare reprochar la estupidez ajena, teniendo tanto que decir de la mía propia.
Mi alrededor se sumerge en apuntes y yo solo quiero escribir despropósitos para coserme el corazón a las palabras. La niña que lloraba en el autobús se ha vuelto una idealista cínica y melancólica con tendencia a la introspección pero con cierta impulsividad suicida. Acabaré en alguna película de Tim Burton o en un libro de Zafón. Las palabras ajenas caen como lluvia sobre mi cara, y casi ni las siento.
He decidido volar en línea recta y quizá sea un puto milagro.
(Incluso mas que esa sonrisa).
M.A.G.

lunes, 21 de abril de 2014

Recuerdos al sol, tercera parte.

¿Dónde está esa chica? te preguntas a veces, cuando las ideas se comen tu corazón. Aceleras y frenas, obras y condenas. Pierdes la cabeza y los ojos por una mirada que luego te quema.
Cambiamos sin dejar de ser los mismos. Nos odiamos hasta reventar y probamos de todo, desde la droga hasta el encierro, desde el adiós hasta el volver. Nunca quedamos satisfechos, nunca olvidamos, nunca regresamos del todo.
A medias. A medias y da gracias. Todo se tuerce para enderezarse, sin tener ni puta idea de para qué lo hacemos. Escribimos desde el desastre, en forma de vicio, de pistola o incluso de cáncer. Escribir por no morirse, o algo así dijo alguien.
Pienso en esa chica, en sus ojos de agua y su tranquilidad suicida. Pienso en ella con tanta frecuencia como en su actitud, y aún no he decidido cuál es realmente la buena. Dicen de conflicto interior, pero nadie ha vivido jamás esta guerra.
No busco palabras limpias, ni ningún sentido concreto. No aspiro a consejos, comprensión o halagos. Imaginaos lo que me la sudan los reproches que proceden de la ignorancia. Que solo quiero respirar, y a veces solo me sale si es por las letras.
Ni explicaciones ni huidas ni mierdas. ¿Quién no quiere sumergirse para jamás ahogarse? Lo paradójico es que a día de hoy, aún recuerde incluso lo que no pasó nunca. Lo irónico es volver, volver y sentirse libre pero rechazar a la persona que un día fuiste.
(Solo sé vivir en tragedias).
Aún puedo correr. Siempre existe la alternativa de largarse sin contemplaciones de cualquier lugar, borrar tus huellas del mapa y que te olvide hasta quien no te conoce. Qué despropósito.
Mi fin de hoy es un parpadeo largo, de cuando has dormido demasiado poco, o necesitas dormir durante muchos muchos años.
M.A.G.

miércoles, 9 de abril de 2014

"Ningún libro que leímos avisaba del peligro de creernos especiales."

Y es que a veces no importa el lugar al que vuelvas
ni los labios que olvides,
solo basta el silencio, el color que te regala el cielo
y los botones de esa camisa
mientras esperas el maldito ascensor.

Viajamos, extasiados, en busca de la mirada
que nos robe el premio de lotería
para poder saltar en paracaídas sin chaleco
y hacer todas esas cosas en las que juramos
no caer jamás.

Somos unos enfermos emocionales
de cerveza agria y cigarros malos
de gritar "yo le quería, hostia"
en el bar más sucio de Sevilla, Madrid o
cualquier punto borroso de un mapa roto.

Lloramos y lo escribimos
como un vicio raro que nos da suerte
y del que somos incapaces de aprender.

Ojeras crónicamente enamoradas
de una idea, de una boca
o de todos esos libros de los que hablaba McEnroe.

Y otra madrugada nos atrapa
en la calle quizá
o en otras sábanas
pero lejos de lo que amamos
y cerca de lo que nos consume
(a veces, solo a veces
los dos conceptos coinciden
en el mismo espacio
y se produce el milagro).

M.A.G.

lunes, 31 de marzo de 2014

Como masturbarse llorando

Como que se largue el mismo tren mil veces, dejándote temblando en la estación.
Como escribir un mensaje para luego borrarlo.
Como callarte todos los gritos que se pierden en la garganta.
Como jurarte que no volverá a pasar y sonreír cuando ocurre (con rabia, desgarrándote).

Como darte de hostias con los puntos suspensivos.
Como perder toda noción de tiempo, perder los papeles, perder hasta la risa.
Como desear que el tiempo se duerma contigo.
Como despedirte (huyendo, por qué no).

Como ver cómo se evaporan todos los besos que jamás darás.
Como arañar los cristales suplicando al universo una (puta) explicación.
Como desaprender a respirar (qué más dará).
Como querer y querer y querer y querer y que duela más que la vida.

Como cansarse del destino, de las casualidades, de todo lo bonito.
Como borrar los suspiros del aire.

Como dibujar los trazos inconexos de un amor brutal.
Como echar de menos el vacío de algo que no tienes.

No sirve de nada comparar. La ineficacia de la nada se consume más que el último cigarro del paquete.
De buenas intenciones está el infierno lleno. Y por desgracia, se quedan a medio camino entre el cielo y el quizá (donde arde hasta lo más puro).

M.A.G.

martes, 25 de marzo de 2014

La primavera se subió a mi falda y desgarró las flores

Se deslizaban apresuradas, tímidas, eufóricamente enrarecidas de rojo. Sus pétalos de risa olían a bares llenos de aquel frío que parece no irse nunca.
Bailaban llenas de rabia muda, de tristeza vacía con olor a despedida. Aquellas faldas que volaban entre abriles se esfumaban con el invierno, pero algunas incluso se cosían los colores a diciembre.
El escenario, el ambiente de ensoñaciones propio de los felices años 20, de esos que desembocan en alguna tragedia de Fitzgerald.
Las lágrimas de plata contaban historias a altas horas insalubres, donde los suicidas cruzan puentes pero no se enamoran de ellos. Aquellas gotas de lluvia empañan a menudo los critales del superficial espejo que exhibimos ante los demás. Somos nubes extrañamente melancólicas, pero sabemos querer sin medida y joder. Con eso basta.
El argumento, los sueños encendidos con la bruma, el sol rezándole a las estrellas (cuentos que se lloran cuando se ama).
Funambulistas que se especializan en gritarse y en comerse el aliento a versos. La mayor histeria descontrolada a las dos de la madrugada, porque curar conlleva destruirse primero. Y dos extraños sin frenos siempre entienden de heridas porque una vez se enamoraron de ellas.
Entre agua marina y sonrisas al vacío, nos despeñamos con dulzura, y qué no daría por saltar siempre hacia ti. 
Los actores, escondidos en sus máscaras de realidad bajo los recuerdos sin suceder. Insensatos y terribles, cuerdos de atar y de vuelo. Autobuses y ojeras, gritos enfrascados en cabezas tristes.
Las agujas se enfurecen cada vez que retroceden. Están mustias y cansadas, ya no atienden a (co)razones. Los engranajes del alma van a trompicones contra el puto espacio tiempo. Cosas de relojes.
Quiero aprender a echar de menos los abrazos poliédricos, o simplemente que el tacto de una sonrisa posee más magia que las hadas.
M.A.G.

jueves, 13 de marzo de 2014

Morderse la lengua por no morderse el corazón

O eso digo a veces cuando pienso más que siento o al menos intento que lo parezca. La rabia se me cuela por las venas y no sé si me deshago o sangro. No entiendo ni lo que soy ni lo que fui. A veces me echo de menos y otras espero no volver a verme jamás. Naufrago como un alfiler herido en una masa uniforme en la que clavarme mientras me asfixian.
Y mi impotencia es solo escombros que esconder debajo de la cama. Algunas noches yo también me deslizo ahí abajo y cierro los ojos mordiendo las líneas inconexas de mi memoria. Y sí, últimamanete  he vuelto a naufragar en Marina; mis recuerdos solo son trazos de lo que nunca ha sucedido (y aquí tengo que matar al futuro o a mí).
Grito sin que nadie me escuche y juro que es quizá lo mejor que sepa hacer. Las mañanas deshaciendo mi cama son un océano de mierda, pero al menos aniquilan algunos relojes y creo que esa es la única magia que me queda a veces.
Morderse las palabras contra las sábanas, para no morder las mariposas tibias de quien no lo merece.
Es una gilipollez tener que escribirme cuando tiemblo, y no sé hasta qué punto las costillas sirven para oprimir los silencios. Ojalá supiera la fórmula para respirar flojito cuando el mundo ruge fuerte. El nudo en la garganta debería ser considerado arma de destrucción masiva. Como algunas sonrisas.
¿Cuál es la prioridad? ¿Reescribir el olvido, derrapar a ciegas, tropezar con el impasse? Nada flota, y el río ya se ha llevado demasiada basura triste, que reposa indolente en alguna playa muerta, cubiera de negro chamuscado de recuerdos.
(Suena la última nota de un piano en una habitación vacía, cargada de paredes ciegas que no tienen manos.)
Presos de inconvenientes absurdos y excusas cojas, deambulamos como payasos que solo se acuerdan del circo cuando hay leones. El humo de los espejos llega tarde, y la inocencia se ha quedado atrapada tras los muros de la impotencia.
Jaque mate.
No un fin, solo una próxima partida. No una derrota, solo una victoria aplazada.
Siempre serás mi ajedrez favorito.
M.A.G.

sábado, 1 de marzo de 2014

De los que no tienen voz (1)

Decía esperar
pero sin el alma.

Con el cuerpo
con la rabia
con la flor helada.

Ella era mar
era lluvia incorregible, cansada
ahogada en tenacidad
marchita.

Consumida
entre sombras rotas
de bocas egoístas.

Perdió su guerra
para ganar honor ajeno
vacío.

Los fantasmas también tienen voz

aunque solo sueñen.

M.A.G.

lunes, 17 de febrero de 2014

Lejos

Adverbio de lugar. Párpados cerrados. Otro quizás.
Posiblemente me equivoco, no sé si mi sintaxis no concuerda con la morfología del universo o si simplemente hablamos en distintos silencios. Escribo por no llover, pero oigo las gotas estrellarse despacito contra el cristal más cercano (aunque no entiendo mucho de ventanas que no estén rotas).
Llamo al centro de mi cabeza, pero creo que se me ha perdido a unos doscientos metros bajo tierra. Las palabras me comen por inercia. Tenemos un pacto sobre cómo destrozarnos y últimamanete se nos ha olvidado respetarlo. Los libros viejos que jamás comprendí me vigilan desde la estantería del recuerdo y su reproche mudo me acompaña.
Cuántos errores.
¿Realmente aprendermos? A veces creo en la redención y al segundo siguiente no puedo ni confiar en no ser yo misma la equivocación. Arrastramos nuestros pecados insalubres por cualquier suelo sucio y luego afirmamos tener la conciencia limpia. Qué palabra tan curiosa. Pecado. Tan vacía y tan sustanciosa. Eso es lo mejor de las palabras. Y de las personas.
Deliro continuamente pero a veces decido guardarme las respiraciones para mí. Hoy me apetecía vomitar realidad contaminada por mi distorsión oportuna, y puede que no sea el momento. Puede que nunca sea el momento para nada y por ello hagamos las cosas.
(Puede y quizás. Luego se habla de las armas de destrucción masiva).
Me dibujo mediante abstracciones y complicados bocetos mentales que ni llego a comprender del todo. Guardo más monstruos en mi cabeza que fantasmas en mi memoria (jamás llegaréis a intuir siquiera lo que significa esto, y es mejor así). Cada sombra sumerge las luces mediocres y cada madrugada engulle al día sin piedad, sin que nadie se escandalice y llore pensando que quizá nunca vuelva el sol. Hume sabía lo que decía cuando dudaba del fuego. Y de vez en cuando hay que hacerlo, aunque nunca se cuestionen las marcas indelebles que nos ha dibujado en la espalda cada noche de tristeza apagada llorándole a una pared.
No pretendía hablar de esa melancolía persistente con la que algunos nacemos. No pretendía divagar sobre mí misma. No pretendía más que cerrar las letras de la palabra lejos hasta hacerla desaparecer. Pero mi magia no llega a tanto.
Las palabras son solo palabras.
Y ahí está el verdadero problema.
M.A.G.

miércoles, 15 de enero de 2014

Jueves a las 3:06

No llueve pero se oyen murmullos apagados en la ventana, o quizá sean los cristales pidiendo a gritos el romperse por un vicio (a más sucio, más limpia el alma).
Que nadie es nadie ni vale más de lo que se recuerda frente al espejo, y dime, ¿no es mejor joderse a suicidios el haberlo intentado? Echa el resto, sonríe tres veces y apuesta hasta las cejas. No hay mejor vida que perder(se) del todo. No hay mejor pérdida que la vida en unos labios.
(Las 3:10, otro paso en falso.)
Saltar un escalón y hundirse en el charco, ese es tu pozo de los deseos y te quedan diez putos segundos para encontrarlo. El repiqueteo de la lluvia inexistente se clava en mi clavícula sedienta, otra vez trece minutos que se embalan en mi mente, y ya ni quedan pistolas (¿disparas tú?). Pierdes las páginas del libro pero eso no son papeles, son dimensiones azul cínico desgastado en una mente caótica de estrellas. (Volvemos a descender diez grados bajo sueños mientras dan las tres y cuarto).
Me dueles en las pupilas y te bebo en el aire a a dieciséis respiraciones alocadas bajo tu colchón favorito. La apuesta alta y tus manos de farol. Tachemos el error de la lista de equivocaciones que merece la pena vivir antes de vaciarse por dentro a base de humo podrido. (Eres como el alcohol que escuece en las penas e intoxica a las heridas).
(Por culpa de tus palabras en mis letras me dan las 3:24 y ahora qué).
Practico la influencia del arte en los silencios, pero ni a suspiros me sale el no pensarte a cámara lenta encontrándote en cada parpadeo extraño. Difícil pensar en estrellarme cuando vuelo sobre la superficie de tu risa en mis oídos (y el eco de la felicidad en mis labios). Apuntas bien por una vez y das bajo el insistente escudo de papel que te regalé roto cuando me dijiste las dos palabras que abren cárceles y salvan a la tinta que muerde la mirada. (Mierda, las tres y media y yo sin ti.)
La escarcha de los imposibles contra tu piel es solo un cristal suave y peligroso contra la rutina muerta. Aún podemos salvar los relojes de las cuerdas que nos atan.
Aún podemos desatarnos del tiempo.
Aún somos nosotros. Y para qué queremos más.
M.A.G.

miércoles, 1 de enero de 2014

2013 (o el año del casi fin del mundo)

Decíamos de 2012, pero realmente el fin del mundo llegó cuando sonó la última campanada que precedía al 2013. Fue como si el equilibrio se rompiera, un cambio tan brusco que a día de hoy me sigue dando miedo. No creo que lo entendáis, pero fue como si una sombra me persiguiera desde aquel 1 de enero. Volvamos allí por un segundo, yo no quiero hacer ningún balance, prefiero realizar un viaje del tiempo a mi 1999 particular, este 2013...
Enero
Todo iba bien. Lo prometo. La felicidad me rodeaba hasta límites que yo ni conocía. Y lentamente, empezó a evaporarse, con poesía rota, alcohol a solas, detalles que perdían luz. Lo inimaginable aparecía ante mí, y vivía con miedo, sin nadie a quien le importara cerca, en una ciudad que me comía las ganas de vivir. Llegué a pensar que si alguien me abrazaba me desharía, los monstruos de mi armario desfilaban por el balcón. Vivía a base de esperanzas, de "todo volverá a ser como antes". De momento, vivía...
Febrero
Pero los miedos se comieron mis costillas, mi corazón se quedó tan paralizado que creí que nunca volvería a recuperar su mecanismo de siempre. Sábanas arrugadas, más alcohol, noches tirada en el baño, y la cuenta atrás para volver. Pesadillas a deshora, ansiedad y madrugadas de acurrucarme hasta creer que desaparecía. Pensamientos suicidas y toda una serie de despropósitos convergieron en mi realidad. El día que volví, me caían las lágrimas a borbotones. Parte del mal sueño había acabado. Allí se quedaban los recuerdos.
Marzo
De un fin del mundo a una gilipollez a destiempo, me teletransporté rápido. Y pagué muy caro el dejarme llevar para cerrar los ojos al dolor. Otro de los errores que me perseguirían todo el año, que me torturarían por la noche cuando intentaba cerrar los ojos y dejar de temblar. Volví a mi vida, a mis clases, a mis amigos. Volví y eso me salvó. Las pesadillas cesaron, y más o menos, conseguía dormir y hasta esbozar alguna sonrisa. Los conciertos, mi familia, un poco de fe en que las cosas podían mejorar. Pero la facultad no era lo que recordaba... Y dolía.
Abril
Love of Lesbian. Contaba los días y las horas, y era mi motivo para todo. Por fin estuve ahí de nuevo, y me sentí un poquito más viva, más yo. Me salvaron otra vez. Y llegó Almuñécar, llegó la feria... Olvidaba todo lo que me pasaba, tenía recuerdos aparcados en una nebulosa perdida, vivía sin mirar atrás, sin saber que el pasado siempre te persigue, y más cuando lo llevas clavado muy dentro... Todo era carpe diem y no dejaba de precipitarme hacia una situación que comenzaría a acabar con mis principios, con mis sueños, con mis heridas bonitas. El preámbulo de una tragedia nimia, pero inevitable.
Mayo 
Y comenzó a derrumbarse todo, como un castillo de naipes o una infinita fila de piezas de un dominó diabólico... Perdí dos personas en un tiempo récord, no me gustaba lo que estudiaba, me sentía absurdamente sola. Y los recuerdos aprovecharon para acuchillarme las pupilas desde un viaje a Granada. La ansiedad me comía la boca por las noches y hacía el amor con el insomnio hasta acabar gritándonos con algo más que odio. Deambulaba y solo leer o ir a un concierto significaban algo para mí. Broncas en casa, noches de ibuprofeno sin mañanas de resaca... Entré en una espiral de destrucción.
Junio
Llegaba el calor... Pero el sol solo hacía que me ardieran aún más todas las heridas. Personas que me juzgaban sin saber, días y días sin salir de casa, exámenes a los que no iba... Fue un mes de parálisis, un punto muerto asfixiante, que desembocó en un cambio de carrera, un piercing y una reconciliación que me devolvieron parte del aire que no conseguía encontrar. Pero las noches seguían siendo mi infierno particular.
Julio
Volvía LOL, volvían los viajes. Y las ganas se me acercaban tímidamente por el día, para luego huir de madrugada. Fue un mes de PERSONAS, así en mayúsculas. Y de LOL, de buses, de un poco más de vida. Sin embargo, era incapaz de cerrar los ojos sin sentir que el mundo se me caía encima otra vez. El insomnio se volvió crónico, y un día sin llorar era un imposible. Nadie que me viera a la luz del sol era capaz de comprender esta tristeza, esos recuerdos que se me aparecían ardiendo en mi cabeza, los peores fantasmas que me han acechado jamás. Las ironías cíclicas, las casualidades malas... ¿Y si esa historia era LA historia y me perseguía para siempre?
Agosto
Algo de paz, pero no demasiada. Un rincón perdido del mundo y un viaje en tren a una ciudad que me trae buenos recuerdos. Madrid hizo mucho por mí y durante una semana casi lo olvidé todo. Casi.
Septiembre
Siempre había sido uno de mis meses favoritos, el 9, el de la suerte. Pero este año solo fue una sombra marchita, un recuerdo en forma de hoja de calendario. De una página arrancada y sucia, tirada debajo de la cama, arropando a los monstruos por las noches. Al menos había comienzos bonitos y caras que echaba de menos, un poco de distracción, de oxígeno.
Octubre
Y por fin empezaron a actuar las casualidades buenas. Llevaban ahí un tiempo, escondidas, maquinando planes fantásticos que escapaban a cualquiera de mis expectativas. Y de las suyas. Fue de una forma tan sutil que ni la recuerdo bien. Unas preguntas, alguna que otra conversación. Un chico simpático. Aquello parecía un acontecimiento más, unas palabras de tantas. Una noche sin dormir, envuelta en tinieblas, en alcohol, en más baños de madrugada. Mi destrucción de siempre pero esta vez un poco más acompañada. Y desde ese día de los muertos, todo volvió a la vida.
Noviembre
Como un terremoto cuando menos lo esperaba. Las palabras y el corazón empezaron a cobrar vida propia y se nos fueron completamente de las manos. Agobios y discusiones, problemas y mierda contra todas esas mariposas psicóticas que revivieron de golpe en mi interior, para llevarme a un estado de calidez donde la paz se escribía en mayúsculas. 1999 se estaba acabando, solo quedaban unas semanas. Y repito: ya había paz. Un viaje absurdamente genial, personas increíbles, más música, más Love of Lesbian. Esta vez las cosas SÍ iban bien.
Diciembre
Pero claro, seguíamos en 2013. Peleas, terceras personas, lágrimas que al menos esta vez siempre desembocaban en sonrisas. No recordaba lo que era, me sentía levitar, la risa volvía a estar viva y los incendios oníricos me inundaban por las noches. El insomnio pasó a ser ganas, suspiros ansiosos contra la almohada. Una de cal y otra de arena, pero siempre con él. Contando los días para que la mala suerte volviera a pasar de largo.
2014
Y así acabó 2013, con unas campanadas que me parecieron mágicas, y que sentimos como una salvación personal. Este año pienso romper todas y cada una de las ventanas de sus miedos.