lunes, 28 de julio de 2014

Dulce final impronunciable

A veces reencontrarse con el pasado, es solo una forma más de olvidar. Volvemos al mismo lugar de siempre, a los mismos ojos, al mismo aire contaminado de ilusión. Somos especialistas en retroceder como si así pudiéramos avanzar.
La moraleja de la historia es que cuando caes otra vez resuenan en ti todos y cada uno de los golpes que aún guardas en la memoria. ¿Cómo se huye del principio? ¿Dónde cojones nos está esperando la estación correcta? Los círculos asfixian, y las curvas son más engaño que trayecto. Cuando dejemos de enamorarnos de las piedras sucias del camino, aprenderemos a mirar al mar que un día apareció a nuestro lado.
Nosotros somos la ironía, y no las circunstancias.
Lejos. Lejos va quedando todo. Cada palabra, cada duda, cada brillo extraño y todas las madrugadas donde las preguntas no permitían ver el cielo. Ha explotado el silencio contenido y las estrellas se han cargado todos mis putos esquemas. Una rotura bestial, un grito de luz, una película a cámara lenta deslizándose por mi cabeza.
¿Y quién es nadie para entenderlo? No hay suerte más grande que palpar un milagro con la punta de los dedos. Convencimiento extremo, fe ciega, y saber que el final realmente no era el principio, sino comprender el por qué de ese comienzo. La destrucción cíclica deja de ser tan atractiva cuando rompes su perfecta forma geométrica. Recuérdalo.
Debería ser posible condensar la magia de algunos recuerdos recientes, convencerme de que no ha sido un espejismo, de que esta vez estoy yendo hacia un principio, hacia el real. Y si no, siempre habrá tiempo de girar hacia la derecha en la próxima mirada.
Dulce final impronunciable, dulce impasse de despedidas. Dulce primera ola en un océano de comienzos.
M.A.G.