Somos la generación de los auriculares enredados bajo la almohada
De los abrazos en palabras y el corazón a kilómetros
De las conexiones desconectadas y las pantallas tan rotas como nosotros.
Somos una fórmula matemática inexacta;
Creemos poco
Pero queremos demasiado (y fuerte)
El enésimo despropósito de un mundo perfectamente en ruinas
Los hijos de la corrupción y de la justicia.
Quizá no somos la generación más perdida
ni la que más ha sufrido.
Nuestras guerras solo están dentro de nosotros
Las heridas físicas son una anécdota, pero el alcohol con que intentamos olvidar
Siempre escuece.
Nos engancha la tristeza
Y nos gusta regodearnos en el humo de los cigarros que se fuman nuestros recuerdos.
Somos la generación limpia
Maquillada de indiferencia
Aunque nos pese la piel
Y nos arrastre el corazón.
Somos la generación autodestructiva
En silencio nos morimos de ruido.
Formamos una bomba preciosa y frágil
Siempre a punto de estallar, rozando la oscuridad para poder hallar la luz
Somos el éxtasis y el error
y quizá por eso entendemos
Que doler a veces salva.
M.A.G.
viernes, 24 de abril de 2015
jueves, 9 de abril de 2015
Sobre echar de menos y otras mutaciones
A veces extrañamos lo único que antes nos sobraba. Lo impensable, lo absoluto, lo increíblemente triste. Aunque todo aquello que deberías echar de menos es justamente lo que olvidas de más. Y entonces qué coño nos queda.
Ya no tengo el alma chillando en las costillas, se me ha colado una calma rara donde antes solo había ansiedad a las dos de la mañana. No sé muy bien a quién le cuento todo esto, pero ojalá comprendas que las alas de pájaro también se llevan corazones a lugares más cálidos.
Es precioso apagar el desastre y observarlo morir en un silencio mordido. De mi boca al infierno hay demasiada distancia lunar, joder. La chica del reflejo de hace tres años está llorando en un recoveco del cristal. La busco en cada autobús vacío y en todas las copas a las cinco de la mañana. Aún la escucho susurrar "te entiendo".
De mi tensión dormida nacen los principios activos que escriben reacciones químicas en mis pupilas sin voz. Montreal de McEnroe tampoco hace tanto daño si lo comparas con aquel viaje fatídico al interior de la puta soledad. Una vez me miraron a los ojos y me clavaron una música en la nuca. Los escalofríos que me mecen son el único registro que queda de aquella conversación que me salvó la vida y el corazón. Y es de esas gilipolleces que jamás le cuentas a nadie.
Me enamoré de un problema invisible que hacía a Andrés Suárez insuficientemente doloroso, y que convertía en torturas canciones en apariencia de amor. Amor. Ya no tengo ni puta idea de lo que significa esa palabra y creo que eso es lo que me da más miedo en todo el universo.
Llega un momento en el que entiendes que desnudarse sin más nunca será lo mismo que enseñar cada átomo de sangre que se esconde por tus venas. Ya he borrado más de mil palabras para no desangrarme aquí mismo. Sé que mi corazón está pálido y no rojo. Os juro que no imagináis lo que significa eso.
Hoy ha llovido tanto fuera que he deseado hasta la extenuación que me cayera un jodido diluvio en el alma. Echo de menos cada tormenta.
Tal vez solo hay algunas canciones que activan el fin del mundo.
M.A.G.
Ya no tengo el alma chillando en las costillas, se me ha colado una calma rara donde antes solo había ansiedad a las dos de la mañana. No sé muy bien a quién le cuento todo esto, pero ojalá comprendas que las alas de pájaro también se llevan corazones a lugares más cálidos.
Es precioso apagar el desastre y observarlo morir en un silencio mordido. De mi boca al infierno hay demasiada distancia lunar, joder. La chica del reflejo de hace tres años está llorando en un recoveco del cristal. La busco en cada autobús vacío y en todas las copas a las cinco de la mañana. Aún la escucho susurrar "te entiendo".
De mi tensión dormida nacen los principios activos que escriben reacciones químicas en mis pupilas sin voz. Montreal de McEnroe tampoco hace tanto daño si lo comparas con aquel viaje fatídico al interior de la puta soledad. Una vez me miraron a los ojos y me clavaron una música en la nuca. Los escalofríos que me mecen son el único registro que queda de aquella conversación que me salvó la vida y el corazón. Y es de esas gilipolleces que jamás le cuentas a nadie.
Me enamoré de un problema invisible que hacía a Andrés Suárez insuficientemente doloroso, y que convertía en torturas canciones en apariencia de amor. Amor. Ya no tengo ni puta idea de lo que significa esa palabra y creo que eso es lo que me da más miedo en todo el universo.
Llega un momento en el que entiendes que desnudarse sin más nunca será lo mismo que enseñar cada átomo de sangre que se esconde por tus venas. Ya he borrado más de mil palabras para no desangrarme aquí mismo. Sé que mi corazón está pálido y no rojo. Os juro que no imagináis lo que significa eso.
Hoy ha llovido tanto fuera que he deseado hasta la extenuación que me cayera un jodido diluvio en el alma. Echo de menos cada tormenta.
Tal vez solo hay algunas canciones que activan el fin del mundo.
M.A.G.
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