Hoy me ha vuelto a quemar por dentro releer esas líneas que llevan años revoloteando por mi vida. Los escalofríos y el nudo en la garganta me han confirmado que no se puede grabar en la piel lo que ya es parte de ella.
He escrito toneladas de tristezas circulares, quejándome de lo cíclico o perdiéndome en sus putas curvas infinitas, renegando o asfixiándome. Pero siempre he acabado volviendo al principio.
Quizá solo sea una excusa fruto del cansancio, del miedo o de la culpa. No obstante aquí estoy. Otra vez. Como cuando tenía 17 años y lancé mil absurdos juramentos. Estaba condenada a volver desde el maldito momento en el que me marché.
No sé si siempre lo he sabido o si esto es tan solo una epifanía más. Una jodida cadena de casualidades perfectamente orquestada.
No hay cosa que me inspire más miedo.
Siempre pensé que estaba irremediablemente atada al pasado, pero nunca comprendí cómo. Todos los errores de cuando lloraba en los autobuses se precipitan hacia mí. Se supone que he aprendido algo. Se supone que esta vez debo afrontarlos.
Lo que no te dice nadie, ni te enseña ningún texto, es que cuando llega el momento de volver al comienzo sigues estando igual de perdida que al principio. Y perderse cuando conoces la dirección a la que te diriges es aún peor.
Definitivamente yo tampoco quiero crecer más. Ni romperme. Ni salir corriendo. Ni echarle huevos. Solo deseo haber aprendido a elegir. Y por desgracia, nadie tiene nunca esa certeza.
Mierda.
(Ya sé qué ventanas quiero romper,
y aunque se parezcan a las primeras
nunca serán las mismas.
Y a la vez jamás cambiarán)
M.A.G.