domingo, 1 de junio de 2014

A él

Que cuando él ríe, tiembla el océano.
Lo llena todo de luz, y no para de desordenar hasta el mismo caos.
Y cómo no va a ser bonito.
Como escribir tres veces tu final favorito, o encontrar un caramelo en el bolsillo.
Tan simple y a la vez tan enrevesadamente limpio, tan de color azul.
A veces pierdo de vista el reflejo de su sonrisa y tengo que cruzarme un mar de estrellas para encontrarlo.
Pero qué suerte.
Que aunque escriba poco porque antes dolía mucho, duele más no escribirle constelaciones hasta en el surco de su pasado.
Duele más un centímetro entre él y yo, que el barco hundido de mi tristeza.
Habrá quien piense que aún no sé bien como manejarme con palabras felices.
Posiblemente tenga razón. Posiblemente no lo entienda.
Me dijeron que dejara de escribirle al invierno cuando ya había llamado a la puerta la primavera.
Y puede que sea tarde. Pero qué desastre más hermoso regalarle flores al verano.
Tatuarme el sol en la espalda y navegar por sus pupilas, sin prisas, sin ropa, sin espacio.
Dejé de firmar todas las cartas con "salvadme" y ahora solo sé dar las gracias.
(Se me caen los versos por la almohada, me despeinan los "ojalá").
Mañana me despertaré...
Y no estarás cuando mire a la izquierda.
Eso sí es una catástrofe natural, y no las inundaciones ocasionales de mi cuarto.
Porque cuando viene el huracán de los suspiros, el sueño huye, pero él se queda.
Él siempre se queda.
¿Ahora entendéis por qué solo puedo dar las gracias?
M.A.G.


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