Y lo pensó tantas veces que terminó por olvidarlo.
Sabía que tenía el pelo del color de los ojos, recordaba la forma exacta en la que curvaba los labios con un "ya sabes por qué". Recordaba cada pequeño resquicio de sus palabras tristes. Era tan absurdo el ciclo de los acontecimientos que existían por culpa de lo jamás llegaron a hacer.
La había querido tantas veces. La había querido tan mal.
No era el típico chico, o quizás era exactamente esa clase de persona que nunca aspiró a ser. Porque a veces el espejo es la última trampa de la razón.
"Era preciosa. Era todo lo que no podía tener y todo lo que se encontraba al alcance de mi mano." Y la eterna contradicción acabó por enterrarlo vivo.
Ella no existía realmente. Era la proyección de una posibilidad, un sueño incierto, un reflejo de la perfección que distaba de ser perfecta.
O ella ocupaba plenamente el espacio de lo real, de lo sólido, de la risa contra el cristal.
Era y no era.
Su forma cambiante y sus abrazos de espuma. Su nuca, la cara oculta de su nostalgia, y toda la violencia que escondía en las costillas, dos centímetros por encima de lo que muchos llaman corazón.
Calma que estudia a la tormenta, y huracán que se pierde en el silencio. Era absurdo ponerle nombre a lo que carece de cualquier tipo de reglas, de compases, de cifras.
Su pelo se perdió en un pasillo oscuro. Él olvidó una vez más.
Cuando recuerde, el calor de sus ojos de bruma estará extinguido para él. Y si algún día vuelven a encenderse como un cielo amurallado, él cerrará los suyos con certera indiferencia.
Jamás se encontraron.
Porque solo la quería cuando huía tan lejos que parecía rozar el infierno.
M.A.G.
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