lunes, 2 de septiembre de 2013

La casualidad más grande.

Y de repente volvemos a girar en espiral, regresamos al principio a una velocidad de vértigo sin tener ni puta idea de cómo frenar. Ni siquiera sabemos lo que queremos, y probablemente no sepamos querer, ni mucho menos.
Las sonrisas furtivas, los suspiros a ciegas, y esos cigarros que a veces fumo a medias, son lo que se beben mi sueño y vomitan mi insomnio. Últimamente das tantas vueltas en mi cabeza que ya no sé ni hacia qué dirección vamos.
¿Será realmente esta la casualidad más grande? ¿La que golpee mi vida por segunda vez, dejando aquella marca en mis costillas? Y otro café más a deshora, otro garabato en el cuaderno azul, lleno de heridas de guerra y de sueños intangibles. Otra vez tú. Ya he perdido la cuenta de idas y venidas, de vaivenes y encuentros que amenazan con estallar y destruirnos a su paso. Estamos condenados a querer que ocurra, a perder la cabeza con la misma velocidad con la que la recuperamos. Condenados. Qué palabra tan acertada.
Y me doy de hostias contra toda esta historia absurda, me bebo una copa por cada devaneo oscuro, y por cada aliento que contenemos esperando el próximo paso del otro. Estoy perdiendo el juicio una vez más, y creo que te odio por ello.
(En realidad creo que jamás podría odiarte, y lo peor es que tú también lo sabes.)
Jugamos nuestras cartas de la mejor forma que podemos, pero ambos somos pésimos y siempre nos descartamos mal. Vivimos en un punto muerto imposible, tiramos y aflojamos reprimiendo las ganas, midiendo causas y consecuencias de algo que no es cuantitativo. Conocemos el final inevitable, pero seguimos dando vueltas en una noria de la que no sabemos cómo bajar.
A veces cierro los ojos bajito y juego con el tiempo a mi antojo. Revivo imágenes que jamás podrán morir del todo y me pregunto por qué nunca hemos podido hacerlo bien. Somos el resultado de una mala elección tras otras, de las palabras equivocadas en el momento inadecuado. Y ahora qué.
Seremos un huracán inoportuno que arrasará con toda la mierda que encuentre a su paso. Estamos esperando una excusa con sabor a alcohol y a noches que no terminan, y quizá entonces todo acabe o comience de verdad. No sabemos hacia dónde vamos a llegar.
Estamos embarcados en una casualidad gigante que empieza a decidir por nosotros. Y no tenemos ni puta idea de cuáles son los límites que nos rodean.
Quizá solo necesitemos un golpe de suerte, un poco de valor o una madrugada que nos abra la puerta.
Qué ironía.
M.A.G.

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