viernes, 10 de octubre de 2014

Cuando los días te hielan

Echo de menos el calor. O simplemente un abrazo. Ni siquiera tengo inspiración, y siento las palabras suicidarse contra mi garganta. Tengo frío hasta en los argumentos, hasta en el último hueco del pecho.
(Las mantas no tapan la nieve que corona mi piel.)
Lentamente he ido acurrucándome en las heridas, hasta que ellas mismas han decidido leerme cuentos para dormir (hace mucho que no se acuerda nadie). El único calor posible se derrama en mis mejillas, apagado y violento a la vez. Un dolor sordo pero insistente. Me consumo entre parpadeos vacíos, cansados, sin rabia ya.
El reloj parado me observa con cierta ironía y quién soy yo para no reírme. Intento vaciarme pero el frío se expande, me cubre, me hiela. Ni siquiera entiendo qué quieren estas letras. A veces me pregunto cómo es posible sentirse tan inmensamente sola y a la vez tan atiborrada de emociones de mierda. Quién necesita las drogas teniendo sobredosis de intensidad perpetuas.
El insomnio respira en mi nuca y hace mucho que no sé correr. Me tiemblan hasta los silencios que nunca existieron.
Acaba de anochecer en mis pupilas, y tampoco deseo que llegue otro día a salvarme con su luz. Soy un ejemplo de naranja oxidado,  de gris perdido. Me compongo de los colores que nadie desea mirar.
Volvemos a quedar los libros y yo, condenados a ser los raros, la parte que estorba. Fahrenheit 451, tan parecido a veces al 2014... Y yo no soy más que tinta y sangre.
Algún día huiré tan lejos que todos me habréis olvidado cuando decida regresar. ¿Querrá la tristeza fugarse conmigo?
M.A.G.

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