He perdido los papeles una vez más. Los arrastra una corriente de agua que en realidad es tan solo viento, palabras y sonrisas de memoria (esas sonrisas que duelen porque tienen el verbo en pasado rodeando los labios).
Romper con toda cordura y observar los círculos que te rodean, como espirales infinitas. Cuando todas tus acciones parecen llevarte al mismo sitio, cuando ningún paraguas te resguarda de la lluvia de recuerdos. El pasado te lo repite, te lo escribe en mayúsculas ante tus ojos.
Las mayúsculas son una mierda, y yo siempre acabo perdida en la letra pequeña de personas grandes. Y pasa lo que pasa. Ocurren las ironías, en todo su esplendor. Sus consecuencias. Los espejos rotos, los ojos rotos.
Las grietas de mis paredes azul cielo, las miradas inocentes y todo aquello que tienes pero que no tienes. Ese es el problema. Las paradojas, las ironías, los cafés fríos y el alcohol que no crea el olvido, sino que vivifica los recuerdos.
No me entendáis. No busco comprensión, ni compasión, ni ningún tipo de sentimiento parecido. No quiero nada. Solo lo que no puedo tener.
Y esto es una puta mierda, porque ni siquiera sé escribir nada decente, ninguna de estas palabras consigue salvarme, y si no pueden ellas ¿quién será capaz? Ya no hay sentido, no hay horas, no hay lugar.
Me miro al espejo de mi conciencia y solo veo reproches callados con sabor a despedida. Y me da miedo vivir en un círculo eterno la misma historia con diferentes argumentos.
No salgo de ahí. Porque no quiero salir. Las causas perdidas me atraen magnéticamente, tiran de mí, le ganan la batalla al sentido común, pisotean a la razón y me miran, me observan con sus ojos llenos de ternura, de inestabilidad, de fragilidad inconsecuente. Cómo decir que no. Si el corazón ha aceptado desde el primer segundo y la decisión tomada arrastra al resto del inútil mecanismo de control.
Inútil. Qué palabra tan inevitable.
Así que el enésimo bucle de infinitud se ha puesto en marcha. Ahora solo queda destrozarse poco a poco y ver por dónde va a desgarrar el final. Cómo voy a morir esta vez. Ángel González sabía todo esto y por eso quizá lo olvido yo tan fácilmente. ¿Cómo puede aterrar tanto leer a un poeta? Esa es la pregunta número 27 de mi lista de curiosidades que matan. Por eso me gustan tanto los gatos. Y los cristales rotos.
Y ya solo sé divagar delirios inconsistentes que apestan a distancia, a olvido, a miedo y a 'quédate y sálvame aunque me acabe destruyendo'.
No sé si quiero salir del círculo si eso conlleva ganar la razón, y perder el vicio de volver a caer una y otra vez en la intensidad de querer hasta dejarme algo más que la piel y el alma.
Solo sé que quiero agarrarme a las palabras que me atan a este mundo, porque si no, sabe Dios dónde coño caeré.
Pero que no sea en el olvido. Por favor, eso nunca.
Prefiero mil muertes a no ser ni un recuerdo de los que estremecen a las estrellas.
M.A.G.
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