miércoles, 5 de septiembre de 2012

Fantasmas, escaleras y lo que queda.

Que solo escribo para contar cosas tristes es un hecho inapelable. Que por las noches lloro más que por el día es a veces cierto y a veces simplemente una mentira.
Que últimamente me paso el día recordando, es algo que no quiero reconocer.
Tiro sillas al suelo y echo de menos cigarros que nunca me fumaré. Luego abro y cierro ventanas, y me pregunto ¿por qué hace tanto que no las rompo? Y otro escalofrío.
Intento no caerme por las escaleras de la memoria, pero a veces corro para que no me alcancen los fantasmas. Y resbalo. Me quedo allí tendida con los ojos cerrados y nunca sé qué callar.
Contengo la respiración incandescente, fruto de pensamientos que prefiero no olvidar. Y entonces me siento en la escalera y observo al fantasma. "Tiene una bonita sonrisa" acierto a pensar. En realidad, podría considerarse cualquier cosa menos un acierto. Pero bueno, algunas palabras no significan nada en realidad. He ahí la magia.
El fantasma me mira y los dos nos observamos con nuestros ojos vacíos y vidriosos. "¿Qué quieres?" Nunca aprenderé que los fantasmas no contestan, solo te contemplan desde alguna escalera imaginaria e inalcanzable.
Pero, si no existe la escalera ¿dónde estoy yo sentada? Y en ese momento la escena cambia y caigo al vacío. No grito. No me sorprendo. Debería haber aprendido hace mucho tiempo a no jugar con las trampas de mi propia imaginación. Sin embargo, suspiro e intento enfocar la mirada. Solo pienso en el fantasma. ¿Dónde está? ¿Ha caído él también? Delirios de quien lo ha perdido casi todo y solo sabe aferrarse a sombras vacías sin voz. Por eso la tristeza es mi mejor amiga. Ella es la llave que abre cualquier recuerdo dormido y que despierta a todos los fantasmas encerrados. Es de color azul y gris y a veces me cuenta cuentos sobre ciudades lejanas y estrellas. Otras, simplemente me hace llorar y me mira jugar con mis sombras. Creo que incluso llora conmigo por la cantidad de llaves que tiene que guardar.
Me desato los cordones y me muerdo el labio mientras pienso en ese cigarro que solo es humo, como mis recuerdos. Luego miro el café ardiendo que sujeto casi sin darme cuenta, mientras me pregunto qué se sentirá al arder como una llama.
La memoria sabe demasiado sobre combustiones.Y mis ojos simplemente queman, sin arder.
Yo solo sé pedir cafés y sentarme en escaleras con forma de capicúa. Las ironías son otra historia.
Y lo que queda de mí, es el argumento.
M.A.G.

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