El universo infinito se le había quedado pequeño, y aquel día lo comprendió. Jugando en su cabeza con aquella bola del mundo que habitaba en lo más profundo de los sueños. Otra vuelta de tuerca, otro giro en la noria.
Caminaba entre la niebla, callada, ausente, creyendo que de verdad había algo tras las estrellas. Lanzaba besos con los ojos a la vida (luego se arrepentía, cuando amanecía con ellos húmedos y con el alma encogida).
Una noche se juró (qué inconsciencia la suya, qué inocencia tan estúpida) que nunca nadie la volvería a destrozar. Que no quería más corazón que el suyo propio. Que el olvido era un hecho, un escrito firmado, un 'no' firme en su conciencia.
Y esa madrugada, aquella llama de sus recuerdos, esa mirada turbia del pasado, se plantó frente a ella.
-Has perdido la cabeza-se dijo a sí misma-. Él no iba a volver. Me lo aseguró.
No obstante, eran aquellos ojos irónicos de color indefinido, no le cabía duda. La figura recostada en la farola, frente a su portal, lucía esa sonrisa desgastada y llena de odio, ese cigarro en los labios que tan bien conocía ella.
Las piernas le temblaban, y la seguridad que le daban sus tacones se convirtió en vértigo.
Pero mantuvo intacto su valor, y las ganas de romper el mundo entero en aquel momento fueron más fuertes que ella.
Lanzó una pequeña risa, reventando cualquier esperanza de tregua que él tuviera.
-¿Qué quieres? No son horas, no es tu casa, y yo ya no soy tuya.
Ni siquiera levantó la mirada del cigarrillo. Ya la había observado de lejos lo suficiente. Ya la había contemplado cada noche en su recuerdo y en sus pesadillas. No necesitaba ver sus crispados labios rojos, ni ese aparente odio inspirado por el rencor.
-Las cosas han cambiado mucho. El tabaco no sabe igual si no me lo quitas con tu saliva de la boca.
Ella solo tenía ganas de llorar, de correr, o de pegarle un puñetazo. Él era él. No tenía derecho a hacerle eso.
Él.
Ese tipo de amor que te revienta el alma una vez, te incendia y luego se queda observando como cada puta ceniza se transforma en una herida. Esa atracción prohibida e inalcanzable, esa maldita persona que la alteraba hasta lo más profundo de su ser.
-Las cambiaste tú el día que decidiste que una ventana abierta y una botella de ron sí merecían la pena, pero que yo, no. Piérdete en alguna canción, o búscate en el portal de otra.
-Estás temblando-él seguía sin mirarla-. Deberías comprarte otro reloj, y dejar de llegar tarde a las personas. Nunca entendiste que necesitaba saltar, y que tú solo querías volar. Yo soy grito, y tú cristal.
Y ahí, ella perdió las fuerzas. Se perdió.
Así (no) termina otra historia de caricias que se transformaron en mierda, de insultos a las tres de la mañana y de besos con sabor a vida.
M.A.G.
martes, 20 de noviembre de 2012
jueves, 15 de noviembre de 2012
Esa chica y el espejo.
Un cigarro mal apagado en el suelo, que quizá tuviera nombre de nostalgia. Papel de la marca OCB a las 4 de la mañana en unas viejas escaleras de metro. Y no se me ocurre otra forma mejor de explicarlo.
Como ese vaho que empaña a veces los espejos y que distorsiona ligeramente la realidad. ¿Cuántas Alicias habrán querido atravesarlo? (me pregunto mientras rozo su superficie con la mirada perdida).
'Y otra vez caeré'. Cojo aire mientras me ahogo en una espiral de frío y recuerdos, de miedos y de adicciones repentinas. Quién tuviera litros de alcohol para alejarse y ahogar la conciencia (a veces tan puta), o simplemente una voz rasgada que se clave en los oídos y te parta el alma en dos.
-¿Te crees capaz de salvarte?
-Nunca. Por eso aún no he caído del todo.
Aquel humo nunca se disipa del todo (decíamos, mientras fumábamos en el balcón). O quizá simplemente sea otra trampa de mi imaginación, otra imagen borrosa y artificial creada para invadir de melancolía la ya de por sí extraña tristeza que me compone.
'Lo siento'. Y demás verdades disfrazadas de mentiras. Yo aún recuerdo a la chica que caminaba bajo la lluvia con la mirada borrosa, sometida a los caprichos de canciones que hacen pedazos. Ella a veces llora en mi interior, es la voz de mis ataques nocturnos, de mis viejas ansiedades.
(Ya nadie habla de fantasmas tan reales como personas).
Todo el mundo sabe que debajo de la cama se esconden los mayores monstruos. Pero a veces olvidamos que es en los espejos donde se encuentra nuestro peor enemigo. Por eso los 'siete años de mala suerte para quien los rompa'. De alguna manera tenemos que frenar ese dulce e inútil impulso de golpear el absurdo cristal, hasta que nuestra imagen se distorsione por completo.
(Hoy mis ganas ya no son tan frágiles como parpadear, hoy mi sonrisa no está cosida con miedo).
Nunca tengo claro qué historia estoy intentando contar. La realidad últimamente se compone de pedazos de calendario, de esperas y de aviones.
En medio de un guion algo extravagante, estoy yo. La chica que se sienta en la parte de atrás de los autobuses y que tiembla en cuanto salen esas canciones.
No hay punto final ni palabra que sepa acabar una frase mejor que un suspiro.
Ahí va.
M.A.G.
Como ese vaho que empaña a veces los espejos y que distorsiona ligeramente la realidad. ¿Cuántas Alicias habrán querido atravesarlo? (me pregunto mientras rozo su superficie con la mirada perdida).
'Y otra vez caeré'. Cojo aire mientras me ahogo en una espiral de frío y recuerdos, de miedos y de adicciones repentinas. Quién tuviera litros de alcohol para alejarse y ahogar la conciencia (a veces tan puta), o simplemente una voz rasgada que se clave en los oídos y te parta el alma en dos.
-¿Te crees capaz de salvarte?
-Nunca. Por eso aún no he caído del todo.
Aquel humo nunca se disipa del todo (decíamos, mientras fumábamos en el balcón). O quizá simplemente sea otra trampa de mi imaginación, otra imagen borrosa y artificial creada para invadir de melancolía la ya de por sí extraña tristeza que me compone.
'Lo siento'. Y demás verdades disfrazadas de mentiras. Yo aún recuerdo a la chica que caminaba bajo la lluvia con la mirada borrosa, sometida a los caprichos de canciones que hacen pedazos. Ella a veces llora en mi interior, es la voz de mis ataques nocturnos, de mis viejas ansiedades.
(Ya nadie habla de fantasmas tan reales como personas).
Todo el mundo sabe que debajo de la cama se esconden los mayores monstruos. Pero a veces olvidamos que es en los espejos donde se encuentra nuestro peor enemigo. Por eso los 'siete años de mala suerte para quien los rompa'. De alguna manera tenemos que frenar ese dulce e inútil impulso de golpear el absurdo cristal, hasta que nuestra imagen se distorsione por completo.
(Hoy mis ganas ya no son tan frágiles como parpadear, hoy mi sonrisa no está cosida con miedo).
Nunca tengo claro qué historia estoy intentando contar. La realidad últimamente se compone de pedazos de calendario, de esperas y de aviones.
En medio de un guion algo extravagante, estoy yo. La chica que se sienta en la parte de atrás de los autobuses y que tiembla en cuanto salen esas canciones.
No hay punto final ni palabra que sepa acabar una frase mejor que un suspiro.
Ahí va.
M.A.G.
miércoles, 7 de noviembre de 2012
Terceras personas.
Dos pasos, evitando al miedo. Una respiración entrecortada. Crack. Caen las los espejos.
Ella se sumerge en una sudadera, buscando un olor que sabe que no está (pero cómo quitarse el vicio de querer encontrar lo que se halla lejos). Ella tiembla, a veces, cuando la noche se come sus ojos y le escupe pesadillas. Ella, solo ella.
Y cuando las estrellas pinchan, y la Luna (fría, siempre lejana y excesivamente pálida) muestra su indiferencia oscura, ella se pinta los labios y sale a besar las caricias que aún no ha dado.
Ella se cree niña y mujer, ella nunca entiende de etiquetas, solo quiere las de sus vestidos nuevos. Ella y la tristeza han llegado a ser una sola. Y no lleva pendientes porque le basta con sus lágrimas.
Necesita de papel y abrazos, de palabras y personas. Y hay días que es invencible, aunque se caiga de madrugada y quiera evaporarse para siempre.
Sus ataques de pánico nocturnos -casi tan frecuentes como sus ojeras y sus medias rotas por la mala suerte (ojalá por ti)- la han convertido en nostalgia y recuerdos (quizá sean otras formas de pronunciar su nombre).
Corre contra un reloj que nunca ve y se entretiene con poemas que la hacen llorar. Luego se pregunta por qué existen las cosas bonitas y le entran esas ganas de fumarse un cigarro que sabe que no le gustará. Tal vez por eso no le salgan las cuentas cuando bebe y acabe vomitando en alguna carretera solitaria, toda autodestrucción.
Vive solo de inspiraciones a las cinco de la mañana y de recuerdos con nombres propios que ocupan (u ocuparon) demasiados latidos y océanos de esos que naufragan en el cuello.
Y solo lee aquellos libros tristes donde el fatalismo arruina la vida de los protagonistas, donde los amores imposibles parten corazones y vidas (y su alma, oh su alma se despedaza en cada página), donde los fantasmas son tan tangibles que ella los respira y se inunda. Rota, siempre cicatrices.
Ella soy yo (la tercera persona y sus bonitos verbos, ya se sabe).
Pero...
Entonces.
Él.
Y las cicatrices son borrones viejos de melancolías ausentes.
Hay rayos de sol ocultos ocultos entre sus pestañas, pero él no los sospecha.
Por eso ahora leo entre sus líneas aunque esté lejos, y si me ahogo entre complejidades y aguas rotas, él me susurra, me calma, me salva. Todo está bien.
A veces su sonrisa me despierta en sueños. Y él ni lo sabe (shhh).
M.A.G.
Ella se sumerge en una sudadera, buscando un olor que sabe que no está (pero cómo quitarse el vicio de querer encontrar lo que se halla lejos). Ella tiembla, a veces, cuando la noche se come sus ojos y le escupe pesadillas. Ella, solo ella.
Y cuando las estrellas pinchan, y la Luna (fría, siempre lejana y excesivamente pálida) muestra su indiferencia oscura, ella se pinta los labios y sale a besar las caricias que aún no ha dado.
Ella se cree niña y mujer, ella nunca entiende de etiquetas, solo quiere las de sus vestidos nuevos. Ella y la tristeza han llegado a ser una sola. Y no lleva pendientes porque le basta con sus lágrimas.
Necesita de papel y abrazos, de palabras y personas. Y hay días que es invencible, aunque se caiga de madrugada y quiera evaporarse para siempre.
Sus ataques de pánico nocturnos -casi tan frecuentes como sus ojeras y sus medias rotas por la mala suerte (ojalá por ti)- la han convertido en nostalgia y recuerdos (quizá sean otras formas de pronunciar su nombre).
Corre contra un reloj que nunca ve y se entretiene con poemas que la hacen llorar. Luego se pregunta por qué existen las cosas bonitas y le entran esas ganas de fumarse un cigarro que sabe que no le gustará. Tal vez por eso no le salgan las cuentas cuando bebe y acabe vomitando en alguna carretera solitaria, toda autodestrucción.
Vive solo de inspiraciones a las cinco de la mañana y de recuerdos con nombres propios que ocupan (u ocuparon) demasiados latidos y océanos de esos que naufragan en el cuello.
Y solo lee aquellos libros tristes donde el fatalismo arruina la vida de los protagonistas, donde los amores imposibles parten corazones y vidas (y su alma, oh su alma se despedaza en cada página), donde los fantasmas son tan tangibles que ella los respira y se inunda. Rota, siempre cicatrices.
Ella soy yo (la tercera persona y sus bonitos verbos, ya se sabe).
Pero...
Entonces.
Él.
Y las cicatrices son borrones viejos de melancolías ausentes.
Hay rayos de sol ocultos ocultos entre sus pestañas, pero él no los sospecha.
Por eso ahora leo entre sus líneas aunque esté lejos, y si me ahogo entre complejidades y aguas rotas, él me susurra, me calma, me salva. Todo está bien.
A veces su sonrisa me despierta en sueños. Y él ni lo sabe (shhh).
M.A.G.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)