miércoles, 7 de noviembre de 2012

Terceras personas.

Dos pasos, evitando al miedo. Una respiración entrecortada. Crack. Caen las los espejos.
Ella se sumerge en una sudadera, buscando un olor que sabe que no está (pero cómo quitarse el vicio de querer encontrar lo que se halla lejos). Ella tiembla, a veces, cuando la noche se come sus ojos y le escupe pesadillas. Ella, solo ella.
Y cuando las estrellas pinchan, y la Luna (fría, siempre lejana y excesivamente pálida) muestra su indiferencia oscura, ella se pinta los labios y sale a besar las caricias que aún no ha dado.
Ella se cree niña y mujer, ella nunca entiende de etiquetas, solo quiere las de sus vestidos nuevos. Ella y la tristeza han llegado a ser una sola. Y no lleva pendientes porque le basta con sus lágrimas.
Necesita de papel y abrazos, de palabras y personas. Y hay días que es invencible, aunque se caiga de madrugada y quiera evaporarse para siempre.
Sus ataques de pánico nocturnos -casi tan frecuentes como sus ojeras y sus medias rotas por la mala suerte (ojalá por ti)- la han convertido en nostalgia y recuerdos (quizá sean otras formas de pronunciar su nombre).
Corre contra un reloj que nunca ve y se entretiene con poemas que la hacen llorar. Luego se pregunta por qué existen las cosas bonitas y le entran esas ganas de fumarse un cigarro que sabe que no le gustará. Tal vez por eso no le salgan las cuentas cuando bebe y acabe vomitando en alguna carretera solitaria, toda autodestrucción.
Vive solo de inspiraciones a las cinco de la mañana y de recuerdos con nombres propios que ocupan (u ocuparon) demasiados latidos y océanos de esos que naufragan en el cuello.
Y solo lee aquellos libros tristes donde el fatalismo arruina la vida de los protagonistas, donde los amores imposibles parten corazones y vidas (y su alma, oh su alma se despedaza en cada página), donde los fantasmas son tan tangibles que ella los respira y se inunda. Rota, siempre cicatrices.
Ella soy yo (la tercera persona y sus bonitos verbos, ya se sabe).
Pero...
Entonces.
Él.
Y las cicatrices son borrones viejos de melancolías ausentes.
Hay rayos de sol ocultos ocultos entre sus pestañas, pero él no los sospecha.
Por eso ahora leo entre sus líneas aunque esté lejos, y si me ahogo entre complejidades y aguas rotas, él me susurra, me calma, me salva. Todo está bien.
A veces su sonrisa me despierta en sueños. Y él ni lo sabe (shhh).
M.A.G.

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