domingo, 9 de diciembre de 2012

Cara B

Todo era lo mismo y a la vez, nada cobraba el sentido esperado.
El edificio de siempre, al lado de aquel parque tan de sobra conocido. Esa vieja farola, el árbol que parecía a punto de caer pero que milagrosamente, ahí aguantaba. "Me recuerda a mí" pensó él.
"Y ya basta de descripciones. ¿De qué me sirve mirar el mismo escenario si el tiempo, el argumento y los actores han cambiado?"
Encendió otro cigarrillo. Meses intentando esquivar sus recuerdos, y ahora comprendía que jamás debieron ser pasado. Y, en realidad, nunca lo fueron (por mucho que se hubiera convencido de ello, ni siquiera todos los puñetazos a la pared de su habitación habían logrado hacer desaparecer esas pestañas de su retina).
Esperaba. Sabía que ella aparecería, tarde o temprano. Le sobraba el tiempo (ya no le encontraba sentido a horas, minutos y segundos. Eran simplemente parte de un reloj siempre atrasado).
Sonrió al verla venir de lejos. Aquellos pasos tambaleantes, la mirada vidriosa de quien ha bebido de más, la falda corta y los labios rojos. No podía ser ninguna otra.
Suspiró mientras ensanchaba su sonrisa. Qué ironía. Leía el miedo en sus ojos desde lejos. Él, que prometió matar todos sus monstruos. Ella, que solo se sentía segura en sus brazos.
Ya no eran ellos. Simplemente se habían vuelto dos extraños que se alimentaban de su propia memoria. Marionetas de convicciones de otros, dueños de vidas más convencionales.
"¿En qué nos hemos convertido?" pensó él mientras la observaba acercarse lentamente.
Ella se paró a una distancia prudente. Él aguantó la tentación de ensanchar la sonrisa. Podía sentir claramente las ganas de aquella chica que intentaba no temblar. Ganas de partirle la cara, de partirle los labios, de partirle el pecho en un abrazo. Su risa sarcástica era la defensa de quien no quiere reconocer su derrota. Habló, pero él ni siquiera se molestó en escucharla. Ya sabía sus palabras, conocía sus pesadillas, podía palpar sus murallas, y estaba rasgando levemente la superficie de su autocontrol.
Se concentró en fumar y en romper las barreras inútiles que ella había intentado colocar.
-Las cosas han cambiado mucho. El tabaco no sabe igual si no me lo quitas con tu saliva de la boca.
Pudo oír el primer "crack" en aquel muro de hielo que los separaba. Sentía como su mirada ardía, y ella no podía hacer nada contra eso. El fuego terminaría por derretir hasta la última capa de hielo. Arrasaría con todo, para bien o para mal.
"Qué paradójico incendiar aquello que tienes intención de salvar" pensaba él mientras la respiración de la chica se volvía más acelerada y audible.
Ella volvió a atacar intentando impregnar de odio sus palabras, con la esperanza de envenenarlas de rencor y así alejarlo. Él ni siquiera necesitaba observarla. La conocía demasiado bien. "Pretende herirme dirigiendo  hacia mí un odio que no me pertenece. Ella solo se odia a sí misma."
-Estás temblando-él seguía sin mirarla-. Deberías comprarte otro reloj, y dejar de llegar tarde a las personas. Nunca entendiste que necesitaba saltar, y que tú solo querías volar. Yo soy grito, y tú cristal.
Y ella se rompió. Él pudo sentir en su propio cuerpo el dolor, y el cigarrillo se soltó de su boca, consumido por completo.
-No somos ceniza. Te lo prometo-susurró él.
Solo quedaba una cosa por romper, y era la distancia. Un paso. Dos. Tres.
-Que el mundo sea el que se consuma. No volvamos a convertirnos en una explosión que se va dejando tras de sí olor a pólvora quemada y cristales rotos en el suelo. Devuélveme el alcohol de tus labios, y quédate con mis escombros a cambio. Siempre han sido tuyos.
"Y siempre lo serán" (su último pensamiento, antes de que ella deciciera desaparecer en su portal o enterrarse en las estrellas de sus ojos).
M.A.G.

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