viernes, 14 de diciembre de 2012

Al pasado.

Y todas las noches escuchábamos McEnroe para oírnos en sueños. A veces funcionaba, y era la lluvia quien mojaba nuestro miedo cuando temíamos abrir aquella ventana.
Una vez prometí que nunca dejaría que me contaran cuentos sobre mí, porque luego me los creo y, dime, ¿de qué sirven todas las princesas de cristal y las chicas de arena, si luego se quedan solas mientras el fuego las quema? Aquellas historias que destruían terrores nocturnos para luego crear ese miedo a las personas.
Esto es una carta a mi pasado, anónima, sincera y absurda. El saber colocar los puntos finales es un verdadero arte. O quizás simplemente una de esas formas de tentar al destino (¿quién te dice a ti
que no es solamente un puto y aparte,
otro párrafo de hielo, esperando derretirse y calar en tus huesos?).
Nos peleábamos por esos vinilos que nunca llegamos a tener, quizás porque las promesas absurdas no eran suficientes para crear aquel ambiente de sutil relajación (otra de esas mentiras suaves que nunca nadie se molesta en explicarnos).
Mis reproches favoritos son aquellos que vienen de la mano de advertencias a las que no hiciste caso. Cortar el único hilo que me ataba a la cordura fue el resultado de que todas las palabras rodaran por el suelo, hipnotizándome con el sonido de las letras chapoteando en los charcos. El desastre absoluto, perfecto; nuestro naufragio.
Hablarle al pasado es acariciar nuestros errores con suavidad, como quien le suspira a las bailarinas de las cajas de música (esas notas temblorosas, idílicas y tan hermosas como el cristal más brillante y diminuto).
El final de esta carta es una ironía. Aún recuerdo cómo rompiste mi canción, desoyendo cada palabra que pronunciaste. Hace unos días (inmersa en ese ciclo de casualidades que invisiblemente teje toda nuestra vida) otra canción llegó a mis oídos, la primera de todas. Y sonreí. Cualquiera diría que era una pequeña señal que no me molesté en tener en cuenta. Sí, solamente fuimos dos extraños.
Como aquella otra vez. Como 'Los días contados'. (Mis) Ironías en forma de capicúa, claro.
A día de hoy procuro no jugar con las canciones.
¿Gracias? pasado.
PD: Tus recuerdos son mi mejor almohada por las noches.
M.A.G.

2 comentarios:

  1. Los reproches nunca son buenos, menos aún, los que nos hacemos a nosotros mismos.

    Besos!!

    ResponderEliminar
  2. La dichosa autocrítica, es lo que tiene...
    Más besos para ti!

    ResponderEliminar