Tenía una ingente cantidad de palabras bonitas guardadas bajo llave en los labios. Y me he atragantado con ellas.
Besos que pierden metros, edredones que se enredan, miradas que te parten. Momentos congelados, recuerdos en llamas. En el ojo del huracán, en el centro de la tormenta, quedo yo.
Solo yo.
Y la ansiedad. Y la nada.
(¿A esto se le puede llamar respirar?).
Las palabras se me escurren por los ojos, me ahogo en ellas. No soy capaz de flotar.
Alcohol para asfixiar las mierdas como el peor de los caminos posibles. Quizá por ello lo considero. Lo inadecuado, lo estúpido, lo autodestructivo; siempre es lo que elijo. (Y luego me planteo por qué no soy capaz de salvar nada ni a nadie).
Hacía mucho que los recuerdos no me hacían temblar así. Mi cuarto huele a él y creo que voy a estallar en miles de 'no pasa nada, estoy bien'. Como debe ser. No quiero consuelo, ni advertencias, ni consejos. Me basta con perderme en mis suspiros. Me basta con nada. Y nada es lo que queda, y lo que hay.
Una risa irónica resuena en mi cabeza, el miedo más oscuro es aquel que me impide encender las luces. El que apaga la calma. Procuramos ignorarnos mutuamente, pero él siempre me da los buenos días con impecable educación. El problema es cuando decide visitar mis pesadillas y tomar café conmigo por la noche.
(Luego me quejaré de madrugadas rompiendo cada plato que rocen mis dedos, observando el agua caer por todas partes mientras me dejo ir).
Lo peor es cuando siento que nadie lo escucha. Ese incesante roto que se va haciendo más grande en el alma, esa respiración ligeramente alterada, aquel vaivén de pupilas nerviosas. Y es entonces, en las habitaciones llenas de gente, cuando congelo un par de sonrisas y pierdo todos los hilos que me conectan con la realidad. La trivialidad se disfraza de risas que no significan nada y yo soy incapaz de echar a correr.
Esta noche no me importa escribir lo que sé que no se puede leer. La balanza que regula el bien y el mal se ha estancado en mi cabeza. Callo mientras grito en silencio. Y es su eco el que me persigue cuanto más lejos huyo.
Echar de menos es el mayor vicio para quien acaricia recuerdos.
M.A.G.
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