Fumar para dentro, tragando un humo grisáceo que enturbia hasta el recuerdo más claro. Tirar el café recién hecho por la ventana y contemplar con indolencia su caída, absorta en cada movimiento en espiral de la taza luchando contra una gravedad implacable.
Escribir 1999 cartas y firmarlas todas con "La chica que arañaba los cristales rotos en el suelo". Y luego preguntarse el por qué de aquella sonrisa irónica a las 5 de la mañana.
Supongo que es bonito creer que no esperas cuando llevas tatuado un reloj en el pecho. Del mismo modo que das explicaciones amables con una mirada extraviada, mientras tu aliento vaga por la nuca de aquel silencio.
Y quizá lo más divertido es esa esperanza oscura de que alguien lo entienda. Tal vez algún pedazo de papel de los que intentan salvarte sea tu mejor amigo. Qué mejor manera de resumir en él una historia cargada de círculos y cosas partidas por la mitad.
Las incoherencias que se disfrazan de palabras juegan al escondite con aquellos que intentan intuir cierta verdad en ellas.
Botellas
de alcohol para las heridas.
Frascos que te prometen una liberación que solo llega en forma de ligera evasión temporal. Y personas que quieren comprender. Que llegan incluso a asegurar (cómo si existiera alguna certeza en el mundo...) que abarcan con la mirada un interior tan roto que a veces incluso brilla. Y es esa manera de dejaros ciegos el mecanismo que protege los fragmentos más valiosos de todos los claroscuros que se guardan.
Que ya no hay héroes que surquen el cielo entero para conseguir un amago de sonrisa. Y si los hay, existen para miles de chicas bonitas de palabras amables, de pensamientos simples y coherentes, de sueños tan típicos como hermosos de oír. Chicas enteras, aplastadas dulcemente por una normalidad que quizá no sepa de magia, pero sí de besos, risas y promesas que se cumplen. No tienen que preocuparse por factores extraños que alteren hasta las ondas de una antena parabólica, de extrañas ironías que han tomado su vida, o de ir deshaciéndose en pedazos a cada pequeño suspiro.
No es ningún honor haber muerto en suelos de cuartos de baño, ni haberse ensuciado los ojos y los labios con poemas suicidas. Ser así no te convierte en especial, ni siquiera te otorga esa especie de magia que algunos esperan (he ahí el error, la ironía: el pensar que la tristeza es un atractivo o un reto, cuando simplemente es algo que te mata si tienes miedo).
La nostalgia no es un juego.
Y a veces parece que eso solo lo comprendo yo.
M.A.G.
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