Decía que tenía nombre de otoño
pero yo solo le intuía letras de abril mojado,
(y de lunares grises, oscuros, inalcanzables).
Escribíamos "suicidio" por todas las paredes
que tenían el valor de guardarnos,
y por las tardes mirábamos al cielo
como si nos fuera a llover
algo más que el silencio.
Toda aquella historia de risas y noches
que tan solo eran un sucedáneo de la vida.
Todos esos cortes que nos hacíamos en el alma
(como si nada pasara, como niños que juegan
a romperse la cabeza contra una puta mirada).
Y todos los cuentos de corazones rotos y callejones
de humo y de palabras.
Todo se acabó.
Once letras absurdamente definitivas.
Once extrañas que se juntan, inapelables,
irremediablemente atadas a nosotros.
Tan simple como respirar.
O como no (querer) hacerlo.
Qué más da sobre qué mierda escriba
(pensarás).
Qué más dan los arañazos, las noches,
los susurros, las poesías, el rímel corrido.
Esa soy yo.
Solo un punto
que siempre se equivoca de final.
Un espejo en blanco y negro
(a veces azul que llora y gris apagándose).
Soy demasiadas cosas que no significan
más que palabras y recuerdos empapados
en alcohol y rabia.
(Creo que se avecina uno de los últimos plurales).
Nos hemos matado a base de nada (más).
Y quizá algún día nos veamos
en una frontera inalcanzable
y volvamos a escribirnos el suicidio
en la rutina.
Que ya sabes que matarnos las ganas
es la única forma de reconstruir
cualquier ruina que se precie.
M.A.G.
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