No he venido aquí a hablaros de mis escalofríos
ni de mi insomnio forzado
o de cómo me araño la piel cuando estrangulo mi corazón.
No.
Tampoco os voy a explicar esa historia que todos conocéis
(llorar la memoria en un concierto porque, hostia).
Solo quiero recordar bajito y disfrazarlo de cuento.
De la versión distorsianada de mis latidos a las 6 (y 32 putos suspiros).
Y, mierda.
Nunca dejéis que una coraza
o la ingenuidad
os coman las ganas de derramaros en un folio
una cama
un silencio.
Yo tengo poco que enseñar y muchas tonterías que decir.
Sé demasiado poco y un así callo universos enteros.
A veces me pregunto cuántos "Putas ganas de seguir el show" voy a necesitar chillar mientras me deshago.
Cuántos cuerpos rechazaré por miedo a rechazarme a mí misma.
Cuántas cartas a nadie hacen falta para que una sola persona me conteste.
M.A.G.
lunes, 26 de enero de 2015
lunes, 19 de enero de 2015
Sobre improbables y otros "ojalá"
Nuestras palabras nos delatan, desde las tildes hasta las comas. Creemos que es la mejor manera de huir lejos, y olvidamos que contienen las huellas dactilares del alma. Qué ingenuos.
Nos joden las letras que forman "imposible" y hablamos de excepciones y de milagros como quienes poseen una fe incurable. Agarrarse a la épica cuando los quizás duelen demasiado y apurar el descuento buscando el gol del éxtasis.
Por eso después de millones de susurros contra una pared, creo que es mejor cruzar la línea de lo irrealizable, dejar de rezarle a los improbables, follarse a la puta mala suerte.
Porque tres minutos de valor absurdo con consecuencias nefastas son tal vez el mejor patrimonio de mi orgullo. Y porque a veces el agua helada te regala la risa y el caos y el silencio. Merece la pena arriesgar la dignididad de vez en cuando. Curiosamente se cura sola, y cuida sus heridas mejor que algunas personas. Las convierte en medallas que certifican el valor de nuestras derrotas.
De un momento de locura se pueden vivir varios años. Pero una vida de aguas apagadas y tranquilas no te salva el corazón del huracán del tiempo.
Y aprendemos eso jodidamente tarde.
No soy partidaria de idioteces gratuitas, sino de (algunas veces) hacer inteligentes los impulsos con un poco de razón, de conseguir protegerse sin ser coraza, de cuidar lo de fuera sin destruir lo de de dentro. (Aunque luego siempre nos consuman los extremos).
La historia de mediar entre el miedo y la verdad, otro cuento que perdimos entre hojas arrugadas de un libro que nunca quisimos escribir.
M.A.G.
Nos joden las letras que forman "imposible" y hablamos de excepciones y de milagros como quienes poseen una fe incurable. Agarrarse a la épica cuando los quizás duelen demasiado y apurar el descuento buscando el gol del éxtasis.
Por eso después de millones de susurros contra una pared, creo que es mejor cruzar la línea de lo irrealizable, dejar de rezarle a los improbables, follarse a la puta mala suerte.
Porque tres minutos de valor absurdo con consecuencias nefastas son tal vez el mejor patrimonio de mi orgullo. Y porque a veces el agua helada te regala la risa y el caos y el silencio. Merece la pena arriesgar la dignididad de vez en cuando. Curiosamente se cura sola, y cuida sus heridas mejor que algunas personas. Las convierte en medallas que certifican el valor de nuestras derrotas.
De un momento de locura se pueden vivir varios años. Pero una vida de aguas apagadas y tranquilas no te salva el corazón del huracán del tiempo.
Y aprendemos eso jodidamente tarde.
No soy partidaria de idioteces gratuitas, sino de (algunas veces) hacer inteligentes los impulsos con un poco de razón, de conseguir protegerse sin ser coraza, de cuidar lo de fuera sin destruir lo de de dentro. (Aunque luego siempre nos consuman los extremos).
La historia de mediar entre el miedo y la verdad, otro cuento que perdimos entre hojas arrugadas de un libro que nunca quisimos escribir.
M.A.G.
lunes, 12 de enero de 2015
"¿Y quién dice que tienes que olvidar?"
Y yo lo entendí
cómo se comprenden las cosas que nunca te sueltan.
Algunas palabras te calan desde las vértebras al alma
donde la cabeza no cuenta
donde los precipicios inundan las ideas.
Hemos escrito tanto sobre el olvido
quejándonos de su ausencia
en el naufragio de la piel equivocada.
Qué inútiles.
La hipocresía de arañar el pasado
mientras piensas en la combustión de los recuerdos
(joder, el color de mis ojos)
y le echas un puto pulso al tiempo.
Cuando la razón es casi una broma más
solo queda la esperanza de no olvidar
que el olvido se parece a una trampa.
M.A.G.
cómo se comprenden las cosas que nunca te sueltan.
Algunas palabras te calan desde las vértebras al alma
donde la cabeza no cuenta
donde los precipicios inundan las ideas.
Hemos escrito tanto sobre el olvido
quejándonos de su ausencia
en el naufragio de la piel equivocada.
Qué inútiles.
La hipocresía de arañar el pasado
mientras piensas en la combustión de los recuerdos
(joder, el color de mis ojos)
y le echas un puto pulso al tiempo.
Solo se debe correr si aprendes a mirar atrás
aunque decidas no volver.
Cuando la razón es casi una broma más
solo queda la esperanza de no olvidar
que el olvido se parece a una trampa.
M.A.G.
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