martes, 30 de octubre de 2012

Grietas.

Será que por la noche hace frío.
Hay cristales del color de la niebla, resbalando, sin dejar de caer. Atraviesan mi cara, dejando un leve rastro oscuro. Cristales (yo).
(¿Cuántos espejos habré roto pensando que eran ventanas?)
Aquella música suave, susurrante, nítidamente derretida en mis oídos. Y los recuerdos son el mi menor de todas las canciones.
'Fui solo una más de cientos'. Crack. Otro roto más. Hasta se escucha (shhh baja la voz...) si te callas sin estar como ausente. Solo mirándome.
Hablo de miedo atroz y de ganas de correr. De todo ese alcohol para suplantar a las personas que faltaban, y que nunca surtía el efecto ansiado. Respiraciones entrecortadas contra una sudadera que ni siquiera amordazaba a los suspiros. Escalofríos de hielo por la espalda (y no, no estás detrás de mí).
Y algo estalla dentro, rozando la impotencia que corre por mis piernas, rozando aquello que se escapa en mi interior. Rozando tu corazón, que a veces se hiere entre tanta mierda y tantas grietas. Mis escudos no siempre funcionan cuando no estás.
'Golpea bien. Hazlo bien' (no tengas miedo de partirme en dos sin querer, porque puede que quiera yo).
Todas esas tardes frente a la ventana cuando llovía y un par de libros que jamás debí haber leído, son los culpables de que tiemble y arda, y rompa cosas que ni siquiera existen.
Porque sé y entiendo que solo puedo comprenderlo yo. (Cómo corta, joder). Porque las palabras no valen cuando una simple unidad de medida y tres incoherencias que no llegan ni a pensamiento, intervienen en mi cadena de paranoias deductivas. Ahora cómo llevar las cuentas.
Y otro café más al suelo. Y otro grito que no llega a rasgar mi garganta. De nada. Sin 'mil gracias'.
Letras que se agolpan en una pantalla sin ningún orden lógico, sin esa coherencia que tanto os gusta utilizar para desmentir mis idealismos (qué os den, una vez más). Qué más me da.
Si un día más es un día menos y las horas (y un silencio de décima de segundo...) a veces me ahogan.
Creyendo que me golpeaba el mundo, alcé los brazos. Me defendí. Y el alma seguía temblando con sus mil fisuras y la nieve rodeándola.
Entonces, en un susurro, en un abrazo que no llegó, lo comprendí todo.
Sálvame de mí.
M.A.G.

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