viernes, 26 de octubre de 2012

Tormentas de otoño en días soleados.

Los resquicios de aquellos recuerdos son un veneno más. Adictivo, letal y envolvente como una asfixiante noche de verano. Y esa sustancia se desliza por los párpados de quien no quiere temblar. De quien teme respirar por si el aire arrastra también el último olor, el último beso.
Hay días que hablan mis crisis de ansiedad y mis palabras solo tropiezan unas contra otras, escaleras (de lo perdido) abajo. Golpes contra el suelo, arañazos de aire. Sin cicatriz visible, tan solo rasguños de mirada (y un poquito de alma).
Si la almohada no me presiona demasiado, le susurro las lágrimas bajito, hasta que la calma se desliza con ellas (y quién va a ir debajo de la cama a buscarla...) llevándose el escaso equilibrio que rige mi desorden de querer y odiar, de amar y extrañar, y de todas esas turbulencias que saben esconderse en cada latido.
Sin embargo hablaba de venenos y no de recipientes, de aquello que has tenido y se desliza por tu cabeza, de tortura silenciosa e incluso dulce (cómo no ver dulzura en aquellos ojos de mar y de paz). Quizá no sea destrucción física, pero el café que me mira por las mañanas sabe que mi boca solo lleva sus besos. Y qué más quiero para echar de menos incluso lo que aún no he terminado de tener.
Porque en algo tan diminutamente mágico como una canción, caben mil incendios de nieve. Todo ese calor helado que es el no poder tocar aunque sí sentir. Hay aviones y distancias que se enganchan entre nuestros suspiros. ¿Qué hacemos ahora? Cuando quema la ansiedad, cuando la voz se entrecorta.
Humo con olor a alcohol, labios tan lejanos como las estrellas, y vómitos de ansiedad. Paredes blancas. Eso es lo que queda en noches como las pasadas. En vez de sábanas, me abrazan cárceles hechas de algún material que no es su cuerpo. Y eso, eso oprime desde las cuerdas vocales hasta el alma. Con razón por la mañana huele el cuarto a ojeras y a sal.
Días sin color, problemas sin caos, heridas en la piel que son solo batallas ganadas entre nuestros sueños. Lo que realmente mata, es la ausencia y no las balas.
Podría hablar de viajes en coche donde nadie quiere bajar, o de noches de histeria pura arañando las sábanas. Pero también de caricias inacabables y de mañanas eternas entre ondas de risas y cálidos silencios. Lo uno, no existe sin lo otro.
Donde más miedo dan las tormentas, es en el sol. Las tormentas son más bonitas y más terribles cuando cuelgas de las estrellas.
Y así, así se explica todo. Creo que me llamo ironía.
Pero a veces, las ironías no son más que explosiones de belleza y miedo que nadie sabe calificar.
M.A.G.

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