Y otras palabras que decir cuando nada más importa. Y otros inviernos congelados que se escurren entre los dedos. Quizás sea el calor, quizás tus incendios.
Quizás, tal vez, y el resto de dudas que se caen de las letras.
Podría contar nuestras casualidades uniendo tu vida y la mía (¿o no era así?), pero lo que importa es este momento, este segundo que se desliza esquivo y perezoso por cada aguja del reloj. Esa escena.
(En mi cabeza llueve a menudo, le llega la tormenta de mis respiraciones y todo mi cuerpo se pierde encontrando gotas de agua).
Pero a lo que iba. (Tiendo a desviarme si pienso en tus pestañas, y ojalá siempre.)
Una imagen, que aparece, que me besa, que es un silencio del tamaño de un minuto mirándote. Y mis rodillas temblando, y todo el maldito mundo callado. Sabes de lo que hablo. (Sabes de lo que callo.)
Y todo el terremoto de agarrarse como si muriésemos, de morir como si no fuera suficiente cada amago de caricia que se cae entre parpadeo y beso. Una calle teñida por semáforos en rojo que se borran en nuestros ojos cerrados. Un abrazo asfixiando al miedo. Todos esos 'lo siento' que al final nunca hacen falta, porque sobran las palabras cuando nos tocamos.
El único 'fin' que se perfila es un simple número. De autobús, de vía, de puerta de embarque (palabras que no significan nada y que solo pueden quedarse en cifras, jugando a tener más filo que una espada, más balas que cualquier pistola). Y es más negro que cualquier abismo infinito, y solo hay algo más frío; buscarte en mi cama con la piel apagada, palpando tu vacío y mis suspiros.
Cuando cierras los ojos de madrugada y ya no sientes a nadie salvándote el mundo. Cuando la última lágrima deja a un lado la pereza y ni te enteras de que ha rozado tu boca y se ha perdido en tu camiseta. Cuando te ahogas de repente y, ¿quién te resucita ahora? Eres una causa perdida sin ojos donde encontrarse. Un cuerpo inútil, que es incapaz de conformarse a medias, que protesta, que se revuelve contra una cabeza que ya no se apoya en tu hombro. Dile tú ahora a mis oídos que se conformen con tu voz a kilómetros, y que no pidan tus labios contra ellos.
(Si ni siquiera los convences, no se te ocurra probar con mi boca y mis manos.)
La idea de cerrar con un punto y final parece revolverse en mi interior. ¿Cómo dejar de escribir si siento que he despertado al volcán de tus ausencias en mi pelo?
Pero hay que cortar las hemorragias si no se quiere morir desangrado. O eso dicen.
Procuraré no acabar cortándome a mí en el intento de escribir un '.' que ni siquiera siento como mío.
Os lo regalo, por si sabéis utilizarlo mejor que yo:
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M.A.G.
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