lunes, 4 de marzo de 2013

Cenizas

Media ironía. Esa sonrisa con olor a recuerdos y a un mundo que se hundía pero que salvábamos a base de ganas. Camas deshechas que se entremezclan, mundos que se hunden mediante los puentes que los conectan y toda esa serie de mentiras que huelen a alcohol barato y que se consumen junto con nuestros cigarros (y qué humo más bonito creábamos con suspiros y alas).
Latir por latir. Una máquina que crea sonrisas amables y chicas que bailan mientras vuelan en noches inacabables e infinitamente tristes. La tristeza disfrazada de nada.
Esa tristeza.
(El color que nos sumerge).
Y los labios rojos, del murmullo de la muerte, de aquella condena a vida que, (quién fuera pájaro o poeta y pudiera pintar llaves, borrar cadenas, construir caricias de parpadeos) siempre acaba pasando factura cuando te crees inmortal. Cuando te salvan.
Sin embargo el final nos enreda, con esa destrucción inevitablemente dramática. Los amagos de suicidio y esa nostalgia que borran aquello que fuimos, aquello como: Regálame unas alas y serás mi perdición favorita (otra de las cosas que jamás llegué a susurrarte en una noche de primavera que hemos perdido).
Hubiera sido tu mes de marzo favorito.
Pero lo has destruido, has dado la vuelta al reloj de arena y las ironías han empezado a desatarse, capicúa tras capicúa, en ese bucle sin fin que decide enredarme en principios eternos (a mi pesar, fascinantes).
Que el Sol de aquel comienzo aterrador ha tenido un destello raro, y mis pedazos con forma de chica triste no saben cómo arreglarlo. Será que he guardado todos los lazos para el pelo en la caja equivocada. Perdón por no saber nunca como enmarañar mi pelo mejor que con tus dedos.
(Odio desenredar mis sueños sin ti).
A veces creo escribir cartas hacia nadie, como si esperara que el cielo las leyese y me regalara una estrella fugaz solo para mí, la casualidad más grande de mi vida, aquella que (esta vez sí) acaba en en un fin con sabor de una muerte lejana y frágil ante tanta inmensidad contenida.
Un último roce de mi mejilla con tu mano.
Así termina una canción que no tiene notas (como aquella de Ángel González), que no es más que un cuerpo que mira un piano con la vida en los labios.
M.A.G.

No hay comentarios:

Publicar un comentario