Languidecemos. Nos destruimos a nosotros mismos como al peor de los silencios.
Con palabras que no llegan a pronunciarse. Con los gritos que jamás nos matarán.
'Te perdono" susurré contra mis rodillas, tirando otra piedra más al mar.
(Sin metáforas, sin palabras sobre palabras, desnuda, solo piel con letras).
Se apagaba el cielo con las olas rompiéndose a cada parpadeo suave contra el viento. Y yo quería encenderme, quería arreglarme, pero solo era una de esas explosiones de espuma que morían en la playa. Oscura, desgarrada, mordiendo el aire.
Y el pelo revuelto lleno de sal, los labios buscando aquella respiración con sabor a beso, los ojos queriendo perderse en el mar para ahogar cada minuto de ese reloj implacable y absurdo.
Que os equivocáis. Que el tiempo no cura una mierda, y las piedras con las que nos tropezamos son esas personas por las que nos tiraríamos de un puente si hiciera falta. Es una nimiedad caernos al suelo, aunque nos destrocemos la vida a golpes (somos poco más que heridas enamoradas de un polvo y una sonrisa).
Quizá el problema sea simplemente que nos hemos enganchado a la autodestrucción, y ya ni siquiera nos hacen falta las drogas para eso. Ni el vómito más sucio en un baño rodeado de colillas es capaz de acercarse a esa libreta donde solo aparece la palabra "nada". Y si no entendéis eso, no os preocupéis ni siquiera por acercaros a toda la mierda que se me cae por los ojos cuando lloro.
(Momento poco acertado para decir que te habría pintado la piel con todos los colores que no supieras mirar en abril).
No creo que sea políticamente correcto afirmar que me importa una mierda aquello que no se diga rompiendo las palabras contra los labios, desatando emociones a medida que se escapa toda la vida por la boca.
Y aquí es tan bonito abrazarse a las piedras que hacen heridas, cuidarlas desde lejos, clavarlas muy dentro y luego no querer que se vayan (es lo que ocurre cuando los recuerdos te importan más que toda tu puta vida). Pero nos engañamos contándonos cuentos donde los malos son monstruos y nosotros los matamos. Luego ellos crecen y nos destruyen. Nos comen y cuando miramos un espejo, entendemos quiénes han sido siempre los verdaderos monstruos (aunque nos guste luchar contra ellos con armaduras de papel y espadas de palabras).
(Oye, que yo aún me acuerdo de cuando las hojas de un calendario eran más importantes que cualquier tormenta de miedos y cosas rotas).
Nos pesan los días, y los meses encarcelan.
Abril ha llegado para salvarnos la muerte o condenarnos a vida.
Nunca se sabe.
M.A.G.
Yo sólo espero que abril haya llegado para algo más que eso, de verdad. :)
ResponderEliminarY yo... Y yo.
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