lunes, 18 de marzo de 2013

Puntos de sutura.

Tenemos la vida llena de huellas
y de besos
y de llamas (hechas poesía)
que nos tatúan los recuerdos en el pecho. 
Nos grabamos a hielo los suspiros ajenos, 
y los cuidamos más que a nuestras tenues respiraciones, 
tan pequeñas, agitadas, que se hablan
(y se llaman entre ellas, se susurran cuentos
muy bajito).
Desvestirnos las palabras como si nada,
como si todo, 
y luego huir con los labios
(qué cobardes, qué extraños)
para afirmar con los ojos
todo ese caos de quererse
odiándose, mientras se muere
matando.
¿Qué tal si naufragamos un rato?
Déjame hundirme con tu recuerdo,
sumergirme en lo más hondo de 
las madrugadas sucias y rasgadas,
las que tenemos aquí, a la izquierda,
esas que están jodidamente rotas
y clavadas,
arañando la luna.
Hemos destruido cada resquicio
de ternura para construirnos
un odio extraño, mentiroso,
que huele a lluvia, que (me) huele
a ti (y a tu risa).
¿A quién pretendemos engañar?
Invéntate otra historia, pinta esa muralla
de indiferencia, porque se te cae cada
puta
piedra.
Un corte mortal por una simple
herida amarga, desbordada,
histérica de sueños y batallas.
Ni con un millón de puntos
finales
podríamos coserla.
M.A.G.

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