jueves, 24 de enero de 2013

Añicos.

Hacerse pedazos hasta que no quede más que polvo. Hasta que el mínimo soplo de aire consiga que te desmorones y que cada pedazo huya de ti. Romper hasta lo más resistente y luego quedarte allí, plantada, observando tu propio desastre.
Como si
las cuerdas que nos ataran
al soltarse
fueran una horca más.
Y ahora que el desastre se ha desparramado por la cama y no me encuentro principio ni final, ¿de qué sirve? Cuando eres inútil hasta para lo más simple, cuando en tu intento de acercarte solo alejas más. La historia de mi vida, enésimo capítulo (todas las páginas casi borradas, o tachadas, o arrancadas, o guardadas en el alma para refugiarme a veces).
Entonces las luces se apagan. Y quedo yo, allí en medio. El escenario está vacío, aunque entre las sombras del público intuyo rostros que me observan, me juzgan y me condenan. Otra vez. (Y un día, seré aquel cisne negro y desapareceré sin remedio).
Podría engañarme, decir que todo va bien, que sé que las mentiras siempre huyen cuando les da de frente la luz. Y qué hay más frontal que recordar de lleno, que volver atrás y morirte del asco en medio de tanta mierda que enturbia todo lo que alguna vez fue jodidamente bonito.
¿Se puede morir mejor?
Hay noches en las que desaparecería para siempre y otras en las que sería inmortal. Pero las segundas siempre parecen desvanecerse en el eco de las primeras. ¿Y ahora, quién grita, cuando hasta el cielo se ha callado y solo llueve por inercia? Y todo el humo de esos cigarros que nunca me ha dado la gana de fumar, ahí está, persiguiéndome y trayéndome fantasmas que nunca han sido sinceros conmigo.
Pueden contarme todas las historias que quieran, que ya he escuchado demasiados cuentos como para que los tópicos signifiquen algo en mi cabeza. Veo miles de estereotipos baratos circular delante de mí, cientos de poses anti-todo que solo encierran toneladas de miedo a que les hagan daño (quizá otra vez).
Y sin embargo, yo... yo solo espero una llamada a las seis de la mañana que me haga recobrar la fe en mí misma. Una señal de que las cosas van a salir bien, que por una puta vez en mi vida no voy a acabar en una esquina muriéndome por dentro, mientras todo el mundo me insta a sonreír como si yo tuviera una mínima capacidad de elección. Como si las emociones fueran tan amables y educadas que llamaran antes de entrar, y tú pudieras despedirlas con un gesto de muñeca.
No, eso no es la vida (y vaya puta mierda si lo fuera). Para colmo aparece Destrucción, que es ese amigo que me mira de reojo, esperando el momento oportuno para darme un abrazo y no soltarme. Creo que le gusta que me desvanezca en sus brazos y me olvide del mundo y de mí misma. Se ha enamorado de mí.
A veces es tan difícil rechazarlo... Y muchas noches acabamos follando en la cama y acabo sin dormir ahogada por él.
Ojalá algún día Felicidad decida que quiere algo serio conmigo, y no simples devaneos que parecen duraderos y luego te joden la vida.
M.A.G.

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