Y tú me pides que no me ahogue, cuando es tu aliento el que a veces no me deja respirar. Y nos cargamos cada silencio en do sostenido, cada signo de interrogación carece ya de orden lógico. Es un simple aleatorio de desconfianza y ruinas.
Ruinas como tus cenizas, de las que yo resucito, de las que yo transformo los sueños en recuerdos. Cenizas de cigarros compartidos, de risas de madrugada, de curvas enrevesadas entre sábanas que atrapan (aunque no tanto como tu sonrisa).
Preguntas a horas intempestivas y mil mentiras de papel que nunca supimos construir (¡ni que nos hicieran falta!). Y entonces nos buscamos, rompemos los relojes, nos fugamos a Madrid y perdemos toda noción de causa y consecuencia. Ven. Piérdete (siempre en mí). Piérdeme (y luego desata los hilos de mi conciencia para solo encontrarme en tus pupilas cuando brillan).
Un espejo resbalando por nuestros labios, insolencia, carcajadas, humo. Nosotros, nuestros desastres, nuestra suave rebeldía del color de quien ha aprendido a desaparecer a tiempo y a salvar el mundo.
Porque ya no puedo esperar, ya he roto cada segundo que nos separa (esas ventanas). Reinvéntame cuando duermas, duerme en mis suspiros, suspira contra mis labios. No me calmes, desboca cada respiración, pinta las cuerdas invisibles que me atan a tu barbilla. Las conoces (son mis ganas).
Mézclame con cada sombra que parezca entristecer al polvo, salta sobre el vacío que nos separa; cárgatelo. Jódele la vida a cada kilómetro. Y luego, luego ven a por mí.
Que yo solo entiendo de palabras y de jugar con las canciones, y que quiero aprender a dibujar la curva de tus labios con los ojos cerrados. Porque al revés es cuando lo entiendo todo, porque nunca puedo escapar de tus abrazos de infinito.
Dame una foto, un plan, y un beso. El resto, déjamelo a mí.
Nos espera un mundo hecho de nuestras propias cenizas y es ahí donde la vida cobrará sus deudas y nos dará alas.
Salta.
Ahora.
M.A.G.
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