lunes, 27 de mayo de 2013

(A) medias mitades

Dan las doce y la manecilla rota del reloj tiembla frente a la esfera de cristal. Hace amago de pararse frente a un número desdibujado, pero solo consigue lograr un parpadeo insistente.
La cama se mueve, o quizá es la silueta que se dibuja bajo las sábanas. Una mitad a medias, un cuerpo dormido con el corazón aletargado. Un paso, otro, ropa por el suelo, una maldición, tres suspiros.
Y ese café observando cómo el azúcar se precipita sobre él. Las medias rotas tiradas en un rincón, haciéndole preguntas que se ahogan en la espuma del café.
Metros que vienen, caminos que se van, sonrisas furtivas, tristezas de metal tras las imágenes menos esperadas. Puñetazos a las 4 de la mañana en la puerta del destino, quejas por una herida mal cicatrizada, por un corazón en coma.
Tiritas en el lado izquierdo, cubriendo una línea discontinua absurda e invisible, vendavales de incertidumbre que solo traen dudas infinitas
(esas putas dudas infinitas).
Bombillas que nunca dan la luz suficiente, nubes que se comen a las estrellas y esos rotos en el pantalón que van también por debajo de la piel. Y por encima de ella corren ríos de maquillaje que ya no son para ponerse guapa. Solo ocultan la inundación, el terremoto, y el incendio (las llamas a veces asoman por alguna de las pupilas, de esas pupilas partidas por la mitad).
A medio camino entre el desastre y la nada, a medio camino entre un suspiro y la última de las respiraciones. Un único vaso roto en medio de una fiesta de cumpleaños donde ya no queda nadie, un baño con la ventana abierta, aquella botella olvidada en los estantes de un supermercado.
Se escuchan unos pasos apagados en el altavoz encendido de su cabeza. El simple sonido de la otra mitad de la almohada. Y entonces empieza a llover, aunque jamás dejan de caer esas gotas por el precipicio.
Llueve a medias, respira a medias, cae a medias.
El continuo tic-tac del reloj trae recuerdos, y se deja observar con indolencia. Ojos de comprensión, de tristeza, la mitad de una mirada que sabe mucho del tiempo y de cómo asfixia lentamente, con la certeza  del fin en negro. Matarse es un arte, y el reloj es un experto.
¿Alguien más con el valor de afirmar que el tiempo cura?
Aunque, si la muerte es la solución, quizá sea cierto.
M.A.G.

lunes, 20 de mayo de 2013

Quienes vomitamos tristeza al escribir (vivir).

No quiero más que escribir palabras que resbalen como gotas de lluvia por algún paraguas extraviado en una cafetería. Resignarme contra el mundo, porque a fin de cuentas solo somos un conjunto de finales desordenados que se suceden uno tras otro, improbables, airados, confundidos.
Que el universo últimamente sabe a vacío para quienes lo prueban con una canción en los labios, con una lluvia tras la mirada. Y mis manos solo saben agarrar el aire, el aire intangible que guarda todas aquellas frases que te llevaste.
Continuamos impasibles ante un futuro que se deshace, cantando que sí, que el puto barco de papel se pudra donde esté (pero no es eso lo que realmente pensamos, y está demostrado que ya solo sabemos querer con mentiras).
Y no nos importa que el universo entero piense que solo sabemos escribir para suicidarnos por dentro, ya hemos perdido el deje de cotidianidad que nos mezclaba un poco con el resto de la gente muerta que camina por la calle. ¿Ahora qué? Si todas las casualidades se amontonan en un rincón, mientras explotan bombas en cada país, mientras se hacen fotos a las sonrisas huecas en noches de fiesta.
Quizá en más de una ventana una chica acariciará el cristal mientras se adentra en un espejo imaginario, una de esas Alicias que los sueños dejaron huérfanas el día que las historias se trazaron en alguna cabeza lejana. Tal vez en la casa más cercana un chico se fume hasta sus miedos más profundos, con tal de no recordar lo que un día él mismo destruyó. Y todos los que bebemos para intentar desintoxicarnos de lo que nos mata lentamente cada día un poco más, ¿qué coño pasa con nosotros?
El universo juega con sus piezas y ya hay demasiados peones indolentes. Nos la suda morirnos, nos la suda vivir, y acabamos demostrándolo en cada abrazo que no damos, en cada mirada desviada, en cada beso que muere antes de estallar. Que somos unos jodidos cobardes que se dedican a huir de sí mismos, hasta que topamos con las paredes de los demás, y ah, cómo duele. Cómo nos dolemos entre todos, creando redes y redes de relaciones que nos conectan, nos arrastran, y a veces solo alejan.
Egoístas, cobardes, autodestructivos. Lo único que quizá nos salva es que al menos nosotros estamos vivos, y sangramos con cada palabra, mientras el resto se consume en la feliz mediocridad de la nada.
(Yo creo que llega un momento en el que escribimos solo para no pegarnos un tiro en la sien.)
Tal vez aún estemos a tiempo de averiguar cómo salvarnos. O quizá ya lo sabemos, y eso es lo que nos da más miedo.
M.A.G.

jueves, 16 de mayo de 2013

Todas esas putas cosas que nunca te dije.

2:26 de la mañana, mientras me deshago en una de esas cartas que no quiero que leas.
No paro de preguntarme qué tipo de palabras suicidas son estas que me incitan escribirle a lo que ya solo es un fantasma en mi cabeza (y esa jodida mirada, y ese jodido amor grabado en ella).
Pasé de las alas que me daban los verbos en futuro a las anclas de los tiempos en pasado. Las cicatrices anteriores se convirtieron en meras cosquillas comparadas con las heridas abiertas en carne viva que aún me da miedo tocar, porque queman más que aquella chimenea donde queríamos parar el reloj.
Porque qué cojones me has dejado.
Un corazón que solo funciona a golpes.
Miles de números que ya solo sirven para doler.
Un fuego que arde sin llamas.
Ojos agitados, respiraciones que lloran.
Y toda una lista de poemas donde siempre juro que no volveré a escribirte.
Hay recuerdos en los que podría morirme todas las veces que quisiera, y no sé hasta qué punto es enfermizo.
Pero qué hago, si todas las paredes me causan claustrofobia cuando pienso en esta mierda.
Si te habría regalado todas las primaveras que nos hubiesen salvado.
Si me hubiera dado igual arrancar mil calendarios para que me abrazases solo una maldita vez más.
Odia las noches en las que me enredo con los huecos que han quedado dentro de mí, con toda la rabia aterciopelada y los gritos que llevan tu nombre.
Te has convertido en la tristeza que empaña mi vida cuando me descuido, en la razón más contundente para creer en aquello que tú me negabas:
Nadie quiere cristales rotos en su vida, nadie desea chicas a las que otros han hecho pedazos hasta convertirlas en cenizas y agua. Es todo una puta mentira, y ya no creo en nadie que me diga que puede arreglarme. Gracias por quitarme hasta la última esperanza de ser feliz.
Ojalá aquello que te dije hubiera sido una puta verdad, ojalá alguien consiga darte lo que fui incapaz de conseguir yo.
No me importa reconocer que espero que ahora seas feliz. Así mis destrozos equilibrarían la balanza.
Tal vez sea la única chica de la ciudad que vive un invierno dentro de la primavera.
M.A.G.

sábado, 11 de mayo de 2013

Realmente irreal

Ya no escucho más eco que el de mi propia voz. Las opiniones se han convertido en meros prejuicios ajenos, y las razones han perdido toda clase de argumento. Soy un barco a la deriva naufragando entre palabras y personas que no me dicen nada.
Respiración. Siguiente aliento. Pequeña asfixia. Nula victoria. Así una noche eterna. Y las que quedan. Y las que faltan. Y los recuerdos.
Pero aún quedamos nosotros. Aún queda esa voluntad que inexorablemente nos incita a avanzar, a pesar de los retrocesos. Quizá volver atrás no sea tan malo ¿no?
Aunque siempre se puede salir corriendo. Y es que resulta tan absurdamente fácil perderse (perder en general).
Desaparecer. Huir de verdad y que nadie vuelva a verte nunca. Esconderte entre el viento. Decir adiós articulando con los labios. Escribir "vacío" con tu cuerpo.
Llega un momento en el que la tristeza de mis palabras se hace tan tangible, que no puedo evitar sorprenderme. A veces creo que toda esta capacidad de plasmar emociones es simplemente otra droga más.
No todos podemos ser héroes. No todas las personas somos capaces de esbozar una sonrisa y salvar el mundo cada día. Ni siquiera conseguimos salvarnos a nosotros mismos.
Si de algo sé es de maldecir a los recuerdos. De que no te dejen respirar por las noches y te nublen la vista por la mañana. También sé de dolores de cabeza, de ataques de ansiedad de madrugada y de acurrucarte debajo de una manta convenciendo a tus pulmones para que respiren.
Cuando el pasado y el presente se superponen, a veces el segundo queda reducido a una puta mierda, a una especie de broma de mal gusto que te parte en dos con un solo parpadeo. Y vas por ahí oliendo a cristales rotos y esquivando las miradas de la gente. Te dicen que no te aferres al pasado, y no son capaces de entender que lo único que quieres es un futuro en el que no te entren ganas de salir corriendo a cada suspiro.
Así que me echo a temblar, cansada ya de círculos viciosos, de caminos que terminan donde ya empecé, del mismo juego de siempre. Del ganarlo todo para que luego empiecen a quitármelo lentamente, mientras contengo las lágrimas a contraluz (cómo duele ver sangrar a tu propio corazón, desbordándose por unos ojos que ya no ven).
¿Por qué nadie comprende que solo deseo que las cosas vuelvan a ser como antes?
M.A.G.

domingo, 5 de mayo de 2013

Sobre vicios no hay nada escrito (o demasiado).

Y de qué nos sirve. Tirarnos la vida rompiendo papeles y llorando tinta por los ojos, comiendo techo, destuyéndonos en espiral.
(Luego pedimos que sea despacio, que las heridas tienen que abrirse primero para que escuezan después).
Somos adictos a los puntos suspensivos, a las canciones tristes, a las casualidades gigantes. ¿Cómo no acabar siéndolo a las botellas a medias o a los baños vacíos? Propiciamos nuestra propia destrucción, con la esperanza de arder y reinventar nuestras cenizas más bonitas. Polvo enamorado, como decía aquel poeta. Eso es lo que siempre hemos sido, y lo que dejaremos. Un millón de recuerdos embotellados con saliva, con sudor, con gemidos. 
La mejor forma de vivir es matarse cada día un poco más fuerte, hasta que llegue el día en que explotemos y alguien se coloque con nuestras cenizas en forma de palabras, de fotografías, de canciones. La única manera de dejar algo más que noches raras y susurros en los portales es atreverse a ir más allá, destruirnos iluminando el cielo, como los fuegos artificiales o las estrellas fugaces.
Confundimos los vicios con los miedos, y los miedos con los sueños. De los sueños salen decepciones, salen  noches de huir de piel en piel, salen días no vividos y amores de una sola calada. ¡Cómo no vamos a estar jodidamente confusos, si los conceptos se nos mezclan con los recuerdos, y vaya ciego! Putas ideas desordenadas gracias a querer más fuerte de lo que debería ser legal. 
Cuántas caricias dejamos resbalar para jodernos la vida. Quizá algún día entendamos que la mierda que nos gritaba el corazón era la que de verdad importaba. Ni la obligación, ni el dinero, ni el hacernos más daño de lo normal. Nada de eso pudo competir jamás con los latidos que nos ahogaban en cada roce, en cada frase con complejo de salvavidas. (¿Por qué acabo volviendo a las mismas palabras de siempre?)
Ya nada importa, solo todo lo que aún nos gusta hacer creyendo arreglarnos. Y yo con estas ganas locas de autodestruirme, de dejarme llevar, de ser causa perdida y encontronazo accidental. 
El resumen es que solo busco a alguien que se convierta en mi antología de poemas favorita.
M.A.G.