lunes, 20 de mayo de 2013

Quienes vomitamos tristeza al escribir (vivir).

No quiero más que escribir palabras que resbalen como gotas de lluvia por algún paraguas extraviado en una cafetería. Resignarme contra el mundo, porque a fin de cuentas solo somos un conjunto de finales desordenados que se suceden uno tras otro, improbables, airados, confundidos.
Que el universo últimamente sabe a vacío para quienes lo prueban con una canción en los labios, con una lluvia tras la mirada. Y mis manos solo saben agarrar el aire, el aire intangible que guarda todas aquellas frases que te llevaste.
Continuamos impasibles ante un futuro que se deshace, cantando que sí, que el puto barco de papel se pudra donde esté (pero no es eso lo que realmente pensamos, y está demostrado que ya solo sabemos querer con mentiras).
Y no nos importa que el universo entero piense que solo sabemos escribir para suicidarnos por dentro, ya hemos perdido el deje de cotidianidad que nos mezclaba un poco con el resto de la gente muerta que camina por la calle. ¿Ahora qué? Si todas las casualidades se amontonan en un rincón, mientras explotan bombas en cada país, mientras se hacen fotos a las sonrisas huecas en noches de fiesta.
Quizá en más de una ventana una chica acariciará el cristal mientras se adentra en un espejo imaginario, una de esas Alicias que los sueños dejaron huérfanas el día que las historias se trazaron en alguna cabeza lejana. Tal vez en la casa más cercana un chico se fume hasta sus miedos más profundos, con tal de no recordar lo que un día él mismo destruyó. Y todos los que bebemos para intentar desintoxicarnos de lo que nos mata lentamente cada día un poco más, ¿qué coño pasa con nosotros?
El universo juega con sus piezas y ya hay demasiados peones indolentes. Nos la suda morirnos, nos la suda vivir, y acabamos demostrándolo en cada abrazo que no damos, en cada mirada desviada, en cada beso que muere antes de estallar. Que somos unos jodidos cobardes que se dedican a huir de sí mismos, hasta que topamos con las paredes de los demás, y ah, cómo duele. Cómo nos dolemos entre todos, creando redes y redes de relaciones que nos conectan, nos arrastran, y a veces solo alejan.
Egoístas, cobardes, autodestructivos. Lo único que quizá nos salva es que al menos nosotros estamos vivos, y sangramos con cada palabra, mientras el resto se consume en la feliz mediocridad de la nada.
(Yo creo que llega un momento en el que escribimos solo para no pegarnos un tiro en la sien.)
Tal vez aún estemos a tiempo de averiguar cómo salvarnos. O quizá ya lo sabemos, y eso es lo que nos da más miedo.
M.A.G.

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