¿Alguna vez os habéis caído por el precipicio más profundo que habéis encontrado? Yo sí. Y aquí estoy, luchando por respirar. ¿Por qué lucho? Por nada. No tengo motivos en realidad. No sé cuánto me puede quedar en este estado. No sé qué me queda ahora.
Soy el cristal más roto y más inútil que existe, simplemente. No sé qué va a ser de mí en el futuro. No creo que sea nada. Me rindo, dimito. Hoy veo mi vida como un agujero negro, sin sentido. Qué le den por culo a todo. Me siento tan sola que tengo ganas de vomitar.
No sirvo para nada práctico. Solo sé divagar y escribir palabras sin sentido, y tampoco es que lo haga tan bien. Estoy perdida, condenada. No estoy.
Y sé lo fácil que os resulta a todos decir que esto pasa, intentar animarme, contestarme que se arreglará, que sea optimista, positiva. Luego otros pensarán que soy patética, que dramatizo, que solo busco llamar la atención. No tenéis ni puta idea de nada, y no me soportáis por los motivos equivocados. Los correctos los conoce la gente que se ha ido, y que cada día es una lista más larga. Normal, comprensible. Soy un desastre en todo lo que hago, y no paro hasta destrozar cada cosa que toco. Espero que jamás me conozcáis, o que si lo hacéis, huyáis antes de que pueda haceros daño. No sé cómo, pero lo hago. A veces creo seriamente que estoy maldita.
Todo este vómito de palabras amargas es necesario, indispensable para mí. No sé qué cojones estoy haciendo con mi vida, solo me apetece llorar hasta desaparecer. Es triste, pero es lo que hay. Ya no soy capaz de seguir. Lo siento. No sé a quién le pido perdón, quizá a mí misma. Quizá a todo lo que he roto a lo largo de mi vida. Quizá simplemente a nadie.
Doy por concluida esta carta sin destinatario ni remitente, donde he guardado tanta mierda y amargura que escuece cada letra que escribo.
Adiós (ojalá).
M.A.G.
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