domingo, 3 de junio de 2012

C'est la vie.

Es cuestión de pararse a pensar. De observar nuestras vidas como quien ve una película o lee un libro. Encontrar la división de los capítulos. Los puntos y aparte, las diferentes páginas. Las escenas que se suceden. El título y los créditos. Los agradecimientos. Las citas. La introducción, el nudo y el desenlace.
No obstante, la diferencia está en que sabemos aproximadamente cuánto le queda a la historia para finalizar.
En la vida, no solemos tener claros indicios que nos digan en qué momento acaba todo, cuando el punto y seguido se convierte de repente en el punto final de los finales. Qué capítulo es el último. Cuál es la escena que cierra la película.
Y no sabemos si el final será abrupto o algo más convencional, si acabará con el típico beso de película o simplemente en un mar de lágrimas. Si nuestros créditos valdrán la pena o si al menos habrá alguien en la sala que se quede a contemplarlos, esperando ver allí su nombre.
Quizá todos abandonen la sala sin pensar, y esa película quede en el olvido. Tal vez cuando el libro haya sido cerrado, el rostro muestre decepción o simple indiferencia.
Cuando escribo en papel y bolígrafo, mi letra es bastante especial y diferenciada, y apenas dejo márgenes, juntando muchísimo renglones y palabras. Creo que es porque me da miedo no aprovechar cada milímetro del papel en blanco, tener una letra anodina o simplemente que mis palabras pasen desapercibidas.
No soporto provocar indiferencia, no aguanto ser un simple borrón en la vida de las personas que me importan. Soy un libro complicado escrito en idiomas que se van alternando, de temas tan variados que puede provocar desconcierto. Con historias de amor y mierda, con noches de reflexiones tan profundas y pesimistas que asustan, con risas tan altas que sobresalen de las páginas, con borracheras tan malas como buenas, con días enteros de sonreír hasta la extenuación, y con miles de canciones y de historias que se enredan con mi vida en escenarios paralelos.
La vida no tiene pausas, no se pueden volver a grabar las escenas, no vale borrar las palabras.
La vida pasa, arrastra, y podemos dejarnos llevar, o nadar contracorriente, o simplemente observar. O soñar.
Quizá simplemente, el secreto esté en vivir con los ojos cerrados al ruido, y con el corazón abierto a la magia.
M.A.G.

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