jueves, 20 de junio de 2013

Llover es cantar

La lluvia de los ojos no es más que una melodía que se nos va de la mirada. Notas que se deslizan por las mejillas, mientras cada lágrima arrastra un poco de rímel y de tristeza.
Se crean canciones de ritmo agitado o resignado, aunque a veces simplemente nacen de un mi menor que no termina de encajar en la vida. Y la letra se escribe con los pensamientos que guarda cada tormenta de agua salada, con esas palabras que anidan en las costillas color melancolía.
Cantarla es tan libre como suicida, tan complejamente simple como correrte llorando. No todos los oídos quieren escuchar los gritos que los corazones reprimen. Pero los ojos suspiran, y cuando la canción empieza a decaer, solo se puede continuar entre notas ligeramente desafinadas.
A veces la lluvia roza el suelo, o moja alguna sonrisa irónica que se cruza en su camino. Encharca hasta el alma y las pupilas no son más que dos pianos hundiéndose en un océano mientras suena su última canción eterna (con el impulso irracional de dejarse arrastrar a ese abismo de notas suicidas).
Quizá lo mejor sea bailar lentamente mientras la canción se agota y abandona el recipiente del cuerpo, para abrazar el aire que la transporta y la mata (es mejor así).
Se crean sonidos tan preciosos cuando llueve fuerte, que es fácil volverse adicto al tipo de tristeza que inunda las poesías con su color azul que araña. Y no hay droga más dura (mentira, la hay, y es la puta culpable de la mayoría del dolor que tiñe cualquier tormenta) que obsesionarse con la melancolía que empaña las ventanas y las almohadas, que inunda cualquier vagón de metro cuando no hay más que soledad en todos los asientos.
Firmar una carta con gotas de nostalgia, empapar libros y camisetas con una fina llovizna que lo acaba cubriendo absolutamente todo, incluso cada resquicio de indiferencia que se empeña en gritar "me la suda" en medio de un concierto de ojalás (rotos en mil pedazos por toda la habitación).
Cuando alguien canta, se siente vivo aunque esté muerto, y esa es quizá la magia de todas las tormentas que se llevan la respiración y un trozo del alma. Algunas de las nanas que la noche regala son las que  acunan y se llevan el sueño (irónicamente). Y la única manera de acallar la autodestrucción es apagar la música y dejar que un mar de silencio transporte los últimos susurros entrecortados.
Llover es cantar, y la tristeza es una de las canciones más peligrosas y bonitas que existen.
Cuidado con enamorarte de sus notas, porque nunca hay vuelta atrás.
M.A.G.

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