lunes, 30 de julio de 2012

No sé qué recuerdo. Ni a quién recuerdo. ¿Por qué recuerdo?

Esa palabra que cree ser acción, encerrada dentro de unas letras. Caprichosos los verbos.
Recordar.
Pequeñas agujas de memoria, pedazos de cielo encerrados en el infierno. Lo que queda, aquella mirada que nos devuelve el espejo por las noches, entre gritos apagados. El resultado de vivir, o una condena a muerte (en vida) definitiva, inapelable. La moneda que no quiso ser cara, aquel billete de tren arrugado en los bolsillos. Las mil respiraciones entrecortadas y todos los 'no puedo más' que resbalan por mis mejillas.
Hay quien los llama recuerdos.
Y todo a raíz de una ventana que se esconde dentro de nosotros, de un cristal que nos enfoca el pasado, que abre la herida, y así la sangre corre libre por la piel, victoriosa.
Me contempla, rota. ¿Qué eres? Tan solo esas imágenes, me dan ganas de gritar. Y las voces. Nunca hay que olvidar las voces.
Al final la pregunta de siempre. ¿Quién puede querer a alguien que escribe cosas así, mientras sonríe irónicamente y llora?  Y una lágrima juega en mi cara, como diciéndome: "No pasa nada, no queda nada. Quizá no haya nada, al fin y al cabo."
Ecos que reniegan de sus propias palabras me rozan desde lejos (¿lejos? ¿hay algo más lejano que yo?) Así que los escucho, y niego con la cabeza. Pido otra copa. O quizá otro café. Ya no recuerdo muy bien qué era cada cosa. La memoria tiene pasadizos que son uno solo. Por eso hoy te recuerdo a ti, pensando en él.
¿O era al revés?
Entonces, con una mezcla de magia y miedo, alguien me susurra en voz baja "¿seguimos existiendo aunque no nos recuerden?"
Y ya nada me impide romper a llorar, mientras algún sonido de hace años se dedica a acariciarme la cara. Rómpeme el corazón, dicen los susurros. Quizá era yo. Quizá nadie. A veces olvido que son la misma cosa.
Porque en noches de color indefinido (como esta, como aquella, como tantos números bonitos que se han ido) me acuerdo de recordarme a mí misma. Solo existimos en el alma de los demás. Por eso a mí me da tanto miedo esfumarme un día de estos, sin que nadie se dé cuenta. Entre el humo de un cigarro, o en la luz de un móvil que se apaga. O tal vez enredada en unos cascos.
Recuerdo, recuerdo y recuerdo. Una vez hice la absurda e incoherente broma de reírme ante una nueva palabra: "rerrecorar". Siempre me ha gustado sonreír a todo aquello que me condena.
Salvaré de la no existencia a más personas de las que debería. Las salvo a conciencia cada día (o más bien cada puta, perdida y olvidada noche). A mí hace mucho tiempo que me soltaron en un vacío que cada vez se hace más hondo.
Últimamente, solo sé llorar mientras rezo que alguien me salve. Podéis ahorraros la historia del "salvarse a uno mismo", que sé que ronda más cabezas de las que debería (cada vez somos más jodidamente racionales y prepotentes). Espero que si alguna vez os pegan un tiro, comprendáis que no sois capaces de autoextirparos la bala.
Ah cierto, lo olvidaba, la memoria quizá no sea lo mismo que la herida de un arma de fuego (aunque quemen de forma parecida).
Los recuerdos son peores que las balas.
M.A.G.

2 comentarios:

  1. Me ha recordado mucho a esto... http://www.goodreads.com/quotes/316351-quiz-la-mayor-facultad-que-posee-nuestra-mente-sea-la Es de un libro de Patrick Rothfuss. :)

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  2. Me estoy leyendo el segundo libro... Me siento excesivamente identificada con los pensamientos de este hombre. Tenemos teorías sobre la vida muy parecidas.

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