¿Por qué soy tan cobarde a veces? El folio en blanco me interroga, y las letras en negro se resisten a contestarme. Tal vez nunca haya olvidado la respuesta.
Cuando te sientes pequeña cualquier paso hacia delante se convierte en una zancada gigantesca. Un "nunca más" puede ser una cura para un momento determinado, pero si se prolonga durante años quizá se convierta en una enfermedad.
Las chicas de los extremos siempre somos absurdamente dependientes de nuestras viejas decisiones. Yo he convertido las mías en unos principios absolutos para no volver a ser jamás la niña transparente que llora en las fiestas. Y la dignidad tan preciada que rescaté de los primeros rotos se ha tornado en un orgullo implacable, que condena cualquier resquicio de debilidad al primer latido de corazón improcedente.
Me he convencido de que es mejor esperar, desesperar en silencio, volver a esperar, ilusionarme, odiarme, odiar a, reconciliarme en mi cabeza. Y vuelta a empezar. Todo esto en un rincón oscuro y absurdo de mi alma, condenado a un eterno desdén por mi orgullo. Este hijo de puta ya es casi una entidad propia, que a veces me salva la vida, pero otras me salva de vivirla (nunca será bueno, por mucho que ahorre heridas en los labios).
Esto es una especie de carta inútil con poca posibilidad de respuesta. No sé cuánto costará extirpar unas raíces tan hondas como casi todas mis convicciones. ¿Cómo cojones eliminas algo que sabes que te hace bien, pero que el corazón siente que le hace mal?
(Ojalá que desaprenda a salvarme un poquito. Ojalá que a nadie se le ocurra pensar que puede saber a qué me refiero.)
Precisamente si lo escribo, si me lo grito, es porque no lo he dicho en voz alta jamás. Está grabado en mi piel como un puto fuego enrarecido, y mi única tranquilidad es que ninguna persona puede darse por aludida.
Se parece a la teoría del precipicio, pero va más allá. Es una barrera que no tiene nada que ver con el miedo a querer o a olvidar, con mis viejas conocidas. Tan solo es una mezcla de la valentía que perdí, de la dignidad (a veces absurda) que gané y del puto miedo de volver a cagarla otra vez.
Y es en este punto donde vuelvo a darle la vuelta. Argumentar y desmentir. Recordar heridas cíclicas y estremecerme. Pensar en las posibles y preciosas cicatrices que no existen. Hacer balance. Odiar el equilibrio. Destruir los datos. Romper con todas las opciones.
Mis palabras son tan circulares como mi corazón.
Y he ahí el problema.
M.A.G.