martes, 8 de mayo de 2012

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Recuerdo por inercia. Del mismo modo que tomas aire cuando te levantas por las mañanas. Del mismo modo que sangras al cortarte con un papel. Es simplemente eso, y se resume en el concepto de la inevitabilidad.
Cada uno posee su propio inevitable, su propio tic, su propio vicio inconfesable. Somos una montaña de altas expectativas que algunos suben y otros bajan. La mayoría huyen.
Quizá debí decir "soy", pero el plural es siempre una buena forma de esconderse, como sabe cualquiera que utilice las palabras como método de evasión.
No obstante, lo importante siempre son los recuerdos. Todo pasa, las personas se van, incluso las lágrimas pueden acabarse alguna vez. La memoria permanece en la mayoría de los casos. Oprime, ahoga, asfixia. Pero no debemos olvidar que a veces, a veces... A veces también salva.
Y tal vez esto simplemente sea un delirio más, uno de tantos, o un grito de alguien que se sumerge en un vaso de agua o en un océano tan profundo como inabarcable (quizá, todo lágrimas. Quién sabe.)
Pero es lo que hay. Lo que queda. Lo que me queda. Si los años han tenido la consideración de enseñarme algo, es que las palabras no se van, permanecen, aunque sea solo para recoger tus pedazos.
Esto es un comienzo, un final de finales, una página nueva de algún libro o simplemente otro calendario, otro mes, otra vida. Depende de los ojos que lo miren. Depende, como suele suceder, de la persona que intente comprender (nunca, jamás juzgar).
No soy fácil de entender, y mucho menos de querer. Soy lo que hay. Y no quiero ser más.
Solo palabras y recuerdos. Y algún resquicio de tristeza.
M.A.G.

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