martes, 8 de mayo de 2012

Abril

Las horas caminan lentamente por el pasillo de mi memoria. Todo parece simple de día, el mundo es más llevadero.
Luego llega la noche. La misma luna, las mismas estrellas. El mismo cielo me contempla impasible. He dejado de observarlo. Ahora le rehuyo la mirada a todo lo que signifique noche. Incluida yo.
Sé que nada de esto importa, yo misma me he convertido en una pequeña sombra, invisible y silenciosa. En realidad, tan solo soy ese "¿Recuerdas?" de Ángel González. Poco más.
Y no me queda más que respirar, leer y escribir. Ya está. Nunca nadie me ha protegido y no lo quiero ahora (querer y necesitar no tienen por qué ir siempre juntos. A veces se repelen incluso).
Soy incapaz de renunciar a las palabras, lo único que me calma ahora. Un tranquilizante, quizá un placebo. Porque son mías, y no...
Suficiente. Desaparecer a veces parece sinónimo de un espejismo. Un oasis en el desierto. Una respuesta vacía a miles de preguntas que ya no le importan a nadie (es decir, a mí).
Por todo aquello que no me merece la pena, escribo. Ya ni siquiera juego a lanzar monedas. Me resigno. La luz se ha apagado, los segundos han ido desapareciendo, como una especie de cuenta atrás que nunca vi. Pero estaba allí, parpadeaba en silencio, esperando.
Nadie tiene por qué comprender esto. Ni quiero que se entienda. ¿Qué sentido tiene ya?
Solo me queda respirar por las letras, clavar la mirada en la pared e intentar hacer como que soy fuerte.
M.A.G.

No hay comentarios:

Publicar un comentario