Como un golpe de suerte
(pero sin herida
ni fortuna).
Nos balanceamos en un equilibrio
imperfecto
y me dejaría mil veces la piel
cayéndome del columpio.
Aunque solo si tú eres la tirita.
Los principios
son solo un respiro
entre tanta gente que se pierde
por las calles abarrotadamente grises.
(Y la lluvia solo cae para que nos mojemos el alma
de fe).
Y ojalá,
ojalá tantos verbos ansiosos
(ven, necesito, quiero, corre)
follándose a los adverbios
(ahora, aquí, ya, cerca, siempre),
y no a letras que se nos caen
de la sonrisa a la vida.
Ni botellas, ni rabia
ni humo descolorido,
ni personas ajenas,
ni relojes tramposos
o tranvías a deshora,
son suficiente
para no juntar mis silencios
a tus esperas,
mi insistencia a tu risa.
Eres paz, y más azul
que cualquier noche de mar.
M.A.G.
miércoles, 25 de diciembre de 2013
martes, 17 de diciembre de 2013
"A veces las cosas imposibles suceden."
Las palabras se me vuelan de la boca y los miedos desaparecen a medida que me envuelves. Es como respirar un milagro y aprender a no volver a ahogarse.
No podría explicarlo sin dejar mi corazón por escrito, y aún no he aprendido a plasmar aquí cada arteria o cada latido, por eso me conformo con aspirar a que cree sonrisas, a que no se entienda. Aunque con letras no se puede dibujar la magia, quiero hacer que se intuya.
(Sin embargo, tú eres mejor que la magia).
Calar hasta lo más profundo de la imaginación y del alma, sumergir la oscuridad hasta donde ella misma se consuma con sus sombras. Eso me has regalado cuidándome hasta que me duermo todas las noches, y no intuyes todo lo que significa eso para mí.
Escribir cuando estás triste es casi tan fácil como parpadear. Me has quitado la nostalgia a sueños, y eso es algo que nunca podré dejar de agradecerte. Estoy tan viva, que cada silencio me parece una oportunidad y cada tristeza un parénteis necesario para volver a reír más fuerte.
Por personas como tú, el mundo aún es un lugar bonito. Por mundos como tus pensamientos, todavía queda esperanza para las personas.
Creo en ti, y quizá eso sea mejor que crear cualquier historia o que vivir en una canción. No puedo cansarme de darte las gracias, y de intentar darte algo que al menos roce todo lo que te mereces.
"A veces las cosas imposibles suceden". Y tú has sucedido.
M.A.G.
sábado, 14 de diciembre de 2013
Fahrenheit 451
Día 14, música a flor de piel, la cabeza a mil y el corazón herido, cansado y con ganas de resucitar a golpes. Una descripción tan poco científica como una descarga eléctrica aleatoria.
No, no quiero describir ni narrar, ni siquiera explicar. Si las palabras son peores que las balas, quizá sea el momento de utilizarlas como armas.
¿Quién cojones os habéis creído que soy?
Todas y cada una de las personas a quienes van dirigidas estas frases saben a la perfección quienes son. Lo saben, porque de una forma u otra se han creído que mi vida es un juego o un espectáculo para meter mierda e intentar joderme.
Y no. Oh, claro que no.
Si vuestra existencia es tan patética y absurda que no encontráis otro entretenimiento que el de atacar a quien os parece más débil y sin embargo posiblemente os dé más de mil vueltas, deberíais plantearos compraros un poco de dignidad y de conciencia, que siempre vienen bien. Hay algo llamado "principios" y muchos os llenáis la boca con vuestra propia mierda yendo de buenas personas. Y lo que provocáis son náuseas.
Algunos vais a misa todos los domingos y lloráis con la virgen de la madre que os parió, para después ser unos hipócritas que disfrutan intentando amargar la existencia de quien no cumple con vuestros ideales de "ser guay". A veces me planteo si estáis atascados en quinto de primaria y no sois capaces de salir. Me producís pena, yendo contra lo diferente a vosotros de esa forma tan poco sutil e inteligente.
Luego están las personas a las que les da vergüenza mirarme a la cara, y que saben muy bien por qué. ¿Duele tener la conciencia tan sucia eh? No tengo mucho que decir sobre vosotros, solo que el tiempo un día os va a devolver todo esto, y solo con vuestra forma de huir ya causáis risa.
Prosiguiendo con la estupidez, me encuentro con personas que tienen la dignidad bajo cero, y el respeto se lo pasan por el forro de los cojones, aunque algunas no tengan de eso. ¿No os sentís ridículos humillándoos una y otra vez? ¿No sabéis nada sobre moral, sobre responsabilidad con los actos de uno mismo? Ah no, se me olvidaba que ya en alguna que otra vida se ven los frutos de esta carencia de cuidado.
Pero dejando a un lado la estupidez y los prejuicios, es interesante centrarse en las personas que directamente son dañinas para todo aquel que les rodea.
Aquí ya es absurdo instar a la reflexión; cuando tienes mierda por cada vena de tu cuerpo, es complicado cambiarlo. Curiosamene, estas personas son luego las más desgraciadas y cuya existencia roza los límites del patetismo. Critican la tristeza ajena, las formas de proceder, y es normal. Cuando no sabes nada sobre ese tipo de sentimientos inspirados por los demás, por la empatía, por la culpa, por la conciencia... Es imposible de entender.
Estáis acostumbrados a hacer sufrir a los demás y a salir impunes de una forma u otra. Aquí incluyo una excepción, que al resto os interesa conocer.
La excepción es una persona que ya lleva muchos años en mi vida. Y se le ha acabado lacuerda. ¿Qué quiero decir con esto?
Que os habéis jodido cruzándoos conmigo. Os habéis jodido muchísimo porque aunque tenga mil defectos, ni me falta inteligencia ni me falta valor. Cuando vais, yo ya he venido de allí hace bastante rato. Así que por vuestro propio bien, os conviene dejarme tranquila. Porque a la hora de hacer daño, yo sí sé dar donde duele, y de momento ninguno de vosotros (salvo la excepción que ya está amargada y jodida) lo ha conseguido. Porque no podéis, aunque os creáis que me conocéis por las tres mierdas que habéis oído de mí y las cuatro cosas que habéis leído en Intenet.
Finalmente, solo quiero que sepáis algo más.
Os perdono. Toda la mierda que habéis metido o que me habéis lanzado, ya me importa menos que vuestras vidas, lo que ya es decir. Dejadme en paz, y ya está todo olvidado.
Ahora bien, una simple cosa más, y desearéis no haber nacido.
Con total sinceridad, os deseo suerte, porque la necesitáis con urgencia para que vuestra ignorancia o vuestra maldad no os destruyan.
M.A.G.
No, no quiero describir ni narrar, ni siquiera explicar. Si las palabras son peores que las balas, quizá sea el momento de utilizarlas como armas.
¿Quién cojones os habéis creído que soy?
Todas y cada una de las personas a quienes van dirigidas estas frases saben a la perfección quienes son. Lo saben, porque de una forma u otra se han creído que mi vida es un juego o un espectáculo para meter mierda e intentar joderme.
Y no. Oh, claro que no.
Si vuestra existencia es tan patética y absurda que no encontráis otro entretenimiento que el de atacar a quien os parece más débil y sin embargo posiblemente os dé más de mil vueltas, deberíais plantearos compraros un poco de dignidad y de conciencia, que siempre vienen bien. Hay algo llamado "principios" y muchos os llenáis la boca con vuestra propia mierda yendo de buenas personas. Y lo que provocáis son náuseas.
Algunos vais a misa todos los domingos y lloráis con la virgen de la madre que os parió, para después ser unos hipócritas que disfrutan intentando amargar la existencia de quien no cumple con vuestros ideales de "ser guay". A veces me planteo si estáis atascados en quinto de primaria y no sois capaces de salir. Me producís pena, yendo contra lo diferente a vosotros de esa forma tan poco sutil e inteligente.
Luego están las personas a las que les da vergüenza mirarme a la cara, y que saben muy bien por qué. ¿Duele tener la conciencia tan sucia eh? No tengo mucho que decir sobre vosotros, solo que el tiempo un día os va a devolver todo esto, y solo con vuestra forma de huir ya causáis risa.
Prosiguiendo con la estupidez, me encuentro con personas que tienen la dignidad bajo cero, y el respeto se lo pasan por el forro de los cojones, aunque algunas no tengan de eso. ¿No os sentís ridículos humillándoos una y otra vez? ¿No sabéis nada sobre moral, sobre responsabilidad con los actos de uno mismo? Ah no, se me olvidaba que ya en alguna que otra vida se ven los frutos de esta carencia de cuidado.
Pero dejando a un lado la estupidez y los prejuicios, es interesante centrarse en las personas que directamente son dañinas para todo aquel que les rodea.
Aquí ya es absurdo instar a la reflexión; cuando tienes mierda por cada vena de tu cuerpo, es complicado cambiarlo. Curiosamene, estas personas son luego las más desgraciadas y cuya existencia roza los límites del patetismo. Critican la tristeza ajena, las formas de proceder, y es normal. Cuando no sabes nada sobre ese tipo de sentimientos inspirados por los demás, por la empatía, por la culpa, por la conciencia... Es imposible de entender.
Estáis acostumbrados a hacer sufrir a los demás y a salir impunes de una forma u otra. Aquí incluyo una excepción, que al resto os interesa conocer.
La excepción es una persona que ya lleva muchos años en mi vida. Y se le ha acabado lacuerda. ¿Qué quiero decir con esto?
Que os habéis jodido cruzándoos conmigo. Os habéis jodido muchísimo porque aunque tenga mil defectos, ni me falta inteligencia ni me falta valor. Cuando vais, yo ya he venido de allí hace bastante rato. Así que por vuestro propio bien, os conviene dejarme tranquila. Porque a la hora de hacer daño, yo sí sé dar donde duele, y de momento ninguno de vosotros (salvo la excepción que ya está amargada y jodida) lo ha conseguido. Porque no podéis, aunque os creáis que me conocéis por las tres mierdas que habéis oído de mí y las cuatro cosas que habéis leído en Intenet.
Finalmente, solo quiero que sepáis algo más.
Os perdono. Toda la mierda que habéis metido o que me habéis lanzado, ya me importa menos que vuestras vidas, lo que ya es decir. Dejadme en paz, y ya está todo olvidado.
Ahora bien, una simple cosa más, y desearéis no haber nacido.
Con total sinceridad, os deseo suerte, porque la necesitáis con urgencia para que vuestra ignorancia o vuestra maldad no os destruyan.
M.A.G.
viernes, 15 de noviembre de 2013
Noches sin dirección
Carreteras vacías
esperan tenues que las alumbre
el silencio.
Entre voces que no frenan
y carriles embarrados
del humo de tus fallos.
Primer suspiro en re menor.
Las ruedas en su interminable
agotamiento cíclico
impulsadas por un motor
viejo, desgastado
(sin sueños en rojo,
ni sonrisas en verde).
Tu semáforo ámbar,
mis intermitentes
vacilantes
entre señales de stop
rotas, mustias, sangrantes.
Quién dijo acelerar.
Lluvia imperturbable
resbalando por mis cristales
resquebrajados.
Freno.
Esta madrugada se pierde
en tus asientos de abrazo.
(Eso querríamos creer).
Tu música aún suena
en la radio de mis párpados.
M.A.G.
esperan tenues que las alumbre
el silencio.
Entre voces que no frenan
y carriles embarrados
del humo de tus fallos.
Primer suspiro en re menor.
Las ruedas en su interminable
agotamiento cíclico
impulsadas por un motor
viejo, desgastado
(sin sueños en rojo,
ni sonrisas en verde).
Tu semáforo ámbar,
mis intermitentes
vacilantes
entre señales de stop
rotas, mustias, sangrantes.
Quién dijo acelerar.
Lluvia imperturbable
resbalando por mis cristales
resquebrajados.
Freno.
Esta madrugada se pierde
en tus asientos de abrazo.
(Eso querríamos creer).
Tu música aún suena
en la radio de mis párpados.
M.A.G.
domingo, 3 de noviembre de 2013
Ruinas y relojes
Y sucedió.
Lentamente, sin escombros
pero en ruinas.
Lo sabíamos a destiempo.
Lo supimos
del mismo
maldito modo.
Se resbaló la poesía,
nos jugamos los labios,
botones errantes del alma.
De fuego ensartado
en lluvia vacía,
de campos armados
con sangre y arcilla.
(Un reloj
o un corazón que
siente
pero nunca respira).
Otoño callado, prendido
de cielos suicidas
buscando solo
gotear una sonrisa.
Entre almas extraviadas
por calles con sabor
a tu nostalgia.
El tic-tac me susurra
que corra, que huya
que bese las ruinas.
Y entonces
el silencio triste
emerge en los besos,
moja los relojes
de aquel recuerdo
retorcido
en tu abismo.
¿Cómo creer
cuando ya has caído?
M.A.G.
Lentamente, sin escombros
pero en ruinas.
Lo sabíamos a destiempo.
Lo supimos
del mismo
maldito modo.
Se resbaló la poesía,
nos jugamos los labios,
botones errantes del alma.
De fuego ensartado
en lluvia vacía,
de campos armados
con sangre y arcilla.
(Un reloj
o un corazón que
siente
pero nunca respira).
Otoño callado, prendido
de cielos suicidas
buscando solo
gotear una sonrisa.
Entre almas extraviadas
por calles con sabor
a tu nostalgia.
El tic-tac me susurra
que corra, que huya
que bese las ruinas.
Y entonces
el silencio triste
emerge en los besos,
moja los relojes
de aquel recuerdo
retorcido
en tu abismo.
¿Cómo creer
cuando ya has caído?
M.A.G.
viernes, 25 de octubre de 2013
"Yo me estaba ahogando y tú eras tierra firme."
La tragedia nos perseguía desde el principio, con sus palabras bonitas, sus secretos oscuros y su dolor del pasado.
Dos insensatos al borde de un precipicio que brillaba más que cualquier estrella a medianoche. Tanta luz en manos de ciegos, tanto abismo y nosotros sin cuerdas.
El despropósito de sentir algo que te parte la vida en pedazos fue la antesala del desastre. Teníamos el corazón tan rojo que nos hizo arder hasta los cimientos.
Ceniza y ruina, polvo y silencio. Nuestro legado.
(Y los putos recuerdos).
Quizá la inconsciencia es el mejor regalo que nos hace la vida, o tal vez sea nuestra bala de plata cuando lo hemos perdido todo en la peor apuesta. Se nos ha olvidado el poder de una mirada, y no se me ocurre peor error (te lo juro).
Que un salvavidas sea el que te hunda en el fondo del océano es una deliciosa ironía o una broma de mal gusto por parte del destino. Ya no sé formular juicios de valor contra un enemigo de aire, papel y humo (y no hablo de tus cigarros). Los pájaros de mi cabeza quieren echar a volar pero el cielo ya no es tan azul como antes, ¿y ahora qué?
(Ojalá alguien le devolviera los colores a las cosas).
Tan solo queda contar insomnios y llorar a corazón cerrado. Solo sé correr de esa mirada y estoy aprendiendo a respirar cuando no puedo. Rutina y techo de madrugada, como la imagen de aquellos lunares. Como la música de aquel aire irreversible o el tacto de la felicidad pura.
Me inunda la indefensión a la vez que me entristece el no querer oponer resistencia. La nostalgia me acaricia el pelo por las noches y me canta las palabras de las que huyo con torpeza.
Tenía los pulmones llenos de agua
me dolía vivir y
entonces tú.
Y solo tú.
Nos salvamos.
Silencio.
Ya nunca más tú.
M.A.G.
domingo, 20 de octubre de 2013
Nuestros monstruos
Como una canción de cuna
cuando el sol despunta
(entre luces tenues).
El monstruo de los sueños,
el que todos cargamos
sobre las pesadillas viejas
y las pupilas ciegas.
Nos mira
(con ternura,
en silencio,
protestando)
y nos suplica:
"Quédate,
sé azul,
besa las rimas
y muerde los versos".
El fantasma de la infancia,
que nos persigue,
a veces canta,
pero nunca huye.
Y
nosotros
siempre
corremos
lejos
(muy lejos).
Cuando aprendamos a quedarnos,
venceremos al tiempo.
M.A.G
cuando el sol despunta
(entre luces tenues).
El monstruo de los sueños,
el que todos cargamos
sobre las pesadillas viejas
y las pupilas ciegas.
Nos mira
(con ternura,
en silencio,
protestando)
y nos suplica:
"Quédate,
sé azul,
besa las rimas
y muerde los versos".
El fantasma de la infancia,
que nos persigue,
a veces canta,
pero nunca huye.
Y
nosotros
siempre
corremos
lejos
(muy lejos).
Cuando aprendamos a quedarnos,
venceremos al tiempo.
M.A.G
martes, 15 de octubre de 2013
Carta desde el desastre
Desde un final cargado
de puntos suspensivos
que se prolongan irónicos
buscando alargar lo inevitablemente
muerto.
Un cadáver jugando contra el tiempo.
Desde ahí te escribo.
El terreno de las quimeras,
de lo nunca sucedido,
de los recuerdos mentirosos
y los desvelos grises
en noches de humo sin cigarros.
Sin motivo,
(mentira)
demasiadas razones tullidas,
vagan por mi cabeza sin comprender
el por qué de su existencia rota.
No hay objetivo, no hay blanco,
ni remitente ni destino.
No es una carta con mensaje,
tan solo un conjunto de gritos en tinta
(con algunos silencios de papel)
y una firma en forma de parpadeo.
Podría en su lugar escribirte una factura
con todas las promesas que me debes
y cada herida que me sobra.
Números sin sentido, palabras mudas
(y culpables)
convertidas en reproches de madrugada.
A eso nos hemos reducido.
Creo que prefiero la tristeza.
M.A.G.
miércoles, 9 de octubre de 2013
Del silencio al grito (y viceversa)
Lo demás es silencio.
Pero solo hay ruido en el insomnio,
y olas muertas con música mojada
como tú.
Siempre tú.
Ruido en el color verde de las cosas,
sueños atravesados en paredes
y precipicios
que no son más que huecos en la mirada
(la memoria).
Silencio, otra vez.
Más silencio, más dentro.
Menos yo.
¿Dónde queda lo tangible, lo cotidiano,
lo concreto?
El ser feliz como un niño triste
o el tocar de puntillas el ala de un poema.
Quizás nos enredamos con cadenas
que no son más que sábanas arrugadas
y esos días
azules
azules de ti
azules de creer.
Es inútil decirles que vuelvan,
solo eran pájaros caprichosos
que me dejaron con el invierno en las manos,
y en las heridas
y en las caricias
(todas muertas).
Confundimos vivir con vivirnos
y el error no tiene
ni arreglo
ni fortuna
ni destino.
Los errores son pesadillas que nos comen.
Pero de algo hay que vivirse, y no valen
(esta vez)
las palabras.
El abismo se ensombrece
bajo los focos de los que ganan,
de los que se juegan
un insomnio al rojo
y lo cuidan para siempre.
Estamos tan condenados
como al principio.
Suerte con tus monstruos,
yo cantaré nanas a los míos.
M.A.G.
Pero solo hay ruido en el insomnio,
y olas muertas con música mojada
como tú.
Siempre tú.
Ruido en el color verde de las cosas,
sueños atravesados en paredes
y precipicios
que no son más que huecos en la mirada
(la memoria).
Silencio, otra vez.
Más silencio, más dentro.
Menos yo.
¿Dónde queda lo tangible, lo cotidiano,
lo concreto?
El ser feliz como un niño triste
o el tocar de puntillas el ala de un poema.
Quizás nos enredamos con cadenas
que no son más que sábanas arrugadas
y esos días
azules
azules de ti
azules de creer.
Es inútil decirles que vuelvan,
solo eran pájaros caprichosos
que me dejaron con el invierno en las manos,
y en las heridas
y en las caricias
(todas muertas).
Confundimos vivir con vivirnos
y el error no tiene
ni arreglo
ni fortuna
ni destino.
Los errores son pesadillas que nos comen.
Pero de algo hay que vivirse, y no valen
(esta vez)
las palabras.
El abismo se ensombrece
bajo los focos de los que ganan,
de los que se juegan
un insomnio al rojo
y lo cuidan para siempre.
Estamos tan condenados
como al principio.
Suerte con tus monstruos,
yo cantaré nanas a los míos.
M.A.G.
miércoles, 2 de octubre de 2013
Un mundo de ciegos.
Seres incompletos, extraños,
incautos sordos que se buscan
para perderse en otras manos.
Se encuentran en sueños atrasados
mientras la lluvia se ceba en los relojes
(y los recuerdos se derrumban).
Un mundo de corazones ciegos,
de cuerpos mojados por una lluvia rota,
de todas esas palabras que nunca besamos
en aquella boca de un sucio pasado.
Una pizca de autodestrucción
sin remitente ni destino
en una carta que no sabemos escribir
porque al alma le faltan brazos.
Y mudos, rezamos a un cielo nublado,
esperando una respuesta no suicida,
como si nos la mereciéramos.
De camino al abismo, deambulamos
arrastrando unas expectativas vacías
como una pierna con la que no sabemos andar.
Ya no nos queda nada.
Solo siluetas sobre una cama vieja
que prueban pieles y ni destilan amargura,
carecen de sabor,
no huelen a derrota.
Únicamente guardan indiferencia disfrazada
de distracción ambigua.
Vivimos en un mundo de ciegos sin esperanza,
con los sentidos perdidos por causa
de una razón insuficiente y egoísta
que desterró las emociones en favor
de la ciencia (el progreso dicen),
la pragmática,
el utilitarismo
(y toda esa mierda que
nos deshace lentamente).
Quizá algún día nos salvemos con palabras.
O nos matemos por ellas.
M.A.G.
incautos sordos que se buscan
para perderse en otras manos.
Se encuentran en sueños atrasados
mientras la lluvia se ceba en los relojes
(y los recuerdos se derrumban).
Un mundo de corazones ciegos,
de cuerpos mojados por una lluvia rota,
de todas esas palabras que nunca besamos
en aquella boca de un sucio pasado.
Una pizca de autodestrucción
sin remitente ni destino
en una carta que no sabemos escribir
porque al alma le faltan brazos.
Y mudos, rezamos a un cielo nublado,
esperando una respuesta no suicida,
como si nos la mereciéramos.
De camino al abismo, deambulamos
arrastrando unas expectativas vacías
como una pierna con la que no sabemos andar.
Ya no nos queda nada.
Solo siluetas sobre una cama vieja
que prueban pieles y ni destilan amargura,
carecen de sabor,
no huelen a derrota.
Únicamente guardan indiferencia disfrazada
de distracción ambigua.
Vivimos en un mundo de ciegos sin esperanza,
con los sentidos perdidos por causa
de una razón insuficiente y egoísta
que desterró las emociones en favor
de la ciencia (el progreso dicen),
la pragmática,
el utilitarismo
(y toda esa mierda que
nos deshace lentamente).
Quizá algún día nos salvemos con palabras.
O nos matemos por ellas.
M.A.G.
sábado, 28 de septiembre de 2013
Llamas.
A veces en un simple reflejo hay más tristeza que en toda la puta ciudad que duerme apagada o baila hasta morir.
Una vez escuché "condena" y cerré los ojos para encontrar la definición en el hueco del pecho que no me deja respirar cuando el insomnio me besa en los párpados.
Estamos perdidos.
Los espejos me miran en antros oscuros a las cuatro de la mañana y lloran lágrimas deshumanizadas por el vacío que se folla a mi dolor.
(Si vais a juzgarme, dejad de leer. No me conocéis, no tenéis ni puta idea de por qué muero un poco más cada noche al rozar esa mirada de mi memoria.)
Mis amenazas pierden peso frente al alcohol y los recuerdos. Me intoxico para desintoxicarme porque no sé vivir sin beberme las ironías (y cuánto más enfermizas, mejor). Mis palabras han ganado más guerras que los americanos y sin embargo las muy hijas de puta solo saben doler desde hace tiempo.
Echo de menos saber echar de menos, no pasar de la indiferencia a la herida insoportable. Odio tener que recurrir a la inconsciencia de jugarme la vida cada noche.
(Joder, que yo acaricié el cielo con las malditas pupilas.)
Y un día escribo que te mueras para el siguiente resucitarte mil veces en la cabeza. Intentar no sentir nada cuando el cuerpo te suplica que no olvides es un adiós a la cordura. Ojalá existieran las drogas emocionales. Ojalá no fueras tú una de ellas.
Solo sé leer libros donde me suicido pasando cada página para renacer en la siguiente. Tengo un corazón de fénix, pero creo que esta vez las cenizas se las han fumado los fantasmas. Sin embargo, lo prefiero a estar vacía como ellos.
Quizá solo me quiero porque sé que estoy viva de verdad y que el resto únicamente alimenta a un mundo hambriento de almas mecánicas y anodinas.
(Hoy no siento tus ojos tan dentro, y me alegro. O no.)
Mi piel tiene resquicios de los sueños rotos de todo el que me ha rozado, y mis labios ya solo son cristales. Tal vez así podáis intuir mi melancolía o las copas llenas. Me tortura ese silencio que hiere más cuando se rompe para no decir absolutamente nada.
(Vuelvo a pensar que el puto mundo debió estallar en diciembre.)
Supongo que hay palabras que me perseguirán hasta que me muera, y quizá luego también. Quizá la eternidad sea la segunda parte de mi condena.
No eres nada. Solo una pieza (demasiado importante) de mi autodestrucción cíclica y previsible.
Me la suda quién me lea, me la suda lo que digan. Que me odien, que se inventen o que me tachen de lo que quieran. No aguantarían ni un puto día en mi cabeza.
Estoy tan sola que siempre tengo una sonrisa y un "me la pela" en la boca. Soy la viva imagen de la decadencia relajada que se ríe de todo porque ya lo ha llorado.
Prefiero ser la mirada irónica de la fiesta que se consume en el humo de un cigarrillo que no es suyo. No quiero saber nada de vuestra música ni de vuestras risas a mis espaldas.
Quizá lo único que me queda intacto es el orgullo, y el placer de que me veáis perderlo no os lo concederé. Escribir es de valientes o de cobardes ingenuos. Lo olvida todo el que se cree que soy débil por retratar mis heridas.
No sabéis nada sobre las palabras, y aún menos sobre mí.
Nos veremos en el infierno, cuando yo sea las llamas y vosotros estéis ardiendo.
M.A.G.
Una vez escuché "condena" y cerré los ojos para encontrar la definición en el hueco del pecho que no me deja respirar cuando el insomnio me besa en los párpados.
Estamos perdidos.
Los espejos me miran en antros oscuros a las cuatro de la mañana y lloran lágrimas deshumanizadas por el vacío que se folla a mi dolor.
(Si vais a juzgarme, dejad de leer. No me conocéis, no tenéis ni puta idea de por qué muero un poco más cada noche al rozar esa mirada de mi memoria.)
Mis amenazas pierden peso frente al alcohol y los recuerdos. Me intoxico para desintoxicarme porque no sé vivir sin beberme las ironías (y cuánto más enfermizas, mejor). Mis palabras han ganado más guerras que los americanos y sin embargo las muy hijas de puta solo saben doler desde hace tiempo.
Echo de menos saber echar de menos, no pasar de la indiferencia a la herida insoportable. Odio tener que recurrir a la inconsciencia de jugarme la vida cada noche.
(Joder, que yo acaricié el cielo con las malditas pupilas.)
Y un día escribo que te mueras para el siguiente resucitarte mil veces en la cabeza. Intentar no sentir nada cuando el cuerpo te suplica que no olvides es un adiós a la cordura. Ojalá existieran las drogas emocionales. Ojalá no fueras tú una de ellas.
Solo sé leer libros donde me suicido pasando cada página para renacer en la siguiente. Tengo un corazón de fénix, pero creo que esta vez las cenizas se las han fumado los fantasmas. Sin embargo, lo prefiero a estar vacía como ellos.
Quizá solo me quiero porque sé que estoy viva de verdad y que el resto únicamente alimenta a un mundo hambriento de almas mecánicas y anodinas.
(Hoy no siento tus ojos tan dentro, y me alegro. O no.)
Mi piel tiene resquicios de los sueños rotos de todo el que me ha rozado, y mis labios ya solo son cristales. Tal vez así podáis intuir mi melancolía o las copas llenas. Me tortura ese silencio que hiere más cuando se rompe para no decir absolutamente nada.
(Vuelvo a pensar que el puto mundo debió estallar en diciembre.)
Supongo que hay palabras que me perseguirán hasta que me muera, y quizá luego también. Quizá la eternidad sea la segunda parte de mi condena.
No eres nada. Solo una pieza (demasiado importante) de mi autodestrucción cíclica y previsible.
Me la suda quién me lea, me la suda lo que digan. Que me odien, que se inventen o que me tachen de lo que quieran. No aguantarían ni un puto día en mi cabeza.
Estoy tan sola que siempre tengo una sonrisa y un "me la pela" en la boca. Soy la viva imagen de la decadencia relajada que se ríe de todo porque ya lo ha llorado.
Prefiero ser la mirada irónica de la fiesta que se consume en el humo de un cigarrillo que no es suyo. No quiero saber nada de vuestra música ni de vuestras risas a mis espaldas.
Quizá lo único que me queda intacto es el orgullo, y el placer de que me veáis perderlo no os lo concederé. Escribir es de valientes o de cobardes ingenuos. Lo olvida todo el que se cree que soy débil por retratar mis heridas.
No sabéis nada sobre las palabras, y aún menos sobre mí.
Nos veremos en el infierno, cuando yo sea las llamas y vosotros estéis ardiendo.
M.A.G.
jueves, 19 de septiembre de 2013
Canción de nostalgia levemente desafinada.
¿Qué es la tristeza?
Quizá solo otro poema más.
Un verso ligeramente fuera de tono,
aquel parpadeo que rehuía las miradas,
una ola que erosiona
cada alma que toca.
¿Qué era la tristeza?
Un suspenso en mates,
que nadie quisiera jugar conmigo,
el perro que nunca me compraron
o el no poder volar por el cielo y huir
de aquel mundo asfixiante y ajeno
(en el caso de los niños raros
que ya intuíamos una madurez melancólica).
¿Qué será la tristeza?
Un amor con fecha de caducidad,
el vacío que rodea algunas vidas anodinas,
aquel silencio con el que ya una vez (o varias)
me destrozaron la mirada y las ganas
(y y y),
"mesa para uno" con los ojos en el suelo,
ya conocéis la historia.
¿Cómo fue la tristeza?
Como un recuerdo azul
que siempre persigue a las fotos.
¿Quién es la tristeza?
Aquella canción que se acurruca
en mi cabeza y me mira
con tantísima ternura
que escuece.
Y, la última (aunque nunca acaben
todas estas putas dudas):
¿Por qué será la tristeza
(y no tú, quien me dé el beso
de buenas noches al acostarme)?
M.A.G.
Quizá solo otro poema más.
Un verso ligeramente fuera de tono,
aquel parpadeo que rehuía las miradas,
una ola que erosiona
cada alma que toca.
¿Qué era la tristeza?
Un suspenso en mates,
que nadie quisiera jugar conmigo,
el perro que nunca me compraron
o el no poder volar por el cielo y huir
de aquel mundo asfixiante y ajeno
(en el caso de los niños raros
que ya intuíamos una madurez melancólica).
¿Qué será la tristeza?
Un amor con fecha de caducidad,
el vacío que rodea algunas vidas anodinas,
aquel silencio con el que ya una vez (o varias)
me destrozaron la mirada y las ganas
(y y y),
"mesa para uno" con los ojos en el suelo,
ya conocéis la historia.
¿Cómo fue la tristeza?
Como un recuerdo azul
que siempre persigue a las fotos.
¿Quién es la tristeza?
Aquella canción que se acurruca
en mi cabeza y me mira
con tantísima ternura
que escuece.
Y, la última (aunque nunca acaben
todas estas putas dudas):
¿Por qué será la tristeza
(y no tú, quien me dé el beso
de buenas noches al acostarme)?
M.A.G.
jueves, 12 de septiembre de 2013
¿Escribirle a Septiembre?
No somos más que un conjuntos de recuerdos muertos y de ambiciones suicidas que se estrellan contra el marco de la ventana de un viejo cuarto. Nos desvanecemos en el aire de tu cabeza, ese es el verdadero problema.
O quizás tú seas el puto problema, al fin y al cabo.
Mis debilidades se las come la botella y se las lleva el humo donde yo no pueda verlas. Ese es el destino de toda la mierda que desatas en mí, excepto los temblores a las horas más sucias de la madrugada. El peor regalo que me han hecho nunca se entierra entre mis sábanas con cada respiración desafinada contra la almohada.
(Y te juro que no saber exactamente a quién le escribo es casi peor que la tristeza.)
Como en aquella canción, el invierno acabó destrozándolo todo, matando cualquier fino hilo de cordura que me ataba al mundo real. La ironía más grande de todas volvió a perturbar mi calma en verano, y joder, nunca es justo. (Rondabas mi boca con palabras y nunca le echabas cojones a la tuya propia.)
Entonces llega Septiembre y nos mata a todos con un calendario que asfixia cualquier canción que pudiera salvarnos. Observamos cómo se mueve y nos arrastra al caos de olvidar en qué año estamos. Y solo sabemos escribir mientras ignoramos cualquier razón lógica para no hacerlo. Supongo que la tinta nos tira más que la sangre, y claro. Luego nos preguntamos por qué nos estamos muriendo por dentro. Los bolígrafos son peores que los puñales, y nos autolesionamos a base de letras clavadas en la clavícula. Nunca es demasiado tarde para matarse con las frases precisas, con la boca equivocada.
Tanta magia que ensuciamos a base de convertirla en escepticismo vacío. Tú eres mi peor cinismo y mi mejor desacierto. ¿O era al revés? Quizá no me importe a estas alturas. Puede que sea el momento de conversar con un espejo que no me devuelva la mirada más rota de la fiesta.
(Aquella línea invisible que cruzaba mi espalda como un cometa extraviado que se confunde de campo de gravedad. Esa fue la única razón para no abandonar y seguir acelerando mi pulso con la puta voz de mis recuerdos.)
Susurros a tazas de café que le devuelven el calor a un cuerpo con hipotermia emocional, esa es la historia de unos gemidos que se perdieron en las paredes de un cuarto que ya nunca volverá. O las cervezas que nunca me han gustado y se deslizan por mi garganta mientras cierro los ojos y me concentro en creer que aún sigo viva. Puede que el peor cuento que haya escrito sea el que se deslice por mis pupilas cada vez que te encuentre en un bar por casualidad. Aunque, ¿cómo creer en las coincidencias a estas alturas?
Tenemos las alas destrozadas, pero aún queremos seguir volando hasta el final, aún tenemos el valor de defender nuestros vicios y nuestros sueños. Si algún día conseguimos convivir con los monstruos, será por haber volado más alto que ellos. Recordadlo.
Pero, ¿quién es Septiembre? y, ¿qué quiere de nosotros? Me pregunto en noches como esta, dejándome llevar por una música que me eleva más alto que cualquier planeta perdido por tu universo.
Sin embargo, todo acaba reduciéndose a la misma duda de siempre.
¿Por qué el ritmo fluido de tus notas susurrando contra mi oído me deja sin aliento?
M.A.G.
O quizás tú seas el puto problema, al fin y al cabo.
Mis debilidades se las come la botella y se las lleva el humo donde yo no pueda verlas. Ese es el destino de toda la mierda que desatas en mí, excepto los temblores a las horas más sucias de la madrugada. El peor regalo que me han hecho nunca se entierra entre mis sábanas con cada respiración desafinada contra la almohada.
(Y te juro que no saber exactamente a quién le escribo es casi peor que la tristeza.)
Como en aquella canción, el invierno acabó destrozándolo todo, matando cualquier fino hilo de cordura que me ataba al mundo real. La ironía más grande de todas volvió a perturbar mi calma en verano, y joder, nunca es justo. (Rondabas mi boca con palabras y nunca le echabas cojones a la tuya propia.)
Entonces llega Septiembre y nos mata a todos con un calendario que asfixia cualquier canción que pudiera salvarnos. Observamos cómo se mueve y nos arrastra al caos de olvidar en qué año estamos. Y solo sabemos escribir mientras ignoramos cualquier razón lógica para no hacerlo. Supongo que la tinta nos tira más que la sangre, y claro. Luego nos preguntamos por qué nos estamos muriendo por dentro. Los bolígrafos son peores que los puñales, y nos autolesionamos a base de letras clavadas en la clavícula. Nunca es demasiado tarde para matarse con las frases precisas, con la boca equivocada.
Tanta magia que ensuciamos a base de convertirla en escepticismo vacío. Tú eres mi peor cinismo y mi mejor desacierto. ¿O era al revés? Quizá no me importe a estas alturas. Puede que sea el momento de conversar con un espejo que no me devuelva la mirada más rota de la fiesta.
(Aquella línea invisible que cruzaba mi espalda como un cometa extraviado que se confunde de campo de gravedad. Esa fue la única razón para no abandonar y seguir acelerando mi pulso con la puta voz de mis recuerdos.)
Susurros a tazas de café que le devuelven el calor a un cuerpo con hipotermia emocional, esa es la historia de unos gemidos que se perdieron en las paredes de un cuarto que ya nunca volverá. O las cervezas que nunca me han gustado y se deslizan por mi garganta mientras cierro los ojos y me concentro en creer que aún sigo viva. Puede que el peor cuento que haya escrito sea el que se deslice por mis pupilas cada vez que te encuentre en un bar por casualidad. Aunque, ¿cómo creer en las coincidencias a estas alturas?
Tenemos las alas destrozadas, pero aún queremos seguir volando hasta el final, aún tenemos el valor de defender nuestros vicios y nuestros sueños. Si algún día conseguimos convivir con los monstruos, será por haber volado más alto que ellos. Recordadlo.
Pero, ¿quién es Septiembre? y, ¿qué quiere de nosotros? Me pregunto en noches como esta, dejándome llevar por una música que me eleva más alto que cualquier planeta perdido por tu universo.
Sin embargo, todo acaba reduciéndose a la misma duda de siempre.
¿Por qué el ritmo fluido de tus notas susurrando contra mi oído me deja sin aliento?
M.A.G.
miércoles, 4 de septiembre de 2013
Despedidas de humo
-¿Te das cuenta de que aquel día nos jodimos la vida, verdad?-musitó ella mientras fumaba indolente contra su hombro, haciéndole tragar todo aquel humo impregando de decepción y derrota.
Él la miró de reojo, sin querer detenerse en su flequillo desordenado ni en las pecas de su nariz.
-Lo sé. Es algo que estamos condenados a saber-respondió quitándole el cigarro de los dedos. Fumó con ganas, expulsando todo el aire de golpe, como si le quemara en la garganta. Pero ambos sabían que nada le consumía tanto como ella. Su cigarro particular, su punto débil, su primera sonrisa contra la espalda. Nadie podía luchar contra eso.
Y, sin embargo, habían perdido.
-¿Por qué lo hicimos? ¿En qué cojones estábamos pensando? Siempre se nos dio mal eso de pensar cuando nos besábamos y nos dibujábamos el infinito en las pestañas. Qué ilusos...
Ella lo contempló absorta unos minutos. Quería volver a besarlo, pero su boca sabía a rencor y a egoísmo, y tenía miedo de sus propios recuerdos.
-Dame el cigarro. Nunca supiste fumar, y cada vez lo haces peor-le susurró al oído, con la voz quebrada, triste, cansada.
Sin resistencia, el chico le entregó el cigarro rozando ligeramente sus dedos.
-Joder, ¿por qué siempre tienes que hacerme caso? Cabreáte, grítame, llámame puta. Haz algo de una vez y deja de observarme como si estuviera a mil kilómetros de distancia.
Él clavó en ella una mirada intensa y profunda, una mirada que la hizo temblar y apartar la vista.
-Siempre estás a mil kilómetros de distancia. En todos los sentidos. Y lo sabes. Lo sabes y nunca he podido hacer nada contra eso. Ni contra tus lágrimas, ni contra esa fragilidad preciosa que te rodea cada vez que eliminas tus malditas barreras.
El cigarrillo cayó sobre el sofá de una forma casi elegante. Ella respiraba más rápido de lo normal, y acariciaba con cuidado la tapicería verde agua de aquel mueble.
-Nunca entenderé nada de toda esta mierda. Vamos a querernos toda la puta vida y a destrozarnos entre silencios y borracheras enfermizas. Yo seguiré mirando las ventanas con cierta esperanza suicida, y tú fumarás mal todos esos cigarrillos que no te gustan. ¿En qué nos hemos convertido?
-Somos tan solo una sombra mal dibujada del pasado. Vivimos un presente de cenizas, y ya no podemos hacer más que destruirnos poco a poco, cíclicamente. Espero que algún día me perdones.
Le rozó el brazo con cuidado, anticipándose a la mirada escéptica de ella. Siempre estaba guapa y triste, con ese brillo nostálgico en los ojos. Jamás querría tanto a nadie. Jamás se odiaría tanto por culpa de alguien.
-Para perdonarte tendría que destrozarme del todo. Lo siento mucho... Te siento mucho incluso aunque estemos tan lejos que jamás volvamos a vernos.
Por un instante sus labios se rozaron superficialmente, de una forma tan pura y mágica que casi consiguió romper toda aquella putrefacción que los cubría.
-¿Es una despedida?-musitó él con la mirada empañada y turbia.
Ella contempló sus ojos y supo que aquella imagen la perseguiría el resto de su vida. Era lo más hermoso que vería jamás.
-Tú eres despedida-susurró haciéndose añicos y saliendo corriendo de aquel sofá, de aquella habitación, de aquella vida rota que la contempló marcharse en silencio.
M.A.G.
Él la miró de reojo, sin querer detenerse en su flequillo desordenado ni en las pecas de su nariz.
-Lo sé. Es algo que estamos condenados a saber-respondió quitándole el cigarro de los dedos. Fumó con ganas, expulsando todo el aire de golpe, como si le quemara en la garganta. Pero ambos sabían que nada le consumía tanto como ella. Su cigarro particular, su punto débil, su primera sonrisa contra la espalda. Nadie podía luchar contra eso.
Y, sin embargo, habían perdido.
-¿Por qué lo hicimos? ¿En qué cojones estábamos pensando? Siempre se nos dio mal eso de pensar cuando nos besábamos y nos dibujábamos el infinito en las pestañas. Qué ilusos...
Ella lo contempló absorta unos minutos. Quería volver a besarlo, pero su boca sabía a rencor y a egoísmo, y tenía miedo de sus propios recuerdos.
-Dame el cigarro. Nunca supiste fumar, y cada vez lo haces peor-le susurró al oído, con la voz quebrada, triste, cansada.
Sin resistencia, el chico le entregó el cigarro rozando ligeramente sus dedos.
-Joder, ¿por qué siempre tienes que hacerme caso? Cabreáte, grítame, llámame puta. Haz algo de una vez y deja de observarme como si estuviera a mil kilómetros de distancia.
Él clavó en ella una mirada intensa y profunda, una mirada que la hizo temblar y apartar la vista.
-Siempre estás a mil kilómetros de distancia. En todos los sentidos. Y lo sabes. Lo sabes y nunca he podido hacer nada contra eso. Ni contra tus lágrimas, ni contra esa fragilidad preciosa que te rodea cada vez que eliminas tus malditas barreras.
El cigarrillo cayó sobre el sofá de una forma casi elegante. Ella respiraba más rápido de lo normal, y acariciaba con cuidado la tapicería verde agua de aquel mueble.
-Nunca entenderé nada de toda esta mierda. Vamos a querernos toda la puta vida y a destrozarnos entre silencios y borracheras enfermizas. Yo seguiré mirando las ventanas con cierta esperanza suicida, y tú fumarás mal todos esos cigarrillos que no te gustan. ¿En qué nos hemos convertido?
-Somos tan solo una sombra mal dibujada del pasado. Vivimos un presente de cenizas, y ya no podemos hacer más que destruirnos poco a poco, cíclicamente. Espero que algún día me perdones.
Le rozó el brazo con cuidado, anticipándose a la mirada escéptica de ella. Siempre estaba guapa y triste, con ese brillo nostálgico en los ojos. Jamás querría tanto a nadie. Jamás se odiaría tanto por culpa de alguien.
-Para perdonarte tendría que destrozarme del todo. Lo siento mucho... Te siento mucho incluso aunque estemos tan lejos que jamás volvamos a vernos.
Por un instante sus labios se rozaron superficialmente, de una forma tan pura y mágica que casi consiguió romper toda aquella putrefacción que los cubría.
-¿Es una despedida?-musitó él con la mirada empañada y turbia.
Ella contempló sus ojos y supo que aquella imagen la perseguiría el resto de su vida. Era lo más hermoso que vería jamás.
-Tú eres despedida-susurró haciéndose añicos y saliendo corriendo de aquel sofá, de aquella habitación, de aquella vida rota que la contempló marcharse en silencio.
M.A.G.
lunes, 2 de septiembre de 2013
La casualidad más grande.
Y de repente volvemos a girar en espiral, regresamos al principio a una velocidad de vértigo sin tener ni puta idea de cómo frenar. Ni siquiera sabemos lo que queremos, y probablemente no sepamos querer, ni mucho menos.
Las sonrisas furtivas, los suspiros a ciegas, y esos cigarros que a veces fumo a medias, son lo que se beben mi sueño y vomitan mi insomnio. Últimamente das tantas vueltas en mi cabeza que ya no sé ni hacia qué dirección vamos.
¿Será realmente esta la casualidad más grande? ¿La que golpee mi vida por segunda vez, dejando aquella marca en mis costillas? Y otro café más a deshora, otro garabato en el cuaderno azul, lleno de heridas de guerra y de sueños intangibles. Otra vez tú. Ya he perdido la cuenta de idas y venidas, de vaivenes y encuentros que amenazan con estallar y destruirnos a su paso. Estamos condenados a querer que ocurra, a perder la cabeza con la misma velocidad con la que la recuperamos. Condenados. Qué palabra tan acertada.
Y me doy de hostias contra toda esta historia absurda, me bebo una copa por cada devaneo oscuro, y por cada aliento que contenemos esperando el próximo paso del otro. Estoy perdiendo el juicio una vez más, y creo que te odio por ello.
(En realidad creo que jamás podría odiarte, y lo peor es que tú también lo sabes.)
Jugamos nuestras cartas de la mejor forma que podemos, pero ambos somos pésimos y siempre nos descartamos mal. Vivimos en un punto muerto imposible, tiramos y aflojamos reprimiendo las ganas, midiendo causas y consecuencias de algo que no es cuantitativo. Conocemos el final inevitable, pero seguimos dando vueltas en una noria de la que no sabemos cómo bajar.
A veces cierro los ojos bajito y juego con el tiempo a mi antojo. Revivo imágenes que jamás podrán morir del todo y me pregunto por qué nunca hemos podido hacerlo bien. Somos el resultado de una mala elección tras otras, de las palabras equivocadas en el momento inadecuado. Y ahora qué.
Seremos un huracán inoportuno que arrasará con toda la mierda que encuentre a su paso. Estamos esperando una excusa con sabor a alcohol y a noches que no terminan, y quizá entonces todo acabe o comience de verdad. No sabemos hacia dónde vamos a llegar.
Estamos embarcados en una casualidad gigante que empieza a decidir por nosotros. Y no tenemos ni puta idea de cuáles son los límites que nos rodean.
Quizá solo necesitemos un golpe de suerte, un poco de valor o una madrugada que nos abra la puerta.
Qué ironía.
M.A.G.
Las sonrisas furtivas, los suspiros a ciegas, y esos cigarros que a veces fumo a medias, son lo que se beben mi sueño y vomitan mi insomnio. Últimamente das tantas vueltas en mi cabeza que ya no sé ni hacia qué dirección vamos.
¿Será realmente esta la casualidad más grande? ¿La que golpee mi vida por segunda vez, dejando aquella marca en mis costillas? Y otro café más a deshora, otro garabato en el cuaderno azul, lleno de heridas de guerra y de sueños intangibles. Otra vez tú. Ya he perdido la cuenta de idas y venidas, de vaivenes y encuentros que amenazan con estallar y destruirnos a su paso. Estamos condenados a querer que ocurra, a perder la cabeza con la misma velocidad con la que la recuperamos. Condenados. Qué palabra tan acertada.
Y me doy de hostias contra toda esta historia absurda, me bebo una copa por cada devaneo oscuro, y por cada aliento que contenemos esperando el próximo paso del otro. Estoy perdiendo el juicio una vez más, y creo que te odio por ello.
(En realidad creo que jamás podría odiarte, y lo peor es que tú también lo sabes.)
Jugamos nuestras cartas de la mejor forma que podemos, pero ambos somos pésimos y siempre nos descartamos mal. Vivimos en un punto muerto imposible, tiramos y aflojamos reprimiendo las ganas, midiendo causas y consecuencias de algo que no es cuantitativo. Conocemos el final inevitable, pero seguimos dando vueltas en una noria de la que no sabemos cómo bajar.
A veces cierro los ojos bajito y juego con el tiempo a mi antojo. Revivo imágenes que jamás podrán morir del todo y me pregunto por qué nunca hemos podido hacerlo bien. Somos el resultado de una mala elección tras otras, de las palabras equivocadas en el momento inadecuado. Y ahora qué.
Seremos un huracán inoportuno que arrasará con toda la mierda que encuentre a su paso. Estamos esperando una excusa con sabor a alcohol y a noches que no terminan, y quizá entonces todo acabe o comience de verdad. No sabemos hacia dónde vamos a llegar.
Estamos embarcados en una casualidad gigante que empieza a decidir por nosotros. Y no tenemos ni puta idea de cuáles son los límites que nos rodean.
Quizá solo necesitemos un golpe de suerte, un poco de valor o una madrugada que nos abra la puerta.
Qué ironía.
M.A.G.
sábado, 24 de agosto de 2013
Diecinueve gritos y medio silencio.
La música de las palabras que no decimos se apaga lentamente, mientras el agua cae en silencio algunas noches de invierno azul. En mis recuerdos hay calles oscuras, soledad claustrofóbica y metros donde nadie parece real del todo.
Me preguntan por mis ruinas como quien quiere saber el nombre de mi perro. Y no es tan fácil. Estoy cansada de que simplifiquen mi tristeza, de que jueguen a convertir mis sentimientos en matemáticas.
El hielo de mi memoria se derrite cuando bebo, y todo se encharca de lágrimas incoherentes y de mordiscos a deshora. Los relojes se paran apuntando al cielo color abismo, mientras la arena hace magia que siempre sabe a tabaco. Y son aquellos cigarrillos de madrugada los que absorben una historia que nadie recuerda, o que quizá nunca existió. Ceniza, humo, rabia contenida y polvos en el aire. Aquello que se nos escapa de las manos y que deseamos retener con toda nuestra fuerza.
Soy solo una chica que juega a llorar en las fiestas, que a veces se quita toda la tristeza a besos cuando puede o cuando quiere. La de la mirada ausente, la de la cara de niña y los suspiros guardados en cualquier copa que huela a vodka.
Mientras las luces agonizan entre las hojas de los árboles, cuesta comprender que realmente estoy, que existo en un plano físico, que hay algo más allá de mi coraza. Pero entonces alguien se juega mi sonrisa y la gana. Y de repente me veo, estoy, siento mi respiración. Soy consciente de que el aire me acaricia la piel ."Una vaga esperanza irrealizable" como decía Ángel González. Un guiño breve por un solo instante.
Desaparece tan rápido que ni da tiempo a parpadear confusamente. Solo deja una estela de imágenes congeladas en la memoria, un precipicio agridulce al que saltar en esos días raros. Pero la culpa es mía, por no tener cuidado cuando la rueda del tiempo se enrosca en mis tobillos al girar la vista atrás.
Las madrugadas felices siempre terminan pasando factura. No vuelven a repetirse, y te dejan el sabor de la impotencia en los labios, el cuello helado, la mirada aturdida y las manos vacías.
Me pregunto qué queda cuando nos desvanecemos dentro de nosotros mismos.
Me pregunto si alguien comprenderá algún día el por qué de esta tristeza casi eterna.
Y me pregunto a qué cojones esperas para salvarme.
M.A.G.
sábado, 17 de agosto de 2013
Música de nieve
Las
notas se diluían
entre
versos blancos,
drogas
blandas
y
algunas heridas más.
Tú
eras la melodía más cortante,
el
re menor que siempre me quebraba,
la
única ambición peor que la poesía.
Sin
embargo nos gustaba rompernos
y
bailar entre la nieve acuosa de la ciudad,
entre
recuerdos que no son ciertos.
(Teníamos
cierta propensión al victimismo
y
al café demasiado dulce
y
a las despedidas eternas.)
Los
ascensores en los que jamás subimos
cantan
canciones pop apagadas
que
hablan de lo que tú y yo no hemos sido.
Quizá
sea lo mejor,
dejar
los bailes y los susurros a otros
para
jugar con los monstruos que realmente somos.
Aunque
siempre que vea esa película
estaré
condenada a recordarme en tus brazos,
y
a desear matarte a palabras
para
que descosas mi memoria
de
tanto amor y felicidad,
de
tanta música y nieve.
M.A.G.
viernes, 19 de julio de 2013
"Otra vez muertos de frío"
Y yo que te hubiera cosido la vida a besos, el caos a las caderas. Ni toda la Antártida hubiera congelado nuestros silencios rojo fuego. Pero se te ha olvidado y yo ya no sé cómo recordártelo sin arriesgarme a destrozarlo aún más.
Teníamos tanto frío en los ojos que nos abrazábamos las miradas. Ni los pájaros volaban tan alto, y quién quería la puta gravedad teniendo tus brazos, joder.
Cómo me jode hablar en pasado y no ser capaz de salvarme en presente, sin creer en el futuro.
Que me tapo con 40 grados y tirito al cerrar los ojos y encontrarte tras mis párpados, escondido entre mis recuerdos.
Eras casi mis pupilas, y jodías a la tristeza solo con palabras. Yo a eso lo llamaba magia, y a ti, milagro. Ahora no sé ni mi nombre y juego a ser Ironía (o Ironiria). Siempre pierdo. La cabeza, los papeles, el sentido, las ganas, la vida. Y a ti. Esa fue mi peor derrota.
Aquella mirada que me hacía trizas el corazón en un segundo. O cuando el cielo lloraba y a mí solo me salía sonreírte a quemarropa, consumiéndome en tu clavícula.
El fallo fue quedarnos en los días negros, tirar la fe a la basura y olvidarlo TODO de repente (y para que yo escriba en mayúsculas, algo ha tenido que hacer 'crack' aquí dentro).
Ya solo soy los hilos perdidos de mi memoria y algún que otro latido inoportuno. Pero puedo jurar que el puto "de verdad que lo he intentado" grita en mi cabeza más alto que nunca, y creo que es mi único consuelo.
Aquella ternura vive en mis letras, y daría mi vida por poder contemplarla de cerca.
Ya no sé si ardo cuando escribo, o si escribo porque cada aliento me quema en los labios.
Ni siquiera pueden responderme a mis preguntas. Solo sirvo para lanzar réplicas airadas a las palabras, y ellas ni se molestan en contestar.
El punto y final es una promesa de ventanas abiertas (ya nadie las rompe), de alcohol desmedido, de llantos a ciegas.
Es la prórroga incansable del nunca jamás arañando con cristales cada centímetro de mi piel.
M.A.G.
Teníamos tanto frío en los ojos que nos abrazábamos las miradas. Ni los pájaros volaban tan alto, y quién quería la puta gravedad teniendo tus brazos, joder.
Cómo me jode hablar en pasado y no ser capaz de salvarme en presente, sin creer en el futuro.
Que me tapo con 40 grados y tirito al cerrar los ojos y encontrarte tras mis párpados, escondido entre mis recuerdos.
Eras casi mis pupilas, y jodías a la tristeza solo con palabras. Yo a eso lo llamaba magia, y a ti, milagro. Ahora no sé ni mi nombre y juego a ser Ironía (o Ironiria). Siempre pierdo. La cabeza, los papeles, el sentido, las ganas, la vida. Y a ti. Esa fue mi peor derrota.
Aquella mirada que me hacía trizas el corazón en un segundo. O cuando el cielo lloraba y a mí solo me salía sonreírte a quemarropa, consumiéndome en tu clavícula.
El fallo fue quedarnos en los días negros, tirar la fe a la basura y olvidarlo TODO de repente (y para que yo escriba en mayúsculas, algo ha tenido que hacer 'crack' aquí dentro).
Ya solo soy los hilos perdidos de mi memoria y algún que otro latido inoportuno. Pero puedo jurar que el puto "de verdad que lo he intentado" grita en mi cabeza más alto que nunca, y creo que es mi único consuelo.
Aquella ternura vive en mis letras, y daría mi vida por poder contemplarla de cerca.
Ya no sé si ardo cuando escribo, o si escribo porque cada aliento me quema en los labios.
Ni siquiera pueden responderme a mis preguntas. Solo sirvo para lanzar réplicas airadas a las palabras, y ellas ni se molestan en contestar.
El punto y final es una promesa de ventanas abiertas (ya nadie las rompe), de alcohol desmedido, de llantos a ciegas.
Es la prórroga incansable del nunca jamás arañando con cristales cada centímetro de mi piel.
M.A.G.
domingo, 14 de julio de 2013
Me has jodido la vida.
Así tal cual. Sin metáforas complejas, sin indirectas o eufemismos. La verdad desnuda en mis noches descarnadas, en mis peores y reales pesadillas.
La rutina y la ruina ya son una sola, y los precipicios los intuyo desde el fondo del recuerdo de tus pupilas. Mientras, vivo con el peso de haber perdido la mirada más bonita que me ha salvado jamás la vida.
Capaz. He sido capaz de romper lo indestructible, así que hubiera podido ganar aquel maldito juego con 1000 puntos de ventaja.
Y me siguen preguntando por qué no puedo dormir.
Ya solo sé desquiciarme frente a un papel para huir de mi propio fantasma, que está más vivo que yo. Otra ironía que me clava cristales en las venas y me pinta espejismos en la cama.
Si algún día mi memoria decide estrellarte contra el olvido, creo que la nada se comerá mi vida, y mis cenizas te llamarán a gritos desde el abismo.
Te prefiero como agonía antes que como vacío.
Y además sé que por mucho que corra, tu recuerdo siempre va a alcanzarme. Tal vez tenga que vivir con él clavado en las costillas.
No sé ni por qué grito en estas letras, si es inútil explicarle a un papel que nunca volveré a escribirme en tu cuello. Quizá llorar sirva para expulsar las emociones que ahogan, pero las noches pasan y lo que siento no cambia. Abrazar a un edredón es un placebo de mierda, y susurrarle a las paredes solo sirve para acabar dándoles de hostias a falta de respuestas.
Me he consumido en mi propia memoria y salgo corriendo ante cada imagen que me recuerda que no siempre he sido así.
Creo que tengo parkinson en el corazón, o en lo que sea que se retuerce ahí dentro mientras me esfuerzo en no morirme (más). Salvar a alguien de sus monstruos no sirve de nada cuando acabas convirtiéndote en el peor de ellos. Quizá debería habértelo dicho, aunque no me hubieras creído.
Y ahora a ti no te importa. Y ahora a mí no me consuela.
Me he convertido en una sombra que solo vive cuando se destruye. Espero que seas capaz de vivir con eso.
Espero ser capaz de no desaparecer yo.
M.A.G.
La rutina y la ruina ya son una sola, y los precipicios los intuyo desde el fondo del recuerdo de tus pupilas. Mientras, vivo con el peso de haber perdido la mirada más bonita que me ha salvado jamás la vida.
Capaz. He sido capaz de romper lo indestructible, así que hubiera podido ganar aquel maldito juego con 1000 puntos de ventaja.
Y me siguen preguntando por qué no puedo dormir.
Ya solo sé desquiciarme frente a un papel para huir de mi propio fantasma, que está más vivo que yo. Otra ironía que me clava cristales en las venas y me pinta espejismos en la cama.
Si algún día mi memoria decide estrellarte contra el olvido, creo que la nada se comerá mi vida, y mis cenizas te llamarán a gritos desde el abismo.
Te prefiero como agonía antes que como vacío.
Y además sé que por mucho que corra, tu recuerdo siempre va a alcanzarme. Tal vez tenga que vivir con él clavado en las costillas.
No sé ni por qué grito en estas letras, si es inútil explicarle a un papel que nunca volveré a escribirme en tu cuello. Quizá llorar sirva para expulsar las emociones que ahogan, pero las noches pasan y lo que siento no cambia. Abrazar a un edredón es un placebo de mierda, y susurrarle a las paredes solo sirve para acabar dándoles de hostias a falta de respuestas.
Me he consumido en mi propia memoria y salgo corriendo ante cada imagen que me recuerda que no siempre he sido así.
Creo que tengo parkinson en el corazón, o en lo que sea que se retuerce ahí dentro mientras me esfuerzo en no morirme (más). Salvar a alguien de sus monstruos no sirve de nada cuando acabas convirtiéndote en el peor de ellos. Quizá debería habértelo dicho, aunque no me hubieras creído.
Y ahora a ti no te importa. Y ahora a mí no me consuela.
Me he convertido en una sombra que solo vive cuando se destruye. Espero que seas capaz de vivir con eso.
Espero ser capaz de no desaparecer yo.
M.A.G.
viernes, 28 de junio de 2013
Tristeza.
La tristeza de los atardeceres muertos
llega cada madrugada de mierda
envuelta entre los recuerdos y
las lágrimas que empapan la vida.
Cuando mis alas se cansan
de fingir que están enteras y
de jugar a que pueden volar hechas pedazos.
Si solo quiero cerrarme las heridas con algo de luz,
arreglarme el corazón a besos
para dejar de coserme miedos a la boca
y de buscar finales a los círculos.
Esas espirales que solo saben de destrucción
anticipadamente cíclica,
de comas etílicos,
y de carcajadas histéricas a la cuatro de la mañana.
Como una cama que nos atrapa
entre unas sábanas que no saben a victorias,
que no guardan ese olor reconfortante
y no saben nada sobre cómo salvar a alguien.
Sentirse condenada por unas palabras
que nunca se han pronunciado,
que la felicidad se fugue con tu suerte
y te dejen agonizando en el suelo de algún bar.
Porque la soledad que más asfixia
es la que nunca terminamos de aceptar,
los trenes a los que subimos mientras lloramos,
las calles que nos gritan que un día
podíamos parar el tiempo con una sonrisa.
A veces me tatúo en las ganas
que no todo está perdido y que quizá algún día
deje de mirar las ventanas y las pastillas
pensando en una posible vía de escape.
Pero hasta los colores más brillantes
se apagan si les vomitas encima,
y las lámparas más bonitas
dejan de iluminar cuando las revientas contra el suelo.
Y yo ni emito luz
ni puedo aspirar a ser primavera.
M.A.G.
llega cada madrugada de mierda
envuelta entre los recuerdos y
las lágrimas que empapan la vida.
Cuando mis alas se cansan
de fingir que están enteras y
de jugar a que pueden volar hechas pedazos.
Si solo quiero cerrarme las heridas con algo de luz,
arreglarme el corazón a besos
para dejar de coserme miedos a la boca
y de buscar finales a los círculos.
Esas espirales que solo saben de destrucción
anticipadamente cíclica,
de comas etílicos,
y de carcajadas histéricas a la cuatro de la mañana.
Como una cama que nos atrapa
entre unas sábanas que no saben a victorias,
que no guardan ese olor reconfortante
y no saben nada sobre cómo salvar a alguien.
Sentirse condenada por unas palabras
que nunca se han pronunciado,
que la felicidad se fugue con tu suerte
y te dejen agonizando en el suelo de algún bar.
Porque la soledad que más asfixia
es la que nunca terminamos de aceptar,
los trenes a los que subimos mientras lloramos,
las calles que nos gritan que un día
podíamos parar el tiempo con una sonrisa.
A veces me tatúo en las ganas
que no todo está perdido y que quizá algún día
deje de mirar las ventanas y las pastillas
pensando en una posible vía de escape.
Pero hasta los colores más brillantes
se apagan si les vomitas encima,
y las lámparas más bonitas
dejan de iluminar cuando las revientas contra el suelo.
Y yo ni emito luz
ni puedo aspirar a ser primavera.
M.A.G.
miércoles, 26 de junio de 2013
A veces me pregunto si me lees.
A lo que siempre me respondo que quizá escriba para eso. Y espero con toda mi alma (rota ya) equivocarme.
Yo solo sirvo para dirigir mis palabras a nadie, para encerrar la tristeza en alguna prisión que no se encuentre dentro de mí. No busco una carta, ni una disculpa o despedida. No ambiciono a recibir comprensión, ni rabia o extrañeza.
Las letras son mi placebo, el reemplazo algo más amable de mis verdaderas emociones, que están bajo llave en la planta baja de mi memoria, destrozando los sueños.
Quizás estas madrugadas que agonizan con lecturas de Bukowski mientras pienso en el suicidio son el verdadero sentido que esconde mi vida. O tal vez mi destino no sea otro que esbozar una sonrisa resignada y asentir cuando me recriminen mi fatalismo, mi nostalgia, mis obsesiones y mi forma de sentir. ¿Cómo he podido atreverme a dormir a deshora, a emborracharme para nadie y a no ambicionar la felicidad anodina que embarga al resto del mundo muerto?
Mi reprochable ironía quizá solo desea que dejen de tratarme como a otra oveja más, que corre tras lo socialmente aceptado y murmura las palabras de rigor cuando la ocasión lo requiere.
Nunca he querido aceptar esa cordura muda y racional que parece recorrer las expresiones de todo el que me rodea. No me interesan vuestros juegos de hipocresía, vuestra falsa sonrisa ni las críticas hacia el modo de vida que yo he elegido.
Si quiero que toda mi puta vida sea una sucesión de poesías que lloren por mí, así será. Desde que era niña he sido la extraña en un mundo de relojes que no se parecía en nada al País de las Maravillas, y sí a la ciudad gris que describía Momo.
Estoy atrapada en un bucle de emociones autodestructivas, y me sorprende observar cómo enfocáis hacia mí vuestra amable preocupación en lugar de ocuparos de cómo os morís de indiferencia diariamente.
No obstante, gracias. Gracias a todos por hacerme sentir realmente viva cuando me comparo con vosotros.
Y por haber conseguido que mis primeras frases me importen una mierda en este momento.
Ojalá algún día alguien sea capaz de leer mis gritos.
M.A.G.
Yo solo sirvo para dirigir mis palabras a nadie, para encerrar la tristeza en alguna prisión que no se encuentre dentro de mí. No busco una carta, ni una disculpa o despedida. No ambiciono a recibir comprensión, ni rabia o extrañeza.
Las letras son mi placebo, el reemplazo algo más amable de mis verdaderas emociones, que están bajo llave en la planta baja de mi memoria, destrozando los sueños.
Quizás estas madrugadas que agonizan con lecturas de Bukowski mientras pienso en el suicidio son el verdadero sentido que esconde mi vida. O tal vez mi destino no sea otro que esbozar una sonrisa resignada y asentir cuando me recriminen mi fatalismo, mi nostalgia, mis obsesiones y mi forma de sentir. ¿Cómo he podido atreverme a dormir a deshora, a emborracharme para nadie y a no ambicionar la felicidad anodina que embarga al resto del mundo muerto?
Mi reprochable ironía quizá solo desea que dejen de tratarme como a otra oveja más, que corre tras lo socialmente aceptado y murmura las palabras de rigor cuando la ocasión lo requiere.
Nunca he querido aceptar esa cordura muda y racional que parece recorrer las expresiones de todo el que me rodea. No me interesan vuestros juegos de hipocresía, vuestra falsa sonrisa ni las críticas hacia el modo de vida que yo he elegido.
Si quiero que toda mi puta vida sea una sucesión de poesías que lloren por mí, así será. Desde que era niña he sido la extraña en un mundo de relojes que no se parecía en nada al País de las Maravillas, y sí a la ciudad gris que describía Momo.
Estoy atrapada en un bucle de emociones autodestructivas, y me sorprende observar cómo enfocáis hacia mí vuestra amable preocupación en lugar de ocuparos de cómo os morís de indiferencia diariamente.
No obstante, gracias. Gracias a todos por hacerme sentir realmente viva cuando me comparo con vosotros.
Y por haber conseguido que mis primeras frases me importen una mierda en este momento.
Ojalá algún día alguien sea capaz de leer mis gritos.
M.A.G.
jueves, 20 de junio de 2013
Llover es cantar
La lluvia de los ojos no es más que una melodía que se nos va de la mirada. Notas que se deslizan por las mejillas, mientras cada lágrima arrastra un poco de rímel y de tristeza.
Se crean canciones de ritmo agitado o resignado, aunque a veces simplemente nacen de un mi menor que no termina de encajar en la vida. Y la letra se escribe con los pensamientos que guarda cada tormenta de agua salada, con esas palabras que anidan en las costillas color melancolía.
Cantarla es tan libre como suicida, tan complejamente simple como correrte llorando. No todos los oídos quieren escuchar los gritos que los corazones reprimen. Pero los ojos suspiran, y cuando la canción empieza a decaer, solo se puede continuar entre notas ligeramente desafinadas.
A veces la lluvia roza el suelo, o moja alguna sonrisa irónica que se cruza en su camino. Encharca hasta el alma y las pupilas no son más que dos pianos hundiéndose en un océano mientras suena su última canción eterna (con el impulso irracional de dejarse arrastrar a ese abismo de notas suicidas).
Quizá lo mejor sea bailar lentamente mientras la canción se agota y abandona el recipiente del cuerpo, para abrazar el aire que la transporta y la mata (es mejor así).
Se crean sonidos tan preciosos cuando llueve fuerte, que es fácil volverse adicto al tipo de tristeza que inunda las poesías con su color azul que araña. Y no hay droga más dura (mentira, la hay, y es la puta culpable de la mayoría del dolor que tiñe cualquier tormenta) que obsesionarse con la melancolía que empaña las ventanas y las almohadas, que inunda cualquier vagón de metro cuando no hay más que soledad en todos los asientos.
Firmar una carta con gotas de nostalgia, empapar libros y camisetas con una fina llovizna que lo acaba cubriendo absolutamente todo, incluso cada resquicio de indiferencia que se empeña en gritar "me la suda" en medio de un concierto de ojalás (rotos en mil pedazos por toda la habitación).
Cuando alguien canta, se siente vivo aunque esté muerto, y esa es quizá la magia de todas las tormentas que se llevan la respiración y un trozo del alma. Algunas de las nanas que la noche regala son las que acunan y se llevan el sueño (irónicamente). Y la única manera de acallar la autodestrucción es apagar la música y dejar que un mar de silencio transporte los últimos susurros entrecortados.
Llover es cantar, y la tristeza es una de las canciones más peligrosas y bonitas que existen.
Cuidado con enamorarte de sus notas, porque nunca hay vuelta atrás.
M.A.G.
Se crean canciones de ritmo agitado o resignado, aunque a veces simplemente nacen de un mi menor que no termina de encajar en la vida. Y la letra se escribe con los pensamientos que guarda cada tormenta de agua salada, con esas palabras que anidan en las costillas color melancolía.
Cantarla es tan libre como suicida, tan complejamente simple como correrte llorando. No todos los oídos quieren escuchar los gritos que los corazones reprimen. Pero los ojos suspiran, y cuando la canción empieza a decaer, solo se puede continuar entre notas ligeramente desafinadas.
A veces la lluvia roza el suelo, o moja alguna sonrisa irónica que se cruza en su camino. Encharca hasta el alma y las pupilas no son más que dos pianos hundiéndose en un océano mientras suena su última canción eterna (con el impulso irracional de dejarse arrastrar a ese abismo de notas suicidas).
Quizá lo mejor sea bailar lentamente mientras la canción se agota y abandona el recipiente del cuerpo, para abrazar el aire que la transporta y la mata (es mejor así).
Se crean sonidos tan preciosos cuando llueve fuerte, que es fácil volverse adicto al tipo de tristeza que inunda las poesías con su color azul que araña. Y no hay droga más dura (mentira, la hay, y es la puta culpable de la mayoría del dolor que tiñe cualquier tormenta) que obsesionarse con la melancolía que empaña las ventanas y las almohadas, que inunda cualquier vagón de metro cuando no hay más que soledad en todos los asientos.
Firmar una carta con gotas de nostalgia, empapar libros y camisetas con una fina llovizna que lo acaba cubriendo absolutamente todo, incluso cada resquicio de indiferencia que se empeña en gritar "me la suda" en medio de un concierto de ojalás (rotos en mil pedazos por toda la habitación).
Cuando alguien canta, se siente vivo aunque esté muerto, y esa es quizá la magia de todas las tormentas que se llevan la respiración y un trozo del alma. Algunas de las nanas que la noche regala son las que acunan y se llevan el sueño (irónicamente). Y la única manera de acallar la autodestrucción es apagar la música y dejar que un mar de silencio transporte los últimos susurros entrecortados.
Llover es cantar, y la tristeza es una de las canciones más peligrosas y bonitas que existen.
Cuidado con enamorarte de sus notas, porque nunca hay vuelta atrás.
M.A.G.
viernes, 14 de junio de 2013
Ironiria
Oniria encontraba a Insomnia y los dos conectaban bien. Qué fácil, ¿verdad? O más bien, qué difícil. Hallar la magia, compartirla, confiarla. Que os bese, que os abrace, que os folle en cualquier noche eterna y os haga indestructibles. Hasta que los polvos dejan de ser de hadas (o dejan de ser, sin más) y las varitas son solo bolis que aplastar contra el papel, desgarrando el alma en forma de frases y frases que nadie leerá nunca.
Eran la misma piel, pero los dos saltaron al vacío en vez de andar por los cables. No era necesario tanto equilibrio, ¿no? (Quizá ese era el verdadero fallo). Ni quererse tanto, ni quererse bien. ¿Para qué coño buscáis adjetivos y adverbios? Había cosas simplemente inexplicables, y aquella era la verdadera magia.
Esperar era importante, aunque las luces de neón jamás eran suficiente; siempre acababan parpadeando insolentemente antes de apagarse de golpe y dejarlos a oscuras. Y aunque las madrugadas y los bares en penumbra servían para refugiarlos entonces, recuerdo que un día que escribí que a veces las sombras pueden comerte.
Tampoco había pijamas, y no, Oniria jamás era capaz de soñar si estaba con él, pero Insomnia sí conseguía dormir. Tal vez se tergiversó la historia, o tal vez la historia los tergiversó a ellos. Lo cierto es que el principio y el final fueron lo mismo, y los días no vividos continuaron sucediéndose, uno tras otro, entre ojeras y fragmentos rotos de esperanza, el único resto absurdo que dejó la magia.
Y es que al subirse al piso más alto, se acabaron despeñando a cámara lenta, admirando el final a medida que se acercaba inexorablemente, resbalando por el aire, emborrachándose de despedida. (Aunque Oniria jamás se despidió, y tampoco fue cruel. Ni siquiera cuando el suelo se la tragó). Demasiados reencuentros jodidamente esperados, demasiadas dualidades que los envolvieron en un anticiclón. Al menos las noches fueron más azules que cualquier día de verano, al menos siempre fue él.
Pero sí, después de la caída ella ya no soñaba más, y sus fantasmas la visitaban en cada parpadeo prolongado. El problema de Insomnia no era querer despertar; Insomnia ya había despertado. Y ella juraba bajo toneladas de hormigón palabras que ninguna persona jamás oiría, porque eran suyas, eran su alma estrujándole la garganta y las letras, y eso no tiene derecho a sentirlo nadie más. No se debe prestar el dolor, porque irónicamente siempre exigen los intereses.
El subsuelo no es eterno, y cuando Oniria regresó, una ciudad muerta la observaba girarse en cada esquina buscando el encuentro más inesperado de todos. Ella nunca escapó, ni dejó intervenir a nadie más que a sus propias palabras. Solo juraba bajito, y trataba de dormir.
Es otra historia más de sueños (rotos) e insomnios (histéricos). Otro castillo de arena que se tragó la marea, otra página arrugada de un libro que nadie quiere leer (y a quién le importa).
Y el fin en negro de la historia era una anticipación hecha de letras, como la misma Oniria. Ella no es más que el anagrama de Ironía, pero no lo comprendió hasta que Insomnia acabó cediendo al sueño fácil. No era el final esperado. No hubo gritos, ni terceras personas, ni una última mirada de desolación. Solo quedaron los días no vividos, entre humo, botellas vacías y las trampas de la memoria.
Oniria estaba atada a la autodestrucción circular. Y quizá solo la palabra que la condenaba podría salvarla.
M.A.G.
Eran la misma piel, pero los dos saltaron al vacío en vez de andar por los cables. No era necesario tanto equilibrio, ¿no? (Quizá ese era el verdadero fallo). Ni quererse tanto, ni quererse bien. ¿Para qué coño buscáis adjetivos y adverbios? Había cosas simplemente inexplicables, y aquella era la verdadera magia.
Esperar era importante, aunque las luces de neón jamás eran suficiente; siempre acababan parpadeando insolentemente antes de apagarse de golpe y dejarlos a oscuras. Y aunque las madrugadas y los bares en penumbra servían para refugiarlos entonces, recuerdo que un día que escribí que a veces las sombras pueden comerte.
Tampoco había pijamas, y no, Oniria jamás era capaz de soñar si estaba con él, pero Insomnia sí conseguía dormir. Tal vez se tergiversó la historia, o tal vez la historia los tergiversó a ellos. Lo cierto es que el principio y el final fueron lo mismo, y los días no vividos continuaron sucediéndose, uno tras otro, entre ojeras y fragmentos rotos de esperanza, el único resto absurdo que dejó la magia.
Y es que al subirse al piso más alto, se acabaron despeñando a cámara lenta, admirando el final a medida que se acercaba inexorablemente, resbalando por el aire, emborrachándose de despedida. (Aunque Oniria jamás se despidió, y tampoco fue cruel. Ni siquiera cuando el suelo se la tragó). Demasiados reencuentros jodidamente esperados, demasiadas dualidades que los envolvieron en un anticiclón. Al menos las noches fueron más azules que cualquier día de verano, al menos siempre fue él.
Pero sí, después de la caída ella ya no soñaba más, y sus fantasmas la visitaban en cada parpadeo prolongado. El problema de Insomnia no era querer despertar; Insomnia ya había despertado. Y ella juraba bajo toneladas de hormigón palabras que ninguna persona jamás oiría, porque eran suyas, eran su alma estrujándole la garganta y las letras, y eso no tiene derecho a sentirlo nadie más. No se debe prestar el dolor, porque irónicamente siempre exigen los intereses.
El subsuelo no es eterno, y cuando Oniria regresó, una ciudad muerta la observaba girarse en cada esquina buscando el encuentro más inesperado de todos. Ella nunca escapó, ni dejó intervenir a nadie más que a sus propias palabras. Solo juraba bajito, y trataba de dormir.
Es otra historia más de sueños (rotos) e insomnios (histéricos). Otro castillo de arena que se tragó la marea, otra página arrugada de un libro que nadie quiere leer (y a quién le importa).
Y el fin en negro de la historia era una anticipación hecha de letras, como la misma Oniria. Ella no es más que el anagrama de Ironía, pero no lo comprendió hasta que Insomnia acabó cediendo al sueño fácil. No era el final esperado. No hubo gritos, ni terceras personas, ni una última mirada de desolación. Solo quedaron los días no vividos, entre humo, botellas vacías y las trampas de la memoria.
Oniria estaba atada a la autodestrucción circular. Y quizá solo la palabra que la condenaba podría salvarla.
M.A.G.
sábado, 8 de junio de 2013
Costumbres.
Al final te acabas acostumbrando a los desvelos insanos, a los labios helados y a las pesadillas donde el único monstruo eres tú.
Duele, pero la rutina se impone. Y ella no es más que hostias al móvil, temblores inhumanos y apatías desordenadas sobre el suelo de mi cuarto.
La soledad es una casa donde solo cabe la tristeza, y todas las cicatrices de la memoria. Es lo que queda cuando ya nadie está pendiente de tus victorias, ni teme por tus derrotas. Ya no existen los cigarros a medias (y te lo agradezco, porque gracias a ello creo que nunca podré fumar tabaco yo sola), ni las lágrimas de felicidad, ni la puta seguridad que conllevaba saber que te cuidaban al dormir.
Y es que hay trenes que solo pasan una vez, hay abrazos en los que nunca volverás a morir, hay palabras que ya no sabes cómo cojones volver a pronunciar. La única repetición que siempre te va a acompañar son los recuerdos. Y ellos harán de cualquier dolor físico una alternativa más suave y menos enfermiza.
Porque ya todo se te queda grande, y sabes que nadie te echa de menos, que nada será capaz de reparar una mitad que ha estallado en mil pedazos, que es solo polvo y no polvos (joder). Ya solo queda una tonelada de palabras que podrían servir como armas de destrucción masiva para el puto corazón. Ya nadie te salva el mundo cuando estás hecha mierda, ya no sabes a quién avisar cuando te pasa algo bueno por una maldita vez.
Te acostumbras a morirte poco a poco, a taparte hasta la nariz con las sábanas incluso a 40 grados. El frío se convierte en tu mejor amigo, la ropa en una cárcel, y la sonrisa, en otra mentira más. Aunque quizá lo peor sea que todo acaba produciéndote indiferencia, y ya ni siquiera tu propia vida te importa.
Tan solo te sientes viva cuando lloras hasta consumirte por completo, cuando estrellas cualquier cosa contra la pared, cuando sonríes con ironía ante tu propio reflejo. Y es que el desengaño te destruye por dentro.
No sé si es peor quedarte sin nadie a quien escribirle, o escribirle a alguien para quien ya no eres nadie.
Al final te acabas acostumbrando a solo querer con botellas de alcohol.
O no. Quizá no te acostumbras nunca (y este nunca sí es de verdad). Pero es lo único que te queda.
M.A.G.
Duele, pero la rutina se impone. Y ella no es más que hostias al móvil, temblores inhumanos y apatías desordenadas sobre el suelo de mi cuarto.
La soledad es una casa donde solo cabe la tristeza, y todas las cicatrices de la memoria. Es lo que queda cuando ya nadie está pendiente de tus victorias, ni teme por tus derrotas. Ya no existen los cigarros a medias (y te lo agradezco, porque gracias a ello creo que nunca podré fumar tabaco yo sola), ni las lágrimas de felicidad, ni la puta seguridad que conllevaba saber que te cuidaban al dormir.
Y es que hay trenes que solo pasan una vez, hay abrazos en los que nunca volverás a morir, hay palabras que ya no sabes cómo cojones volver a pronunciar. La única repetición que siempre te va a acompañar son los recuerdos. Y ellos harán de cualquier dolor físico una alternativa más suave y menos enfermiza.
Porque ya todo se te queda grande, y sabes que nadie te echa de menos, que nada será capaz de reparar una mitad que ha estallado en mil pedazos, que es solo polvo y no polvos (joder). Ya solo queda una tonelada de palabras que podrían servir como armas de destrucción masiva para el puto corazón. Ya nadie te salva el mundo cuando estás hecha mierda, ya no sabes a quién avisar cuando te pasa algo bueno por una maldita vez.
Te acostumbras a morirte poco a poco, a taparte hasta la nariz con las sábanas incluso a 40 grados. El frío se convierte en tu mejor amigo, la ropa en una cárcel, y la sonrisa, en otra mentira más. Aunque quizá lo peor sea que todo acaba produciéndote indiferencia, y ya ni siquiera tu propia vida te importa.
Tan solo te sientes viva cuando lloras hasta consumirte por completo, cuando estrellas cualquier cosa contra la pared, cuando sonríes con ironía ante tu propio reflejo. Y es que el desengaño te destruye por dentro.
No sé si es peor quedarte sin nadie a quien escribirle, o escribirle a alguien para quien ya no eres nadie.
Al final te acabas acostumbrando a solo querer con botellas de alcohol.
O no. Quizá no te acostumbras nunca (y este nunca sí es de verdad). Pero es lo único que te queda.
M.A.G.
miércoles, 5 de junio de 2013
¿Capaz?
Y lo digo con la mirada por los suelos, con las palabras atascadas en tus omóplatos. Lo digo como quien habla con un simple fantasma de su memoria.
Quizá hasta que las imágenes provienen de fuera y no de dentro, no apreciamos con qué frase empezamos a convertirnos en ruina y rutina, en qué detalle (nos) perdimos el mundo y ganamos una guerra absurda en nombre de un orgullo al que no le debemos nada.
¿Habrá realmente un límite de felicidad, un estado al que jamás regresaremos y que nos perseguirá eternamente? ¿Estamos condenados a jodernos la vida por culpa de un éxtasis que una vez nos salvó?
Tal vez lo importante sí sea tener finales al fin y al cabo, saber cuándo hay que cortar de raíz. Yo, la que hace un año quería luchar hasta quedarse sin corazón, arañar hasta el último trozo de amor que aún impregnara el aire. Yo, que era alérgica a las rendiciones y a la desesperanza.
He acabado por creer en la autodestrucción infinita que nos arrastra, y quizá sí que haya una mejor forma de acabar. (Cada letra de la palabra miedo acompaña todos estos párrafos y tildes, aunque aquí no haya líneas torcidas, ni lágrimas emborronando la tinta).
Ojalá aún pudiera seguir creyendo que ese final es un error. Ojalá pudiera ignorar toda la mierda que me lleva a pensar de otra manera. Pero ¿qué hago si llevo meses pensando que quizá lo mejor hubiera sido que el puto mundo se acabara en diciembre? (Cómo si me hicieran falta más pensamientos obsesivos a los que encadenar respiraciones desordenadas de madrugada).
Porque ser el ataque de ansiedad favorito de alguien no es ningún piropo, y destruir todo lo que tocas no es ni mucho menos un mito o exageración. Quizá es que algunas personas somos así, nos destrozamos la vida poco a poco y cuando la única oportunidad de ser feliz llega, solo podemos mantenerla sepultándonos bajo toneladas de hormigón.
Y ese es sin duda uno de los peores terrores nocturnos del mundo.
Sin embargo, continúo jugando aunque sepa que me matan cada victoria y cada derrota. ¿Hasta dónde voy a llegar?
Salvarme. ¿Capaz o incapaz?
M.A.G.
Quizá hasta que las imágenes provienen de fuera y no de dentro, no apreciamos con qué frase empezamos a convertirnos en ruina y rutina, en qué detalle (nos) perdimos el mundo y ganamos una guerra absurda en nombre de un orgullo al que no le debemos nada.
¿Habrá realmente un límite de felicidad, un estado al que jamás regresaremos y que nos perseguirá eternamente? ¿Estamos condenados a jodernos la vida por culpa de un éxtasis que una vez nos salvó?
Tal vez lo importante sí sea tener finales al fin y al cabo, saber cuándo hay que cortar de raíz. Yo, la que hace un año quería luchar hasta quedarse sin corazón, arañar hasta el último trozo de amor que aún impregnara el aire. Yo, que era alérgica a las rendiciones y a la desesperanza.
He acabado por creer en la autodestrucción infinita que nos arrastra, y quizá sí que haya una mejor forma de acabar. (Cada letra de la palabra miedo acompaña todos estos párrafos y tildes, aunque aquí no haya líneas torcidas, ni lágrimas emborronando la tinta).
Ojalá aún pudiera seguir creyendo que ese final es un error. Ojalá pudiera ignorar toda la mierda que me lleva a pensar de otra manera. Pero ¿qué hago si llevo meses pensando que quizá lo mejor hubiera sido que el puto mundo se acabara en diciembre? (Cómo si me hicieran falta más pensamientos obsesivos a los que encadenar respiraciones desordenadas de madrugada).
Porque ser el ataque de ansiedad favorito de alguien no es ningún piropo, y destruir todo lo que tocas no es ni mucho menos un mito o exageración. Quizá es que algunas personas somos así, nos destrozamos la vida poco a poco y cuando la única oportunidad de ser feliz llega, solo podemos mantenerla sepultándonos bajo toneladas de hormigón.
Y ese es sin duda uno de los peores terrores nocturnos del mundo.
Sin embargo, continúo jugando aunque sepa que me matan cada victoria y cada derrota. ¿Hasta dónde voy a llegar?
Salvarme. ¿Capaz o incapaz?
M.A.G.
lunes, 27 de mayo de 2013
(A) medias mitades
Dan las doce y la manecilla rota del reloj tiembla frente a la esfera de cristal. Hace amago de pararse frente a un número desdibujado, pero solo consigue lograr un parpadeo insistente.
La cama se mueve, o quizá es la silueta que se dibuja bajo las sábanas. Una mitad a medias, un cuerpo dormido con el corazón aletargado. Un paso, otro, ropa por el suelo, una maldición, tres suspiros.
Y ese café observando cómo el azúcar se precipita sobre él. Las medias rotas tiradas en un rincón, haciéndole preguntas que se ahogan en la espuma del café.
Metros que vienen, caminos que se van, sonrisas furtivas, tristezas de metal tras las imágenes menos esperadas. Puñetazos a las 4 de la mañana en la puerta del destino, quejas por una herida mal cicatrizada, por un corazón en coma.
Tiritas en el lado izquierdo, cubriendo una línea discontinua absurda e invisible, vendavales de incertidumbre que solo traen dudas infinitas
(esas putas dudas infinitas).
Bombillas que nunca dan la luz suficiente, nubes que se comen a las estrellas y esos rotos en el pantalón que van también por debajo de la piel. Y por encima de ella corren ríos de maquillaje que ya no son para ponerse guapa. Solo ocultan la inundación, el terremoto, y el incendio (las llamas a veces asoman por alguna de las pupilas, de esas pupilas partidas por la mitad).
A medio camino entre el desastre y la nada, a medio camino entre un suspiro y la última de las respiraciones. Un único vaso roto en medio de una fiesta de cumpleaños donde ya no queda nadie, un baño con la ventana abierta, aquella botella olvidada en los estantes de un supermercado.
Se escuchan unos pasos apagados en el altavoz encendido de su cabeza. El simple sonido de la otra mitad de la almohada. Y entonces empieza a llover, aunque jamás dejan de caer esas gotas por el precipicio.
Llueve a medias, respira a medias, cae a medias.
El continuo tic-tac del reloj trae recuerdos, y se deja observar con indolencia. Ojos de comprensión, de tristeza, la mitad de una mirada que sabe mucho del tiempo y de cómo asfixia lentamente, con la certeza del fin en negro. Matarse es un arte, y el reloj es un experto.
¿Alguien más con el valor de afirmar que el tiempo cura?
Aunque, si la muerte es la solución, quizá sea cierto.
M.A.G.
La cama se mueve, o quizá es la silueta que se dibuja bajo las sábanas. Una mitad a medias, un cuerpo dormido con el corazón aletargado. Un paso, otro, ropa por el suelo, una maldición, tres suspiros.
Y ese café observando cómo el azúcar se precipita sobre él. Las medias rotas tiradas en un rincón, haciéndole preguntas que se ahogan en la espuma del café.
Metros que vienen, caminos que se van, sonrisas furtivas, tristezas de metal tras las imágenes menos esperadas. Puñetazos a las 4 de la mañana en la puerta del destino, quejas por una herida mal cicatrizada, por un corazón en coma.
Tiritas en el lado izquierdo, cubriendo una línea discontinua absurda e invisible, vendavales de incertidumbre que solo traen dudas infinitas
(esas putas dudas infinitas).
Bombillas que nunca dan la luz suficiente, nubes que se comen a las estrellas y esos rotos en el pantalón que van también por debajo de la piel. Y por encima de ella corren ríos de maquillaje que ya no son para ponerse guapa. Solo ocultan la inundación, el terremoto, y el incendio (las llamas a veces asoman por alguna de las pupilas, de esas pupilas partidas por la mitad).
A medio camino entre el desastre y la nada, a medio camino entre un suspiro y la última de las respiraciones. Un único vaso roto en medio de una fiesta de cumpleaños donde ya no queda nadie, un baño con la ventana abierta, aquella botella olvidada en los estantes de un supermercado.
Se escuchan unos pasos apagados en el altavoz encendido de su cabeza. El simple sonido de la otra mitad de la almohada. Y entonces empieza a llover, aunque jamás dejan de caer esas gotas por el precipicio.
Llueve a medias, respira a medias, cae a medias.
El continuo tic-tac del reloj trae recuerdos, y se deja observar con indolencia. Ojos de comprensión, de tristeza, la mitad de una mirada que sabe mucho del tiempo y de cómo asfixia lentamente, con la certeza del fin en negro. Matarse es un arte, y el reloj es un experto.
¿Alguien más con el valor de afirmar que el tiempo cura?
Aunque, si la muerte es la solución, quizá sea cierto.
M.A.G.
lunes, 20 de mayo de 2013
Quienes vomitamos tristeza al escribir (vivir).
No quiero más que escribir palabras que resbalen como gotas de lluvia por algún paraguas extraviado en una cafetería. Resignarme contra el mundo, porque a fin de cuentas solo somos un conjunto de finales desordenados que se suceden uno tras otro, improbables, airados, confundidos.
Que el universo últimamente sabe a vacío para quienes lo prueban con una canción en los labios, con una lluvia tras la mirada. Y mis manos solo saben agarrar el aire, el aire intangible que guarda todas aquellas frases que te llevaste.
Continuamos impasibles ante un futuro que se deshace, cantando que sí, que el puto barco de papel se pudra donde esté (pero no es eso lo que realmente pensamos, y está demostrado que ya solo sabemos querer con mentiras).
Y no nos importa que el universo entero piense que solo sabemos escribir para suicidarnos por dentro, ya hemos perdido el deje de cotidianidad que nos mezclaba un poco con el resto de la gente muerta que camina por la calle. ¿Ahora qué? Si todas las casualidades se amontonan en un rincón, mientras explotan bombas en cada país, mientras se hacen fotos a las sonrisas huecas en noches de fiesta.
Quizá en más de una ventana una chica acariciará el cristal mientras se adentra en un espejo imaginario, una de esas Alicias que los sueños dejaron huérfanas el día que las historias se trazaron en alguna cabeza lejana. Tal vez en la casa más cercana un chico se fume hasta sus miedos más profundos, con tal de no recordar lo que un día él mismo destruyó. Y todos los que bebemos para intentar desintoxicarnos de lo que nos mata lentamente cada día un poco más, ¿qué coño pasa con nosotros?
El universo juega con sus piezas y ya hay demasiados peones indolentes. Nos la suda morirnos, nos la suda vivir, y acabamos demostrándolo en cada abrazo que no damos, en cada mirada desviada, en cada beso que muere antes de estallar. Que somos unos jodidos cobardes que se dedican a huir de sí mismos, hasta que topamos con las paredes de los demás, y ah, cómo duele. Cómo nos dolemos entre todos, creando redes y redes de relaciones que nos conectan, nos arrastran, y a veces solo alejan.
Egoístas, cobardes, autodestructivos. Lo único que quizá nos salva es que al menos nosotros estamos vivos, y sangramos con cada palabra, mientras el resto se consume en la feliz mediocridad de la nada.
(Yo creo que llega un momento en el que escribimos solo para no pegarnos un tiro en la sien.)
Tal vez aún estemos a tiempo de averiguar cómo salvarnos. O quizá ya lo sabemos, y eso es lo que nos da más miedo.
M.A.G.
Que el universo últimamente sabe a vacío para quienes lo prueban con una canción en los labios, con una lluvia tras la mirada. Y mis manos solo saben agarrar el aire, el aire intangible que guarda todas aquellas frases que te llevaste.
Continuamos impasibles ante un futuro que se deshace, cantando que sí, que el puto barco de papel se pudra donde esté (pero no es eso lo que realmente pensamos, y está demostrado que ya solo sabemos querer con mentiras).
Y no nos importa que el universo entero piense que solo sabemos escribir para suicidarnos por dentro, ya hemos perdido el deje de cotidianidad que nos mezclaba un poco con el resto de la gente muerta que camina por la calle. ¿Ahora qué? Si todas las casualidades se amontonan en un rincón, mientras explotan bombas en cada país, mientras se hacen fotos a las sonrisas huecas en noches de fiesta.
Quizá en más de una ventana una chica acariciará el cristal mientras se adentra en un espejo imaginario, una de esas Alicias que los sueños dejaron huérfanas el día que las historias se trazaron en alguna cabeza lejana. Tal vez en la casa más cercana un chico se fume hasta sus miedos más profundos, con tal de no recordar lo que un día él mismo destruyó. Y todos los que bebemos para intentar desintoxicarnos de lo que nos mata lentamente cada día un poco más, ¿qué coño pasa con nosotros?
El universo juega con sus piezas y ya hay demasiados peones indolentes. Nos la suda morirnos, nos la suda vivir, y acabamos demostrándolo en cada abrazo que no damos, en cada mirada desviada, en cada beso que muere antes de estallar. Que somos unos jodidos cobardes que se dedican a huir de sí mismos, hasta que topamos con las paredes de los demás, y ah, cómo duele. Cómo nos dolemos entre todos, creando redes y redes de relaciones que nos conectan, nos arrastran, y a veces solo alejan.
Egoístas, cobardes, autodestructivos. Lo único que quizá nos salva es que al menos nosotros estamos vivos, y sangramos con cada palabra, mientras el resto se consume en la feliz mediocridad de la nada.
(Yo creo que llega un momento en el que escribimos solo para no pegarnos un tiro en la sien.)
Tal vez aún estemos a tiempo de averiguar cómo salvarnos. O quizá ya lo sabemos, y eso es lo que nos da más miedo.
M.A.G.
jueves, 16 de mayo de 2013
Todas esas putas cosas que nunca te dije.
2:26 de la mañana, mientras me deshago en una de esas cartas que no quiero que leas.
No paro de preguntarme qué tipo de palabras suicidas son estas que me incitan escribirle a lo que ya solo es un fantasma en mi cabeza (y esa jodida mirada, y ese jodido amor grabado en ella).
Pasé de las alas que me daban los verbos en futuro a las anclas de los tiempos en pasado. Las cicatrices anteriores se convirtieron en meras cosquillas comparadas con las heridas abiertas en carne viva que aún me da miedo tocar, porque queman más que aquella chimenea donde queríamos parar el reloj.
Porque qué cojones me has dejado.
Un corazón que solo funciona a golpes.
Miles de números que ya solo sirven para doler.
Un fuego que arde sin llamas.
Ojos agitados, respiraciones que lloran.
Y toda una lista de poemas donde siempre juro que no volveré a escribirte.
Hay recuerdos en los que podría morirme todas las veces que quisiera, y no sé hasta qué punto es enfermizo.
Pero qué hago, si todas las paredes me causan claustrofobia cuando pienso en esta mierda.
Si te habría regalado todas las primaveras que nos hubiesen salvado.
Si me hubiera dado igual arrancar mil calendarios para que me abrazases solo una maldita vez más.
Odia las noches en las que me enredo con los huecos que han quedado dentro de mí, con toda la rabia aterciopelada y los gritos que llevan tu nombre.
Te has convertido en la tristeza que empaña mi vida cuando me descuido, en la razón más contundente para creer en aquello que tú me negabas:
Nadie quiere cristales rotos en su vida, nadie desea chicas a las que otros han hecho pedazos hasta convertirlas en cenizas y agua. Es todo una puta mentira, y ya no creo en nadie que me diga que puede arreglarme. Gracias por quitarme hasta la última esperanza de ser feliz.
Ojalá aquello que te dije hubiera sido una puta verdad, ojalá alguien consiga darte lo que fui incapaz de conseguir yo.
No me importa reconocer que espero que ahora seas feliz. Así mis destrozos equilibrarían la balanza.
Tal vez sea la única chica de la ciudad que vive un invierno dentro de la primavera.
M.A.G.
No paro de preguntarme qué tipo de palabras suicidas son estas que me incitan escribirle a lo que ya solo es un fantasma en mi cabeza (y esa jodida mirada, y ese jodido amor grabado en ella).
Pasé de las alas que me daban los verbos en futuro a las anclas de los tiempos en pasado. Las cicatrices anteriores se convirtieron en meras cosquillas comparadas con las heridas abiertas en carne viva que aún me da miedo tocar, porque queman más que aquella chimenea donde queríamos parar el reloj.
Porque qué cojones me has dejado.
Un corazón que solo funciona a golpes.
Miles de números que ya solo sirven para doler.
Un fuego que arde sin llamas.
Ojos agitados, respiraciones que lloran.
Y toda una lista de poemas donde siempre juro que no volveré a escribirte.
Hay recuerdos en los que podría morirme todas las veces que quisiera, y no sé hasta qué punto es enfermizo.
Pero qué hago, si todas las paredes me causan claustrofobia cuando pienso en esta mierda.
Si te habría regalado todas las primaveras que nos hubiesen salvado.
Si me hubiera dado igual arrancar mil calendarios para que me abrazases solo una maldita vez más.
Odia las noches en las que me enredo con los huecos que han quedado dentro de mí, con toda la rabia aterciopelada y los gritos que llevan tu nombre.
Te has convertido en la tristeza que empaña mi vida cuando me descuido, en la razón más contundente para creer en aquello que tú me negabas:
Nadie quiere cristales rotos en su vida, nadie desea chicas a las que otros han hecho pedazos hasta convertirlas en cenizas y agua. Es todo una puta mentira, y ya no creo en nadie que me diga que puede arreglarme. Gracias por quitarme hasta la última esperanza de ser feliz.
Ojalá aquello que te dije hubiera sido una puta verdad, ojalá alguien consiga darte lo que fui incapaz de conseguir yo.
No me importa reconocer que espero que ahora seas feliz. Así mis destrozos equilibrarían la balanza.
Tal vez sea la única chica de la ciudad que vive un invierno dentro de la primavera.
M.A.G.
sábado, 11 de mayo de 2013
Realmente irreal
Ya no escucho más eco que el de mi propia voz. Las opiniones se han convertido en meros prejuicios ajenos, y las razones han perdido toda clase de argumento. Soy un barco a la deriva naufragando entre palabras y personas que no me dicen nada.
Respiración. Siguiente aliento. Pequeña asfixia. Nula victoria. Así una noche eterna. Y las que quedan. Y las que faltan. Y los recuerdos.
Pero aún quedamos nosotros. Aún queda esa voluntad que inexorablemente nos incita a avanzar, a pesar de los retrocesos. Quizá volver atrás no sea tan malo ¿no?
Aunque siempre se puede salir corriendo. Y es que resulta tan absurdamente fácil perderse (perder en general).
Desaparecer. Huir de verdad y que nadie vuelva a verte nunca. Esconderte entre el viento. Decir adiós articulando con los labios. Escribir "vacío" con tu cuerpo.
Llega un momento en el que la tristeza de mis palabras se hace tan tangible, que no puedo evitar sorprenderme. A veces creo que toda esta capacidad de plasmar emociones es simplemente otra droga más.
No todos podemos ser héroes. No todas las personas somos capaces de esbozar una sonrisa y salvar el mundo cada día. Ni siquiera conseguimos salvarnos a nosotros mismos.
Si de algo sé es de maldecir a los recuerdos. De que no te dejen respirar por las noches y te nublen la vista por la mañana. También sé de dolores de cabeza, de ataques de ansiedad de madrugada y de acurrucarte debajo de una manta convenciendo a tus pulmones para que respiren.
Cuando el pasado y el presente se superponen, a veces el segundo queda reducido a una puta mierda, a una especie de broma de mal gusto que te parte en dos con un solo parpadeo. Y vas por ahí oliendo a cristales rotos y esquivando las miradas de la gente. Te dicen que no te aferres al pasado, y no son capaces de entender que lo único que quieres es un futuro en el que no te entren ganas de salir corriendo a cada suspiro.
Así que me echo a temblar, cansada ya de círculos viciosos, de caminos que terminan donde ya empecé, del mismo juego de siempre. Del ganarlo todo para que luego empiecen a quitármelo lentamente, mientras contengo las lágrimas a contraluz (cómo duele ver sangrar a tu propio corazón, desbordándose por unos ojos que ya no ven).
¿Por qué nadie comprende que solo deseo que las cosas vuelvan a ser como antes?
M.A.G.
Respiración. Siguiente aliento. Pequeña asfixia. Nula victoria. Así una noche eterna. Y las que quedan. Y las que faltan. Y los recuerdos.
Pero aún quedamos nosotros. Aún queda esa voluntad que inexorablemente nos incita a avanzar, a pesar de los retrocesos. Quizá volver atrás no sea tan malo ¿no?
Aunque siempre se puede salir corriendo. Y es que resulta tan absurdamente fácil perderse (perder en general).
Desaparecer. Huir de verdad y que nadie vuelva a verte nunca. Esconderte entre el viento. Decir adiós articulando con los labios. Escribir "vacío" con tu cuerpo.
Llega un momento en el que la tristeza de mis palabras se hace tan tangible, que no puedo evitar sorprenderme. A veces creo que toda esta capacidad de plasmar emociones es simplemente otra droga más.
No todos podemos ser héroes. No todas las personas somos capaces de esbozar una sonrisa y salvar el mundo cada día. Ni siquiera conseguimos salvarnos a nosotros mismos.
Si de algo sé es de maldecir a los recuerdos. De que no te dejen respirar por las noches y te nublen la vista por la mañana. También sé de dolores de cabeza, de ataques de ansiedad de madrugada y de acurrucarte debajo de una manta convenciendo a tus pulmones para que respiren.
Cuando el pasado y el presente se superponen, a veces el segundo queda reducido a una puta mierda, a una especie de broma de mal gusto que te parte en dos con un solo parpadeo. Y vas por ahí oliendo a cristales rotos y esquivando las miradas de la gente. Te dicen que no te aferres al pasado, y no son capaces de entender que lo único que quieres es un futuro en el que no te entren ganas de salir corriendo a cada suspiro.
Así que me echo a temblar, cansada ya de círculos viciosos, de caminos que terminan donde ya empecé, del mismo juego de siempre. Del ganarlo todo para que luego empiecen a quitármelo lentamente, mientras contengo las lágrimas a contraluz (cómo duele ver sangrar a tu propio corazón, desbordándose por unos ojos que ya no ven).
¿Por qué nadie comprende que solo deseo que las cosas vuelvan a ser como antes?
M.A.G.
domingo, 5 de mayo de 2013
Sobre vicios no hay nada escrito (o demasiado).
Y de qué nos sirve. Tirarnos la vida rompiendo papeles y llorando tinta por los ojos, comiendo techo, destuyéndonos en espiral.
(Luego pedimos que sea despacio, que las heridas tienen que abrirse primero para que escuezan después).
Somos adictos a los puntos suspensivos, a las canciones tristes, a las casualidades gigantes. ¿Cómo no acabar siéndolo a las botellas a medias o a los baños vacíos? Propiciamos nuestra propia destrucción, con la esperanza de arder y reinventar nuestras cenizas más bonitas. Polvo enamorado, como decía aquel poeta. Eso es lo que siempre hemos sido, y lo que dejaremos. Un millón de recuerdos embotellados con saliva, con sudor, con gemidos.
La mejor forma de vivir es matarse cada día un poco más fuerte, hasta que llegue el día en que explotemos y alguien se coloque con nuestras cenizas en forma de palabras, de fotografías, de canciones. La única manera de dejar algo más que noches raras y susurros en los portales es atreverse a ir más allá, destruirnos iluminando el cielo, como los fuegos artificiales o las estrellas fugaces.
Confundimos los vicios con los miedos, y los miedos con los sueños. De los sueños salen decepciones, salen noches de huir de piel en piel, salen días no vividos y amores de una sola calada. ¡Cómo no vamos a estar jodidamente confusos, si los conceptos se nos mezclan con los recuerdos, y vaya ciego! Putas ideas desordenadas gracias a querer más fuerte de lo que debería ser legal.
Cuántas caricias dejamos resbalar para jodernos la vida. Quizá algún día entendamos que la mierda que nos gritaba el corazón era la que de verdad importaba. Ni la obligación, ni el dinero, ni el hacernos más daño de lo normal. Nada de eso pudo competir jamás con los latidos que nos ahogaban en cada roce, en cada frase con complejo de salvavidas. (¿Por qué acabo volviendo a las mismas palabras de siempre?)
Ya nada importa, solo todo lo que aún nos gusta hacer creyendo arreglarnos. Y yo con estas ganas locas de autodestruirme, de dejarme llevar, de ser causa perdida y encontronazo accidental.
El resumen es que solo busco a alguien que se convierta en mi antología de poemas favorita.
M.A.G.
jueves, 25 de abril de 2013
Podría contar una historia (o la mayor de las metáforas).
Quizá llevo demasiado tiempo enredada en palabras cada día más complejas y extrañas. Demasiado encadenadas entre ellas, asfixiándose por todo lo que encierran. Tal vez pueda hacer un poco de magia hoy, liberándolas un poco de tan pesada carga.
(Y qué mejor magia que la imaginación).
Imaginemos, pues.
Una estación de tren abandonada. ¿La ves? Está cubierta de niebla, y de ella sale un olor dulzón, atrayente, misterioso. Lo primero que se aprecia al cruzar la puerta de madera chirriante son las sombras. Miles de figuras oscuras parecen vagar por cada rincón de un edificio sacado de contexto en aquella ciudad de metal. El aire está viciado, y ese olor se hace cada vez más fuerte. Inspira con cuidado, evitando tragar polvo en exceso. Entonces llega el momento de sacar la linterna. Miles de motas de polvo te reciben, bailando caóticamente entre aquellas paredes. El espectáculo es sencillo, pero hermoso y cautivador.
La estación tira de ti hacia dentro, quiere invitarte a entrar. Y sus sombras continúan una danza que parece carecer de orden y medida. Escuchas tus pasos resonando en la penumbra, otorgándole a las siluetas oscuras una verdadera canción para bailar. El escenario se va definiendo despacio, y la fascinación empieza a adueñarse de tu rostro.
Y entonces una de las sombras abandona su lugar natural, y parece dirigirse directamente hacia ti. Ahogas un grito inútil y casi sueltas tu preciada linterna. Quieres correr, pero tus pies no están de acuerdo contigo. Es el riesgo que corres adentrándote en un lugar en ruinas, olvidado, extraño. Las sombras a veces pueden comerte.
Pero ah, recuerda que tienes luz. Enfocas temblorosamente a la sombra, justo cuando parece estar a punto de abalanzarse sobre ti. Y...
Tranquilo. Solo era una araña, quizá demasiado grande. Pasa a tu lado y sigue su camino hacia las tinieblas que has dejado ya atrás. Te ríes en silencio de tu terror irracional y continúas tu exploración con paso firme y decidido. Piensas que ya has dejado atrás lo peor, tus miedos. El resto es un camino fácil. Quizá conviertas aquella solitaria estación en tu lugar preferido, donde guardar tus secretos y vivir tus mejores aventuras.
Quizá pases en ella el tiempo suficiente como para conocerla bien, para aprenderte de memoria sus rincones más oscuros, y sus vistas más bonitas. A lo mejor incluso llegas a encontrar las vías en aquel laberinto de sombras, y las contemplas extasiado, como un suicida admirando el puente que le dará su último abrazo. Puede incluso que al final la quieras, y que ella sea feliz con tu presencia. Porque estaba en ruinas, destruida, olvidada y ahora se siente algo más llena.
Guardarás siempre esa estación en tu recuerdo, porque nunca encontrarás un sitio tan oscuro que se llene de luz con esa rapidez.
Pero (la conjunción más hija de puta de todas).
Llegará el día en que abran un divertido parque de atracciones nuevo en tu ciudad. O un centro comercial enorme, lleno de mil entretenimientos. Incluso un precioso parque, sencillo, luminoso, alegre.
Dejarás de ir a la vieja estación, dejarán de enamorarte sus enrevesados pasillos y sus infinitas vías. Poco a poco empezarás a replegarla al lugar donde los recuerdos se quedan dormidos, donde el corazón ya no tiene nada que hacer.
Y ella se consumirá en su propia oscuridad, víctima de sus miles de sombras, arañas y tristezas. Hasta que vuelva algún que otro incauto, fascinado por ese olor tan extraño.
Por supuesto, al cabo de un tiempo, la historia se repetirá. Un círculo eterno, vicioso, enfermo.
Hasta que algún día, la estación termine por derrumbarse.
Fin.
PD: Adivinad quién es la estación.
M.A.G.
(Y qué mejor magia que la imaginación).
Imaginemos, pues.
Una estación de tren abandonada. ¿La ves? Está cubierta de niebla, y de ella sale un olor dulzón, atrayente, misterioso. Lo primero que se aprecia al cruzar la puerta de madera chirriante son las sombras. Miles de figuras oscuras parecen vagar por cada rincón de un edificio sacado de contexto en aquella ciudad de metal. El aire está viciado, y ese olor se hace cada vez más fuerte. Inspira con cuidado, evitando tragar polvo en exceso. Entonces llega el momento de sacar la linterna. Miles de motas de polvo te reciben, bailando caóticamente entre aquellas paredes. El espectáculo es sencillo, pero hermoso y cautivador.
La estación tira de ti hacia dentro, quiere invitarte a entrar. Y sus sombras continúan una danza que parece carecer de orden y medida. Escuchas tus pasos resonando en la penumbra, otorgándole a las siluetas oscuras una verdadera canción para bailar. El escenario se va definiendo despacio, y la fascinación empieza a adueñarse de tu rostro.
Y entonces una de las sombras abandona su lugar natural, y parece dirigirse directamente hacia ti. Ahogas un grito inútil y casi sueltas tu preciada linterna. Quieres correr, pero tus pies no están de acuerdo contigo. Es el riesgo que corres adentrándote en un lugar en ruinas, olvidado, extraño. Las sombras a veces pueden comerte.
Pero ah, recuerda que tienes luz. Enfocas temblorosamente a la sombra, justo cuando parece estar a punto de abalanzarse sobre ti. Y...
Tranquilo. Solo era una araña, quizá demasiado grande. Pasa a tu lado y sigue su camino hacia las tinieblas que has dejado ya atrás. Te ríes en silencio de tu terror irracional y continúas tu exploración con paso firme y decidido. Piensas que ya has dejado atrás lo peor, tus miedos. El resto es un camino fácil. Quizá conviertas aquella solitaria estación en tu lugar preferido, donde guardar tus secretos y vivir tus mejores aventuras.
Quizá pases en ella el tiempo suficiente como para conocerla bien, para aprenderte de memoria sus rincones más oscuros, y sus vistas más bonitas. A lo mejor incluso llegas a encontrar las vías en aquel laberinto de sombras, y las contemplas extasiado, como un suicida admirando el puente que le dará su último abrazo. Puede incluso que al final la quieras, y que ella sea feliz con tu presencia. Porque estaba en ruinas, destruida, olvidada y ahora se siente algo más llena.
Guardarás siempre esa estación en tu recuerdo, porque nunca encontrarás un sitio tan oscuro que se llene de luz con esa rapidez.
Pero (la conjunción más hija de puta de todas).
Llegará el día en que abran un divertido parque de atracciones nuevo en tu ciudad. O un centro comercial enorme, lleno de mil entretenimientos. Incluso un precioso parque, sencillo, luminoso, alegre.
Dejarás de ir a la vieja estación, dejarán de enamorarte sus enrevesados pasillos y sus infinitas vías. Poco a poco empezarás a replegarla al lugar donde los recuerdos se quedan dormidos, donde el corazón ya no tiene nada que hacer.
Y ella se consumirá en su propia oscuridad, víctima de sus miles de sombras, arañas y tristezas. Hasta que vuelva algún que otro incauto, fascinado por ese olor tan extraño.
Por supuesto, al cabo de un tiempo, la historia se repetirá. Un círculo eterno, vicioso, enfermo.
Hasta que algún día, la estación termine por derrumbarse.
Fin.
PD: Adivinad quién es la estación.
M.A.G.
miércoles, 17 de abril de 2013
Resacas sintácticas
A veces es más fácil conjugar los verbos en pretérito imperfecto, dejándonos los versos a la altura de las rodillas. Desgarrar cada rima con los labios, clavarse los colmillos desde el cuello a la clavícula, y agarrar los suspiros a los oídos.
Para que luego digan que la poesía no se puede tocar, cuando si no se te clava hasta lo más dentro de las costillas, la poesía no es más que palabras bonitas encerradas en tristeza hueca (y para tristezas ya están mis suspiros, y para hueca, mi boca sorda contra los recuerdos).
Y una noche demasiado oscura, y olvidos que no son más que nombres propios y secretos de mierda contra una pecera vacía. A todos se nos acaba olvidando el verdadero motivo por el que buscamos preguntas formulando las respuestas (con esas sonrisas, esas miradas furtivas y aquellos roces esquivos que se huyen para perseguirse más fuerte).
Acumulo resacas emocionales, resacas sintácticas, resacas rotas y hasta resacas de "ojalá alguien salvándome la muerte". Quizá el alcohol y las drogas no sean los únicos que (me) colocan. Quizá nos equivocamos cuando pensamos que son un par de cigarrillos a destiempo los que nos roban eso que muchos llaman vida. Quizá simplemente sea nuestro propio corazón el que nos envenena a base de latidos inoportunos y escalofríos con sabor a "quítame esos ojos de la nuca o te mato a versos". ¡Y nosotros culpando a otros vicios más suaves y menos hijos de puta!
Somos la generación de los infinitos partidos por la mitad y de los ataques de ansiedad fumando el último cigarro de aquella cajetilla que nos dejaron. La de los polvos en los ascensores, la de correr con la moto hasta rompernos la cabeza. Y sin embargo la causa de toda esta mierda es que nos jodemos la vida a base de querer. ¿No es irónico?
Que nadie tiene ni puta idea de por qué determinadas palabras me astillan el alma hasta convertirme en barco hundido. Que mis naufragios valen diez veces más que las sonrisas vacías que me tengo que tragar cuando miro a quienes están aún más muertos que yo sin ellos ni siquiera sospecharlo.
Mis resacas y mis impulsos son los que me regalan las mejores palabras. Y ya solo por eso, esta vida de mierda merece más la pena.
Mejor sobrevivir a base de noches sin dormir y arrancarle a nuestra existencia algo más que simples costumbres amables de rutinas oxidadas.
Que una ruina puede brillar, aunque no lo entendáis.
M.A.G.
lunes, 8 de abril de 2013
Mi ruina preferida
Decía que tenía nombre de otoño
pero yo solo le intuía letras de abril mojado,
(y de lunares grises, oscuros, inalcanzables).
Escribíamos "suicidio" por todas las paredes
que tenían el valor de guardarnos,
y por las tardes mirábamos al cielo
como si nos fuera a llover
algo más que el silencio.
Toda aquella historia de risas y noches
que tan solo eran un sucedáneo de la vida.
Todos esos cortes que nos hacíamos en el alma
(como si nada pasara, como niños que juegan
a romperse la cabeza contra una puta mirada).
Y todos los cuentos de corazones rotos y callejones
de humo y de palabras.
Todo se acabó.
Once letras absurdamente definitivas.
Once extrañas que se juntan, inapelables,
irremediablemente atadas a nosotros.
Tan simple como respirar.
O como no (querer) hacerlo.
Qué más da sobre qué mierda escriba
(pensarás).
Qué más dan los arañazos, las noches,
los susurros, las poesías, el rímel corrido.
Esa soy yo.
Solo un punto
que siempre se equivoca de final.
Un espejo en blanco y negro
(a veces azul que llora y gris apagándose).
Soy demasiadas cosas que no significan
más que palabras y recuerdos empapados
en alcohol y rabia.
(Creo que se avecina uno de los últimos plurales).
Nos hemos matado a base de nada (más).
Y quizá algún día nos veamos
en una frontera inalcanzable
y volvamos a escribirnos el suicidio
en la rutina.
Que ya sabes que matarnos las ganas
es la única forma de reconstruir
cualquier ruina que se precie.
M.A.G.
pero yo solo le intuía letras de abril mojado,
(y de lunares grises, oscuros, inalcanzables).
Escribíamos "suicidio" por todas las paredes
que tenían el valor de guardarnos,
y por las tardes mirábamos al cielo
como si nos fuera a llover
algo más que el silencio.
Toda aquella historia de risas y noches
que tan solo eran un sucedáneo de la vida.
Todos esos cortes que nos hacíamos en el alma
(como si nada pasara, como niños que juegan
a romperse la cabeza contra una puta mirada).
Y todos los cuentos de corazones rotos y callejones
de humo y de palabras.
Todo se acabó.
Once letras absurdamente definitivas.
Once extrañas que se juntan, inapelables,
irremediablemente atadas a nosotros.
Tan simple como respirar.
O como no (querer) hacerlo.
Qué más da sobre qué mierda escriba
(pensarás).
Qué más dan los arañazos, las noches,
los susurros, las poesías, el rímel corrido.
Esa soy yo.
Solo un punto
que siempre se equivoca de final.
Un espejo en blanco y negro
(a veces azul que llora y gris apagándose).
Soy demasiadas cosas que no significan
más que palabras y recuerdos empapados
en alcohol y rabia.
(Creo que se avecina uno de los últimos plurales).
Nos hemos matado a base de nada (más).
Y quizá algún día nos veamos
en una frontera inalcanzable
y volvamos a escribirnos el suicidio
en la rutina.
Que ya sabes que matarnos las ganas
es la única forma de reconstruir
cualquier ruina que se precie.
M.A.G.
jueves, 4 de abril de 2013
La cuerda floja.
'Somos aquello que salvamos de las manos del tiempo' me prometo bajito en noches como esta. Abril me consume como a un triste cigarro, y mis cenizas se esparcen por el aire que jamás respiraremos.
Y como la mejor equilibrista de imposibles, me deslizo entre el abismo que me separa de los fantasmas. El vértigo me ha ganado la partida, ya solo sé mirar hacia abajo o hacia atrás. He olvidado cómo se volaba (si es que alguna vez tuve alas).
Ahora es ayer, y ayer nunca fue mañana. Camisetas enormes, ventanas cerradas, miradas oscuras. Un café frío. El piano que nunca sonaba en el salón. Las discusiones de la chica del espejo. Los escombros que callaron las carcajadas. La vuelta al mundo por una puta palabra.
Así se (des)componen los días. Mis mañanas inexistentes, mis piernas enredadas entre unas sábanas que nunca me salvan de las pesadillas. Los dejes de tristeza en esa conversación banal que nunca sabemos hacia dónde dirigir.
El futuro no es más que una cuerda. Nos tambaleamos por ella, inestables, desequilibradamente rotos. Y ella es aún más frágil que nuestras vidas. Se despedaza con cualquier suspiro, no entiende nada sobre mariposas en la boca, ni sobre las cosquillas que son capaces de redimir cualquier pecado.
Simplemente nos observa, bajo nuestros pies. Siente nuestro miedo eterno, nuestros vacilantes pasos y las lágrimas que se nos mezclan con el aire que respiramos.
Somos un eterno espectáculo, la mayor tragicomedia jamás representada.
(Los plurales son el mayor escondite que existe).
Las luces se van apagando en tu memoria. Los aviones comienzan a despegar en mi cabeza. Los terrores nocturnos se van comiendo mi corazón, mientras que la calma se apodera de aquello que alguna vez te hizo merecer la pena.
Sin complicaciones, sin esperas. Otra historia sobre nada en particular, otra caja de música rota, empapada por el agua de un mar que no me canso de llover.
A veces me dan miedo las cuerdas. Porque la lluvia me hace querer cortarlas.
M.A.G.
Y como la mejor equilibrista de imposibles, me deslizo entre el abismo que me separa de los fantasmas. El vértigo me ha ganado la partida, ya solo sé mirar hacia abajo o hacia atrás. He olvidado cómo se volaba (si es que alguna vez tuve alas).
Ahora es ayer, y ayer nunca fue mañana. Camisetas enormes, ventanas cerradas, miradas oscuras. Un café frío. El piano que nunca sonaba en el salón. Las discusiones de la chica del espejo. Los escombros que callaron las carcajadas. La vuelta al mundo por una puta palabra.
Así se (des)componen los días. Mis mañanas inexistentes, mis piernas enredadas entre unas sábanas que nunca me salvan de las pesadillas. Los dejes de tristeza en esa conversación banal que nunca sabemos hacia dónde dirigir.
El futuro no es más que una cuerda. Nos tambaleamos por ella, inestables, desequilibradamente rotos. Y ella es aún más frágil que nuestras vidas. Se despedaza con cualquier suspiro, no entiende nada sobre mariposas en la boca, ni sobre las cosquillas que son capaces de redimir cualquier pecado.
Simplemente nos observa, bajo nuestros pies. Siente nuestro miedo eterno, nuestros vacilantes pasos y las lágrimas que se nos mezclan con el aire que respiramos.
Somos un eterno espectáculo, la mayor tragicomedia jamás representada.
(Los plurales son el mayor escondite que existe).
Las luces se van apagando en tu memoria. Los aviones comienzan a despegar en mi cabeza. Los terrores nocturnos se van comiendo mi corazón, mientras que la calma se apodera de aquello que alguna vez te hizo merecer la pena.
Sin complicaciones, sin esperas. Otra historia sobre nada en particular, otra caja de música rota, empapada por el agua de un mar que no me canso de llover.
A veces me dan miedo las cuerdas. Porque la lluvia me hace querer cortarlas.
M.A.G.
domingo, 31 de marzo de 2013
04
Languidecemos. Nos destruimos a nosotros mismos como al peor de los silencios.
Con palabras que no llegan a pronunciarse. Con los gritos que jamás nos matarán.
'Te perdono" susurré contra mis rodillas, tirando otra piedra más al mar.
(Sin metáforas, sin palabras sobre palabras, desnuda, solo piel con letras).
Se apagaba el cielo con las olas rompiéndose a cada parpadeo suave contra el viento. Y yo quería encenderme, quería arreglarme, pero solo era una de esas explosiones de espuma que morían en la playa. Oscura, desgarrada, mordiendo el aire.
Y el pelo revuelto lleno de sal, los labios buscando aquella respiración con sabor a beso, los ojos queriendo perderse en el mar para ahogar cada minuto de ese reloj implacable y absurdo.
Que os equivocáis. Que el tiempo no cura una mierda, y las piedras con las que nos tropezamos son esas personas por las que nos tiraríamos de un puente si hiciera falta. Es una nimiedad caernos al suelo, aunque nos destrocemos la vida a golpes (somos poco más que heridas enamoradas de un polvo y una sonrisa).
Quizá el problema sea simplemente que nos hemos enganchado a la autodestrucción, y ya ni siquiera nos hacen falta las drogas para eso. Ni el vómito más sucio en un baño rodeado de colillas es capaz de acercarse a esa libreta donde solo aparece la palabra "nada". Y si no entendéis eso, no os preocupéis ni siquiera por acercaros a toda la mierda que se me cae por los ojos cuando lloro.
(Momento poco acertado para decir que te habría pintado la piel con todos los colores que no supieras mirar en abril).
No creo que sea políticamente correcto afirmar que me importa una mierda aquello que no se diga rompiendo las palabras contra los labios, desatando emociones a medida que se escapa toda la vida por la boca.
Y aquí es tan bonito abrazarse a las piedras que hacen heridas, cuidarlas desde lejos, clavarlas muy dentro y luego no querer que se vayan (es lo que ocurre cuando los recuerdos te importan más que toda tu puta vida). Pero nos engañamos contándonos cuentos donde los malos son monstruos y nosotros los matamos. Luego ellos crecen y nos destruyen. Nos comen y cuando miramos un espejo, entendemos quiénes han sido siempre los verdaderos monstruos (aunque nos guste luchar contra ellos con armaduras de papel y espadas de palabras).
(Oye, que yo aún me acuerdo de cuando las hojas de un calendario eran más importantes que cualquier tormenta de miedos y cosas rotas).
Nos pesan los días, y los meses encarcelan.
Abril ha llegado para salvarnos la muerte o condenarnos a vida.
Nunca se sabe.
M.A.G.
Con palabras que no llegan a pronunciarse. Con los gritos que jamás nos matarán.
'Te perdono" susurré contra mis rodillas, tirando otra piedra más al mar.
(Sin metáforas, sin palabras sobre palabras, desnuda, solo piel con letras).
Se apagaba el cielo con las olas rompiéndose a cada parpadeo suave contra el viento. Y yo quería encenderme, quería arreglarme, pero solo era una de esas explosiones de espuma que morían en la playa. Oscura, desgarrada, mordiendo el aire.
Y el pelo revuelto lleno de sal, los labios buscando aquella respiración con sabor a beso, los ojos queriendo perderse en el mar para ahogar cada minuto de ese reloj implacable y absurdo.
Que os equivocáis. Que el tiempo no cura una mierda, y las piedras con las que nos tropezamos son esas personas por las que nos tiraríamos de un puente si hiciera falta. Es una nimiedad caernos al suelo, aunque nos destrocemos la vida a golpes (somos poco más que heridas enamoradas de un polvo y una sonrisa).
Quizá el problema sea simplemente que nos hemos enganchado a la autodestrucción, y ya ni siquiera nos hacen falta las drogas para eso. Ni el vómito más sucio en un baño rodeado de colillas es capaz de acercarse a esa libreta donde solo aparece la palabra "nada". Y si no entendéis eso, no os preocupéis ni siquiera por acercaros a toda la mierda que se me cae por los ojos cuando lloro.
(Momento poco acertado para decir que te habría pintado la piel con todos los colores que no supieras mirar en abril).
No creo que sea políticamente correcto afirmar que me importa una mierda aquello que no se diga rompiendo las palabras contra los labios, desatando emociones a medida que se escapa toda la vida por la boca.
Y aquí es tan bonito abrazarse a las piedras que hacen heridas, cuidarlas desde lejos, clavarlas muy dentro y luego no querer que se vayan (es lo que ocurre cuando los recuerdos te importan más que toda tu puta vida). Pero nos engañamos contándonos cuentos donde los malos son monstruos y nosotros los matamos. Luego ellos crecen y nos destruyen. Nos comen y cuando miramos un espejo, entendemos quiénes han sido siempre los verdaderos monstruos (aunque nos guste luchar contra ellos con armaduras de papel y espadas de palabras).
(Oye, que yo aún me acuerdo de cuando las hojas de un calendario eran más importantes que cualquier tormenta de miedos y cosas rotas).
Nos pesan los días, y los meses encarcelan.
Abril ha llegado para salvarnos la muerte o condenarnos a vida.
Nunca se sabe.
M.A.G.
miércoles, 20 de marzo de 2013
¿Creéis en las drogas?
Era heroína. Era el porro de las 4:09. Todo aquello que te vicia, que te mata, y que te salva a horas de mierda, en el culmen de una madrugada sucia, absurda.
(Creía en ti. En tu efecto adictivo de color aguamarina. En tus manos sujetándome fuerte.)
Creí, y luego caí. Solo unas letras de diferencia. Solo un abismo de por medio que saltar.
Era LSD. Era el infinito por ciento de alcohol en sangre. Y ver borroso, ver estrellas, verle.
Todo tan lejano, la boquilla de aquel cigarro y tus ojos cerrados. Y aquella sonrisa ladeada, y las mañanas en la cama, y, y, y...
Y.
En fin. Una sola conjunción para bloquear las lágrimas, las ganas de morir, las miradas.
(Nosotros salvándonos del mundo y destruyéndonos la vida).
Estamos acorazados por murallas de noches sin dormir, de palabras calladas, y de recuerdos con doble filo.
Ya solo sé fumarme mis expectativas desde unos ojos demasiado abiertos, desde unas sábanas enredadas por la nostalgia, y no por tus piernas.
(Y así no vale).
Me aferro a una botella que ni siquiera me refleja bien, me bebo cada imagen rota de mí misma. Soy ese espejo que te refleja a kilómetros de distancia. Soy ese peta mal hecho que nunca supe querer.
Te has convertido en mi 'ojalá' favorito, en mi anfeta de las dos de la mañana cuando el insomnio me folla tan fuerte que ni sé respirar(te).
Vamos a cerrar los ojos ¿no? Ese es el juego. Ignorarlo todo, apostar en otro lado, creernos fuertes y jugarnos el resto.
Nunca me gustó mentir. Pero.
Pero.
Las conjunciones, qué hijas de puta.
Yo que solo quería creer en ti. Creer en la única droga que parecía real, que parecía matar mis ganas de morir.
Te has convertido en el peor cristal. De los que cortan y brillan.
Ah...
M.A.G.
(Creía en ti. En tu efecto adictivo de color aguamarina. En tus manos sujetándome fuerte.)
Creí, y luego caí. Solo unas letras de diferencia. Solo un abismo de por medio que saltar.
Era LSD. Era el infinito por ciento de alcohol en sangre. Y ver borroso, ver estrellas, verle.
Todo tan lejano, la boquilla de aquel cigarro y tus ojos cerrados. Y aquella sonrisa ladeada, y las mañanas en la cama, y, y, y...
Y.
En fin. Una sola conjunción para bloquear las lágrimas, las ganas de morir, las miradas.
(Nosotros salvándonos del mundo y destruyéndonos la vida).
Estamos acorazados por murallas de noches sin dormir, de palabras calladas, y de recuerdos con doble filo.
Ya solo sé fumarme mis expectativas desde unos ojos demasiado abiertos, desde unas sábanas enredadas por la nostalgia, y no por tus piernas.
(Y así no vale).
Me aferro a una botella que ni siquiera me refleja bien, me bebo cada imagen rota de mí misma. Soy ese espejo que te refleja a kilómetros de distancia. Soy ese peta mal hecho que nunca supe querer.
Te has convertido en mi 'ojalá' favorito, en mi anfeta de las dos de la mañana cuando el insomnio me folla tan fuerte que ni sé respirar(te).
Vamos a cerrar los ojos ¿no? Ese es el juego. Ignorarlo todo, apostar en otro lado, creernos fuertes y jugarnos el resto.
Nunca me gustó mentir. Pero.
Pero.
Las conjunciones, qué hijas de puta.
Yo que solo quería creer en ti. Creer en la única droga que parecía real, que parecía matar mis ganas de morir.
Te has convertido en el peor cristal. De los que cortan y brillan.
Ah...
M.A.G.
lunes, 18 de marzo de 2013
Puntos de sutura.
Tenemos la vida llena de huellas
y de besos
y de llamas (hechas poesía)
que nos tatúan los recuerdos en el pecho.
Nos grabamos a hielo los suspiros ajenos,
y los cuidamos más que a nuestras tenues respiraciones,
tan pequeñas, agitadas, que se hablan
(y se llaman entre ellas, se susurran cuentos
muy bajito).
Desvestirnos las palabras como si nada,
como si todo,
y luego huir con los labios
(qué cobardes, qué extraños)
para afirmar con los ojos
todo ese caos de quererse
odiándose, mientras se muere
matando.
¿Qué tal si naufragamos un rato?
Déjame hundirme con tu recuerdo,
sumergirme en lo más hondo de
las madrugadas sucias y rasgadas,
las que tenemos aquí, a la izquierda,
esas que están jodidamente rotas
y clavadas,
arañando la luna.
Hemos destruido cada resquicio
de ternura para construirnos
un odio extraño, mentiroso,
que huele a lluvia, que (me) huele
a ti (y a tu risa).
¿A quién pretendemos engañar?
Invéntate otra historia, pinta esa muralla
de indiferencia, porque se te cae cada
puta
piedra.
Un corte mortal por una simple
herida amarga, desbordada,
histérica de sueños y batallas.
Ni con un millón de puntos
finales
podríamos coserla.
M.A.G.
miércoles, 13 de marzo de 2013
Recuerda
Los buenos días con las sombras
bailando en tu espalda
y las buenas noches...
(qué decir de los incendios que a veces
descontrolábamos en abrazos).
Los enredos de pestañas, los puzzles
de miradas
y tanta luz.
Las botellas que nos rompimos,
a base de salvarnos la vida
y nosotros en medio,
naufragando sin agua, sin barca,
sin nada que nos atara más que
nuestros labios ardiendo.
Aquellas tardes con sabor a infinitos
azules y a espirales que huían
de nuestros miedos, que creían
en lo que nosotros (nos) hemos roto.
No olvides tampoco mis suspiros
que siempre han escondido más
nuncas que cualquiera de tus siempres.
Y los días fríos
y las noches oscuras
y tus besos a medias
y aquellos cigarros
(los hemos partido
en dos).
Que a veces el humo
sirve para quemar por dentro
y crea barcos de papel que
(nos) pierden las batallas.
La guerra era en las almohadas,
y nos derrotaron
cuando empecé a escribir más triste
y los 'te quiero' aterrorizaban,
nuestra vida se derretía
o quizá simplemente ya era
hielo, sangre, palabras tachadas
y nostalgias emborronadas de
suspiros.
El tiempo nos ha destruido
y esto es el punto final
de la chica que se equivocó
rompiendo ventanas.
Se quebró a sí misma.
M.A.G.
bailando en tu espalda
y las buenas noches...
(qué decir de los incendios que a veces
descontrolábamos en abrazos).
Los enredos de pestañas, los puzzles
de miradas
y tanta luz.
Las botellas que nos rompimos,
a base de salvarnos la vida
y nosotros en medio,
naufragando sin agua, sin barca,
sin nada que nos atara más que
nuestros labios ardiendo.
Aquellas tardes con sabor a infinitos
azules y a espirales que huían
de nuestros miedos, que creían
en lo que nosotros (nos) hemos roto.
No olvides tampoco mis suspiros
que siempre han escondido más
nuncas que cualquiera de tus siempres.
Y los días fríos
y las noches oscuras
y tus besos a medias
y aquellos cigarros
(los hemos partido
en dos).
Que a veces el humo
sirve para quemar por dentro
y crea barcos de papel que
(nos) pierden las batallas.
La guerra era en las almohadas,
y nos derrotaron
cuando empecé a escribir más triste
y los 'te quiero' aterrorizaban,
nuestra vida se derretía
o quizá simplemente ya era
hielo, sangre, palabras tachadas
y nostalgias emborronadas de
suspiros.
El tiempo nos ha destruido
y esto es el punto final
de la chica que se equivocó
rompiendo ventanas.
Se quebró a sí misma.
M.A.G.
viernes, 8 de marzo de 2013
(Autodestrucciones)
Todo se deshizo inevitablemente
con un cuidado sutil tan inexorable
que valía la pena contemplar.
Qué
forma
tan bonita
de rompernos.
El hielo derritiéndose en aquellos ojos
y tú, lejos, claro, hirviendo.
(Como esos sueños que no son más
que dos cuerpos frente a una chimenea).
A veces tengo pesadillas con no arder
nunca
nunca
jamás.
Fuimos un poema desafinado
tan tenue como la vida de aquella mariposa
(que se ha vuelto a caer del azul de mi cuarto).
Dime. Dime dónde lo guardo.
El espacio vacío se ha comido
toda la luz que devolviste,
todas las explosiones de gemidos
y todo lo que alguna vez nos salvó.
Solo han quedado los monstruos.
Y mis fantasmas
(ahora eres uno de ellos)
que me odian y me gritan,
me emborrachan con tristeza y me voy.
Que alguien destruya el lento azar
de la inercia contra la nostalgia
(y todas esas palabras de espejos y cigarros).
Versos que son solo mierda y resquicios
de humo compartido, de brazos que se buscan,
de vidas destruidas
por mi detonante favorito.
Yo.
M.A.G.
con un cuidado sutil tan inexorable
que valía la pena contemplar.
Qué
forma
tan bonita
de rompernos.
El hielo derritiéndose en aquellos ojos
y tú, lejos, claro, hirviendo.
(Como esos sueños que no son más
que dos cuerpos frente a una chimenea).
A veces tengo pesadillas con no arder
nunca
nunca
jamás.
Fuimos un poema desafinado
tan tenue como la vida de aquella mariposa
(que se ha vuelto a caer del azul de mi cuarto).
Dime. Dime dónde lo guardo.
El espacio vacío se ha comido
toda la luz que devolviste,
todas las explosiones de gemidos
y todo lo que alguna vez nos salvó.
Solo han quedado los monstruos.
Y mis fantasmas
(ahora eres uno de ellos)
que me odian y me gritan,
me emborrachan con tristeza y me voy.
Que alguien destruya el lento azar
de la inercia contra la nostalgia
(y todas esas palabras de espejos y cigarros).
Versos que son solo mierda y resquicios
de humo compartido, de brazos que se buscan,
de vidas destruidas
por mi detonante favorito.
Yo.
M.A.G.
lunes, 4 de marzo de 2013
Cenizas
Media ironía. Esa sonrisa con olor a recuerdos y a un mundo que se hundía pero que salvábamos a base de ganas. Camas deshechas que se entremezclan, mundos que se hunden mediante los puentes que los conectan y toda esa serie de mentiras que huelen a alcohol barato y que se consumen junto con nuestros cigarros (y qué humo más bonito creábamos con suspiros y alas).
Latir por latir. Una máquina que crea sonrisas amables y chicas que bailan mientras vuelan en noches inacabables e infinitamente tristes. La tristeza disfrazada de nada.
Esa tristeza.
(El color que nos sumerge).
Y los labios rojos, del murmullo de la muerte, de aquella condena a vida que, (quién fuera pájaro o poeta y pudiera pintar llaves, borrar cadenas, construir caricias de parpadeos) siempre acaba pasando factura cuando te crees inmortal. Cuando te salvan.
Sin embargo el final nos enreda, con esa destrucción inevitablemente dramática. Los amagos de suicidio y esa nostalgia que borran aquello que fuimos, aquello como: Regálame unas alas y serás mi perdición favorita (otra de las cosas que jamás llegué a susurrarte en una noche de primavera que hemos perdido).
Hubiera sido tu mes de marzo favorito.
Pero lo has destruido, has dado la vuelta al reloj de arena y las ironías han empezado a desatarse, capicúa tras capicúa, en ese bucle sin fin que decide enredarme en principios eternos (a mi pesar, fascinantes).
Que el Sol de aquel comienzo aterrador ha tenido un destello raro, y mis pedazos con forma de chica triste no saben cómo arreglarlo. Será que he guardado todos los lazos para el pelo en la caja equivocada. Perdón por no saber nunca como enmarañar mi pelo mejor que con tus dedos.
(Odio desenredar mis sueños sin ti).
A veces creo escribir cartas hacia nadie, como si esperara que el cielo las leyese y me regalara una estrella fugaz solo para mí, la casualidad más grande de mi vida, aquella que (esta vez sí) acaba en en un fin con sabor de una muerte lejana y frágil ante tanta inmensidad contenida.
Un último roce de mi mejilla con tu mano.
Así termina una canción que no tiene notas (como aquella de Ángel González), que no es más que un cuerpo que mira un piano con la vida en los labios.
M.A.G.
Latir por latir. Una máquina que crea sonrisas amables y chicas que bailan mientras vuelan en noches inacabables e infinitamente tristes. La tristeza disfrazada de nada.
Esa tristeza.
(El color que nos sumerge).
Y los labios rojos, del murmullo de la muerte, de aquella condena a vida que, (quién fuera pájaro o poeta y pudiera pintar llaves, borrar cadenas, construir caricias de parpadeos) siempre acaba pasando factura cuando te crees inmortal. Cuando te salvan.
Sin embargo el final nos enreda, con esa destrucción inevitablemente dramática. Los amagos de suicidio y esa nostalgia que borran aquello que fuimos, aquello como: Regálame unas alas y serás mi perdición favorita (otra de las cosas que jamás llegué a susurrarte en una noche de primavera que hemos perdido).
Hubiera sido tu mes de marzo favorito.
Pero lo has destruido, has dado la vuelta al reloj de arena y las ironías han empezado a desatarse, capicúa tras capicúa, en ese bucle sin fin que decide enredarme en principios eternos (a mi pesar, fascinantes).
Que el Sol de aquel comienzo aterrador ha tenido un destello raro, y mis pedazos con forma de chica triste no saben cómo arreglarlo. Será que he guardado todos los lazos para el pelo en la caja equivocada. Perdón por no saber nunca como enmarañar mi pelo mejor que con tus dedos.
(Odio desenredar mis sueños sin ti).
A veces creo escribir cartas hacia nadie, como si esperara que el cielo las leyese y me regalara una estrella fugaz solo para mí, la casualidad más grande de mi vida, aquella que (esta vez sí) acaba en en un fin con sabor de una muerte lejana y frágil ante tanta inmensidad contenida.
Un último roce de mi mejilla con tu mano.
Así termina una canción que no tiene notas (como aquella de Ángel González), que no es más que un cuerpo que mira un piano con la vida en los labios.
M.A.G.
domingo, 17 de febrero de 2013
Pero hoy sí lo es.
¿Palabras? Ya no me quedan. Apenas. Se me escapan, vuelan. Y cuando las rozo solo hieren, matan, se me clavan, porque ahora, ¿ahora qué cojones queda? Si solo sé darle hostias a las cosas, como si así se solucionara algo más que mi propia rabia herida.
El cielo se me clava en las costillas y todos los cristales del mundo no tienen ni puta idea de bordes afilados comparado con lo que hay dentro de mí. Un cartel de "cuidado, que explota" es lo que debería llevar en la frente. Y que nadie se me acerque, jamás (ya no digo la otra palabra, la evito, me la guardo, la escupo). Que no quiero que me toquen. Ni que me miren. Tan simple como eso. Que se aleje el mundo entero de mí.
Quizá no sea la solución, pero yo ya carezco de más barreras y muros para protegerme. Todos lo he destruido como la mayor ingenua que ha existido. He creído, y seguiré creyendo hasta que me muera, pero eso no quiere decir que vaya a dejar que me desgarren más (aunque ¿queda algo por destrozar? si solo hay escombros y silencios afilados).
Yo soy la que se echa a llorar cada vez que la describen con una palabra bonita. La que se ha creado un refugio entre las sábanas y su tristeza, la que sonríe por inercia y tiene una risa que hace hasta daño oír. Y, ¿qué haré cuándo queme a alguien en un abrazo? Porque eso es lo único que sé hacer ahora. Expulsar dolor, expulsar incendios, y expulsarme yo. Si por mí fuera rompía todos los espejos de una ciudad que no es la mía, y me cosería mil sonrisas de papel en la mirada, por si gano algo en una apuesta que ya lleva mucho perdida.
"Pero que no, que tienes toda la vida por delante y palabras vacías, tópicos repetitivos e insustancialidades varias". Que dejéis de juzgar la tristeza ajena, que no tenéis ni puta idea de lo que es llevar toda la vida rompiéndote en pedazos y destruyendo todo lo bonito que se acerca. Que mi interior son solo ruinas peligrosas, borracheras radiactivas que acaban en el suelo de cualquier baño con lágrimas en los ojos y recuerdos de caladas del humo de mis propias llamas. Eso es lo único que soy. Miles de cristales que parecen brillar y a veces ciegan, pero que acaban cortándolo todo y reduciendo hasta lo más puro que rozan a cenizas.
Y que ya solo queda aguantar. Echarle cojones para conseguir una especie de inercia en la cual no lloras a cada segundo, en la cual realizas todo de forma mecánica, como si fueras cualquier máquina estropeada. Tal vez lo sea, al fin y al cabo. No intentéis comprenderme (si es que alguien se digna a leer toda esta mierda en forma de letras encadenadas que se odian a sí mismas) porque no lo vais a hacer y no me apetecen ánimos vacíos de quienes lo aprecian todo desde fuera.
Solo veis el humo, no las llamas. Recordadlo.
M.A.G.
El cielo se me clava en las costillas y todos los cristales del mundo no tienen ni puta idea de bordes afilados comparado con lo que hay dentro de mí. Un cartel de "cuidado, que explota" es lo que debería llevar en la frente. Y que nadie se me acerque, jamás (ya no digo la otra palabra, la evito, me la guardo, la escupo). Que no quiero que me toquen. Ni que me miren. Tan simple como eso. Que se aleje el mundo entero de mí.
Quizá no sea la solución, pero yo ya carezco de más barreras y muros para protegerme. Todos lo he destruido como la mayor ingenua que ha existido. He creído, y seguiré creyendo hasta que me muera, pero eso no quiere decir que vaya a dejar que me desgarren más (aunque ¿queda algo por destrozar? si solo hay escombros y silencios afilados).
Yo soy la que se echa a llorar cada vez que la describen con una palabra bonita. La que se ha creado un refugio entre las sábanas y su tristeza, la que sonríe por inercia y tiene una risa que hace hasta daño oír. Y, ¿qué haré cuándo queme a alguien en un abrazo? Porque eso es lo único que sé hacer ahora. Expulsar dolor, expulsar incendios, y expulsarme yo. Si por mí fuera rompía todos los espejos de una ciudad que no es la mía, y me cosería mil sonrisas de papel en la mirada, por si gano algo en una apuesta que ya lleva mucho perdida.
"Pero que no, que tienes toda la vida por delante y palabras vacías, tópicos repetitivos e insustancialidades varias". Que dejéis de juzgar la tristeza ajena, que no tenéis ni puta idea de lo que es llevar toda la vida rompiéndote en pedazos y destruyendo todo lo bonito que se acerca. Que mi interior son solo ruinas peligrosas, borracheras radiactivas que acaban en el suelo de cualquier baño con lágrimas en los ojos y recuerdos de caladas del humo de mis propias llamas. Eso es lo único que soy. Miles de cristales que parecen brillar y a veces ciegan, pero que acaban cortándolo todo y reduciendo hasta lo más puro que rozan a cenizas.
Y que ya solo queda aguantar. Echarle cojones para conseguir una especie de inercia en la cual no lloras a cada segundo, en la cual realizas todo de forma mecánica, como si fueras cualquier máquina estropeada. Tal vez lo sea, al fin y al cabo. No intentéis comprenderme (si es que alguien se digna a leer toda esta mierda en forma de letras encadenadas que se odian a sí mismas) porque no lo vais a hacer y no me apetecen ánimos vacíos de quienes lo aprecian todo desde fuera.
Solo veis el humo, no las llamas. Recordadlo.
M.A.G.
viernes, 15 de febrero de 2013
Hoy es un poco menos 1999
2013 no es el año del supuesto fin del mundo ¿no? Al menos, no literalmente. Una pena.
Quizá todo debería haber saltado por los aires el día 21 de diciembre. Tal vez era la mejor forma de acabar. Nunca aquella película tuvo tanto sentido. Creo que jamás volveré a utilizar la palabra "nunca".
Pero da igual. Tampoco es que le importe a nadie. El mundo sigue exactamente igual que hace dos meses.
Estas frases llevan ahí desde ayer. Esperando un final. Qué irónico. Yo llevo esperándolo dos semanas.
Y cómo no, el texto está enfocado hacia las palabras que hoy me sacuden las letras a base de ironías y coincidencias que rozan lo imposible. Así que otra casualidad más.
¿Qué puedo creer ahora? ¿Todo esto ha pasado de verdad para volver al inicio? ¿Para comprenderlo?
Los hilos de mi memoria se unen en silencio, con miedo a rozar una herida. Con miedo a destrozarme aún más la piel. Los acontecimientos del pasado y del futuro se observan, se esperan en la distancia, como si se prepararan para algo. ¿Para alguien?
A día de hoy no lo sé. Puede que la ironía (o la casualidad) más grande de mi vida esté llegando hacia mí (por favor, que no pase como en aquella otra película). Y no sé cómo detenerme. No sé cómo acelerar. La primera vez que me rompí de verdad está tan cerca y a la vez tan lejos...
Aquel día aparece en mi memoria. Viene hacia mí. Con sus casualidades y su magia. El principio de todo.
¿Estos años han sido simplemente un impasse?
Mi cabeza es más que nunca un ir y venir de ideas rotas y desordenadas. Solo queda dejarse llevar... Y que sea lo que tenga que ser. Me dejo en manos de las ironías en forma de capicúa (cómo si no lo hubiera estado siempre...) y contengo el aliento.
Esta entrada iba a ser simplemente dolor. Dolor puro, explotando, desgarrando cualquier atisbo de felicidad. Y las palabras y las casualidades lo han impedido.
Les doy las gracias. Hoy no es un día para rendirse.
M.A.G.
Quizá todo debería haber saltado por los aires el día 21 de diciembre. Tal vez era la mejor forma de acabar. Nunca aquella película tuvo tanto sentido. Creo que jamás volveré a utilizar la palabra "nunca".
Pero da igual. Tampoco es que le importe a nadie. El mundo sigue exactamente igual que hace dos meses.
Estas frases llevan ahí desde ayer. Esperando un final. Qué irónico. Yo llevo esperándolo dos semanas.
Y cómo no, el texto está enfocado hacia las palabras que hoy me sacuden las letras a base de ironías y coincidencias que rozan lo imposible. Así que otra casualidad más.
¿Qué puedo creer ahora? ¿Todo esto ha pasado de verdad para volver al inicio? ¿Para comprenderlo?
Los hilos de mi memoria se unen en silencio, con miedo a rozar una herida. Con miedo a destrozarme aún más la piel. Los acontecimientos del pasado y del futuro se observan, se esperan en la distancia, como si se prepararan para algo. ¿Para alguien?
A día de hoy no lo sé. Puede que la ironía (o la casualidad) más grande de mi vida esté llegando hacia mí (por favor, que no pase como en aquella otra película). Y no sé cómo detenerme. No sé cómo acelerar. La primera vez que me rompí de verdad está tan cerca y a la vez tan lejos...
Aquel día aparece en mi memoria. Viene hacia mí. Con sus casualidades y su magia. El principio de todo.
¿Estos años han sido simplemente un impasse?
Mi cabeza es más que nunca un ir y venir de ideas rotas y desordenadas. Solo queda dejarse llevar... Y que sea lo que tenga que ser. Me dejo en manos de las ironías en forma de capicúa (cómo si no lo hubiera estado siempre...) y contengo el aliento.
Esta entrada iba a ser simplemente dolor. Dolor puro, explotando, desgarrando cualquier atisbo de felicidad. Y las palabras y las casualidades lo han impedido.
Les doy las gracias. Hoy no es un día para rendirse.
M.A.G.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)