Y todas las noches escuchábamos McEnroe para oírnos en sueños. A veces funcionaba, y era la lluvia quien mojaba nuestro miedo cuando temíamos abrir aquella ventana.
Una vez prometí que nunca dejaría que me contaran cuentos sobre mí, porque luego me los creo y, dime, ¿de qué sirven todas las princesas de cristal y las chicas de arena, si luego se quedan solas mientras el fuego las quema? Aquellas historias que destruían terrores nocturnos para luego crear ese miedo a las personas.
Esto es una carta a mi pasado, anónima, sincera y absurda. El saber colocar los puntos finales es un verdadero arte. O quizás simplemente una de esas formas de tentar al destino (¿quién te dice a ti
que no es solamente un puto y aparte,
otro párrafo de hielo, esperando derretirse y calar en tus huesos?).
Nos peleábamos por esos vinilos que nunca llegamos a tener, quizás porque las promesas absurdas no eran suficientes para crear aquel ambiente de sutil relajación (otra de esas mentiras suaves que nunca nadie se molesta en explicarnos).
Mis reproches favoritos son aquellos que vienen de la mano de advertencias a las que no hiciste caso. Cortar el único hilo que me ataba a la cordura fue el resultado de que todas las palabras rodaran por el suelo, hipnotizándome con el sonido de las letras chapoteando en los charcos. El desastre absoluto, perfecto; nuestro naufragio.
Hablarle al pasado es acariciar nuestros errores con suavidad, como quien le suspira a las bailarinas de las cajas de música (esas notas temblorosas, idílicas y tan hermosas como el cristal más brillante y diminuto).
El final de esta carta es una ironía. Aún recuerdo cómo rompiste mi canción, desoyendo cada palabra que pronunciaste. Hace unos días (inmersa en ese ciclo de casualidades que invisiblemente teje toda nuestra vida) otra canción llegó a mis oídos, la primera de todas. Y sonreí. Cualquiera diría que era una pequeña señal que no me molesté en tener en cuenta. Sí, solamente fuimos dos extraños.
Como aquella otra vez. Como 'Los días contados'. (Mis) Ironías en forma de capicúa, claro.
A día de hoy procuro no jugar con las canciones.
¿Gracias? pasado.
PD: Tus recuerdos son mi mejor almohada por las noches.
M.A.G.
viernes, 14 de diciembre de 2012
domingo, 9 de diciembre de 2012
Cara B
Todo era lo mismo y a la vez, nada cobraba el sentido esperado.
El edificio de siempre, al lado de aquel parque tan de sobra conocido. Esa vieja farola, el árbol que parecía a punto de caer pero que milagrosamente, ahí aguantaba. "Me recuerda a mí" pensó él.
"Y ya basta de descripciones. ¿De qué me sirve mirar el mismo escenario si el tiempo, el argumento y los actores han cambiado?"
Encendió otro cigarrillo. Meses intentando esquivar sus recuerdos, y ahora comprendía que jamás debieron ser pasado. Y, en realidad, nunca lo fueron (por mucho que se hubiera convencido de ello, ni siquiera todos los puñetazos a la pared de su habitación habían logrado hacer desaparecer esas pestañas de su retina).
Esperaba. Sabía que ella aparecería, tarde o temprano. Le sobraba el tiempo (ya no le encontraba sentido a horas, minutos y segundos. Eran simplemente parte de un reloj siempre atrasado).
Sonrió al verla venir de lejos. Aquellos pasos tambaleantes, la mirada vidriosa de quien ha bebido de más, la falda corta y los labios rojos. No podía ser ninguna otra.
Suspiró mientras ensanchaba su sonrisa. Qué ironía. Leía el miedo en sus ojos desde lejos. Él, que prometió matar todos sus monstruos. Ella, que solo se sentía segura en sus brazos.
Ya no eran ellos. Simplemente se habían vuelto dos extraños que se alimentaban de su propia memoria. Marionetas de convicciones de otros, dueños de vidas más convencionales.
"¿En qué nos hemos convertido?" pensó él mientras la observaba acercarse lentamente.
Ella se paró a una distancia prudente. Él aguantó la tentación de ensanchar la sonrisa. Podía sentir claramente las ganas de aquella chica que intentaba no temblar. Ganas de partirle la cara, de partirle los labios, de partirle el pecho en un abrazo. Su risa sarcástica era la defensa de quien no quiere reconocer su derrota. Habló, pero él ni siquiera se molestó en escucharla. Ya sabía sus palabras, conocía sus pesadillas, podía palpar sus murallas, y estaba rasgando levemente la superficie de su autocontrol.
Se concentró en fumar y en romper las barreras inútiles que ella había intentado colocar.
-Las cosas han cambiado mucho. El tabaco no sabe igual si no me lo quitas con tu saliva de la boca.
Pudo oír el primer "crack" en aquel muro de hielo que los separaba. Sentía como su mirada ardía, y ella no podía hacer nada contra eso. El fuego terminaría por derretir hasta la última capa de hielo. Arrasaría con todo, para bien o para mal.
"Qué paradójico incendiar aquello que tienes intención de salvar" pensaba él mientras la respiración de la chica se volvía más acelerada y audible.
Ella volvió a atacar intentando impregnar de odio sus palabras, con la esperanza de envenenarlas de rencor y así alejarlo. Él ni siquiera necesitaba observarla. La conocía demasiado bien. "Pretende herirme dirigiendo hacia mí un odio que no me pertenece. Ella solo se odia a sí misma."
-Estás temblando-él seguía sin mirarla-. Deberías comprarte otro reloj, y dejar de llegar tarde a las personas. Nunca entendiste que necesitaba saltar, y que tú solo querías volar. Yo soy grito, y tú cristal.
Y ella se rompió. Él pudo sentir en su propio cuerpo el dolor, y el cigarrillo se soltó de su boca, consumido por completo.
-No somos ceniza. Te lo prometo-susurró él.
Solo quedaba una cosa por romper, y era la distancia. Un paso. Dos. Tres.
-Que el mundo sea el que se consuma. No volvamos a convertirnos en una explosión que se va dejando tras de sí olor a pólvora quemada y cristales rotos en el suelo. Devuélveme el alcohol de tus labios, y quédate con mis escombros a cambio. Siempre han sido tuyos.
"Y siempre lo serán" (su último pensamiento, antes de que ella deciciera desaparecer en su portal o enterrarse en las estrellas de sus ojos).
M.A.G.
El edificio de siempre, al lado de aquel parque tan de sobra conocido. Esa vieja farola, el árbol que parecía a punto de caer pero que milagrosamente, ahí aguantaba. "Me recuerda a mí" pensó él.
"Y ya basta de descripciones. ¿De qué me sirve mirar el mismo escenario si el tiempo, el argumento y los actores han cambiado?"
Encendió otro cigarrillo. Meses intentando esquivar sus recuerdos, y ahora comprendía que jamás debieron ser pasado. Y, en realidad, nunca lo fueron (por mucho que se hubiera convencido de ello, ni siquiera todos los puñetazos a la pared de su habitación habían logrado hacer desaparecer esas pestañas de su retina).
Esperaba. Sabía que ella aparecería, tarde o temprano. Le sobraba el tiempo (ya no le encontraba sentido a horas, minutos y segundos. Eran simplemente parte de un reloj siempre atrasado).
Sonrió al verla venir de lejos. Aquellos pasos tambaleantes, la mirada vidriosa de quien ha bebido de más, la falda corta y los labios rojos. No podía ser ninguna otra.
Suspiró mientras ensanchaba su sonrisa. Qué ironía. Leía el miedo en sus ojos desde lejos. Él, que prometió matar todos sus monstruos. Ella, que solo se sentía segura en sus brazos.
Ya no eran ellos. Simplemente se habían vuelto dos extraños que se alimentaban de su propia memoria. Marionetas de convicciones de otros, dueños de vidas más convencionales.
"¿En qué nos hemos convertido?" pensó él mientras la observaba acercarse lentamente.
Ella se paró a una distancia prudente. Él aguantó la tentación de ensanchar la sonrisa. Podía sentir claramente las ganas de aquella chica que intentaba no temblar. Ganas de partirle la cara, de partirle los labios, de partirle el pecho en un abrazo. Su risa sarcástica era la defensa de quien no quiere reconocer su derrota. Habló, pero él ni siquiera se molestó en escucharla. Ya sabía sus palabras, conocía sus pesadillas, podía palpar sus murallas, y estaba rasgando levemente la superficie de su autocontrol.
Se concentró en fumar y en romper las barreras inútiles que ella había intentado colocar.
-Las cosas han cambiado mucho. El tabaco no sabe igual si no me lo quitas con tu saliva de la boca.
Pudo oír el primer "crack" en aquel muro de hielo que los separaba. Sentía como su mirada ardía, y ella no podía hacer nada contra eso. El fuego terminaría por derretir hasta la última capa de hielo. Arrasaría con todo, para bien o para mal.
"Qué paradójico incendiar aquello que tienes intención de salvar" pensaba él mientras la respiración de la chica se volvía más acelerada y audible.
Ella volvió a atacar intentando impregnar de odio sus palabras, con la esperanza de envenenarlas de rencor y así alejarlo. Él ni siquiera necesitaba observarla. La conocía demasiado bien. "Pretende herirme dirigiendo hacia mí un odio que no me pertenece. Ella solo se odia a sí misma."
-Estás temblando-él seguía sin mirarla-. Deberías comprarte otro reloj, y dejar de llegar tarde a las personas. Nunca entendiste que necesitaba saltar, y que tú solo querías volar. Yo soy grito, y tú cristal.
Y ella se rompió. Él pudo sentir en su propio cuerpo el dolor, y el cigarrillo se soltó de su boca, consumido por completo.
-No somos ceniza. Te lo prometo-susurró él.
Solo quedaba una cosa por romper, y era la distancia. Un paso. Dos. Tres.
-Que el mundo sea el que se consuma. No volvamos a convertirnos en una explosión que se va dejando tras de sí olor a pólvora quemada y cristales rotos en el suelo. Devuélveme el alcohol de tus labios, y quédate con mis escombros a cambio. Siempre han sido tuyos.
"Y siempre lo serán" (su último pensamiento, antes de que ella deciciera desaparecer en su portal o enterrarse en las estrellas de sus ojos).
M.A.G.
sábado, 1 de diciembre de 2012
Caeré.
Tenía una ingente cantidad de palabras bonitas guardadas bajo llave en los labios. Y me he atragantado con ellas.
Besos que pierden metros, edredones que se enredan, miradas que te parten. Momentos congelados, recuerdos en llamas. En el ojo del huracán, en el centro de la tormenta, quedo yo.
Solo yo.
Y la ansiedad. Y la nada.
(¿A esto se le puede llamar respirar?).
Las palabras se me escurren por los ojos, me ahogo en ellas. No soy capaz de flotar.
Alcohol para asfixiar las mierdas como el peor de los caminos posibles. Quizá por ello lo considero. Lo inadecuado, lo estúpido, lo autodestructivo; siempre es lo que elijo. (Y luego me planteo por qué no soy capaz de salvar nada ni a nadie).
Hacía mucho que los recuerdos no me hacían temblar así. Mi cuarto huele a él y creo que voy a estallar en miles de 'no pasa nada, estoy bien'. Como debe ser. No quiero consuelo, ni advertencias, ni consejos. Me basta con perderme en mis suspiros. Me basta con nada. Y nada es lo que queda, y lo que hay.
Una risa irónica resuena en mi cabeza, el miedo más oscuro es aquel que me impide encender las luces. El que apaga la calma. Procuramos ignorarnos mutuamente, pero él siempre me da los buenos días con impecable educación. El problema es cuando decide visitar mis pesadillas y tomar café conmigo por la noche.
(Luego me quejaré de madrugadas rompiendo cada plato que rocen mis dedos, observando el agua caer por todas partes mientras me dejo ir).
Lo peor es cuando siento que nadie lo escucha. Ese incesante roto que se va haciendo más grande en el alma, esa respiración ligeramente alterada, aquel vaivén de pupilas nerviosas. Y es entonces, en las habitaciones llenas de gente, cuando congelo un par de sonrisas y pierdo todos los hilos que me conectan con la realidad. La trivialidad se disfraza de risas que no significan nada y yo soy incapaz de echar a correr.
Esta noche no me importa escribir lo que sé que no se puede leer. La balanza que regula el bien y el mal se ha estancado en mi cabeza. Callo mientras grito en silencio. Y es su eco el que me persigue cuanto más lejos huyo.
Echar de menos es el mayor vicio para quien acaricia recuerdos.
M.A.G.
Besos que pierden metros, edredones que se enredan, miradas que te parten. Momentos congelados, recuerdos en llamas. En el ojo del huracán, en el centro de la tormenta, quedo yo.
Solo yo.
Y la ansiedad. Y la nada.
(¿A esto se le puede llamar respirar?).
Las palabras se me escurren por los ojos, me ahogo en ellas. No soy capaz de flotar.
Alcohol para asfixiar las mierdas como el peor de los caminos posibles. Quizá por ello lo considero. Lo inadecuado, lo estúpido, lo autodestructivo; siempre es lo que elijo. (Y luego me planteo por qué no soy capaz de salvar nada ni a nadie).
Hacía mucho que los recuerdos no me hacían temblar así. Mi cuarto huele a él y creo que voy a estallar en miles de 'no pasa nada, estoy bien'. Como debe ser. No quiero consuelo, ni advertencias, ni consejos. Me basta con perderme en mis suspiros. Me basta con nada. Y nada es lo que queda, y lo que hay.
Una risa irónica resuena en mi cabeza, el miedo más oscuro es aquel que me impide encender las luces. El que apaga la calma. Procuramos ignorarnos mutuamente, pero él siempre me da los buenos días con impecable educación. El problema es cuando decide visitar mis pesadillas y tomar café conmigo por la noche.
(Luego me quejaré de madrugadas rompiendo cada plato que rocen mis dedos, observando el agua caer por todas partes mientras me dejo ir).
Lo peor es cuando siento que nadie lo escucha. Ese incesante roto que se va haciendo más grande en el alma, esa respiración ligeramente alterada, aquel vaivén de pupilas nerviosas. Y es entonces, en las habitaciones llenas de gente, cuando congelo un par de sonrisas y pierdo todos los hilos que me conectan con la realidad. La trivialidad se disfraza de risas que no significan nada y yo soy incapaz de echar a correr.
Esta noche no me importa escribir lo que sé que no se puede leer. La balanza que regula el bien y el mal se ha estancado en mi cabeza. Callo mientras grito en silencio. Y es su eco el que me persigue cuanto más lejos huyo.
Echar de menos es el mayor vicio para quien acaricia recuerdos.
M.A.G.
martes, 20 de noviembre de 2012
Cara A
El universo infinito se le había quedado pequeño, y aquel día lo comprendió. Jugando en su cabeza con aquella bola del mundo que habitaba en lo más profundo de los sueños. Otra vuelta de tuerca, otro giro en la noria.
Caminaba entre la niebla, callada, ausente, creyendo que de verdad había algo tras las estrellas. Lanzaba besos con los ojos a la vida (luego se arrepentía, cuando amanecía con ellos húmedos y con el alma encogida).
Una noche se juró (qué inconsciencia la suya, qué inocencia tan estúpida) que nunca nadie la volvería a destrozar. Que no quería más corazón que el suyo propio. Que el olvido era un hecho, un escrito firmado, un 'no' firme en su conciencia.
Y esa madrugada, aquella llama de sus recuerdos, esa mirada turbia del pasado, se plantó frente a ella.
-Has perdido la cabeza-se dijo a sí misma-. Él no iba a volver. Me lo aseguró.
No obstante, eran aquellos ojos irónicos de color indefinido, no le cabía duda. La figura recostada en la farola, frente a su portal, lucía esa sonrisa desgastada y llena de odio, ese cigarro en los labios que tan bien conocía ella.
Las piernas le temblaban, y la seguridad que le daban sus tacones se convirtió en vértigo.
Pero mantuvo intacto su valor, y las ganas de romper el mundo entero en aquel momento fueron más fuertes que ella.
Lanzó una pequeña risa, reventando cualquier esperanza de tregua que él tuviera.
-¿Qué quieres? No son horas, no es tu casa, y yo ya no soy tuya.
Ni siquiera levantó la mirada del cigarrillo. Ya la había observado de lejos lo suficiente. Ya la había contemplado cada noche en su recuerdo y en sus pesadillas. No necesitaba ver sus crispados labios rojos, ni ese aparente odio inspirado por el rencor.
-Las cosas han cambiado mucho. El tabaco no sabe igual si no me lo quitas con tu saliva de la boca.
Ella solo tenía ganas de llorar, de correr, o de pegarle un puñetazo. Él era él. No tenía derecho a hacerle eso.
Él.
Ese tipo de amor que te revienta el alma una vez, te incendia y luego se queda observando como cada puta ceniza se transforma en una herida. Esa atracción prohibida e inalcanzable, esa maldita persona que la alteraba hasta lo más profundo de su ser.
-Las cambiaste tú el día que decidiste que una ventana abierta y una botella de ron sí merecían la pena, pero que yo, no. Piérdete en alguna canción, o búscate en el portal de otra.
-Estás temblando-él seguía sin mirarla-. Deberías comprarte otro reloj, y dejar de llegar tarde a las personas. Nunca entendiste que necesitaba saltar, y que tú solo querías volar. Yo soy grito, y tú cristal.
Y ahí, ella perdió las fuerzas. Se perdió.
Así (no) termina otra historia de caricias que se transformaron en mierda, de insultos a las tres de la mañana y de besos con sabor a vida.
M.A.G.
Caminaba entre la niebla, callada, ausente, creyendo que de verdad había algo tras las estrellas. Lanzaba besos con los ojos a la vida (luego se arrepentía, cuando amanecía con ellos húmedos y con el alma encogida).
Una noche se juró (qué inconsciencia la suya, qué inocencia tan estúpida) que nunca nadie la volvería a destrozar. Que no quería más corazón que el suyo propio. Que el olvido era un hecho, un escrito firmado, un 'no' firme en su conciencia.
Y esa madrugada, aquella llama de sus recuerdos, esa mirada turbia del pasado, se plantó frente a ella.
-Has perdido la cabeza-se dijo a sí misma-. Él no iba a volver. Me lo aseguró.
No obstante, eran aquellos ojos irónicos de color indefinido, no le cabía duda. La figura recostada en la farola, frente a su portal, lucía esa sonrisa desgastada y llena de odio, ese cigarro en los labios que tan bien conocía ella.
Las piernas le temblaban, y la seguridad que le daban sus tacones se convirtió en vértigo.
Pero mantuvo intacto su valor, y las ganas de romper el mundo entero en aquel momento fueron más fuertes que ella.
Lanzó una pequeña risa, reventando cualquier esperanza de tregua que él tuviera.
-¿Qué quieres? No son horas, no es tu casa, y yo ya no soy tuya.
Ni siquiera levantó la mirada del cigarrillo. Ya la había observado de lejos lo suficiente. Ya la había contemplado cada noche en su recuerdo y en sus pesadillas. No necesitaba ver sus crispados labios rojos, ni ese aparente odio inspirado por el rencor.
-Las cosas han cambiado mucho. El tabaco no sabe igual si no me lo quitas con tu saliva de la boca.
Ella solo tenía ganas de llorar, de correr, o de pegarle un puñetazo. Él era él. No tenía derecho a hacerle eso.
Él.
Ese tipo de amor que te revienta el alma una vez, te incendia y luego se queda observando como cada puta ceniza se transforma en una herida. Esa atracción prohibida e inalcanzable, esa maldita persona que la alteraba hasta lo más profundo de su ser.
-Las cambiaste tú el día que decidiste que una ventana abierta y una botella de ron sí merecían la pena, pero que yo, no. Piérdete en alguna canción, o búscate en el portal de otra.
-Estás temblando-él seguía sin mirarla-. Deberías comprarte otro reloj, y dejar de llegar tarde a las personas. Nunca entendiste que necesitaba saltar, y que tú solo querías volar. Yo soy grito, y tú cristal.
Y ahí, ella perdió las fuerzas. Se perdió.
Así (no) termina otra historia de caricias que se transformaron en mierda, de insultos a las tres de la mañana y de besos con sabor a vida.
M.A.G.
jueves, 15 de noviembre de 2012
Esa chica y el espejo.
Un cigarro mal apagado en el suelo, que quizá tuviera nombre de nostalgia. Papel de la marca OCB a las 4 de la mañana en unas viejas escaleras de metro. Y no se me ocurre otra forma mejor de explicarlo.
Como ese vaho que empaña a veces los espejos y que distorsiona ligeramente la realidad. ¿Cuántas Alicias habrán querido atravesarlo? (me pregunto mientras rozo su superficie con la mirada perdida).
'Y otra vez caeré'. Cojo aire mientras me ahogo en una espiral de frío y recuerdos, de miedos y de adicciones repentinas. Quién tuviera litros de alcohol para alejarse y ahogar la conciencia (a veces tan puta), o simplemente una voz rasgada que se clave en los oídos y te parta el alma en dos.
-¿Te crees capaz de salvarte?
-Nunca. Por eso aún no he caído del todo.
Aquel humo nunca se disipa del todo (decíamos, mientras fumábamos en el balcón). O quizá simplemente sea otra trampa de mi imaginación, otra imagen borrosa y artificial creada para invadir de melancolía la ya de por sí extraña tristeza que me compone.
'Lo siento'. Y demás verdades disfrazadas de mentiras. Yo aún recuerdo a la chica que caminaba bajo la lluvia con la mirada borrosa, sometida a los caprichos de canciones que hacen pedazos. Ella a veces llora en mi interior, es la voz de mis ataques nocturnos, de mis viejas ansiedades.
(Ya nadie habla de fantasmas tan reales como personas).
Todo el mundo sabe que debajo de la cama se esconden los mayores monstruos. Pero a veces olvidamos que es en los espejos donde se encuentra nuestro peor enemigo. Por eso los 'siete años de mala suerte para quien los rompa'. De alguna manera tenemos que frenar ese dulce e inútil impulso de golpear el absurdo cristal, hasta que nuestra imagen se distorsione por completo.
(Hoy mis ganas ya no son tan frágiles como parpadear, hoy mi sonrisa no está cosida con miedo).
Nunca tengo claro qué historia estoy intentando contar. La realidad últimamente se compone de pedazos de calendario, de esperas y de aviones.
En medio de un guion algo extravagante, estoy yo. La chica que se sienta en la parte de atrás de los autobuses y que tiembla en cuanto salen esas canciones.
No hay punto final ni palabra que sepa acabar una frase mejor que un suspiro.
Ahí va.
M.A.G.
Como ese vaho que empaña a veces los espejos y que distorsiona ligeramente la realidad. ¿Cuántas Alicias habrán querido atravesarlo? (me pregunto mientras rozo su superficie con la mirada perdida).
'Y otra vez caeré'. Cojo aire mientras me ahogo en una espiral de frío y recuerdos, de miedos y de adicciones repentinas. Quién tuviera litros de alcohol para alejarse y ahogar la conciencia (a veces tan puta), o simplemente una voz rasgada que se clave en los oídos y te parta el alma en dos.
-¿Te crees capaz de salvarte?
-Nunca. Por eso aún no he caído del todo.
Aquel humo nunca se disipa del todo (decíamos, mientras fumábamos en el balcón). O quizá simplemente sea otra trampa de mi imaginación, otra imagen borrosa y artificial creada para invadir de melancolía la ya de por sí extraña tristeza que me compone.
'Lo siento'. Y demás verdades disfrazadas de mentiras. Yo aún recuerdo a la chica que caminaba bajo la lluvia con la mirada borrosa, sometida a los caprichos de canciones que hacen pedazos. Ella a veces llora en mi interior, es la voz de mis ataques nocturnos, de mis viejas ansiedades.
(Ya nadie habla de fantasmas tan reales como personas).
Todo el mundo sabe que debajo de la cama se esconden los mayores monstruos. Pero a veces olvidamos que es en los espejos donde se encuentra nuestro peor enemigo. Por eso los 'siete años de mala suerte para quien los rompa'. De alguna manera tenemos que frenar ese dulce e inútil impulso de golpear el absurdo cristal, hasta que nuestra imagen se distorsione por completo.
(Hoy mis ganas ya no son tan frágiles como parpadear, hoy mi sonrisa no está cosida con miedo).
Nunca tengo claro qué historia estoy intentando contar. La realidad últimamente se compone de pedazos de calendario, de esperas y de aviones.
En medio de un guion algo extravagante, estoy yo. La chica que se sienta en la parte de atrás de los autobuses y que tiembla en cuanto salen esas canciones.
No hay punto final ni palabra que sepa acabar una frase mejor que un suspiro.
Ahí va.
M.A.G.
miércoles, 7 de noviembre de 2012
Terceras personas.
Dos pasos, evitando al miedo. Una respiración entrecortada. Crack. Caen las los espejos.
Ella se sumerge en una sudadera, buscando un olor que sabe que no está (pero cómo quitarse el vicio de querer encontrar lo que se halla lejos). Ella tiembla, a veces, cuando la noche se come sus ojos y le escupe pesadillas. Ella, solo ella.
Y cuando las estrellas pinchan, y la Luna (fría, siempre lejana y excesivamente pálida) muestra su indiferencia oscura, ella se pinta los labios y sale a besar las caricias que aún no ha dado.
Ella se cree niña y mujer, ella nunca entiende de etiquetas, solo quiere las de sus vestidos nuevos. Ella y la tristeza han llegado a ser una sola. Y no lleva pendientes porque le basta con sus lágrimas.
Necesita de papel y abrazos, de palabras y personas. Y hay días que es invencible, aunque se caiga de madrugada y quiera evaporarse para siempre.
Sus ataques de pánico nocturnos -casi tan frecuentes como sus ojeras y sus medias rotas por la mala suerte (ojalá por ti)- la han convertido en nostalgia y recuerdos (quizá sean otras formas de pronunciar su nombre).
Corre contra un reloj que nunca ve y se entretiene con poemas que la hacen llorar. Luego se pregunta por qué existen las cosas bonitas y le entran esas ganas de fumarse un cigarro que sabe que no le gustará. Tal vez por eso no le salgan las cuentas cuando bebe y acabe vomitando en alguna carretera solitaria, toda autodestrucción.
Vive solo de inspiraciones a las cinco de la mañana y de recuerdos con nombres propios que ocupan (u ocuparon) demasiados latidos y océanos de esos que naufragan en el cuello.
Y solo lee aquellos libros tristes donde el fatalismo arruina la vida de los protagonistas, donde los amores imposibles parten corazones y vidas (y su alma, oh su alma se despedaza en cada página), donde los fantasmas son tan tangibles que ella los respira y se inunda. Rota, siempre cicatrices.
Ella soy yo (la tercera persona y sus bonitos verbos, ya se sabe).
Pero...
Entonces.
Él.
Y las cicatrices son borrones viejos de melancolías ausentes.
Hay rayos de sol ocultos ocultos entre sus pestañas, pero él no los sospecha.
Por eso ahora leo entre sus líneas aunque esté lejos, y si me ahogo entre complejidades y aguas rotas, él me susurra, me calma, me salva. Todo está bien.
A veces su sonrisa me despierta en sueños. Y él ni lo sabe (shhh).
M.A.G.
Ella se sumerge en una sudadera, buscando un olor que sabe que no está (pero cómo quitarse el vicio de querer encontrar lo que se halla lejos). Ella tiembla, a veces, cuando la noche se come sus ojos y le escupe pesadillas. Ella, solo ella.
Y cuando las estrellas pinchan, y la Luna (fría, siempre lejana y excesivamente pálida) muestra su indiferencia oscura, ella se pinta los labios y sale a besar las caricias que aún no ha dado.
Ella se cree niña y mujer, ella nunca entiende de etiquetas, solo quiere las de sus vestidos nuevos. Ella y la tristeza han llegado a ser una sola. Y no lleva pendientes porque le basta con sus lágrimas.
Necesita de papel y abrazos, de palabras y personas. Y hay días que es invencible, aunque se caiga de madrugada y quiera evaporarse para siempre.
Sus ataques de pánico nocturnos -casi tan frecuentes como sus ojeras y sus medias rotas por la mala suerte (ojalá por ti)- la han convertido en nostalgia y recuerdos (quizá sean otras formas de pronunciar su nombre).
Corre contra un reloj que nunca ve y se entretiene con poemas que la hacen llorar. Luego se pregunta por qué existen las cosas bonitas y le entran esas ganas de fumarse un cigarro que sabe que no le gustará. Tal vez por eso no le salgan las cuentas cuando bebe y acabe vomitando en alguna carretera solitaria, toda autodestrucción.
Vive solo de inspiraciones a las cinco de la mañana y de recuerdos con nombres propios que ocupan (u ocuparon) demasiados latidos y océanos de esos que naufragan en el cuello.
Y solo lee aquellos libros tristes donde el fatalismo arruina la vida de los protagonistas, donde los amores imposibles parten corazones y vidas (y su alma, oh su alma se despedaza en cada página), donde los fantasmas son tan tangibles que ella los respira y se inunda. Rota, siempre cicatrices.
Ella soy yo (la tercera persona y sus bonitos verbos, ya se sabe).
Pero...
Entonces.
Él.
Y las cicatrices son borrones viejos de melancolías ausentes.
Hay rayos de sol ocultos ocultos entre sus pestañas, pero él no los sospecha.
Por eso ahora leo entre sus líneas aunque esté lejos, y si me ahogo entre complejidades y aguas rotas, él me susurra, me calma, me salva. Todo está bien.
A veces su sonrisa me despierta en sueños. Y él ni lo sabe (shhh).
M.A.G.
miércoles, 31 de octubre de 2012
Noviembre (...yo)
No soy la chica más guapa del bar, ni la luz que brilla cuando todo lo demás se apaga. Tampoco podría decir que mis movimientos son perfectos, ni mis piernas de infinito. Quizás solo pueda afirmar que mis ojos son abismos, y ni eso es una certeza absoluta en tus matemáticas.
Si hablamos de desmentir, podría detenerme en esa extraña idea que se hacen algunos sobre mi inexacta cabeza y mi caótico corazón. Ni vivo en un mundo color rosa (más bien lo definiría como un azul cielo grisáceo, a veces brillante, a veces apagado), ni utilizo las palabras para vestirme de algo que no soy (ellas nunca mienten, son mil veces mejores que yo).
Ni siquiera soy la Luna, tan quieta y tan lejana entre miles de estrellas. Y el Sol se me queda inmenso, me quema las ganas. Entonces, si el agua resbala por mis manos y mi boca no es de sal ¿qué me queda por ser? Una canción de McEnroe. Puede. 'Cuando suene this night'.
Un hilo de cordura me incita a no definirme como una canción que hiere y sangra por sí sola. Pero no puedo pretender leer a Ángel González sin secuelas (los vicios llevan quizás, llevan consecuencias que corren de puntillas).
Si las madrugadas llorando en el baño fueron capaces de enseñarme algo, tal vez sea que la tristeza es la forma de vestir a nuestros sueños cuando tienen frío y quieren quedarse quietos en silencio. Algo mágico y frágil si sabes cómo tejerlo, si lo cuidas con canciones dulces que duelen y con poetas nostálgicos (en la hora de los suspiros).
Una vez creo recordar que me llamé 'melancolía' y jugué entre cajas de música de cristal y todas las palabras que nunca escribí. ¿Será mi obsesión con romper ventanas y quedarme dormida en tus ojos la que me salve?
Tampoco se puede forzar a las estrellas (ellas son fugaces si quieren, caen en el momento oportuno y brillan como nunca, efímeramente eternas) a que exploten y lo inunden todo por un segundo.
A veces he creído ser un 'putas ganas de seguir el show' ahogado entre un millón de lágrimas y un grito rasgado que nadie nunca ha querido escuchar. Ya no sé con qué conformarme y por donde tirar los vacíos y las ausencias de las promesas que jamás juré.
Soy todos los recuerdos que han ardido en mis pupilas. Soy todas las sonrisas que han salvado.
Y soy todas las palabras que me crean y me destruyen.
M.A.G.
Si hablamos de desmentir, podría detenerme en esa extraña idea que se hacen algunos sobre mi inexacta cabeza y mi caótico corazón. Ni vivo en un mundo color rosa (más bien lo definiría como un azul cielo grisáceo, a veces brillante, a veces apagado), ni utilizo las palabras para vestirme de algo que no soy (ellas nunca mienten, son mil veces mejores que yo).
Ni siquiera soy la Luna, tan quieta y tan lejana entre miles de estrellas. Y el Sol se me queda inmenso, me quema las ganas. Entonces, si el agua resbala por mis manos y mi boca no es de sal ¿qué me queda por ser? Una canción de McEnroe. Puede. 'Cuando suene this night'.
Un hilo de cordura me incita a no definirme como una canción que hiere y sangra por sí sola. Pero no puedo pretender leer a Ángel González sin secuelas (los vicios llevan quizás, llevan consecuencias que corren de puntillas).
Si las madrugadas llorando en el baño fueron capaces de enseñarme algo, tal vez sea que la tristeza es la forma de vestir a nuestros sueños cuando tienen frío y quieren quedarse quietos en silencio. Algo mágico y frágil si sabes cómo tejerlo, si lo cuidas con canciones dulces que duelen y con poetas nostálgicos (en la hora de los suspiros).
Una vez creo recordar que me llamé 'melancolía' y jugué entre cajas de música de cristal y todas las palabras que nunca escribí. ¿Será mi obsesión con romper ventanas y quedarme dormida en tus ojos la que me salve?
Tampoco se puede forzar a las estrellas (ellas son fugaces si quieren, caen en el momento oportuno y brillan como nunca, efímeramente eternas) a que exploten y lo inunden todo por un segundo.
A veces he creído ser un 'putas ganas de seguir el show' ahogado entre un millón de lágrimas y un grito rasgado que nadie nunca ha querido escuchar. Ya no sé con qué conformarme y por donde tirar los vacíos y las ausencias de las promesas que jamás juré.
Soy todos los recuerdos que han ardido en mis pupilas. Soy todas las sonrisas que han salvado.
Y soy todas las palabras que me crean y me destruyen.
M.A.G.
martes, 30 de octubre de 2012
Grietas.
Será que por la noche hace frío.
Hay cristales del color de la niebla, resbalando, sin dejar de caer. Atraviesan mi cara, dejando un leve rastro oscuro. Cristales (yo).
(¿Cuántos espejos habré roto pensando que eran ventanas?)
Aquella música suave, susurrante, nítidamente derretida en mis oídos. Y los recuerdos son el mi menor de todas las canciones.
'Fui solo una más de cientos'. Crack. Otro roto más. Hasta se escucha (shhh baja la voz...) si te callas sin estar como ausente. Solo mirándome.
Hablo de miedo atroz y de ganas de correr. De todo ese alcohol para suplantar a las personas que faltaban, y que nunca surtía el efecto ansiado. Respiraciones entrecortadas contra una sudadera que ni siquiera amordazaba a los suspiros. Escalofríos de hielo por la espalda (y no, no estás detrás de mí).
Y algo estalla dentro, rozando la impotencia que corre por mis piernas, rozando aquello que se escapa en mi interior. Rozando tu corazón, que a veces se hiere entre tanta mierda y tantas grietas. Mis escudos no siempre funcionan cuando no estás.
'Golpea bien. Hazlo bien' (no tengas miedo de partirme en dos sin querer, porque puede que quiera yo).
Todas esas tardes frente a la ventana cuando llovía y un par de libros que jamás debí haber leído, son los culpables de que tiemble y arda, y rompa cosas que ni siquiera existen.
Porque sé y entiendo que solo puedo comprenderlo yo. (Cómo corta, joder). Porque las palabras no valen cuando una simple unidad de medida y tres incoherencias que no llegan ni a pensamiento, intervienen en mi cadena de paranoias deductivas. Ahora cómo llevar las cuentas.
Y otro café más al suelo. Y otro grito que no llega a rasgar mi garganta. De nada. Sin 'mil gracias'.
Letras que se agolpan en una pantalla sin ningún orden lógico, sin esa coherencia que tanto os gusta utilizar para desmentir mis idealismos (qué os den, una vez más). Qué más me da.
Si un día más es un día menos y las horas (y un silencio de décima de segundo...) a veces me ahogan.
Creyendo que me golpeaba el mundo, alcé los brazos. Me defendí. Y el alma seguía temblando con sus mil fisuras y la nieve rodeándola.
Entonces, en un susurro, en un abrazo que no llegó, lo comprendí todo.
Sálvame de mí.
M.A.G.
Hay cristales del color de la niebla, resbalando, sin dejar de caer. Atraviesan mi cara, dejando un leve rastro oscuro. Cristales (yo).
(¿Cuántos espejos habré roto pensando que eran ventanas?)
Aquella música suave, susurrante, nítidamente derretida en mis oídos. Y los recuerdos son el mi menor de todas las canciones.
'Fui solo una más de cientos'. Crack. Otro roto más. Hasta se escucha (shhh baja la voz...) si te callas sin estar como ausente. Solo mirándome.
Hablo de miedo atroz y de ganas de correr. De todo ese alcohol para suplantar a las personas que faltaban, y que nunca surtía el efecto ansiado. Respiraciones entrecortadas contra una sudadera que ni siquiera amordazaba a los suspiros. Escalofríos de hielo por la espalda (y no, no estás detrás de mí).
Y algo estalla dentro, rozando la impotencia que corre por mis piernas, rozando aquello que se escapa en mi interior. Rozando tu corazón, que a veces se hiere entre tanta mierda y tantas grietas. Mis escudos no siempre funcionan cuando no estás.
'Golpea bien. Hazlo bien' (no tengas miedo de partirme en dos sin querer, porque puede que quiera yo).
Todas esas tardes frente a la ventana cuando llovía y un par de libros que jamás debí haber leído, son los culpables de que tiemble y arda, y rompa cosas que ni siquiera existen.
Porque sé y entiendo que solo puedo comprenderlo yo. (Cómo corta, joder). Porque las palabras no valen cuando una simple unidad de medida y tres incoherencias que no llegan ni a pensamiento, intervienen en mi cadena de paranoias deductivas. Ahora cómo llevar las cuentas.
Y otro café más al suelo. Y otro grito que no llega a rasgar mi garganta. De nada. Sin 'mil gracias'.
Letras que se agolpan en una pantalla sin ningún orden lógico, sin esa coherencia que tanto os gusta utilizar para desmentir mis idealismos (qué os den, una vez más). Qué más me da.
Si un día más es un día menos y las horas (y un silencio de décima de segundo...) a veces me ahogan.
Creyendo que me golpeaba el mundo, alcé los brazos. Me defendí. Y el alma seguía temblando con sus mil fisuras y la nieve rodeándola.
Entonces, en un susurro, en un abrazo que no llegó, lo comprendí todo.
Sálvame de mí.
M.A.G.
viernes, 26 de octubre de 2012
Tormentas de otoño en días soleados.
Los resquicios de aquellos recuerdos son un veneno más. Adictivo, letal y envolvente como una asfixiante noche de verano. Y esa sustancia se desliza por los párpados de quien no quiere temblar. De quien teme respirar por si el aire arrastra también el último olor, el último beso.
Hay días que hablan mis crisis de ansiedad y mis palabras solo tropiezan unas contra otras, escaleras (de lo perdido) abajo. Golpes contra el suelo, arañazos de aire. Sin cicatriz visible, tan solo rasguños de mirada (y un poquito de alma).
Si la almohada no me presiona demasiado, le susurro las lágrimas bajito, hasta que la calma se desliza con ellas (y quién va a ir debajo de la cama a buscarla...) llevándose el escaso equilibrio que rige mi desorden de querer y odiar, de amar y extrañar, y de todas esas turbulencias que saben esconderse en cada latido.
Sin embargo hablaba de venenos y no de recipientes, de aquello que has tenido y se desliza por tu cabeza, de tortura silenciosa e incluso dulce (cómo no ver dulzura en aquellos ojos de mar y de paz). Quizá no sea destrucción física, pero el café que me mira por las mañanas sabe que mi boca solo lleva sus besos. Y qué más quiero para echar de menos incluso lo que aún no he terminado de tener.
Porque en algo tan diminutamente mágico como una canción, caben mil incendios de nieve. Todo ese calor helado que es el no poder tocar aunque sí sentir. Hay aviones y distancias que se enganchan entre nuestros suspiros. ¿Qué hacemos ahora? Cuando quema la ansiedad, cuando la voz se entrecorta.
Humo con olor a alcohol, labios tan lejanos como las estrellas, y vómitos de ansiedad. Paredes blancas. Eso es lo que queda en noches como las pasadas. En vez de sábanas, me abrazan cárceles hechas de algún material que no es su cuerpo. Y eso, eso oprime desde las cuerdas vocales hasta el alma. Con razón por la mañana huele el cuarto a ojeras y a sal.
Días sin color, problemas sin caos, heridas en la piel que son solo batallas ganadas entre nuestros sueños. Lo que realmente mata, es la ausencia y no las balas.
Podría hablar de viajes en coche donde nadie quiere bajar, o de noches de histeria pura arañando las sábanas. Pero también de caricias inacabables y de mañanas eternas entre ondas de risas y cálidos silencios. Lo uno, no existe sin lo otro.
Donde más miedo dan las tormentas, es en el sol. Las tormentas son más bonitas y más terribles cuando cuelgas de las estrellas.
Y así, así se explica todo. Creo que me llamo ironía.
Pero a veces, las ironías no son más que explosiones de belleza y miedo que nadie sabe calificar.
M.A.G.
Hay días que hablan mis crisis de ansiedad y mis palabras solo tropiezan unas contra otras, escaleras (de lo perdido) abajo. Golpes contra el suelo, arañazos de aire. Sin cicatriz visible, tan solo rasguños de mirada (y un poquito de alma).
Si la almohada no me presiona demasiado, le susurro las lágrimas bajito, hasta que la calma se desliza con ellas (y quién va a ir debajo de la cama a buscarla...) llevándose el escaso equilibrio que rige mi desorden de querer y odiar, de amar y extrañar, y de todas esas turbulencias que saben esconderse en cada latido.
Sin embargo hablaba de venenos y no de recipientes, de aquello que has tenido y se desliza por tu cabeza, de tortura silenciosa e incluso dulce (cómo no ver dulzura en aquellos ojos de mar y de paz). Quizá no sea destrucción física, pero el café que me mira por las mañanas sabe que mi boca solo lleva sus besos. Y qué más quiero para echar de menos incluso lo que aún no he terminado de tener.
Porque en algo tan diminutamente mágico como una canción, caben mil incendios de nieve. Todo ese calor helado que es el no poder tocar aunque sí sentir. Hay aviones y distancias que se enganchan entre nuestros suspiros. ¿Qué hacemos ahora? Cuando quema la ansiedad, cuando la voz se entrecorta.
Humo con olor a alcohol, labios tan lejanos como las estrellas, y vómitos de ansiedad. Paredes blancas. Eso es lo que queda en noches como las pasadas. En vez de sábanas, me abrazan cárceles hechas de algún material que no es su cuerpo. Y eso, eso oprime desde las cuerdas vocales hasta el alma. Con razón por la mañana huele el cuarto a ojeras y a sal.
Días sin color, problemas sin caos, heridas en la piel que son solo batallas ganadas entre nuestros sueños. Lo que realmente mata, es la ausencia y no las balas.
Podría hablar de viajes en coche donde nadie quiere bajar, o de noches de histeria pura arañando las sábanas. Pero también de caricias inacabables y de mañanas eternas entre ondas de risas y cálidos silencios. Lo uno, no existe sin lo otro.
Donde más miedo dan las tormentas, es en el sol. Las tormentas son más bonitas y más terribles cuando cuelgas de las estrellas.
Y así, así se explica todo. Creo que me llamo ironía.
Pero a veces, las ironías no son más que explosiones de belleza y miedo que nadie sabe calificar.
M.A.G.
sábado, 13 de octubre de 2012
1
Como hallarse suspendida en medio de ninguna parte, transparente mediocridad de la nada. Como estar en túnel oscuro y que las canciones sean simplemente notas musicales que te hacen llorar. Como tomar café para despertar los sueños, y que remoloneen entre un poco de azúcar, perezosos, olvidadizos.
'Pero entonces con un gesto haces luz'. Y lo hiciste. Y todas las dudas fueron apagándose a medida que encendías certezas en mis párpados cerrados.
El mundo se dejó llevar entre nuestras canciones y se olvidó de la gravedad. Y si la ingenuidad o el miedo querían alejarnos, una fuerza invisible tiraba, suave, delicada, acercándonos.
Dos imanes indecisos que se atraen a kilómetros y son incapaces de evitarlo (¿para qué?). Tanta ternura y tantas caricias en una voz, en unas palabras, en un suspiro...
'Que como yo a veces sueño, nadie ha soñado contigo.'
Y si me pierdo o si me alejo, busco tus brazos, tu mirada... en mi cabeza, en mis recuerdos, en esas letras.
Recuérdame, recuérdanos. Recuerda que 'nunca nunca', recuerda que siempre estoy y estaré... Recuerda y simplemente guárdanos, porque mientras nos recordemos, seguimos existiendo. Seguimos estando más vivos que nunca.
Y ahora... Ahora cuento los minutos que me quedan para naufragar en tus brazos, para que mis silencios te busquen y buceen en tus ojos, para que mis manos se pierdan en tus mejillas y se encuentren en tu cuello.
Que nadie lo entienda ¿sabes? que nadie lo intente, es mejor así. Mientras lo sintamos nosotros, mientras nos desbordemos, mientras muramos por tenernos... El resto da igual.
Quizá no he elegido bien las palabras, quizá no sean las más bonitas, ni las más brillantes... Pero para eso ya están tus sonrisas.
Regálame simplemente tu primera respiración de cada día, y tu último parpadeo de cada noche. No necesito más, no podría sobrarme aún más el mundo si te tengo a ti.
Esperaré a las estrellas que me prometiste, pero mientras las alcanzo, las miro desde la distancia.
'Porque no quiero perderte, no quiero ser yo la perdida.'
¿Sabes qué?
Sí, lo sabes.
M.A.G.
miércoles, 3 de octubre de 2012
Ideas despeinadas.
El pelo suelto. De noche. Y llama a la puerta el invierno (a veces con v, a veces con f).
Se me caen al suelo las palabras, el vestido, el aire. Cierro los ojos. Suspendida en el aire, frente a una puerta que me mira, retándome. 'Ábreme'. Y mis labios entreabiertos, mi mano levemente alzada.
Respiraciones contenidas. Una, otra. Pausa. Y la última, vestida de suspiro.
A veces creo que mi vida es simplemente un pasillo lleno de puertas, precipicios y espejos. Y recuerdos (aclaración estúpida, como decir que en el aire que respiro hay oxígeno).
Entonces pierdo el (des)equilibrio. La noche es día. El pasillo una cama. Me pregunto si simplemente soy un sueño.
Café. Huele a café en las paredes de un olvido del color de la primavera. Y hay un billete de tren con destino a ningún sitio aguardándome en el fondo de un bolsillo. Viejo, arrugado, con cicatrices (se parece un poco al pasado, pienso distraídamente).
Y en días como hoy las palabras no me sirven para aquello que necesito. Entonces chillo, araño y destrozo los cristales de mi memoria. En silencio. Por fuera nunca pasa nada. Nada es una palabra que me da casi tanto miedo como nunca (aunque a veces esta es bonita, como el brillo de una estrella no fugaz).
Últimamente no sé escribir con un mínimo de claridad. Me he perdido en el mundo de lo abstracto, y camino entre sus bosques de conceptos escondidos, mientras me busco a mí misma. Supongo que solo quiero encontrarme. ¿Quién no desea hacerlo? Bueno, a veces, yo.
¿Por qué hay tanta gente por las calles? ¿Por qué no vuelan por el cielo? No sé, es tan inútil deslizarse por las aceras... como si el mundo de verdad se encontrara bajo nuestros pies y no sobre nuestros sueños.
Aviones, cafés, espejos, y papeles. Últimamente solo veo eso. Y algunas letras que juegan a ser palabras (las hay tan bonitas...).
Me concentro en los objetos que me rodean porque creo que un día me iré volando junto con mis pensamientos. Todo pierde nitidez a mi alrededor con cada parpadeo, y es un esfuerzo enfocar cosas que no merece la pena observar. Y ese es para mí el resumen de las banalidades.
Aunque hay quien brilla. Lo prometo (juraría que hasta yo lo he conseguido alguna vez).
Todo lo realmente precioso tiene una frase cosida a las costuras de su raíz:
¿Sabéis que las estrellas son bonitas porque sí? Y ya está.
M.A.G.
Se me caen al suelo las palabras, el vestido, el aire. Cierro los ojos. Suspendida en el aire, frente a una puerta que me mira, retándome. 'Ábreme'. Y mis labios entreabiertos, mi mano levemente alzada.
Respiraciones contenidas. Una, otra. Pausa. Y la última, vestida de suspiro.
A veces creo que mi vida es simplemente un pasillo lleno de puertas, precipicios y espejos. Y recuerdos (aclaración estúpida, como decir que en el aire que respiro hay oxígeno).
Entonces pierdo el (des)equilibrio. La noche es día. El pasillo una cama. Me pregunto si simplemente soy un sueño.
Café. Huele a café en las paredes de un olvido del color de la primavera. Y hay un billete de tren con destino a ningún sitio aguardándome en el fondo de un bolsillo. Viejo, arrugado, con cicatrices (se parece un poco al pasado, pienso distraídamente).
Y en días como hoy las palabras no me sirven para aquello que necesito. Entonces chillo, araño y destrozo los cristales de mi memoria. En silencio. Por fuera nunca pasa nada. Nada es una palabra que me da casi tanto miedo como nunca (aunque a veces esta es bonita, como el brillo de una estrella no fugaz).
Últimamente no sé escribir con un mínimo de claridad. Me he perdido en el mundo de lo abstracto, y camino entre sus bosques de conceptos escondidos, mientras me busco a mí misma. Supongo que solo quiero encontrarme. ¿Quién no desea hacerlo? Bueno, a veces, yo.
¿Por qué hay tanta gente por las calles? ¿Por qué no vuelan por el cielo? No sé, es tan inútil deslizarse por las aceras... como si el mundo de verdad se encontrara bajo nuestros pies y no sobre nuestros sueños.
Aviones, cafés, espejos, y papeles. Últimamente solo veo eso. Y algunas letras que juegan a ser palabras (las hay tan bonitas...).
Me concentro en los objetos que me rodean porque creo que un día me iré volando junto con mis pensamientos. Todo pierde nitidez a mi alrededor con cada parpadeo, y es un esfuerzo enfocar cosas que no merece la pena observar. Y ese es para mí el resumen de las banalidades.
Aunque hay quien brilla. Lo prometo (juraría que hasta yo lo he conseguido alguna vez).
Todo lo realmente precioso tiene una frase cosida a las costuras de su raíz:
¿Sabéis que las estrellas son bonitas porque sí? Y ya está.
M.A.G.
martes, 25 de septiembre de 2012
Quizá e ironías.
Paz. Estabilidad. La tierra y la luna. O eso creía. O eso creo, a veces. Cuando no dudo.
Últimamente lo único que hago es andar en círculos, querer, despreciar, atraer, repeler.
¿De qué me quejo? Será que todo en la vida me sale al revés, quizás yo misma esté configurada mal, al contrario, y sea el negativo de una fotografía estropeada de Dios sabe qué espejo roto.
Una y otra vez girando en un torbellino arrollador de sentimientos y emociones, de indiferencias y locuras, de contener la respiración y a los dos segundos suspirar, resignada (¿qué maldita estrella se me habrá perdido ahora?)
Y vaivenes de lágrimas a destiempo y pelo empapado y ojeras y polvo en los labios y mierda en el alma, cicatrices de esas en la rodilla y lunares (no sé ni qué hacer con los lunares...)
A veces me autodestruyo a base de botellas de alcohol del malo, y otras simplemente echo alcohol en heridas ya cerradas. Y luego me quejo. Y después lloro. Y mientras me pierdo.
Sangre y cristales rotos. Nada físico, o quizás todo lo contrario. Como los escalofríos cuando te incendias. Cuando las llamas cuando te ahogas. Los capítulos dependen del argumento, y este a su vez, de cada párrafo que los compone.
Es lo que hay. Lo que queda. Lo que no existe. Y todo eso, su conjunto... es la nada.
Y ¿sabes? Así somos. Lo que un día fuimos. Lo que terminaremos por ser (cuando ya nunca jamás seamos).
Polvo de estrellas. Polvo, sin más. Estrellas, ellas solas.
Hoy deliro especialmente, quizá porque me voy, quizá porque estoy perdiendo el juicio (nunca supe defenderme, ni el mejor abogado podría). Aunque para perderme siempre hay tiempo. Nunca hay ganas. 'Solo hay palabras.'
Volar tantos kilómetros como sea necesario y desaparecer entre gente que jamás me conocerá. Quizá me destruya antes de tiempo. O tal vez ni para eso valgo.
Tengo miedo, y quizá sea de mí misma o quizá del puto mundo que me rodea. Mis palabras favoritas son 'quizá' e 'ironía'. La segunda aún no la he utilizado hoy, y quizá sea el resumen global de todo lo que escribo. Tampoco es que me preocupe mucho.
'La vida son ironías en forma de capicúa'. Yo soy ironías en forma de capicúa.
Yo soy ironías. Sin más. Y con menos.
M.A.G.
Últimamente lo único que hago es andar en círculos, querer, despreciar, atraer, repeler.
¿De qué me quejo? Será que todo en la vida me sale al revés, quizás yo misma esté configurada mal, al contrario, y sea el negativo de una fotografía estropeada de Dios sabe qué espejo roto.
Una y otra vez girando en un torbellino arrollador de sentimientos y emociones, de indiferencias y locuras, de contener la respiración y a los dos segundos suspirar, resignada (¿qué maldita estrella se me habrá perdido ahora?)
Y vaivenes de lágrimas a destiempo y pelo empapado y ojeras y polvo en los labios y mierda en el alma, cicatrices de esas en la rodilla y lunares (no sé ni qué hacer con los lunares...)
A veces me autodestruyo a base de botellas de alcohol del malo, y otras simplemente echo alcohol en heridas ya cerradas. Y luego me quejo. Y después lloro. Y mientras me pierdo.
Sangre y cristales rotos. Nada físico, o quizás todo lo contrario. Como los escalofríos cuando te incendias. Cuando las llamas cuando te ahogas. Los capítulos dependen del argumento, y este a su vez, de cada párrafo que los compone.
Es lo que hay. Lo que queda. Lo que no existe. Y todo eso, su conjunto... es la nada.
Y ¿sabes? Así somos. Lo que un día fuimos. Lo que terminaremos por ser (cuando ya nunca jamás seamos).
Polvo de estrellas. Polvo, sin más. Estrellas, ellas solas.
Hoy deliro especialmente, quizá porque me voy, quizá porque estoy perdiendo el juicio (nunca supe defenderme, ni el mejor abogado podría). Aunque para perderme siempre hay tiempo. Nunca hay ganas. 'Solo hay palabras.'
Volar tantos kilómetros como sea necesario y desaparecer entre gente que jamás me conocerá. Quizá me destruya antes de tiempo. O tal vez ni para eso valgo.
Tengo miedo, y quizá sea de mí misma o quizá del puto mundo que me rodea. Mis palabras favoritas son 'quizá' e 'ironía'. La segunda aún no la he utilizado hoy, y quizá sea el resumen global de todo lo que escribo. Tampoco es que me preocupe mucho.
'La vida son ironías en forma de capicúa'. Yo soy ironías en forma de capicúa.
Yo soy ironías. Sin más. Y con menos.
M.A.G.
miércoles, 12 de septiembre de 2012
Combustiones.
El cristal roto que intenta recomponerse mientras se golpea contra el suelo. El título de un libro que jamás leerás. Las trampas de la memoria. Un fragmento incisivo de palabras que se cuela en algunas miradas.
Todo eso me ronda por la cabeza y se desliza por el corazón con una ingenua sutileza innecesaria. Otra copa y otra máquina del tiempo. Más ojos abiertos en el suelo. Pesadillas con voces bonitas.
Mi vida se compone de pedazos absurdos y recuerdos de besos y sueños y borracheras. Luego todo es humo. Palabras. Muchas palabras borrosas.
Llantos a las 4 de la mañana en un portal mientras me asfixio. Nostalgias tan infinitas que producen pánico. Universos derrumbados. Abrazos que serán eternos. Cartas que nunca enviaré. Un amor tan intenso que te da ganas de vivir a cada aliento.
Tú. Él. Ellas. Solo yo entiendo quiénes son. Cambian siempre. Como el alcohol, los vicios y la memoria. Todo cambia, se va, gira, te rompe, se pierde. Y ahí te quedas tú, con cara de un gilipollas que ha perdido el tren y ni siquiera es capaz de entender por qué (creo que mis recuerdos son solo vías sin ningún tipo de destino, de las que terminan en un precipicio).
Y en medio de ninguna parte me ato con cuerdas sin forma y me asfixio entre tanto aire. Sin ayuda propicio una autodestrucción tan jodidamente esperada que el público me observa sin ningún interés. Quiero mi teatro vacío (aunque qué triste es que nadie te mire sin hacer nada mientras te consumen tus palabras). Y a veces, solo a veces... Ya sabes.
Tiro del hilo y sale toda esa mierda de haber querido como si fuese a morir mañana y de haber perdido como si nunca fuera a morir. Me asfixio entre unas conclusiones que decido ignorar.
Caeré. Sé que lo haré. Si se diera el caso. No debería jugar a volver futuros los condicionales.
Y ya nadie se pregunta por qué lloramos sin parar hasta rompernos, o por qué rompemos espejos y no ventanas, o qué significa querer cuando no se quiere. Hemos perdido.
Retomo retazos de cielo que aún quedan esparcidos por aquí. Me pierdo entre luces que me enseñan que la oscuridad es necesaria para ver qué es lo que brilla cuando todo lo demás se apaga.
Enciéndeme. Créame en el fuego y susúrrale a las llamas que no te irás.
A veces, ardía.
A veces, me ahogaba.
Hazme quemar el agua.
M.A.G.
Todo eso me ronda por la cabeza y se desliza por el corazón con una ingenua sutileza innecesaria. Otra copa y otra máquina del tiempo. Más ojos abiertos en el suelo. Pesadillas con voces bonitas.
Mi vida se compone de pedazos absurdos y recuerdos de besos y sueños y borracheras. Luego todo es humo. Palabras. Muchas palabras borrosas.
Llantos a las 4 de la mañana en un portal mientras me asfixio. Nostalgias tan infinitas que producen pánico. Universos derrumbados. Abrazos que serán eternos. Cartas que nunca enviaré. Un amor tan intenso que te da ganas de vivir a cada aliento.
Tú. Él. Ellas. Solo yo entiendo quiénes son. Cambian siempre. Como el alcohol, los vicios y la memoria. Todo cambia, se va, gira, te rompe, se pierde. Y ahí te quedas tú, con cara de un gilipollas que ha perdido el tren y ni siquiera es capaz de entender por qué (creo que mis recuerdos son solo vías sin ningún tipo de destino, de las que terminan en un precipicio).
Y en medio de ninguna parte me ato con cuerdas sin forma y me asfixio entre tanto aire. Sin ayuda propicio una autodestrucción tan jodidamente esperada que el público me observa sin ningún interés. Quiero mi teatro vacío (aunque qué triste es que nadie te mire sin hacer nada mientras te consumen tus palabras). Y a veces, solo a veces... Ya sabes.
Tiro del hilo y sale toda esa mierda de haber querido como si fuese a morir mañana y de haber perdido como si nunca fuera a morir. Me asfixio entre unas conclusiones que decido ignorar.
Caeré. Sé que lo haré. Si se diera el caso. No debería jugar a volver futuros los condicionales.
Y ya nadie se pregunta por qué lloramos sin parar hasta rompernos, o por qué rompemos espejos y no ventanas, o qué significa querer cuando no se quiere. Hemos perdido.
Retomo retazos de cielo que aún quedan esparcidos por aquí. Me pierdo entre luces que me enseñan que la oscuridad es necesaria para ver qué es lo que brilla cuando todo lo demás se apaga.
Enciéndeme. Créame en el fuego y susúrrale a las llamas que no te irás.
A veces, ardía.
A veces, me ahogaba.
Hazme quemar el agua.
M.A.G.
viernes, 7 de septiembre de 2012
Círculos.
He perdido los papeles una vez más. Los arrastra una corriente de agua que en realidad es tan solo viento, palabras y sonrisas de memoria (esas sonrisas que duelen porque tienen el verbo en pasado rodeando los labios).
Romper con toda cordura y observar los círculos que te rodean, como espirales infinitas. Cuando todas tus acciones parecen llevarte al mismo sitio, cuando ningún paraguas te resguarda de la lluvia de recuerdos. El pasado te lo repite, te lo escribe en mayúsculas ante tus ojos.
Las mayúsculas son una mierda, y yo siempre acabo perdida en la letra pequeña de personas grandes. Y pasa lo que pasa. Ocurren las ironías, en todo su esplendor. Sus consecuencias. Los espejos rotos, los ojos rotos.
Las grietas de mis paredes azul cielo, las miradas inocentes y todo aquello que tienes pero que no tienes. Ese es el problema. Las paradojas, las ironías, los cafés fríos y el alcohol que no crea el olvido, sino que vivifica los recuerdos.
No me entendáis. No busco comprensión, ni compasión, ni ningún tipo de sentimiento parecido. No quiero nada. Solo lo que no puedo tener.
Y esto es una puta mierda, porque ni siquiera sé escribir nada decente, ninguna de estas palabras consigue salvarme, y si no pueden ellas ¿quién será capaz? Ya no hay sentido, no hay horas, no hay lugar.
Me miro al espejo de mi conciencia y solo veo reproches callados con sabor a despedida. Y me da miedo vivir en un círculo eterno la misma historia con diferentes argumentos.
No salgo de ahí. Porque no quiero salir. Las causas perdidas me atraen magnéticamente, tiran de mí, le ganan la batalla al sentido común, pisotean a la razón y me miran, me observan con sus ojos llenos de ternura, de inestabilidad, de fragilidad inconsecuente. Cómo decir que no. Si el corazón ha aceptado desde el primer segundo y la decisión tomada arrastra al resto del inútil mecanismo de control.
Inútil. Qué palabra tan inevitable.
Así que el enésimo bucle de infinitud se ha puesto en marcha. Ahora solo queda destrozarse poco a poco y ver por dónde va a desgarrar el final. Cómo voy a morir esta vez. Ángel González sabía todo esto y por eso quizá lo olvido yo tan fácilmente. ¿Cómo puede aterrar tanto leer a un poeta? Esa es la pregunta número 27 de mi lista de curiosidades que matan. Por eso me gustan tanto los gatos. Y los cristales rotos.
Y ya solo sé divagar delirios inconsistentes que apestan a distancia, a olvido, a miedo y a 'quédate y sálvame aunque me acabe destruyendo'.
No sé si quiero salir del círculo si eso conlleva ganar la razón, y perder el vicio de volver a caer una y otra vez en la intensidad de querer hasta dejarme algo más que la piel y el alma.
Solo sé que quiero agarrarme a las palabras que me atan a este mundo, porque si no, sabe Dios dónde coño caeré.
Pero que no sea en el olvido. Por favor, eso nunca.
Prefiero mil muertes a no ser ni un recuerdo de los que estremecen a las estrellas.
M.A.G.
Romper con toda cordura y observar los círculos que te rodean, como espirales infinitas. Cuando todas tus acciones parecen llevarte al mismo sitio, cuando ningún paraguas te resguarda de la lluvia de recuerdos. El pasado te lo repite, te lo escribe en mayúsculas ante tus ojos.
Las mayúsculas son una mierda, y yo siempre acabo perdida en la letra pequeña de personas grandes. Y pasa lo que pasa. Ocurren las ironías, en todo su esplendor. Sus consecuencias. Los espejos rotos, los ojos rotos.
Las grietas de mis paredes azul cielo, las miradas inocentes y todo aquello que tienes pero que no tienes. Ese es el problema. Las paradojas, las ironías, los cafés fríos y el alcohol que no crea el olvido, sino que vivifica los recuerdos.
No me entendáis. No busco comprensión, ni compasión, ni ningún tipo de sentimiento parecido. No quiero nada. Solo lo que no puedo tener.
Y esto es una puta mierda, porque ni siquiera sé escribir nada decente, ninguna de estas palabras consigue salvarme, y si no pueden ellas ¿quién será capaz? Ya no hay sentido, no hay horas, no hay lugar.
Me miro al espejo de mi conciencia y solo veo reproches callados con sabor a despedida. Y me da miedo vivir en un círculo eterno la misma historia con diferentes argumentos.
No salgo de ahí. Porque no quiero salir. Las causas perdidas me atraen magnéticamente, tiran de mí, le ganan la batalla al sentido común, pisotean a la razón y me miran, me observan con sus ojos llenos de ternura, de inestabilidad, de fragilidad inconsecuente. Cómo decir que no. Si el corazón ha aceptado desde el primer segundo y la decisión tomada arrastra al resto del inútil mecanismo de control.
Inútil. Qué palabra tan inevitable.
Así que el enésimo bucle de infinitud se ha puesto en marcha. Ahora solo queda destrozarse poco a poco y ver por dónde va a desgarrar el final. Cómo voy a morir esta vez. Ángel González sabía todo esto y por eso quizá lo olvido yo tan fácilmente. ¿Cómo puede aterrar tanto leer a un poeta? Esa es la pregunta número 27 de mi lista de curiosidades que matan. Por eso me gustan tanto los gatos. Y los cristales rotos.
Y ya solo sé divagar delirios inconsistentes que apestan a distancia, a olvido, a miedo y a 'quédate y sálvame aunque me acabe destruyendo'.
No sé si quiero salir del círculo si eso conlleva ganar la razón, y perder el vicio de volver a caer una y otra vez en la intensidad de querer hasta dejarme algo más que la piel y el alma.
Solo sé que quiero agarrarme a las palabras que me atan a este mundo, porque si no, sabe Dios dónde coño caeré.
Pero que no sea en el olvido. Por favor, eso nunca.
Prefiero mil muertes a no ser ni un recuerdo de los que estremecen a las estrellas.
M.A.G.
miércoles, 5 de septiembre de 2012
Fantasmas, escaleras y lo que queda.
Que solo escribo para contar cosas tristes es un hecho inapelable. Que por las noches lloro más que por el día es a veces cierto y a veces simplemente una mentira.
Que últimamente me paso el día recordando, es algo que no quiero reconocer.
Tiro sillas al suelo y echo de menos cigarros que nunca me fumaré. Luego abro y cierro ventanas, y me pregunto ¿por qué hace tanto que no las rompo? Y otro escalofrío.
Intento no caerme por las escaleras de la memoria, pero a veces corro para que no me alcancen los fantasmas. Y resbalo. Me quedo allí tendida con los ojos cerrados y nunca sé qué callar.
Contengo la respiración incandescente, fruto de pensamientos que prefiero no olvidar. Y entonces me siento en la escalera y observo al fantasma. "Tiene una bonita sonrisa" acierto a pensar. En realidad, podría considerarse cualquier cosa menos un acierto. Pero bueno, algunas palabras no significan nada en realidad. He ahí la magia.
El fantasma me mira y los dos nos observamos con nuestros ojos vacíos y vidriosos. "¿Qué quieres?" Nunca aprenderé que los fantasmas no contestan, solo te contemplan desde alguna escalera imaginaria e inalcanzable.
Pero, si no existe la escalera ¿dónde estoy yo sentada? Y en ese momento la escena cambia y caigo al vacío. No grito. No me sorprendo. Debería haber aprendido hace mucho tiempo a no jugar con las trampas de mi propia imaginación. Sin embargo, suspiro e intento enfocar la mirada. Solo pienso en el fantasma. ¿Dónde está? ¿Ha caído él también? Delirios de quien lo ha perdido casi todo y solo sabe aferrarse a sombras vacías sin voz. Por eso la tristeza es mi mejor amiga. Ella es la llave que abre cualquier recuerdo dormido y que despierta a todos los fantasmas encerrados. Es de color azul y gris y a veces me cuenta cuentos sobre ciudades lejanas y estrellas. Otras, simplemente me hace llorar y me mira jugar con mis sombras. Creo que incluso llora conmigo por la cantidad de llaves que tiene que guardar.
Me desato los cordones y me muerdo el labio mientras pienso en ese cigarro que solo es humo, como mis recuerdos. Luego miro el café ardiendo que sujeto casi sin darme cuenta, mientras me pregunto qué se sentirá al arder como una llama.
La memoria sabe demasiado sobre combustiones.Y mis ojos simplemente queman, sin arder.
Yo solo sé pedir cafés y sentarme en escaleras con forma de capicúa. Las ironías son otra historia.
Y lo que queda de mí, es el argumento.
M.A.G.
Que últimamente me paso el día recordando, es algo que no quiero reconocer.
Tiro sillas al suelo y echo de menos cigarros que nunca me fumaré. Luego abro y cierro ventanas, y me pregunto ¿por qué hace tanto que no las rompo? Y otro escalofrío.
Intento no caerme por las escaleras de la memoria, pero a veces corro para que no me alcancen los fantasmas. Y resbalo. Me quedo allí tendida con los ojos cerrados y nunca sé qué callar.
Contengo la respiración incandescente, fruto de pensamientos que prefiero no olvidar. Y entonces me siento en la escalera y observo al fantasma. "Tiene una bonita sonrisa" acierto a pensar. En realidad, podría considerarse cualquier cosa menos un acierto. Pero bueno, algunas palabras no significan nada en realidad. He ahí la magia.
El fantasma me mira y los dos nos observamos con nuestros ojos vacíos y vidriosos. "¿Qué quieres?" Nunca aprenderé que los fantasmas no contestan, solo te contemplan desde alguna escalera imaginaria e inalcanzable.
Pero, si no existe la escalera ¿dónde estoy yo sentada? Y en ese momento la escena cambia y caigo al vacío. No grito. No me sorprendo. Debería haber aprendido hace mucho tiempo a no jugar con las trampas de mi propia imaginación. Sin embargo, suspiro e intento enfocar la mirada. Solo pienso en el fantasma. ¿Dónde está? ¿Ha caído él también? Delirios de quien lo ha perdido casi todo y solo sabe aferrarse a sombras vacías sin voz. Por eso la tristeza es mi mejor amiga. Ella es la llave que abre cualquier recuerdo dormido y que despierta a todos los fantasmas encerrados. Es de color azul y gris y a veces me cuenta cuentos sobre ciudades lejanas y estrellas. Otras, simplemente me hace llorar y me mira jugar con mis sombras. Creo que incluso llora conmigo por la cantidad de llaves que tiene que guardar.
Me desato los cordones y me muerdo el labio mientras pienso en ese cigarro que solo es humo, como mis recuerdos. Luego miro el café ardiendo que sujeto casi sin darme cuenta, mientras me pregunto qué se sentirá al arder como una llama.
La memoria sabe demasiado sobre combustiones.Y mis ojos simplemente queman, sin arder.
Yo solo sé pedir cafés y sentarme en escaleras con forma de capicúa. Las ironías son otra historia.
Y lo que queda de mí, es el argumento.
M.A.G.
martes, 14 de agosto de 2012
Ella.
El frío nunca la dejaba respirar.
Ella cerraba cremalleras, puertas y ventanas. Siempre entre cafés y mantas, entre almohadas y lágrimas. Entre vasos interminables de alcohol y escalofríos y vómitos. Y manchas borrosos, y más olvido, y todo lo roto.
Luego correr. Correr siempre, de todo, de todos. Cerrar los ojos. No saber respirar. Morir. No absolutamente. Nunca acababa. He ahí el problema, y la solución.
Humo. Había mucho humo. Estrellas. Gritos. Los putos gritos. Y el frío, claro. Y todo roto. Tan absurdamente roto que los bordes cortaban.
Dolía el solo pensar. Dolía todo tanto... Y aquella inercia la arrastraba, y ella cedía. Porque no había nadie. Nadie quería estar. Solo la tristeza. Como siempre. Como nunca.
Quería hacer calor. El sol se había ocultado en alguna parte, lejana, absurda, perdida. No valía la pena buscar(se). La improbabilidad de caer en algo que verdaderamente valiera la pena. Y lo fácil que era hundirse en las cenizas, en lo que arrastraba el alma, en el puto alfiler de siempre. Cada respiración era peor que un mundo, un reloj roto cuyo tic-tac desgarraba, feo, ridículo, sin vida.
Zambullidas en silencios grandes, inmensos, desmesurados. No quedaban palabras y sin palabras no hay nada. Y la oscuridad los observaba, precipitándose, riéndose a costa de quienes ya han perdido todo y lo saben. Lo más triste es que lo saben.
A veces una certeza se clava más fuerte que cualquier puñalada, y deja secuelas.
Pero ella. Ella.
Ella era el problema.
Ella no sabía qué buscar, si es que quedaba algo. Si es que alguna vez había existido. Su cabeza era taladrada por aquellos murmullos de su pasado, incesantes, insidiosos. Terribles. Tan terribles.
Y ella, con los pensamientos frágiles hecho pedazos, casi como su corazón. Una grieta le recorría el alma, atravesándola, entera. Ella.
Ella era la tristeza. Pero no lo era. Y aquella dualidad la partía y le reventaba las palabras que intentaban salvarla.
Y así ella, un día, desapareció. Desaparece. Desaparecerá.
M.A.G.
Ella cerraba cremalleras, puertas y ventanas. Siempre entre cafés y mantas, entre almohadas y lágrimas. Entre vasos interminables de alcohol y escalofríos y vómitos. Y manchas borrosos, y más olvido, y todo lo roto.
Luego correr. Correr siempre, de todo, de todos. Cerrar los ojos. No saber respirar. Morir. No absolutamente. Nunca acababa. He ahí el problema, y la solución.
Humo. Había mucho humo. Estrellas. Gritos. Los putos gritos. Y el frío, claro. Y todo roto. Tan absurdamente roto que los bordes cortaban.
Dolía el solo pensar. Dolía todo tanto... Y aquella inercia la arrastraba, y ella cedía. Porque no había nadie. Nadie quería estar. Solo la tristeza. Como siempre. Como nunca.
Quería hacer calor. El sol se había ocultado en alguna parte, lejana, absurda, perdida. No valía la pena buscar(se). La improbabilidad de caer en algo que verdaderamente valiera la pena. Y lo fácil que era hundirse en las cenizas, en lo que arrastraba el alma, en el puto alfiler de siempre. Cada respiración era peor que un mundo, un reloj roto cuyo tic-tac desgarraba, feo, ridículo, sin vida.
Zambullidas en silencios grandes, inmensos, desmesurados. No quedaban palabras y sin palabras no hay nada. Y la oscuridad los observaba, precipitándose, riéndose a costa de quienes ya han perdido todo y lo saben. Lo más triste es que lo saben.
A veces una certeza se clava más fuerte que cualquier puñalada, y deja secuelas.
Pero ella. Ella.
Ella era el problema.
Ella no sabía qué buscar, si es que quedaba algo. Si es que alguna vez había existido. Su cabeza era taladrada por aquellos murmullos de su pasado, incesantes, insidiosos. Terribles. Tan terribles.
Y ella, con los pensamientos frágiles hecho pedazos, casi como su corazón. Una grieta le recorría el alma, atravesándola, entera. Ella.
Ella era la tristeza. Pero no lo era. Y aquella dualidad la partía y le reventaba las palabras que intentaban salvarla.
Y así ella, un día, desapareció. Desaparece. Desaparecerá.
M.A.G.
martes, 31 de julio de 2012
Inútil
Hacía frío, o eso creo recordar. Las calles recubiertas de nieve parecían confirmar mi teoría en silencio, mirándome mientras las recorría.
Quizá fuera un sueño. O solo un recuerdo. En cualquier caso, todo era inútil. Y yo lo sabía. Siempre lo supe.
"¿Por qué inútil?" Me preguntaba mientras alzaba la mirada al cielo gris, brillante, inmenso. Detrás de las nubes se adivinaban las siluetas de miles de estrellas, como una transparencia en un vestido insinuando las formas de una mujer.
Todo estaba apagado y hasta mis ojos se encontraban más oscurecidos. En la mayoría de las casas que rodeaban aquella avenida no quedaba ni la más tenue luz. Y las farolas fundidas parecían estar de acuerdo con envolver el barrio en aquella profunda oscuridad.
Y entonces, chocamos. No nos habíamos visto, ni tan siquiera intuido. Nos miramos a los ojos. No fue una mirada romántica, ni amable, ni tan siquiera bonita.
-¿Otra vez tú?-musitó mientras negaba con la cabeza.
-Siempre soy yo-respondí con aquella sonrisa melancólica que nunca había dejado de acompañarnos, escondida entre nuestras sombras.
-¿Debería preguntarte qué tal estás?
Aquel tono irónico siempre le había conferido un atractivo inimaginable. Pero yo estaba tan inmunizada...
-Es inútil. Ya lo sabes-respondí, clavando en él mis ojos.
Percibí la curiosidad en sus manos, que se movían ligeramente en el interior de sus bolsillos.
-Supongo que hay cosas que nunca cambian. Como el encontrarnos cuando solo queremos olvidar.
-Tienes razón.
No volvimos a mirarnos más aquella noche. Quizá porque salimos corriendo casi a la vez.
Quizá porque nunca fuimos capaces de huir del todo.
M.A.G.
Quizá fuera un sueño. O solo un recuerdo. En cualquier caso, todo era inútil. Y yo lo sabía. Siempre lo supe.
"¿Por qué inútil?" Me preguntaba mientras alzaba la mirada al cielo gris, brillante, inmenso. Detrás de las nubes se adivinaban las siluetas de miles de estrellas, como una transparencia en un vestido insinuando las formas de una mujer.
Todo estaba apagado y hasta mis ojos se encontraban más oscurecidos. En la mayoría de las casas que rodeaban aquella avenida no quedaba ni la más tenue luz. Y las farolas fundidas parecían estar de acuerdo con envolver el barrio en aquella profunda oscuridad.
Y entonces, chocamos. No nos habíamos visto, ni tan siquiera intuido. Nos miramos a los ojos. No fue una mirada romántica, ni amable, ni tan siquiera bonita.
-¿Otra vez tú?-musitó mientras negaba con la cabeza.
-Siempre soy yo-respondí con aquella sonrisa melancólica que nunca había dejado de acompañarnos, escondida entre nuestras sombras.
-¿Debería preguntarte qué tal estás?
Aquel tono irónico siempre le había conferido un atractivo inimaginable. Pero yo estaba tan inmunizada...
-Es inútil. Ya lo sabes-respondí, clavando en él mis ojos.
Percibí la curiosidad en sus manos, que se movían ligeramente en el interior de sus bolsillos.
-Supongo que hay cosas que nunca cambian. Como el encontrarnos cuando solo queremos olvidar.
-Tienes razón.
No volvimos a mirarnos más aquella noche. Quizá porque salimos corriendo casi a la vez.
Quizá porque nunca fuimos capaces de huir del todo.
M.A.G.
lunes, 30 de julio de 2012
No sé qué recuerdo. Ni a quién recuerdo. ¿Por qué recuerdo?
Esa palabra que cree ser acción, encerrada dentro de unas letras. Caprichosos los verbos.
Recordar.
Pequeñas agujas de memoria, pedazos de cielo encerrados en el infierno. Lo que queda, aquella mirada que nos devuelve el espejo por las noches, entre gritos apagados. El resultado de vivir, o una condena a muerte (en vida) definitiva, inapelable. La moneda que no quiso ser cara, aquel billete de tren arrugado en los bolsillos. Las mil respiraciones entrecortadas y todos los 'no puedo más' que resbalan por mis mejillas.
Hay quien los llama recuerdos.
Y todo a raíz de una ventana que se esconde dentro de nosotros, de un cristal que nos enfoca el pasado, que abre la herida, y así la sangre corre libre por la piel, victoriosa.
Me contempla, rota. ¿Qué eres? Tan solo esas imágenes, me dan ganas de gritar. Y las voces. Nunca hay que olvidar las voces.
Al final la pregunta de siempre. ¿Quién puede querer a alguien que escribe cosas así, mientras sonríe irónicamente y llora? Y una lágrima juega en mi cara, como diciéndome: "No pasa nada, no queda nada. Quizá no haya nada, al fin y al cabo."
Ecos que reniegan de sus propias palabras me rozan desde lejos (¿lejos? ¿hay algo más lejano que yo?) Así que los escucho, y niego con la cabeza. Pido otra copa. O quizá otro café. Ya no recuerdo muy bien qué era cada cosa. La memoria tiene pasadizos que son uno solo. Por eso hoy te recuerdo a ti, pensando en él.
¿O era al revés?
Entonces, con una mezcla de magia y miedo, alguien me susurra en voz baja "¿seguimos existiendo aunque no nos recuerden?"
Y ya nada me impide romper a llorar, mientras algún sonido de hace años se dedica a acariciarme la cara. Rómpeme el corazón, dicen los susurros. Quizá era yo. Quizá nadie. A veces olvido que son la misma cosa.
Porque en noches de color indefinido (como esta, como aquella, como tantos números bonitos que se han ido) me acuerdo de recordarme a mí misma. Solo existimos en el alma de los demás. Por eso a mí me da tanto miedo esfumarme un día de estos, sin que nadie se dé cuenta. Entre el humo de un cigarro, o en la luz de un móvil que se apaga. O tal vez enredada en unos cascos.
Recuerdo, recuerdo y recuerdo. Una vez hice la absurda e incoherente broma de reírme ante una nueva palabra: "rerrecorar". Siempre me ha gustado sonreír a todo aquello que me condena.
Salvaré de la no existencia a más personas de las que debería. Las salvo a conciencia cada día (o más bien cada puta, perdida y olvidada noche). A mí hace mucho tiempo que me soltaron en un vacío que cada vez se hace más hondo.
Últimamente, solo sé llorar mientras rezo que alguien me salve. Podéis ahorraros la historia del "salvarse a uno mismo", que sé que ronda más cabezas de las que debería (cada vez somos más jodidamente racionales y prepotentes). Espero que si alguna vez os pegan un tiro, comprendáis que no sois capaces de autoextirparos la bala.
Ah cierto, lo olvidaba, la memoria quizá no sea lo mismo que la herida de un arma de fuego (aunque quemen de forma parecida).
Los recuerdos son peores que las balas.
M.A.G.
Recordar.
Pequeñas agujas de memoria, pedazos de cielo encerrados en el infierno. Lo que queda, aquella mirada que nos devuelve el espejo por las noches, entre gritos apagados. El resultado de vivir, o una condena a muerte (en vida) definitiva, inapelable. La moneda que no quiso ser cara, aquel billete de tren arrugado en los bolsillos. Las mil respiraciones entrecortadas y todos los 'no puedo más' que resbalan por mis mejillas.
Hay quien los llama recuerdos.
Y todo a raíz de una ventana que se esconde dentro de nosotros, de un cristal que nos enfoca el pasado, que abre la herida, y así la sangre corre libre por la piel, victoriosa.
Me contempla, rota. ¿Qué eres? Tan solo esas imágenes, me dan ganas de gritar. Y las voces. Nunca hay que olvidar las voces.
Al final la pregunta de siempre. ¿Quién puede querer a alguien que escribe cosas así, mientras sonríe irónicamente y llora? Y una lágrima juega en mi cara, como diciéndome: "No pasa nada, no queda nada. Quizá no haya nada, al fin y al cabo."
Ecos que reniegan de sus propias palabras me rozan desde lejos (¿lejos? ¿hay algo más lejano que yo?) Así que los escucho, y niego con la cabeza. Pido otra copa. O quizá otro café. Ya no recuerdo muy bien qué era cada cosa. La memoria tiene pasadizos que son uno solo. Por eso hoy te recuerdo a ti, pensando en él.
¿O era al revés?
Entonces, con una mezcla de magia y miedo, alguien me susurra en voz baja "¿seguimos existiendo aunque no nos recuerden?"
Y ya nada me impide romper a llorar, mientras algún sonido de hace años se dedica a acariciarme la cara. Rómpeme el corazón, dicen los susurros. Quizá era yo. Quizá nadie. A veces olvido que son la misma cosa.
Porque en noches de color indefinido (como esta, como aquella, como tantos números bonitos que se han ido) me acuerdo de recordarme a mí misma. Solo existimos en el alma de los demás. Por eso a mí me da tanto miedo esfumarme un día de estos, sin que nadie se dé cuenta. Entre el humo de un cigarro, o en la luz de un móvil que se apaga. O tal vez enredada en unos cascos.
Recuerdo, recuerdo y recuerdo. Una vez hice la absurda e incoherente broma de reírme ante una nueva palabra: "rerrecorar". Siempre me ha gustado sonreír a todo aquello que me condena.
Salvaré de la no existencia a más personas de las que debería. Las salvo a conciencia cada día (o más bien cada puta, perdida y olvidada noche). A mí hace mucho tiempo que me soltaron en un vacío que cada vez se hace más hondo.
Últimamente, solo sé llorar mientras rezo que alguien me salve. Podéis ahorraros la historia del "salvarse a uno mismo", que sé que ronda más cabezas de las que debería (cada vez somos más jodidamente racionales y prepotentes). Espero que si alguna vez os pegan un tiro, comprendáis que no sois capaces de autoextirparos la bala.
Ah cierto, lo olvidaba, la memoria quizá no sea lo mismo que la herida de un arma de fuego (aunque quemen de forma parecida).
Los recuerdos son peores que las balas.
M.A.G.
sábado, 28 de julio de 2012
¿Qué es esto?
Algún día.
Algún día dejaré (o seré capaz de) que mi tristeza empapada resbale por cada una de mis palabras.
Inyectaré todas las lágrimas, una por una, con delicadeza, en las letras. Las dotaré de alma realmente, plasmaré todo lo roto en ellas.
Dejarán de ser emociones por escrito.
Serán (solo, simplemente, nada más) emociones. Las mías.
En estado puro, en dolor que se clava, que hiere
(y que a veces mata).
Ese día sabré escribir de verdad. Tendré la verdadera capacidad de ello.
De morir, de resucitar, de perder el aliento por (en) unas palabras.
Mientras tanto, lo intento. Me intento. Poco más que explicar.
¿Sabes? No existe relación entre estas palabras y tu voz (¿no?)
Pero, te echo de menos. No sé echar de más aquello que me hace daño.
Quizá por eso te necesito tanto.
Solo hiero, hiero, y a veces salvo.
Decide qué prefieres. Intentaré no hacer lo contrario.
M.A.G.
Algún día dejaré (o seré capaz de) que mi tristeza empapada resbale por cada una de mis palabras.
Inyectaré todas las lágrimas, una por una, con delicadeza, en las letras. Las dotaré de alma realmente, plasmaré todo lo roto en ellas.
Dejarán de ser emociones por escrito.
Serán (solo, simplemente, nada más) emociones. Las mías.
En estado puro, en dolor que se clava, que hiere
(y que a veces mata).
Ese día sabré escribir de verdad. Tendré la verdadera capacidad de ello.
De morir, de resucitar, de perder el aliento por (en) unas palabras.
Mientras tanto, lo intento. Me intento. Poco más que explicar.
¿Sabes? No existe relación entre estas palabras y tu voz (¿no?)
Pero, te echo de menos. No sé echar de más aquello que me hace daño.
Quizá por eso te necesito tanto.
Solo hiero, hiero, y a veces salvo.
Decide qué prefieres. Intentaré no hacer lo contrario.
M.A.G.
jueves, 26 de julio de 2012
¿Yo?
Con el tiempo se comprenden muchas cosas. Cada uno decide luego invertir lo aprendido de forma diferente.
Hay quienes creen que sus lecciones les dicen que deben correr. Empezar un día y no parar nunca, atravesar montañas, ríos, ciudades y costas, sin mirar atrás. Hasta que el día que deciden parar, agotados, se dan cuenta de que por ese ímpetu de alejarse de todo, están solos, sin nadie alrededor.
Por otro lado, están los que se convencen de que la solución a todos sus problemas está en las máscaras. Se compran mil caretas diferentes, las superponen unas sobre otras, e intentan que nadie adivine que no forman parte de su piel. Lo que no saben, es que al final somos lo que nos empeñamos en ser. Y ellos se acaban transformando en nada, perdiendo su esencia entre tanto disfraz.
También es habitual ver a personas que deciden que la vida no vale. Que han sufrido tanto que solo queda la opción de las lágrimas, de rendirse. Lo observan todo tras una cortina borrosa, se acostumbran a quedarse solos. Muchas veces ellos mismos lo propician y lejos de añadir esto como lección de cambio, deciden añadirlo a los motivos por los que no merecen la pena. Al final, naufragan en ellos mismos. Desaparecen. Quizás sea lo mejor, así ya no les duele nada.
Luego los hay quienes han creído aprender que la vida está para reírse de todo, para disfrutarla al máximo. Llevan una sonrisa perpetua en el rostro, siempre animan a los demás, y en cuanto atisban que alguien puede causarles sufrimiento, se alejan. Muchos creen que este es el secreto de la felicidad, la mejor forma de comprender y afrontar la vida. Nada más lejos de la realidad. Sufrir, llorar, arañarte por dentro, son parte del viaje. Son necesarios, y es normal que estén presentes, cuando algo vale la pena de verdad. La felicidad artificial invadirá sus vidas, y terminarán con una sonrisa inerte en su cara, que no varía, que no es capaz de quedarse con nadie, que tiene un miedo inmenso.
Finalmente, están quienes miran todo con el ceño fruncido, cuestionándose cada mínimo detalle. No confían ni creen en nada, el cinismo es su postura preferida ante cualquier cosa. Carecen de fe o de sueños, todo se basa en el sarcasmo y en defenderse de las personas antes de que les ataquen a ellos, dando por hecho que tarde o temprano, lo harán. Su final no podía ser otro que condenarse a vivir desconfiando hasta de ellos mismos, con una inseguridad terrible bajo su conjunto de negativas y rotundas certezas.
Cada uno puede leer esto y reconocerse donde quiera. Ya sea en algunas cosas, en una sola, o en nada. También puede tacharme a mí de cualquier insulto, o de cualquier afirmación peligrosamente cierta o tan falsa que me produzca risa. O simplemente, creer que lo escribo porque es lo que las palabras han sacado de mí. Quienes me conozcan, deberían tenerlo claro.
Ah, bueno. Preguntáis por mí ¿no?
... ¿Yo?
¿Qué soy?
Yo he sido cada una de esas personas.
M.A.G.
Hay quienes creen que sus lecciones les dicen que deben correr. Empezar un día y no parar nunca, atravesar montañas, ríos, ciudades y costas, sin mirar atrás. Hasta que el día que deciden parar, agotados, se dan cuenta de que por ese ímpetu de alejarse de todo, están solos, sin nadie alrededor.
Por otro lado, están los que se convencen de que la solución a todos sus problemas está en las máscaras. Se compran mil caretas diferentes, las superponen unas sobre otras, e intentan que nadie adivine que no forman parte de su piel. Lo que no saben, es que al final somos lo que nos empeñamos en ser. Y ellos se acaban transformando en nada, perdiendo su esencia entre tanto disfraz.
También es habitual ver a personas que deciden que la vida no vale. Que han sufrido tanto que solo queda la opción de las lágrimas, de rendirse. Lo observan todo tras una cortina borrosa, se acostumbran a quedarse solos. Muchas veces ellos mismos lo propician y lejos de añadir esto como lección de cambio, deciden añadirlo a los motivos por los que no merecen la pena. Al final, naufragan en ellos mismos. Desaparecen. Quizás sea lo mejor, así ya no les duele nada.
Luego los hay quienes han creído aprender que la vida está para reírse de todo, para disfrutarla al máximo. Llevan una sonrisa perpetua en el rostro, siempre animan a los demás, y en cuanto atisban que alguien puede causarles sufrimiento, se alejan. Muchos creen que este es el secreto de la felicidad, la mejor forma de comprender y afrontar la vida. Nada más lejos de la realidad. Sufrir, llorar, arañarte por dentro, son parte del viaje. Son necesarios, y es normal que estén presentes, cuando algo vale la pena de verdad. La felicidad artificial invadirá sus vidas, y terminarán con una sonrisa inerte en su cara, que no varía, que no es capaz de quedarse con nadie, que tiene un miedo inmenso.
Finalmente, están quienes miran todo con el ceño fruncido, cuestionándose cada mínimo detalle. No confían ni creen en nada, el cinismo es su postura preferida ante cualquier cosa. Carecen de fe o de sueños, todo se basa en el sarcasmo y en defenderse de las personas antes de que les ataquen a ellos, dando por hecho que tarde o temprano, lo harán. Su final no podía ser otro que condenarse a vivir desconfiando hasta de ellos mismos, con una inseguridad terrible bajo su conjunto de negativas y rotundas certezas.
Cada uno puede leer esto y reconocerse donde quiera. Ya sea en algunas cosas, en una sola, o en nada. También puede tacharme a mí de cualquier insulto, o de cualquier afirmación peligrosamente cierta o tan falsa que me produzca risa. O simplemente, creer que lo escribo porque es lo que las palabras han sacado de mí. Quienes me conozcan, deberían tenerlo claro.
Ah, bueno. Preguntáis por mí ¿no?
... ¿Yo?
¿Qué soy?
Yo he sido cada una de esas personas.
M.A.G.
miércoles, 25 de julio de 2012
El fallo más grande pasó por guardar solamente los días menos gratos. Y olvidar los demás.
Justo al contrario que en 2009. La vida volvió a girar y la canción adquirió la enésima perspectiva. El principio volvió a tomar el sabor del final, tentando a la suerte, otra vez más.
Los cuentos, los monstruos, las diferencias y demás piezas rotas, que se agolpan, que cambian de nombre y de sonrisa. La única constante sigo siendo yo. La línea curva que siempre mira como las líneas rectas la observan para luego cortarla.
Espejos rotos que se acumulan en pedazos de estrellas. Noches eternas que me contemplan desde la distancia. Todo son recuerdos tan intensos como un orgasmo, tan dolorosos como una puñalada en el estómago. Yo misma soy un recuerdo en mi interior. Al menos así no me olvidaré nunca... "Existimos mientras alguien nos recuerda." Me da miedo desaparecer entre cafés muy cargados y copas de vodka hasta el amanecer.
No dejes que me pierda, persona hipotética a la que me dirijo, de la cual siempre guardo una imagen demasiado imprecisa como para convertirla en un rostro concreto.
Solo necesito ese rayo que me deje sin aliento. Solo necesito que alguien lo dé todo por mí en un suspiro sin tener miedo a desaparecer. Que alguien me salve. No paro de repetirlo. No paro de sentirlo.
Y mi vida naufraga entre mis ojos, entre fragmentos de agua rotos. Sí, he roto hasta lo irrompible.. Parte de la magia.
Contadme historias para olvidar y así hacer que las sombras dejen de existir. No es tan difícil, creo. O dicen, no lo sé.
Pasos que se desvanecen en una niebla de suspiros y humo, miradas que se entrelazan o se desatan. Podría contaros mi vida mezclada entre tantas palabras y ni os enteraríais. Soy así, las letras me esconden y me revelan a la vez. Mucho tiempo ya entre sus espacios y sus comas (esperando los definitivamente indefinidos tres puntos).
Llévame al baile, o a andar por los cables. Tampoco pido mucho. Al contrario que lo que siento.
¿Cansado de delirar entre tantas palabras? No soy fácil, y lo que escribo aún menos.
Haciendo equilibrismos sobre un equilibrio inexistente. A veces sueño con espejismos color azul cínico.
Sin más...
M.A.G.
Los cuentos, los monstruos, las diferencias y demás piezas rotas, que se agolpan, que cambian de nombre y de sonrisa. La única constante sigo siendo yo. La línea curva que siempre mira como las líneas rectas la observan para luego cortarla.
Espejos rotos que se acumulan en pedazos de estrellas. Noches eternas que me contemplan desde la distancia. Todo son recuerdos tan intensos como un orgasmo, tan dolorosos como una puñalada en el estómago. Yo misma soy un recuerdo en mi interior. Al menos así no me olvidaré nunca... "Existimos mientras alguien nos recuerda." Me da miedo desaparecer entre cafés muy cargados y copas de vodka hasta el amanecer.
No dejes que me pierda, persona hipotética a la que me dirijo, de la cual siempre guardo una imagen demasiado imprecisa como para convertirla en un rostro concreto.
Solo necesito ese rayo que me deje sin aliento. Solo necesito que alguien lo dé todo por mí en un suspiro sin tener miedo a desaparecer. Que alguien me salve. No paro de repetirlo. No paro de sentirlo.
Y mi vida naufraga entre mis ojos, entre fragmentos de agua rotos. Sí, he roto hasta lo irrompible.. Parte de la magia.
Contadme historias para olvidar y así hacer que las sombras dejen de existir. No es tan difícil, creo. O dicen, no lo sé.
Pasos que se desvanecen en una niebla de suspiros y humo, miradas que se entrelazan o se desatan. Podría contaros mi vida mezclada entre tantas palabras y ni os enteraríais. Soy así, las letras me esconden y me revelan a la vez. Mucho tiempo ya entre sus espacios y sus comas (esperando los definitivamente indefinidos tres puntos).
Llévame al baile, o a andar por los cables. Tampoco pido mucho. Al contrario que lo que siento.
¿Cansado de delirar entre tantas palabras? No soy fácil, y lo que escribo aún menos.
Haciendo equilibrismos sobre un equilibrio inexistente. A veces sueño con espejismos color azul cínico.
Sin más...
M.A.G.
lunes, 23 de julio de 2012
"Un día me iré. Me iré de verdad."
La claustrofobia provocada por el mundo me asfixia, por enésima vez. Tan simple como depender de una serie de cosas para salvarte y que todas desaparezcan. Tan simple como pasar días de magia, verte rodeada de personas increíbles y de repente, el cambio de estar sola y con una cantidad inmensa de pequeñas tristezas.
Y decir "ya no puedo más". Y pensarlo. Pero especialmente, sentirlo.
Vivo muriendo de frío, vivo perdiendo todo lo que quiero, día tras día. Vivo viendo como morir no es solo el final, sino algo excesivamente lento y cotidiano. Vivo gritando con la mirada, esperando a que alguien se dé cuenta y sepa qué palabras decir en qué momento.
¿Vivo? ¿O sobrevivo? En días como hoy, lo segundo. Días últimamente demasiado repetidos.
Es como observar un espejo y parpadear, esperando que la mirada se aclare, que la tristeza se vaya. A veces lo hace. A veces una felicidad intensa vuelve durante un tiempo. Pero siempre se termina, más rápido de lo normal. Siempre me quedo sola, de pie, con la mirada perdida. Con el corazón perdido. Sin mí.
"A veces pienso que es un don olvidar." ¿Lo es? Sin recuerdos no seríamos nadie, nada. Aunque puede que sea mejor eso a ser lo que soy.
Quién sabe. Yo ya no sé nada.
Hay quien dice que los corazones no se rompen, y quizá sea cierto. Quienes se rompen son las personas.
Nos rompemos unos a otros, como quien hace pedazos una hoja de papel. A veces nos cortamos en el proceso. Qué curioso.
Hoy ni siquiera me apetece hablar de las ironías que he tenido en la cabeza toda la semana. Aunque siguen presentes, siguen mirándome desde algún rincón de mi cabeza, con cierto interés.
Y sin embargo, esta tarde en lo único que pienso es en haber perdido música, en tener el labio hecho una mierda, en necesitar revivir esta semana y en echar de menos algo que no pertenece a mi pasado (o eso creo o quiero creer).
Se me escapa todo de las manos, y empiezo a perder las ganas de retener nada. Y eso me aterra.
Ya solo me queda confiar, esperar, creer.
Ya solo quedo yo. Y eso es inmensamente triste.
M.A.G.
Y decir "ya no puedo más". Y pensarlo. Pero especialmente, sentirlo.
Vivo muriendo de frío, vivo perdiendo todo lo que quiero, día tras día. Vivo viendo como morir no es solo el final, sino algo excesivamente lento y cotidiano. Vivo gritando con la mirada, esperando a que alguien se dé cuenta y sepa qué palabras decir en qué momento.
¿Vivo? ¿O sobrevivo? En días como hoy, lo segundo. Días últimamente demasiado repetidos.
Es como observar un espejo y parpadear, esperando que la mirada se aclare, que la tristeza se vaya. A veces lo hace. A veces una felicidad intensa vuelve durante un tiempo. Pero siempre se termina, más rápido de lo normal. Siempre me quedo sola, de pie, con la mirada perdida. Con el corazón perdido. Sin mí.
"A veces pienso que es un don olvidar." ¿Lo es? Sin recuerdos no seríamos nadie, nada. Aunque puede que sea mejor eso a ser lo que soy.
Quién sabe. Yo ya no sé nada.
Hay quien dice que los corazones no se rompen, y quizá sea cierto. Quienes se rompen son las personas.
Nos rompemos unos a otros, como quien hace pedazos una hoja de papel. A veces nos cortamos en el proceso. Qué curioso.
Hoy ni siquiera me apetece hablar de las ironías que he tenido en la cabeza toda la semana. Aunque siguen presentes, siguen mirándome desde algún rincón de mi cabeza, con cierto interés.
Y sin embargo, esta tarde en lo único que pienso es en haber perdido música, en tener el labio hecho una mierda, en necesitar revivir esta semana y en echar de menos algo que no pertenece a mi pasado (o eso creo o quiero creer).
Se me escapa todo de las manos, y empiezo a perder las ganas de retener nada. Y eso me aterra.
Ya solo me queda confiar, esperar, creer.
Ya solo quedo yo. Y eso es inmensamente triste.
M.A.G.
sábado, 14 de julio de 2012
La magia y el miedo
Dicen que la vida da muchas vueltas. Pero lo que nadie parece contar, es que hay un momento en el que todo comienza adquirir una velocidad vertiginosa que te arrastra, que te lleva, que a veces incluso te ahoga.
Un año. Una decisión. Y se precipitaron mil acontecimientos en pocos meses. Cambié. Claro que cambié, quién no lo haría... Acostumbrada a estar atrapada en las fronteras de lo improbable y lo seguro, una nimiedad propició que todo se pusiera en marcha.
Ahora solo quiero que pare. Que por favor, alguien lo pare. Que alguien coja, me salve y deje que por fin me acostumbre a estar segura, a tener algo a lo que aferrarme. Estoy cansada de vueltas, de cambios, de altibajos. De noches reversibles y eternas que luego desembocan en miles de días no vividos, mientras me escondo detrás de libros y lágrimas. Ya he tenido suficiente.
Mi corazón acabará por volverse loco y me mandará a la mierda. Y lo entiendo, porque este ritmo, esta puta intensidad, acaban con cualquiera.
Soy yo y es lo que hay, pero sé que cuando de verdad noto que me cuidan, todo mejora. Ya no duele tanto.
Solo puedo confiar de momento en la magia del lugar donde las decisiones se precipitaron. En el único sitio en el mundo en el que de verdad puedo sentirme segura. Aunque allí las emociones lejos de controlarse, se incrementan y pueden ahogarte con demasiada facilidad. Pero correré el riesgo.
Sin embargo, tengo miedo. De mí misma. ¿Por qué esta capacidad de alejar a las personas? ¿Realmente soy tan horrible? Esta carga comienza a poder conmigo.
"Un día me iré. Me iré de verdad."
Y esto no es ni de lejos una entrada medianamente buena, no son las palabras adecuadas, no sé ni siquiera qué coño estoy diciendo. Si quiero que me lean, si quiero desaparecer. A veces me da miedo desear no existir.
Lo siento.
No se lo digo a nadie en particular, sino a todo el que lo lea. A estas alturas he roto tantas cosas que me cuesta levantar la mirada del suelo. Aunque lo que más he destrozado sin duda, es mi vida. Y me da (más y más y más) miedo pensar que me lo merezco.
Iba a escribir sobre magia, esperanza y algo de luz. Pero no queda mucho de eso en mí, y las palabras deciden por sí solas lo que quieren decir.
Sálvame.
M.A.G.
Un año. Una decisión. Y se precipitaron mil acontecimientos en pocos meses. Cambié. Claro que cambié, quién no lo haría... Acostumbrada a estar atrapada en las fronteras de lo improbable y lo seguro, una nimiedad propició que todo se pusiera en marcha.
Ahora solo quiero que pare. Que por favor, alguien lo pare. Que alguien coja, me salve y deje que por fin me acostumbre a estar segura, a tener algo a lo que aferrarme. Estoy cansada de vueltas, de cambios, de altibajos. De noches reversibles y eternas que luego desembocan en miles de días no vividos, mientras me escondo detrás de libros y lágrimas. Ya he tenido suficiente.
Mi corazón acabará por volverse loco y me mandará a la mierda. Y lo entiendo, porque este ritmo, esta puta intensidad, acaban con cualquiera.
Soy yo y es lo que hay, pero sé que cuando de verdad noto que me cuidan, todo mejora. Ya no duele tanto.
Solo puedo confiar de momento en la magia del lugar donde las decisiones se precipitaron. En el único sitio en el mundo en el que de verdad puedo sentirme segura. Aunque allí las emociones lejos de controlarse, se incrementan y pueden ahogarte con demasiada facilidad. Pero correré el riesgo.
Sin embargo, tengo miedo. De mí misma. ¿Por qué esta capacidad de alejar a las personas? ¿Realmente soy tan horrible? Esta carga comienza a poder conmigo.
"Un día me iré. Me iré de verdad."
Y esto no es ni de lejos una entrada medianamente buena, no son las palabras adecuadas, no sé ni siquiera qué coño estoy diciendo. Si quiero que me lean, si quiero desaparecer. A veces me da miedo desear no existir.
Lo siento.
No se lo digo a nadie en particular, sino a todo el que lo lea. A estas alturas he roto tantas cosas que me cuesta levantar la mirada del suelo. Aunque lo que más he destrozado sin duda, es mi vida. Y me da (más y más y más) miedo pensar que me lo merezco.
Iba a escribir sobre magia, esperanza y algo de luz. Pero no queda mucho de eso en mí, y las palabras deciden por sí solas lo que quieren decir.
Sálvame.
M.A.G.
jueves, 12 de julio de 2012
"Y más tarde o más temprano, todo vuelve a un punto inicial"
Me conocen. Lo primero que piensan, si nadie les ha hablado de mí: "chica risueña, qué encanto". Sonrío, entablo una conversación en la que muestro toda mi afabilidad y la pasión que desprendo al hablar llama la atención. Hago amigos con facilidad, sé caer bien si quiero.
Luego me leen. Cualquier cosa. Ya sea un tablón en tuenti, un viejo trozo de papel, o una historia perdida. Y la tristeza los sorprende. Los inunda. Los conmueve. Y a unos pocos, a algunos chicos, les llama poderosamente la atención. Curiosidad. "Parece adorable, ¿qué le ocurrirá?"
Me preguntan, les contesto con ambigüedad, sin interés, en mi mundo. Insisten, me sacan una sonrisa. No consiguen mucho, me dan igual. No obstante, siempre con afabilidad, siempre de la forma más agradable posible. Soy sincera, aunque no cuente ni la mitad. No me gusta mentir.
Y empieza todo, por enésima vez. Yo me escondo, sigo con mi vida, en mi tristeza, en mis pensamientos a veces tan profundos y oscuros como mis ojos. Nadie me comprende, y el sentimiento de que no hay persona en el mundo que se esfuerce en hacerlo, me abruma. Solo soy un trofeo, pienso. La chica difícil y triste.
Pero absurdamente ingenua, una vez más. Cambian cosas, pequeños detalles, y me digo que esta vez no ocurrirá como siempre. A pesar de ello, lo advierto, lo digo siempre "te cansarás de mí", "a todos les ocurre". Sin embargo cada uno tiene su propio complejo de creerse diferente, y los ha habido incluso quienes se han sentido ofendidos, porque ellos no son "todos los tíos". Ya.
Al final, acabo cediendo. Me acabo interesando. Se me empieza a evaporar la tristeza. Las cosas comienzan a irme bien. Me relajo. Me dejo llevar. Suena demasiado bien, como dice la canción.
Suena excesivamente bien. Y peligroso.
Es entonces, cuando las barreras empiezan a caer, cuando ya confío... Cuando se dan cuenta de que no soy lo que buscan. De una forma u otra. Da igual el motivo. No tardan mucho. Diría que poquísimo en realidad. Absurdamente poco.
Y me rompen, otra vez. En diferentes grados, de formas distintas. Y me muero de miedo, y me encierro en mí misma, y me juro que será la última vez. Me miento, en realidad. Pero subo las defensas al máximo, esperando al próximo que pretenda volver a destrozarme.
Entretanto, nadie entiende esta tristeza que me agobia, ni el miedo que me embarga. Soy una chica excesivamente pesimista, mis problemas me los busco yo.
Ni lo dudo. En ningún momento he culpado a nadie más que a mí. Es mi forma de ser, que aleja. Así de sencillo. Yo lo acepté hace mucho, pero los demás no lo entienden, hasta que me ven de cerca. Solo soy un juego, un detalle que les inspira curiosidad.
Pero no por favor, ¿por qué iba a deprimirme por esto? Qué tontería, con la de vida que me queda por delante, qué idiota. Eso piensan todos. Pagaría por verles dentro de mi piel, por cierto. Pagaría porque sintieran una mínima parte de todo esto. Pero ni siquiera a mi peor enemigo se lo deseo.
Y que no me pidan esperanza, porque luego duele más. Ya estoy llegando a mi límite.
A estas alturas, no espero nada de nadie. Menos de mí misma. Soy autodestructiva, mejor que aleje a las personas en lugar de acercarlas al núcleo de todo esto. No quiero romper a nadie más que a mí.
No me juzguéis, porque estoy demasiado cansada de críticas que rasgan la superficie y ni siquiera intuyen la herida.
Podéis ver como me consumo, solo eso.
M.A.G.
Luego me leen. Cualquier cosa. Ya sea un tablón en tuenti, un viejo trozo de papel, o una historia perdida. Y la tristeza los sorprende. Los inunda. Los conmueve. Y a unos pocos, a algunos chicos, les llama poderosamente la atención. Curiosidad. "Parece adorable, ¿qué le ocurrirá?"
Me preguntan, les contesto con ambigüedad, sin interés, en mi mundo. Insisten, me sacan una sonrisa. No consiguen mucho, me dan igual. No obstante, siempre con afabilidad, siempre de la forma más agradable posible. Soy sincera, aunque no cuente ni la mitad. No me gusta mentir.
Y empieza todo, por enésima vez. Yo me escondo, sigo con mi vida, en mi tristeza, en mis pensamientos a veces tan profundos y oscuros como mis ojos. Nadie me comprende, y el sentimiento de que no hay persona en el mundo que se esfuerce en hacerlo, me abruma. Solo soy un trofeo, pienso. La chica difícil y triste.
Pero absurdamente ingenua, una vez más. Cambian cosas, pequeños detalles, y me digo que esta vez no ocurrirá como siempre. A pesar de ello, lo advierto, lo digo siempre "te cansarás de mí", "a todos les ocurre". Sin embargo cada uno tiene su propio complejo de creerse diferente, y los ha habido incluso quienes se han sentido ofendidos, porque ellos no son "todos los tíos". Ya.
Al final, acabo cediendo. Me acabo interesando. Se me empieza a evaporar la tristeza. Las cosas comienzan a irme bien. Me relajo. Me dejo llevar. Suena demasiado bien, como dice la canción.
Suena excesivamente bien. Y peligroso.
Es entonces, cuando las barreras empiezan a caer, cuando ya confío... Cuando se dan cuenta de que no soy lo que buscan. De una forma u otra. Da igual el motivo. No tardan mucho. Diría que poquísimo en realidad. Absurdamente poco.
Y me rompen, otra vez. En diferentes grados, de formas distintas. Y me muero de miedo, y me encierro en mí misma, y me juro que será la última vez. Me miento, en realidad. Pero subo las defensas al máximo, esperando al próximo que pretenda volver a destrozarme.
Entretanto, nadie entiende esta tristeza que me agobia, ni el miedo que me embarga. Soy una chica excesivamente pesimista, mis problemas me los busco yo.
Ni lo dudo. En ningún momento he culpado a nadie más que a mí. Es mi forma de ser, que aleja. Así de sencillo. Yo lo acepté hace mucho, pero los demás no lo entienden, hasta que me ven de cerca. Solo soy un juego, un detalle que les inspira curiosidad.
Pero no por favor, ¿por qué iba a deprimirme por esto? Qué tontería, con la de vida que me queda por delante, qué idiota. Eso piensan todos. Pagaría por verles dentro de mi piel, por cierto. Pagaría porque sintieran una mínima parte de todo esto. Pero ni siquiera a mi peor enemigo se lo deseo.
Y que no me pidan esperanza, porque luego duele más. Ya estoy llegando a mi límite.
A estas alturas, no espero nada de nadie. Menos de mí misma. Soy autodestructiva, mejor que aleje a las personas en lugar de acercarlas al núcleo de todo esto. No quiero romper a nadie más que a mí.
No me juzguéis, porque estoy demasiado cansada de críticas que rasgan la superficie y ni siquiera intuyen la herida.
Podéis ver como me consumo, solo eso.
M.A.G.
lunes, 2 de julio de 2012
algo, quizá M.
Mañanas color aguamarina, paredes que se confunden con el suelo, bostezos contra la almohada. Días perezosos, que se deslizan. Noches intensas, noches perdidas. Un conjunto de páginas de un calendario, una vida al fin y al cabo.
Arriesgar, tirarse a la piscina. Agarrar cada momento, exprimirlo, disfrutar. Cantar hasta quedarte sin voz, ser imprudente, equivocarte. Hacer daño, autodestruirte, llorar hasta perderlo todo (tú misma incluida). Darlo todo para conseguir nada, salir a comerte el mundo siempre que puedas, morirte en la primera fila de un concierto. Embarcarte en viajes suicidas, soñar con imposibles, no dormir nunca y aprender a aprovechar las noches.
Dejarlo todo para el último momento, ser irresponsable, correr sin mirar atrás, ver la vida desde unos tacones demasiado altos. Escribir mientras lloras, soltar un grito en mitad del silencio, evaporarte mientras todo acaba, consumirte entre litros de alcohol. Reír cuando no debes, ser irreverente, nunca perder la mirada de niña. Quedarte atrapada entre tus propias palabras, obsesionarte con una canción, ser borde a morir y esquivar a cualquiera que se crea que puede conseguirte sin esfuerzo.
Fumar hasta no ver más que humo, salir corriendo de repente y desaparecer, refugiarte en pensamientos inaccesibles para el resto. Sonreír con ironía, menear ligeramente la cabeza ante los comentarios cínicos y pedantes. Sacar la cabeza por la ventanilla de un coche mientras cantas a gritos y cierras los ojos. Hacer locuras, respirar como si se tratara de una calada de madrugada, echar el resto en una mirada. Vivir en un libro y morir en una canción. Sentir hasta el extremo, no desaprovechar nunca una oportunidad de exprimir la vida. Creer con todo en contra, ser solo tus propias palabras. Ser feliz, morir de melancolía, todo en uno, a la vez.
Y todo esto es lo que soy.
M.A.G.
Arriesgar, tirarse a la piscina. Agarrar cada momento, exprimirlo, disfrutar. Cantar hasta quedarte sin voz, ser imprudente, equivocarte. Hacer daño, autodestruirte, llorar hasta perderlo todo (tú misma incluida). Darlo todo para conseguir nada, salir a comerte el mundo siempre que puedas, morirte en la primera fila de un concierto. Embarcarte en viajes suicidas, soñar con imposibles, no dormir nunca y aprender a aprovechar las noches.
Dejarlo todo para el último momento, ser irresponsable, correr sin mirar atrás, ver la vida desde unos tacones demasiado altos. Escribir mientras lloras, soltar un grito en mitad del silencio, evaporarte mientras todo acaba, consumirte entre litros de alcohol. Reír cuando no debes, ser irreverente, nunca perder la mirada de niña. Quedarte atrapada entre tus propias palabras, obsesionarte con una canción, ser borde a morir y esquivar a cualquiera que se crea que puede conseguirte sin esfuerzo.
Fumar hasta no ver más que humo, salir corriendo de repente y desaparecer, refugiarte en pensamientos inaccesibles para el resto. Sonreír con ironía, menear ligeramente la cabeza ante los comentarios cínicos y pedantes. Sacar la cabeza por la ventanilla de un coche mientras cantas a gritos y cierras los ojos. Hacer locuras, respirar como si se tratara de una calada de madrugada, echar el resto en una mirada. Vivir en un libro y morir en una canción. Sentir hasta el extremo, no desaprovechar nunca una oportunidad de exprimir la vida. Creer con todo en contra, ser solo tus propias palabras. Ser feliz, morir de melancolía, todo en uno, a la vez.
Y todo esto es lo que soy.
M.A.G.
lunes, 25 de junio de 2012
Penúltima carta a nadie
Miedo. Pánico más bien. Rabia, quizá. La sensación de vértigo aumenta. ¿Qué hago yo aquí? ¿Hacia dónde voy? Desconcierto. Ansiedad. Y lo que quedaba de norte, perdido.
Es como ahogarse ¿sabes? Boqueas, buscas aire, una salida, una solución... Pero solo tragas más y más agua. ¿Qué queda entonces? Respirar ya no es lo mismo que antes.
Tengo la sensación de que me equivoqué rellenando un formulario y de que me he quedado atrapada en una tela de araña de la que ya no sé salir. Y la asfixia, la presión... Acabarán conmigo. No puedo seguir. Necesito aire, necesito miles de cosas que no tengo. Me necesito a mí misma. Pero de otra manera. Y no quiero cambiar. Lo que me deja estancada, perdida, sola, aterrorizada. Con la vida mirándome a los ojos y yo sin tener el valor de sostenerle la mirada.
Cierro los ojos. Me concentro. Me evado y teletransporto a otro lugar. Juego con los problemas, intento acorralarlos uno a uno. Pero no es tan fácil. Nunca es tan fácil. Ni siquiera respirar lo es.
A veces me gustaría disponer de una hoja de reclamaciones para mí misma. Rendirme cuentas. Exigirme que repare los errores, que arregle las cosas como debe ser. Y sin embargo, aquí estoy, escribiendo palabras que solo me importan a mí y que carecen de sentido para el mundo. Nunca sabré salvarme. Siempre acabaré mirando al cielo mientras me hundo entre mis palabras y me quedo con ellas, abajo del todo. Mi fondo, mi abismo. ¿Qué más podría no perder? El resto se evapora, mientras que lo escrito se queda entre mis hojas, me reconforta. Intenta salvarme. Algo es algo. Aunque solo sean intenciones.
Me esfuerzo en buscar un sentido, tampoco pido más. Una dirección, una base. Algo sólido, que no sea como yo. Que no sea un conjunto de temblores de rodillas y miradas húmedas. Tampoco creo que sea tan difícil.
Quizá. Otro quizá, número infinito a estas alturas. Y yo con tanto vértigo...
Solo me queda perdonarme a mí misma, y luchar. Es lo único que hay, al final.
Quien quedo solamente soy yo. Y algunas palabras sueltas.
M.A.G.
Es como ahogarse ¿sabes? Boqueas, buscas aire, una salida, una solución... Pero solo tragas más y más agua. ¿Qué queda entonces? Respirar ya no es lo mismo que antes.
Tengo la sensación de que me equivoqué rellenando un formulario y de que me he quedado atrapada en una tela de araña de la que ya no sé salir. Y la asfixia, la presión... Acabarán conmigo. No puedo seguir. Necesito aire, necesito miles de cosas que no tengo. Me necesito a mí misma. Pero de otra manera. Y no quiero cambiar. Lo que me deja estancada, perdida, sola, aterrorizada. Con la vida mirándome a los ojos y yo sin tener el valor de sostenerle la mirada.
Cierro los ojos. Me concentro. Me evado y teletransporto a otro lugar. Juego con los problemas, intento acorralarlos uno a uno. Pero no es tan fácil. Nunca es tan fácil. Ni siquiera respirar lo es.
A veces me gustaría disponer de una hoja de reclamaciones para mí misma. Rendirme cuentas. Exigirme que repare los errores, que arregle las cosas como debe ser. Y sin embargo, aquí estoy, escribiendo palabras que solo me importan a mí y que carecen de sentido para el mundo. Nunca sabré salvarme. Siempre acabaré mirando al cielo mientras me hundo entre mis palabras y me quedo con ellas, abajo del todo. Mi fondo, mi abismo. ¿Qué más podría no perder? El resto se evapora, mientras que lo escrito se queda entre mis hojas, me reconforta. Intenta salvarme. Algo es algo. Aunque solo sean intenciones.
Me esfuerzo en buscar un sentido, tampoco pido más. Una dirección, una base. Algo sólido, que no sea como yo. Que no sea un conjunto de temblores de rodillas y miradas húmedas. Tampoco creo que sea tan difícil.
Quizá. Otro quizá, número infinito a estas alturas. Y yo con tanto vértigo...
Solo me queda perdonarme a mí misma, y luchar. Es lo único que hay, al final.
Quien quedo solamente soy yo. Y algunas palabras sueltas.
M.A.G.
miércoles, 20 de junio de 2012
Contrarrestrando
Dime, ¿le tenemos miedo a una voz? A veces me lo pregunto. Cómo crecer cuando aún somos niños, cómo no vivir si estamos respirando...
Se suceden nuestras vidas, cambian los sueños, nos arrepentimos de algunos recuerdos (menos de "esos". Todos tenemos "esos"). Hay días que nadamos a contracorriente, otros en los que nos dejamos llevar por la marea. Y aquellos en los que simplemente, miramos el mar mientras cerramos los ojos.
La vida avanza y no nos damos cuenta. Nos perdemos. ¿Nos encontramos? Enviamos mensajes de socorro y de amor en una botella cuyo destino puede ser estrellarse contra las rocas. Nos dejamos el alma, y puede que lo único que obtengamos sea otra herida de las que dejan cicatriz. Quizá eso es lo único que queda al final. Las cicatrices que nos indican que ahí hubo algo grande hasta que se rompió. Que certifican que hemos vivido.
Seguir adelante no es pasar una página sin más, a veces es simplemente descansar de la lectura un rato y respirar con calma. Y después, dejar de leer para empezar a escribir.
Somos un silencio que amenaza con convertirse en grito. Un mar de las cosas que nunca decimos y que a veces se desborda y nos deja secos y solos. ¿Somos? ¿Realmente somos? ¿O solo miramos, oímos y sentimos, sin más? Quién sabe. Yo no lo sé. Nunca sé nada medianamente importante.
Solo sé decir te quiero cuando es de verdad. Cuando era. Cuestión de tiempos verbales.
Nos quemamos, nos salvamos. Y así en un eterno círculo, uniendo casualidades (que no existen, solo lo inevitable), jugando a descifrar qué hacer con unas cartas que no siempre son las más acertadas para la partida. De repente, después de conseguir una escalera de color, te encuentras con que tu siguiente mano no tiene más que un simple rey, y ni descartándote del resto vienen mejores cartas. Cosas de ganar un mundo para perder un universo.
Un día cogeré un bolígrafo de colores e intentaré reescribir las vidas de todos los sueños que han muerto. Un día terminaré de escribir y diré: esto es. Entonces podré decir que ya he cumplido.
Ya he vivido algo más que merezca la pena aparte de querer.
M.A.G.
Se suceden nuestras vidas, cambian los sueños, nos arrepentimos de algunos recuerdos (menos de "esos". Todos tenemos "esos"). Hay días que nadamos a contracorriente, otros en los que nos dejamos llevar por la marea. Y aquellos en los que simplemente, miramos el mar mientras cerramos los ojos.
La vida avanza y no nos damos cuenta. Nos perdemos. ¿Nos encontramos? Enviamos mensajes de socorro y de amor en una botella cuyo destino puede ser estrellarse contra las rocas. Nos dejamos el alma, y puede que lo único que obtengamos sea otra herida de las que dejan cicatriz. Quizá eso es lo único que queda al final. Las cicatrices que nos indican que ahí hubo algo grande hasta que se rompió. Que certifican que hemos vivido.
Seguir adelante no es pasar una página sin más, a veces es simplemente descansar de la lectura un rato y respirar con calma. Y después, dejar de leer para empezar a escribir.
Somos un silencio que amenaza con convertirse en grito. Un mar de las cosas que nunca decimos y que a veces se desborda y nos deja secos y solos. ¿Somos? ¿Realmente somos? ¿O solo miramos, oímos y sentimos, sin más? Quién sabe. Yo no lo sé. Nunca sé nada medianamente importante.
Solo sé decir te quiero cuando es de verdad. Cuando era. Cuestión de tiempos verbales.
Nos quemamos, nos salvamos. Y así en un eterno círculo, uniendo casualidades (que no existen, solo lo inevitable), jugando a descifrar qué hacer con unas cartas que no siempre son las más acertadas para la partida. De repente, después de conseguir una escalera de color, te encuentras con que tu siguiente mano no tiene más que un simple rey, y ni descartándote del resto vienen mejores cartas. Cosas de ganar un mundo para perder un universo.
Un día cogeré un bolígrafo de colores e intentaré reescribir las vidas de todos los sueños que han muerto. Un día terminaré de escribir y diré: esto es. Entonces podré decir que ya he cumplido.
Ya he vivido algo más que merezca la pena aparte de querer.
M.A.G.
lunes, 18 de junio de 2012
.
¿Alguna vez os habéis caído por el precipicio más profundo que habéis encontrado? Yo sí. Y aquí estoy, luchando por respirar. ¿Por qué lucho? Por nada. No tengo motivos en realidad. No sé cuánto me puede quedar en este estado. No sé qué me queda ahora.
Soy el cristal más roto y más inútil que existe, simplemente. No sé qué va a ser de mí en el futuro. No creo que sea nada. Me rindo, dimito. Hoy veo mi vida como un agujero negro, sin sentido. Qué le den por culo a todo. Me siento tan sola que tengo ganas de vomitar.
No sirvo para nada práctico. Solo sé divagar y escribir palabras sin sentido, y tampoco es que lo haga tan bien. Estoy perdida, condenada. No estoy.
Y sé lo fácil que os resulta a todos decir que esto pasa, intentar animarme, contestarme que se arreglará, que sea optimista, positiva. Luego otros pensarán que soy patética, que dramatizo, que solo busco llamar la atención. No tenéis ni puta idea de nada, y no me soportáis por los motivos equivocados. Los correctos los conoce la gente que se ha ido, y que cada día es una lista más larga. Normal, comprensible. Soy un desastre en todo lo que hago, y no paro hasta destrozar cada cosa que toco. Espero que jamás me conozcáis, o que si lo hacéis, huyáis antes de que pueda haceros daño. No sé cómo, pero lo hago. A veces creo seriamente que estoy maldita.
Todo este vómito de palabras amargas es necesario, indispensable para mí. No sé qué cojones estoy haciendo con mi vida, solo me apetece llorar hasta desaparecer. Es triste, pero es lo que hay. Ya no soy capaz de seguir. Lo siento. No sé a quién le pido perdón, quizá a mí misma. Quizá a todo lo que he roto a lo largo de mi vida. Quizá simplemente a nadie.
Doy por concluida esta carta sin destinatario ni remitente, donde he guardado tanta mierda y amargura que escuece cada letra que escribo.
Adiós (ojalá).
M.A.G.
Soy el cristal más roto y más inútil que existe, simplemente. No sé qué va a ser de mí en el futuro. No creo que sea nada. Me rindo, dimito. Hoy veo mi vida como un agujero negro, sin sentido. Qué le den por culo a todo. Me siento tan sola que tengo ganas de vomitar.
No sirvo para nada práctico. Solo sé divagar y escribir palabras sin sentido, y tampoco es que lo haga tan bien. Estoy perdida, condenada. No estoy.
Y sé lo fácil que os resulta a todos decir que esto pasa, intentar animarme, contestarme que se arreglará, que sea optimista, positiva. Luego otros pensarán que soy patética, que dramatizo, que solo busco llamar la atención. No tenéis ni puta idea de nada, y no me soportáis por los motivos equivocados. Los correctos los conoce la gente que se ha ido, y que cada día es una lista más larga. Normal, comprensible. Soy un desastre en todo lo que hago, y no paro hasta destrozar cada cosa que toco. Espero que jamás me conozcáis, o que si lo hacéis, huyáis antes de que pueda haceros daño. No sé cómo, pero lo hago. A veces creo seriamente que estoy maldita.
Todo este vómito de palabras amargas es necesario, indispensable para mí. No sé qué cojones estoy haciendo con mi vida, solo me apetece llorar hasta desaparecer. Es triste, pero es lo que hay. Ya no soy capaz de seguir. Lo siento. No sé a quién le pido perdón, quizá a mí misma. Quizá a todo lo que he roto a lo largo de mi vida. Quizá simplemente a nadie.
Doy por concluida esta carta sin destinatario ni remitente, donde he guardado tanta mierda y amargura que escuece cada letra que escribo.
Adiós (ojalá).
M.A.G.
sábado, 16 de junio de 2012
Noches
De esas noches raras, en las que me olvido de recordar las 4 y 26. Miro al techo, tengo frío. Apago el aire. Alguna sonrisa. Otro recuerdo. Pensamientos incoherentes y mi parte racional discutiendo con la emocional. Que bajen la voz, les digo. No me apetece escuchar sus argumentos de siempre, hoy no.
Tengo la nariz helada y mi camiseta no está mojada de lágrimas. Es de color gris, como yo. El azul ya lo pone mi cuarto. Y me enamoro de las grietas irracionales que recorren mi vida. Podría enamorarme de cada detalle y de cada canción, de cada fragmento de sonrisa, o de cada ataque de ansiedad nocturno.
El tic-tac del reloj me susurra entre respiración y respiración. ¿Querrá decirme algo? Tiene la hora atrasada, no me apetece cambiarlo. Hace mucho que dejé de jugar a mover el tiempo y a vivir en otro espacio. Qué extraños pueden ser los recuerdos. Chica rara, recuerdos raros. Es lo que hay. Es lo que siempre ha habido.
Los sueños me hacen cosquillas en la nuca, o quizá sea que se me ha vuelto a deshacer la coleta. Nunca me ha gustado recogerme el pelo, ni medir mi risa, ni hablar bajo. Manías, supongo. Como lo fue quererte y quedarme dormida siempre con el móvil en la mano.
Las sombras que se reflejan en mi puerta parecen mirarme entre curiosas y asustadas. Quizá se olvidan de que a veces la abro para que se vayan y siempre eligen quedarse. No saben lo que hacen. O tal vez tengan más sentido común que yo. No lo descartaría.
En realidad, a veces pienso que debería prohibirme a mí misma escribir a estas horas. Pero por el día hay tanto ruido, tanta gente, tanta mierda... Ahora al menos solo quedo yo, tan pequeña como siempre ante todo este silencio con sabor a grito. Las palabras son más importantes que esos huecos de mi conciencia, o que todos los arañazos de mi piel. Debo recordarlo.
Perdonarme a mí misma en mitad del enésimo suspiro es la mejor forma de sobrellevar las noches raras.
Hace mucho tiempo que dejé de esperar que me salvaran las personas. Las palabras lo hacen mejor, y no decepcionan, solo hieren lo justo, y luego te curan.
Es normal que no lo entendáis, o que me tachéis de loca. ¿Qué esperabais? Si buscáis coherencia o ingenio o simplemente a una chica normal, os habéis equivocado de lugar.
A veces pienso que hasta yo me he equivocado persona. De mí misma.
M.A.G.
Tengo la nariz helada y mi camiseta no está mojada de lágrimas. Es de color gris, como yo. El azul ya lo pone mi cuarto. Y me enamoro de las grietas irracionales que recorren mi vida. Podría enamorarme de cada detalle y de cada canción, de cada fragmento de sonrisa, o de cada ataque de ansiedad nocturno.
El tic-tac del reloj me susurra entre respiración y respiración. ¿Querrá decirme algo? Tiene la hora atrasada, no me apetece cambiarlo. Hace mucho que dejé de jugar a mover el tiempo y a vivir en otro espacio. Qué extraños pueden ser los recuerdos. Chica rara, recuerdos raros. Es lo que hay. Es lo que siempre ha habido.
Los sueños me hacen cosquillas en la nuca, o quizá sea que se me ha vuelto a deshacer la coleta. Nunca me ha gustado recogerme el pelo, ni medir mi risa, ni hablar bajo. Manías, supongo. Como lo fue quererte y quedarme dormida siempre con el móvil en la mano.
Las sombras que se reflejan en mi puerta parecen mirarme entre curiosas y asustadas. Quizá se olvidan de que a veces la abro para que se vayan y siempre eligen quedarse. No saben lo que hacen. O tal vez tengan más sentido común que yo. No lo descartaría.
En realidad, a veces pienso que debería prohibirme a mí misma escribir a estas horas. Pero por el día hay tanto ruido, tanta gente, tanta mierda... Ahora al menos solo quedo yo, tan pequeña como siempre ante todo este silencio con sabor a grito. Las palabras son más importantes que esos huecos de mi conciencia, o que todos los arañazos de mi piel. Debo recordarlo.
Perdonarme a mí misma en mitad del enésimo suspiro es la mejor forma de sobrellevar las noches raras.
Hace mucho tiempo que dejé de esperar que me salvaran las personas. Las palabras lo hacen mejor, y no decepcionan, solo hieren lo justo, y luego te curan.
Es normal que no lo entendáis, o que me tachéis de loca. ¿Qué esperabais? Si buscáis coherencia o ingenio o simplemente a una chica normal, os habéis equivocado de lugar.
A veces pienso que hasta yo me he equivocado persona. De mí misma.
M.A.G.
martes, 12 de junio de 2012
"¿Recuerdas?"
Solo Ángel González debería decirme eso, solo debería evocar, suspirar y llorar cuando leyera poesía. En ningún momento más. No es justo. Nunca ha sido justo.
Cada día una imagen diferente, cada noche otro maldito flashback. La misma discusión conmigo misma. Los mismos argumentos. El mismo final. Otro adiós, desde otra perspectiva, con otras palabras, incluso con otro idioma. Lanzar palabras, sincerarme ante nadie y ante todo el mundo a la vez. Como aquel mes de enero, tan perdida, tan inocente, tan frágil. Leyendo extraños cuentos, llorando con 'días azules' en aquel concierto. ¿Dónde está esa chica de principios de febrero, que escribía sobre el amor (¡cómo si realmente tuviera alguna idea! Definitivamente aquello fue una especie de provocación que el destino se encargó de reponder) a las 5 de la mañana y echaba de menos el verano (aún)? No lo sé, a veces me da la impresión de que cada día me alejo más de ella. Otras, pienso que nunca estuvimos tan cerca.
Y la miro, a través del tiempo. Veo como empieza a recuperar la sonrisa, sin ella darse cuenta siquiera. Aprecio cosas que antes no advertí. Cierro los ojos. Si me concentro vuelvo a estar en su piel, vuelvo a vivir todo otra vez. No obstante, lo evito. Nadie se imagina lo que puede llegar a doler.
Otra entrada más aquí. Otra montaña inútil de palabras. No me canso de seguir escribiendo sobre lo mismo, y quizá se deba a que cada día es diferente. Tal vez la que cambia soy yo. Tal vez.
Enésimo suspiro. Podría jugar a encarcelar algún recuerdo. A gastarte una broma desde la distancia (donde diablos estés. Sé que algunos entendéis de qué hablo.), recordando que supuestamente en el 2012, sí, también, se acaba el mundo. Otra coincidencia más con aquella historia. No obstante, hoy la nostalgia no es exactamente lo que me atormenta. Hoy es el miedo.
Hace algunos días afirmaba que era a enamorarme de nuevo. Ayer, mis palabras se volvieron en mi contra (como es habitual) y me susurraron otra opción mucho peor, que me atemoriza, que se ha convertido en mi insomnio. ¿Y si no pasa otra vez? ¿Y si tarda años en volver? ¿Y si nunca es lo mismo? Las dos peores conjunciones de la historia se han convertido en una sombra dentro de mí. Más fantasmas.
"El sueño de la razón produce monstruos." Y así me va. Cómo me gustaría saber utilizar los plurales. Pero se han perdido, como lo que me restaba de cordura. Quizá sea mejor así. Tal vez no.
2012 con sabor a 1999 (y 2009 a la vez), llévate todas las ironías de una vez (si es que se puede... o si es que realmente lo quiero así).
M.A.G.
Cada día una imagen diferente, cada noche otro maldito flashback. La misma discusión conmigo misma. Los mismos argumentos. El mismo final. Otro adiós, desde otra perspectiva, con otras palabras, incluso con otro idioma. Lanzar palabras, sincerarme ante nadie y ante todo el mundo a la vez. Como aquel mes de enero, tan perdida, tan inocente, tan frágil. Leyendo extraños cuentos, llorando con 'días azules' en aquel concierto. ¿Dónde está esa chica de principios de febrero, que escribía sobre el amor (¡cómo si realmente tuviera alguna idea! Definitivamente aquello fue una especie de provocación que el destino se encargó de reponder) a las 5 de la mañana y echaba de menos el verano (aún)? No lo sé, a veces me da la impresión de que cada día me alejo más de ella. Otras, pienso que nunca estuvimos tan cerca.
Y la miro, a través del tiempo. Veo como empieza a recuperar la sonrisa, sin ella darse cuenta siquiera. Aprecio cosas que antes no advertí. Cierro los ojos. Si me concentro vuelvo a estar en su piel, vuelvo a vivir todo otra vez. No obstante, lo evito. Nadie se imagina lo que puede llegar a doler.
Otra entrada más aquí. Otra montaña inútil de palabras. No me canso de seguir escribiendo sobre lo mismo, y quizá se deba a que cada día es diferente. Tal vez la que cambia soy yo. Tal vez.
Enésimo suspiro. Podría jugar a encarcelar algún recuerdo. A gastarte una broma desde la distancia (donde diablos estés. Sé que algunos entendéis de qué hablo.), recordando que supuestamente en el 2012, sí, también, se acaba el mundo. Otra coincidencia más con aquella historia. No obstante, hoy la nostalgia no es exactamente lo que me atormenta. Hoy es el miedo.
Hace algunos días afirmaba que era a enamorarme de nuevo. Ayer, mis palabras se volvieron en mi contra (como es habitual) y me susurraron otra opción mucho peor, que me atemoriza, que se ha convertido en mi insomnio. ¿Y si no pasa otra vez? ¿Y si tarda años en volver? ¿Y si nunca es lo mismo? Las dos peores conjunciones de la historia se han convertido en una sombra dentro de mí. Más fantasmas.
"El sueño de la razón produce monstruos." Y así me va. Cómo me gustaría saber utilizar los plurales. Pero se han perdido, como lo que me restaba de cordura. Quizá sea mejor así. Tal vez no.
2012 con sabor a 1999 (y 2009 a la vez), llévate todas las ironías de una vez (si es que se puede... o si es que realmente lo quiero así).
M.A.G.
sábado, 9 de junio de 2012
"Me pregunto quién pensó el guion, debe estar bastante enfermo"
"Detecto que al fin te dignaste a cumplir con la cita inaudible." Ya era hora, supongo. O no. La historia ha llegado a otro capítulo, 1999 se ha transformado en 2009. Otro 2009. Las ventanas rotas ya no son las mismas, eso es evidente. "Y me alegro, y me enfado a la vez." Las coincidencias son tan acojonantes... Las dos historias parecen haberse entrecruzado inevitablemente, las ironías en forma de capicúa se pegaron a mi vida el día que escuché aquella canción por primera vez. Fue la primera que oí de LOL, un Septiembre de 2010. Irónicamente (ah, cómo no) comencé por el final de los finales. No podría haber sido de otra manera. En aquel momento quizá me condené irremediablemente. Nunca lo sabré, de todos modos. Nadie sabe cuál es el momento exacto en el que su vida coge un rumbo imprevisible, un camino que cambia por completo su interior, que acaba decidiéndolo todo al final.
Así que cuando el calendario me gritó esa noche, apareciste. Quizá fue culpa de otra de mis absurdas provocaciones al destino. Tal vez la clave está en que no esperaba la llamada, en que escribía como si nunca fueras a leerlo. Me equivoqué, otra vez más. Como ya sabes, no es una novedad.
¿Eso significa que ahora debo medir mis palabras? Quizá debería. Y también puedo. Pero no quiero. Y al final, siempre gana lo que uno desea o no desea. Aunque esto lo aprendamos demasiado tarde, cuando nunca se puede hacer nada.
Qué podría decir ya que tú no sepas... Me sorprende que aún después de todo, aún confíe en ti y en tus palabras. No de la misma forma, no en aquellas que salvaban. Pero sí en que nunca fue tu intención, en que aún, de vez en cuando me recuerdas.
No sé si leerás esto. No es mi intención que lo hagas. No escribo para nadie, ya lo sabes. Lo único que ha cambiado es que ahora lo hago con más frecuencia y en vez de guardarme mis palabras, las suelto al viento, por si a alguien le interesa atraparlas. Quizá tú, quizá cientos de personas que no conozco. Me es indiferente, no me paro a considerarlo.
Algún día tal vez escriba un epílogo en condiciones, o deje ver una despedida que escribí hace un tiempo. Algún día quizá alcances el olvido absoluto (el plural aquí jamás podría ser válido, ya que cuando escribo, jamás miento) y desaparezca totalmente. Quién sabe.
Podría acabar con otra frase de 2009, pero hay otras palabras más idóneas, aunque también de la misma historia.
"¿Cómo podían asentarse en la tierra dos seres tan volátiles? Así que cada uno siguió el camino que le correspondía, y no hay nada más que decir. Hoy iré tarde a dormir. Te informo. Me imagino que mañana te levantarás temprano."
Así que cuando el calendario me gritó esa noche, apareciste. Quizá fue culpa de otra de mis absurdas provocaciones al destino. Tal vez la clave está en que no esperaba la llamada, en que escribía como si nunca fueras a leerlo. Me equivoqué, otra vez más. Como ya sabes, no es una novedad.
¿Eso significa que ahora debo medir mis palabras? Quizá debería. Y también puedo. Pero no quiero. Y al final, siempre gana lo que uno desea o no desea. Aunque esto lo aprendamos demasiado tarde, cuando nunca se puede hacer nada.
Qué podría decir ya que tú no sepas... Me sorprende que aún después de todo, aún confíe en ti y en tus palabras. No de la misma forma, no en aquellas que salvaban. Pero sí en que nunca fue tu intención, en que aún, de vez en cuando me recuerdas.
No sé si leerás esto. No es mi intención que lo hagas. No escribo para nadie, ya lo sabes. Lo único que ha cambiado es que ahora lo hago con más frecuencia y en vez de guardarme mis palabras, las suelto al viento, por si a alguien le interesa atraparlas. Quizá tú, quizá cientos de personas que no conozco. Me es indiferente, no me paro a considerarlo.
Algún día tal vez escriba un epílogo en condiciones, o deje ver una despedida que escribí hace un tiempo. Algún día quizá alcances el olvido absoluto (el plural aquí jamás podría ser válido, ya que cuando escribo, jamás miento) y desaparezca totalmente. Quién sabe.
Podría acabar con otra frase de 2009, pero hay otras palabras más idóneas, aunque también de la misma historia.
"¿Cómo podían asentarse en la tierra dos seres tan volátiles? Así que cada uno siguió el camino que le correspondía, y no hay nada más que decir. Hoy iré tarde a dormir. Te informo. Me imagino que mañana te levantarás temprano."
M.A.G.
jueves, 7 de junio de 2012
Una caja de música de cristal.
Ni el alcohol cura todas las heridas ni el tiempo es tan implacable con los recuerdos. Eso es algo que cuesta una vida comprender, pero que yo he acertado (qué verbo más irónico, cuando está tan cerca del error y de la impotencia) a aprender en mitad de una tormenta. La culpa es de Zafón y de los poetas, o de haber sentido tanto hasta haberme quedado sin nada.
¿Sabéis? Yo nunca diré entre risas "que lo nuestro no había sido tan importante." Quizá porque todavía no me engaño a mí misma hasta ese punto tan extremo. Quizá porque aún creo que no sería capaz de mentir(le) así. O tal vez simplemente pienso esto porque esa llamada jamás llegará.
Es curioso lo mal que me llevo con el cinismo ajeno, aunque encuentre tanto entretenimiento en mi eventual escepticismo. Perdonad (a quienes malgastáis vuestro tiempo en estas palabras tan sucias y perdidas) mi desorden o mi falta de coherencia. Hoy estoy especialmente lejos y no sé encontrarle mucho sentido a mis pensamientos (¡cómo si alguna vez lo hubieran tenido!).
Parecerá fuera de lugar, pero al escribir no puedo ser concreta e hilar cada frase con la anterior con un orden que jamás ha existido en la auténtica verdad. Si yo fuera un objeto, sería una caja de música de cristal. Dentro de ella habría miles de folios escritos y mojados de lágrimas. Diréis quizá "es bonito", pero se os escapa el hecho de que el cristal es excesivamente frágil. No sabéis qué aspecto tiene una caja de cristal rota, con los trozos cortando el papel y la dulce melodía sonando en medio de todo el ruido y el daño. Es una imagen excesivamente complicada, dolorosa incluso de contemplar. Quizá por eso salgo corriendo algunas veces. Me da miedo que las personas a las que realmente aprecio se corten con los bordes de toda esa mierda tan hermosa y tan hiriente.
Acabo de explicaros muchas cosas, ni os imagináis cuántas. Pero no alcanceréis nunca a comprenderlas en su totalidad (ni siquiera yo lo hago, y eso que he navegado entre los cristales y escuchado esa triste melodía más de cerca que nadie). Solo vuelvo a escribir lo de siempre: ¿quién no prefiere algo nuevo e insípidamente hermoso a algo roto y lejano? (a ti te lo dije mil veces, quizá lo recuerdes, quizá no).
A veces caer sin mirar es sinónimo de rozar el cielo. Y otras, en ese mismo cielo se encierra el peor de los infiernos.
Espero no haberos dejado nada claro. Nunca fue mi intención enseñar ni dar lecciones. Solo mostrar sentimientos camuflados entre las letras. Solo esconderme un poco más detrás de mis palabras.
M.A.G.
¿Sabéis? Yo nunca diré entre risas "que lo nuestro no había sido tan importante." Quizá porque todavía no me engaño a mí misma hasta ese punto tan extremo. Quizá porque aún creo que no sería capaz de mentir(le) así. O tal vez simplemente pienso esto porque esa llamada jamás llegará.
Es curioso lo mal que me llevo con el cinismo ajeno, aunque encuentre tanto entretenimiento en mi eventual escepticismo. Perdonad (a quienes malgastáis vuestro tiempo en estas palabras tan sucias y perdidas) mi desorden o mi falta de coherencia. Hoy estoy especialmente lejos y no sé encontrarle mucho sentido a mis pensamientos (¡cómo si alguna vez lo hubieran tenido!).
Parecerá fuera de lugar, pero al escribir no puedo ser concreta e hilar cada frase con la anterior con un orden que jamás ha existido en la auténtica verdad. Si yo fuera un objeto, sería una caja de música de cristal. Dentro de ella habría miles de folios escritos y mojados de lágrimas. Diréis quizá "es bonito", pero se os escapa el hecho de que el cristal es excesivamente frágil. No sabéis qué aspecto tiene una caja de cristal rota, con los trozos cortando el papel y la dulce melodía sonando en medio de todo el ruido y el daño. Es una imagen excesivamente complicada, dolorosa incluso de contemplar. Quizá por eso salgo corriendo algunas veces. Me da miedo que las personas a las que realmente aprecio se corten con los bordes de toda esa mierda tan hermosa y tan hiriente.
Acabo de explicaros muchas cosas, ni os imagináis cuántas. Pero no alcanceréis nunca a comprenderlas en su totalidad (ni siquiera yo lo hago, y eso que he navegado entre los cristales y escuchado esa triste melodía más de cerca que nadie). Solo vuelvo a escribir lo de siempre: ¿quién no prefiere algo nuevo e insípidamente hermoso a algo roto y lejano? (a ti te lo dije mil veces, quizá lo recuerdes, quizá no).
A veces caer sin mirar es sinónimo de rozar el cielo. Y otras, en ese mismo cielo se encierra el peor de los infiernos.
Espero no haberos dejado nada claro. Nunca fue mi intención enseñar ni dar lecciones. Solo mostrar sentimientos camuflados entre las letras. Solo esconderme un poco más detrás de mis palabras.
M.A.G.
miércoles, 6 de junio de 2012
"El equilibrio es imposible"
No sé si es el café, las ganas de salir corriendo o que aún te echo de menos. Hoy es una de esas mañanas en las que no consigo ordenar mis pensamientos con coherencia, en las que la sien me palpita como si quisiera decirme que afloje, que pare, que no piense.
Qué poca credibilidad tiene la cabeza frente al corazón. Y viceversa. Qué valientes nos creemos afirmando que lo tenemos todo claro cuando en realidad no tenemos ni puta idea de nada. Somos simples peones en un tablero de ajedrez suspendido en medio de ninguna parte, y ni siquiera lo sabemos. O quizá simplemente solo seamos fichas perdidas que avanzan según un dado invisible.
Perdemos la fe en nosotros mismos y creemos que la solución la tienen otras personas. Pero la causa no tiene por qué ser equivalente a la solución. Aunque sí una buena forma de salvarse. No obstante, esa no es la cuestión. ¿Por qué caemos mirando hacia arriba y así aceleramos el descenso? ¿Por qué nunca sabemos impulsarnos utilizando nuestras propias fuerzas y recurrimos a las de otros? ¿Por qué existen estas mañanas rotas y ausentes? Estamos tan desorientados, tan perdidos... Somos todos nuestros miedos, y a veces también el olvido de los sueños.
Deberíamos aprender a priorizar. Nos iría mejor. Quizá yo no sobreviviría y aprovecharía la vida de verdad. Quizá no me dedicara a dejarme arrastrar por unos sentimientos tan extremos como incontrolables. Aunque sigo sin creer que la solución sea equilibrarme y sentir esas emociones controladas y casi neutrales, que nunca se exceden, que siempre son amables. Prefiero llegar hasta el límite que sumergirme en esa clase de vacío. Amor y mierda, tristeza extrema y euforia. Todo eso contra el término medio. Quedaos con él, a mí no me llena.
Y quizá debería huir de todo, dejar la vida que conozco atrás y cambiar mi nombre y mi pelo, irme a la ciudad más lejana que exista. Convertirme en otro exterior para que mi interior se salve.
Tal vez ya lo he hecho, y yo aún no me he dado cuenta. O tal vez jamás sea capaz de salvarme sola.
M.A.G.
Qué poca credibilidad tiene la cabeza frente al corazón. Y viceversa. Qué valientes nos creemos afirmando que lo tenemos todo claro cuando en realidad no tenemos ni puta idea de nada. Somos simples peones en un tablero de ajedrez suspendido en medio de ninguna parte, y ni siquiera lo sabemos. O quizá simplemente solo seamos fichas perdidas que avanzan según un dado invisible.
Perdemos la fe en nosotros mismos y creemos que la solución la tienen otras personas. Pero la causa no tiene por qué ser equivalente a la solución. Aunque sí una buena forma de salvarse. No obstante, esa no es la cuestión. ¿Por qué caemos mirando hacia arriba y así aceleramos el descenso? ¿Por qué nunca sabemos impulsarnos utilizando nuestras propias fuerzas y recurrimos a las de otros? ¿Por qué existen estas mañanas rotas y ausentes? Estamos tan desorientados, tan perdidos... Somos todos nuestros miedos, y a veces también el olvido de los sueños.
Deberíamos aprender a priorizar. Nos iría mejor. Quizá yo no sobreviviría y aprovecharía la vida de verdad. Quizá no me dedicara a dejarme arrastrar por unos sentimientos tan extremos como incontrolables. Aunque sigo sin creer que la solución sea equilibrarme y sentir esas emociones controladas y casi neutrales, que nunca se exceden, que siempre son amables. Prefiero llegar hasta el límite que sumergirme en esa clase de vacío. Amor y mierda, tristeza extrema y euforia. Todo eso contra el término medio. Quedaos con él, a mí no me llena.
Y quizá debería huir de todo, dejar la vida que conozco atrás y cambiar mi nombre y mi pelo, irme a la ciudad más lejana que exista. Convertirme en otro exterior para que mi interior se salve.
Tal vez ya lo he hecho, y yo aún no me he dado cuenta. O tal vez jamás sea capaz de salvarme sola.
M.A.G.
domingo, 3 de junio de 2012
C'est la vie.
Es cuestión de pararse a pensar. De observar nuestras vidas como quien ve una película o lee un libro. Encontrar la división de los capítulos. Los puntos y aparte, las diferentes páginas. Las escenas que se suceden. El título y los créditos. Los agradecimientos. Las citas. La introducción, el nudo y el desenlace.
No obstante, la diferencia está en que sabemos aproximadamente cuánto le queda a la historia para finalizar.
En la vida, no solemos tener claros indicios que nos digan en qué momento acaba todo, cuando el punto y seguido se convierte de repente en el punto final de los finales. Qué capítulo es el último. Cuál es la escena que cierra la película.
Y no sabemos si el final será abrupto o algo más convencional, si acabará con el típico beso de película o simplemente en un mar de lágrimas. Si nuestros créditos valdrán la pena o si al menos habrá alguien en la sala que se quede a contemplarlos, esperando ver allí su nombre.
Quizá todos abandonen la sala sin pensar, y esa película quede en el olvido. Tal vez cuando el libro haya sido cerrado, el rostro muestre decepción o simple indiferencia.
Cuando escribo en papel y bolígrafo, mi letra es bastante especial y diferenciada, y apenas dejo márgenes, juntando muchísimo renglones y palabras. Creo que es porque me da miedo no aprovechar cada milímetro del papel en blanco, tener una letra anodina o simplemente que mis palabras pasen desapercibidas.
No soporto provocar indiferencia, no aguanto ser un simple borrón en la vida de las personas que me importan. Soy un libro complicado escrito en idiomas que se van alternando, de temas tan variados que puede provocar desconcierto. Con historias de amor y mierda, con noches de reflexiones tan profundas y pesimistas que asustan, con risas tan altas que sobresalen de las páginas, con borracheras tan malas como buenas, con días enteros de sonreír hasta la extenuación, y con miles de canciones y de historias que se enredan con mi vida en escenarios paralelos.
La vida no tiene pausas, no se pueden volver a grabar las escenas, no vale borrar las palabras.
La vida pasa, arrastra, y podemos dejarnos llevar, o nadar contracorriente, o simplemente observar. O soñar.
Quizá simplemente, el secreto esté en vivir con los ojos cerrados al ruido, y con el corazón abierto a la magia.
M.A.G.
No obstante, la diferencia está en que sabemos aproximadamente cuánto le queda a la historia para finalizar.
En la vida, no solemos tener claros indicios que nos digan en qué momento acaba todo, cuando el punto y seguido se convierte de repente en el punto final de los finales. Qué capítulo es el último. Cuál es la escena que cierra la película.
Y no sabemos si el final será abrupto o algo más convencional, si acabará con el típico beso de película o simplemente en un mar de lágrimas. Si nuestros créditos valdrán la pena o si al menos habrá alguien en la sala que se quede a contemplarlos, esperando ver allí su nombre.
Quizá todos abandonen la sala sin pensar, y esa película quede en el olvido. Tal vez cuando el libro haya sido cerrado, el rostro muestre decepción o simple indiferencia.
Cuando escribo en papel y bolígrafo, mi letra es bastante especial y diferenciada, y apenas dejo márgenes, juntando muchísimo renglones y palabras. Creo que es porque me da miedo no aprovechar cada milímetro del papel en blanco, tener una letra anodina o simplemente que mis palabras pasen desapercibidas.
No soporto provocar indiferencia, no aguanto ser un simple borrón en la vida de las personas que me importan. Soy un libro complicado escrito en idiomas que se van alternando, de temas tan variados que puede provocar desconcierto. Con historias de amor y mierda, con noches de reflexiones tan profundas y pesimistas que asustan, con risas tan altas que sobresalen de las páginas, con borracheras tan malas como buenas, con días enteros de sonreír hasta la extenuación, y con miles de canciones y de historias que se enredan con mi vida en escenarios paralelos.
La vida no tiene pausas, no se pueden volver a grabar las escenas, no vale borrar las palabras.
La vida pasa, arrastra, y podemos dejarnos llevar, o nadar contracorriente, o simplemente observar. O soñar.
Quizá simplemente, el secreto esté en vivir con los ojos cerrados al ruido, y con el corazón abierto a la magia.
M.A.G.
jueves, 31 de mayo de 2012
Se equivocan de chica.
"Se equivocan de chica". Es lo que se me viene a la cabeza cada vez que me dicen algo bonito. Triste ¿verdad? Miro mi cara, mi cabeza, mi corazón. Y veo a la chica más perdida de toda la ciudad. La de los ojos ingenuos y la sonrisa algo triste. Veo las mil historias por escribir, el leve abandono, el sonido de lo roto a cada pequeño paso. Y niego con la cabeza.
Siento que lo mejor de mí está enterrado en las profundidades de mis miedos, que pocas cosas me hacen levantarme con ganas por la mañana, que la risa es una insuficiente solución a mis problemas.
No lo entiendo, lo siento. Ya pueden salir esa regla general y esas voces populares y neutras de siempre, de tono monocorde, que me digan "si no te quieres a ti misma..." Que vale, que ya lo sé, que vivo con ello, que lo intento, que me duele, que me callo, que me levanto, que digo "todo saldrá bien" y no lo hace. Y la cara de imbécil desilusionada (con esa maldita mirada de niña triste) me sonríe irónicamente en el espejo. ¿Quererme? ¿Cómo quieres a alguien que lo destroza todo siempre, que rompe todo lo que toca, que lo da todo y se queda en nada? Alguien raro, que necesita salir corriendo sin motivo aparente cuando está con gente, que lo único que sabe hacer es escribir (si es que sé, cosa que dudo en ocasiones y si es que las palabras pueden ser domadas realmente), que vive entre libros y canciones, que aún dice de vez en cuando "yo creo en las hadas" en voz muy baja...
Soy una chica rota en mil pedazos por un mundo que nunca ha sentido como suyo. Tan ausente, que a veces parece que va a volar con la mirada (y que posee una curiosa facilidad para estrellarse).
No os conviene conocerme, para qué mentir. Y sin embargo, necesito que me quieran para poder seguir respirando.
Tengo miedo a apagar la luz de mi cuarto un día y darme cuenta de que no he vivido. Tengo miedo de que nadie me termine de salvar nunca y acabe quedándome tan sola que solo escuche mi respiración.
Solo necesito luz.
M.A.G.
Siento que lo mejor de mí está enterrado en las profundidades de mis miedos, que pocas cosas me hacen levantarme con ganas por la mañana, que la risa es una insuficiente solución a mis problemas.
No lo entiendo, lo siento. Ya pueden salir esa regla general y esas voces populares y neutras de siempre, de tono monocorde, que me digan "si no te quieres a ti misma..." Que vale, que ya lo sé, que vivo con ello, que lo intento, que me duele, que me callo, que me levanto, que digo "todo saldrá bien" y no lo hace. Y la cara de imbécil desilusionada (con esa maldita mirada de niña triste) me sonríe irónicamente en el espejo. ¿Quererme? ¿Cómo quieres a alguien que lo destroza todo siempre, que rompe todo lo que toca, que lo da todo y se queda en nada? Alguien raro, que necesita salir corriendo sin motivo aparente cuando está con gente, que lo único que sabe hacer es escribir (si es que sé, cosa que dudo en ocasiones y si es que las palabras pueden ser domadas realmente), que vive entre libros y canciones, que aún dice de vez en cuando "yo creo en las hadas" en voz muy baja...
Soy una chica rota en mil pedazos por un mundo que nunca ha sentido como suyo. Tan ausente, que a veces parece que va a volar con la mirada (y que posee una curiosa facilidad para estrellarse).
No os conviene conocerme, para qué mentir. Y sin embargo, necesito que me quieran para poder seguir respirando.
Tengo miedo a apagar la luz de mi cuarto un día y darme cuenta de que no he vivido. Tengo miedo de que nadie me termine de salvar nunca y acabe quedándome tan sola que solo escuche mi respiración.
Solo necesito luz.
M.A.G.
martes, 29 de mayo de 2012
M
No sé sobre qué quiero escribir. Me pregunto si se deberá a que realmente no sé lo que quiero.
Antes todo era nítidamente cristalino, era yo, era él. Ahora soy solo yo. ¿Os dais cuenta de que he dejado de utilizar la segunda persona del singular? "Tú" es ahora "él". Quizá sea el olvido prematuro, quizá las ganas de echar a volar. Quizá que mis sueños están empezando a ganarle la partida a mis recuerdos.
Hoy tengo ganas de seguir adelante, aunque aún no entiendo bien por qué. Me siento extraña. La chica del espejo y yo no nos entendemos. Y eso que compartimos ojos y suspiros.
Ojalá supiera vivir en una canción. O en uno de mis libros. Incluso en aquel cuento...
Quiero vivir, dejarme llevar (había escrito inconscientemente llorar. Ah, si es que no cambio...), salir corriendo, continuar mi historia.
¿Me estoy salvando? Tal vez. Voy a dejar de pensar, solo quiero sentir y escribir. Quererme.
Estas palabras parecen aleatorias, sin sentido, sin un hilo que las conduzca. Pero ese hilo está, invisible para todos, excepto para mí. Mis palabras soy yo. Lo inconexo forma parte de mí, como mi risa de niña y mi voz a veces demasiado dulce y otras demasiado triste.
Contadme cuentos que yo aún no sepa. No quiero más historias con final rutinario, solo besos en el cuello en el tejado más alto de la ciudad. Lo que no quiere decir que no busque continuidad, algo de estabilidad (que no equilibrio, que no frialdad), un suelo sobre el que poder mirar al cielo con una sonrisa.
No hace falta que me entendáis... No necesito que nadie lo haga en realidad. Solo busco provocar sensaciones, solo busco dejar huella.
Solo busco un motivo. Alguien que sea un "tú" de verdad.
M.A.G.
Antes todo era nítidamente cristalino, era yo, era él. Ahora soy solo yo. ¿Os dais cuenta de que he dejado de utilizar la segunda persona del singular? "Tú" es ahora "él". Quizá sea el olvido prematuro, quizá las ganas de echar a volar. Quizá que mis sueños están empezando a ganarle la partida a mis recuerdos.
Hoy tengo ganas de seguir adelante, aunque aún no entiendo bien por qué. Me siento extraña. La chica del espejo y yo no nos entendemos. Y eso que compartimos ojos y suspiros.
Ojalá supiera vivir en una canción. O en uno de mis libros. Incluso en aquel cuento...
Quiero vivir, dejarme llevar (había escrito inconscientemente llorar. Ah, si es que no cambio...), salir corriendo, continuar mi historia.
¿Me estoy salvando? Tal vez. Voy a dejar de pensar, solo quiero sentir y escribir. Quererme.
Estas palabras parecen aleatorias, sin sentido, sin un hilo que las conduzca. Pero ese hilo está, invisible para todos, excepto para mí. Mis palabras soy yo. Lo inconexo forma parte de mí, como mi risa de niña y mi voz a veces demasiado dulce y otras demasiado triste.
Contadme cuentos que yo aún no sepa. No quiero más historias con final rutinario, solo besos en el cuello en el tejado más alto de la ciudad. Lo que no quiere decir que no busque continuidad, algo de estabilidad (que no equilibrio, que no frialdad), un suelo sobre el que poder mirar al cielo con una sonrisa.
No hace falta que me entendáis... No necesito que nadie lo haga en realidad. Solo busco provocar sensaciones, solo busco dejar huella.
Solo busco un motivo. Alguien que sea un "tú" de verdad.
M.A.G.
viernes, 25 de mayo de 2012
"Mostrar mi cara oculta a los demás"
Me miro al espejo. Una chica de pelo suelto y revuelto, ojos demasiado oscuros y labios algo torcidos, que no parecen aprobar el reflejo. Camiseta enorme a modo de pijama, pies descalzos. Tristeza en la postura, algo de abandono en los hombros, cansados.
Vuelvo a la cama. Un suspiro. Música. Intento de leve sonrisa. Fallido.
"Así es mi identidad, muñecas rusas que no acaban jamás." Y es cierto. No soy fácil. De nada. Ni de querer, ni de entender, ni de follar. Es lo que hay. Y a quien no le guste... Que haga lo que quiera, que me ignore, que no me mire, que me evite. Pero especialmente, que no me lea. No hay nada más mío que mis palabras.
Otra noche aquí. En esta habitación que huele a azul, a miedo, que está impregnada de recuerdos. Aquí he guardado más lágrimas que aire. Quizá por eso me ahogo con tanta facilidad.
"No pongo de mi parte ni aporto más luz". Qué le vamos a hacer. O viene alguien que me saque al baile y decida romperme el dolor de una vez por todas, o no creo que nada mejore. Tal vez ni siquiera con esas. Pero que no me culpen de no haberlo intentado, eso jamás.
"Romper mis diques de seguridad". Los aniquilé, los destruí. ¿Para qué? No me arrepiento. Pero por el camino acabé conmigo. Quiero volver a ser la chica de los ojos brillantes y la sonrisa estúpida. Quiero volver a levantarme gritando "buenos días a todo el que los quiera", a sentir que todo merece la pena.
De momento lo que hay es la chica de la mirada ausente y el pelo revuelto. Pequeña y de color cristal. Jugando con la música y las palabras, intentando encontrar algo que la saque de su propia mierda.
Quiero quererme otra vez. Quiero aprender a olvidar. Tan solo pido eso.
Mientras tanto, que el azul de mi cuarto me salve por un día, y no me ahogue. Que las risas de las personas que quiero resuenen en mi cabeza, que las penas bailen con mis vicios y se pidan una copa a mi salud.
Soy una chica algo triste. Pero esta chica jamás abandona ni se rinde.
Que me busque quien quiera encontrarme, nadie más.
M.A.G.
miércoles, 23 de mayo de 2012
24
Sé que voy a sentirme una estúpida desde la primera letra hasta el punto y final.
¿Por qué es todo tan difícil? (me pregunto mientras veo que se me va el mundo de las manos).
Es como si tuviera enfrente un espejo, pero no uno cualquiera. Un cristal que me refleja a mí, hace un mes.
Y lo que veo es a otra persona distinta. A simple vista puede costar apreciar la diferencia, pero los ojos... Una de las miradas brilla, repleta de ilusión, de vida, de un amor tan fuerte que rebosa. La otra mirada es tan triste que cuesta describirla, cuesta fijar los ojos en ella. Duele demasiado.
Todo ha cambiado. Todo es tan jodidamente diferente que me provoca una rabia inmensa. Hacia mí. Hacia a ti. Hacia lo que fuimos. Hacia todo... O hacia esta nada. No lo sé.
Eres parte de mí ¿sabes? Quiera o no. Ahora ya me habrás olvidado. Qué envidia me das a veces. Ojalá pudiera ignorarlo yo también, hacer como si nada hubiera pasado. Qué coño, lo que de verdad deseo es volver atrás, no sé a quién pretendo engañar.
Lo acaecido en 1999 me taladra la cabeza en días como hoy. "La vida son ironías en forma de capicúa". En su momento no logré entenderlo del todo bien, pero ahora... La vida y su sarcasmo parecen recordármelo a todas horas. De todos modos ¿y quién dijo que tengo que olvidar?
Ya está, no hay más. Nunca llegamos a coger un taxi juntos para bajarnos separados, pero el resultado ha sido el mismo. Yo me levanto cada mañana con ganas de gritar "Putas ganas de seguir el show". Pero no lo hago. Me pongo mi sonrisa de papel y actúo como si no hubiera pasado nada. Como si este tiempo no hubiera sucedido, como si fuera enero todavía. Lo que para ti ya es una realidad, para mí aún es una máscara que me produce risa. Yo tengo incrustados en el alma estos meses, a fuego. Cada día, cada palabra. Los últimos ni te imaginas con qué nitidez.
Cada puta noche tengo luchas conmigo misma por no pensar. A veces incluso gano.
Hoy ni tan siquiera he ofrecido resistencia a los recuerdos. Es 24. Y aunque para ti no signifique ya nada, yo aún recuerdo aquel último viaje en tren, dándole la vuelta a aquella foto...
En días como hoy, deseo cerrar los ojos y sumergirme en mí misma. Al fondo, tan aislada de todo... Donde nadie puede alcanzarme.
Ni siquiera tú... (¿no?)
M.A.G.
¿Por qué es todo tan difícil? (me pregunto mientras veo que se me va el mundo de las manos).
Es como si tuviera enfrente un espejo, pero no uno cualquiera. Un cristal que me refleja a mí, hace un mes.
Y lo que veo es a otra persona distinta. A simple vista puede costar apreciar la diferencia, pero los ojos... Una de las miradas brilla, repleta de ilusión, de vida, de un amor tan fuerte que rebosa. La otra mirada es tan triste que cuesta describirla, cuesta fijar los ojos en ella. Duele demasiado.
Todo ha cambiado. Todo es tan jodidamente diferente que me provoca una rabia inmensa. Hacia mí. Hacia a ti. Hacia lo que fuimos. Hacia todo... O hacia esta nada. No lo sé.
Eres parte de mí ¿sabes? Quiera o no. Ahora ya me habrás olvidado. Qué envidia me das a veces. Ojalá pudiera ignorarlo yo también, hacer como si nada hubiera pasado. Qué coño, lo que de verdad deseo es volver atrás, no sé a quién pretendo engañar.
Lo acaecido en 1999 me taladra la cabeza en días como hoy. "La vida son ironías en forma de capicúa". En su momento no logré entenderlo del todo bien, pero ahora... La vida y su sarcasmo parecen recordármelo a todas horas. De todos modos ¿y quién dijo que tengo que olvidar?
Ya está, no hay más. Nunca llegamos a coger un taxi juntos para bajarnos separados, pero el resultado ha sido el mismo. Yo me levanto cada mañana con ganas de gritar "Putas ganas de seguir el show". Pero no lo hago. Me pongo mi sonrisa de papel y actúo como si no hubiera pasado nada. Como si este tiempo no hubiera sucedido, como si fuera enero todavía. Lo que para ti ya es una realidad, para mí aún es una máscara que me produce risa. Yo tengo incrustados en el alma estos meses, a fuego. Cada día, cada palabra. Los últimos ni te imaginas con qué nitidez.
Cada puta noche tengo luchas conmigo misma por no pensar. A veces incluso gano.
Hoy ni tan siquiera he ofrecido resistencia a los recuerdos. Es 24. Y aunque para ti no signifique ya nada, yo aún recuerdo aquel último viaje en tren, dándole la vuelta a aquella foto...
En días como hoy, deseo cerrar los ojos y sumergirme en mí misma. Al fondo, tan aislada de todo... Donde nadie puede alcanzarme.
Ni siquiera tú... (¿no?)
M.A.G.
"Un fin en negro"
"Un fin en negro". Con letras enormes, que ocupan toda la pantalla. Una palabra tan minúscula que sin embargo es capaz de eclipsar cualquier cosa. Que se traga todo, que se lo lleva todo.
Ya está, ya cada vez queda menos. Dentro de nada el calendario pasará la primera hoja, dentro de nada desaparecerá todo resquicio de ese pasado que se va alejando poco a poco.
¿Por qué cada día no es más fácil? ¿Por qué por mucho que me grito que pare de pensar en ti soy incapaz de hacerlo? ¿Por qué me siguen arañando las sábanas y sigo ahogándome en mis propias lágrimas? Como cuando nos conocimos ¿recuerdas? Me salvaste para luego hacerme caer en un abismo mucho más profundo. Pero no te culpo, ni te juzgo.
Desaparecimos. Nos perdimos. Rompimos lo mejor que teníamos. No supe retenerte. Y tú olvidaste quererme.
Así, sin más. Es lo que hay. ¿Qué se puede hacer contra ello? A veces me lo pregunto seriamente. Juego a combinar hipótesis, enlazando pasado, presente y futuro. Observando lo que queda y planteándome si aún pudo hacer algo con ello. La sonrisa irónica y el leve movimiento de cabeza son automáticos.
Triste ¿no?
Las cosas podrían haber sido distintas, me digo en días como este. Lo sé. Y es en esos instantes en los que juro que puedo sentir como el corazón se resquebraja un poco más.
¿Cómo he llegado a eso? ¿Cómo nos ha ocurrido? ¿Por qué?
Sé que pasarán años y yo aún seguiré guardando aquel último instante en mi cabeza. Ese último beso, las últimas palabras. Ya habrás olvidado la promesa que me hiciste. O quizá lo intentaste y simplemente no pudiste. Nunca lo sabré. Yo aún recuerdo esas palabras, esa sonrisa.
Nuestros últimos minutos me perseguirán vaya a donde vaya. No creo que pueda volver a coger un tren sin recordar aquellos viajes. La ida, la vuelta. Y esa mirada, la definitiva, la que llevaba un adiós implícito. Quién me hubiera dicho que era una despedida real, una despedida en todos los sentidos...
¿Sabes? Llegué a volverme. A mirar atrás (esperando encontrarte, esperando ver que aún no te habías ido, que seguías allí pensando en todo lo que dejábamos atrás). Y te habías ido.
M.A.G.
Ya está, ya cada vez queda menos. Dentro de nada el calendario pasará la primera hoja, dentro de nada desaparecerá todo resquicio de ese pasado que se va alejando poco a poco.
¿Por qué cada día no es más fácil? ¿Por qué por mucho que me grito que pare de pensar en ti soy incapaz de hacerlo? ¿Por qué me siguen arañando las sábanas y sigo ahogándome en mis propias lágrimas? Como cuando nos conocimos ¿recuerdas? Me salvaste para luego hacerme caer en un abismo mucho más profundo. Pero no te culpo, ni te juzgo.
Desaparecimos. Nos perdimos. Rompimos lo mejor que teníamos. No supe retenerte. Y tú olvidaste quererme.
Así, sin más. Es lo que hay. ¿Qué se puede hacer contra ello? A veces me lo pregunto seriamente. Juego a combinar hipótesis, enlazando pasado, presente y futuro. Observando lo que queda y planteándome si aún pudo hacer algo con ello. La sonrisa irónica y el leve movimiento de cabeza son automáticos.
Triste ¿no?
Las cosas podrían haber sido distintas, me digo en días como este. Lo sé. Y es en esos instantes en los que juro que puedo sentir como el corazón se resquebraja un poco más.
¿Cómo he llegado a eso? ¿Cómo nos ha ocurrido? ¿Por qué?
Sé que pasarán años y yo aún seguiré guardando aquel último instante en mi cabeza. Ese último beso, las últimas palabras. Ya habrás olvidado la promesa que me hiciste. O quizá lo intentaste y simplemente no pudiste. Nunca lo sabré. Yo aún recuerdo esas palabras, esa sonrisa.
Nuestros últimos minutos me perseguirán vaya a donde vaya. No creo que pueda volver a coger un tren sin recordar aquellos viajes. La ida, la vuelta. Y esa mirada, la definitiva, la que llevaba un adiós implícito. Quién me hubiera dicho que era una despedida real, una despedida en todos los sentidos...
¿Sabes? Llegué a volverme. A mirar atrás (esperando encontrarte, esperando ver que aún no te habías ido, que seguías allí pensando en todo lo que dejábamos atrás). Y te habías ido.
M.A.G.
lunes, 21 de mayo de 2012
Todo está perdido.
Qué frase más corta y sencilla ¿verdad? Y sin embargo su significado es abrumador. Contiene tanto sentido, tanta rabia, tanto dolor... Es una sensación que me inunda y me desborda, que adquiere forma de canción, de recuerdo o de una simple palabra.
Es como escuchar 'diecinueve', cerrar los ojos y abrir la boca para dejar que se escape un suspiro (y que se entrecorte, dando lugar a una triste, tristísima, respiración ahogada).
"Y tu pulso tamborileaba en mis sienes y muñecas como diminutas patas de ciempiés..." Cómo llega a quemar el fuego apagado. Cómo llegan a agitarse las mariposas convertidas en cenizas. Ese fin en negro, ese "oh cállate". Hubo un día en el que todo eso eran incendios de nieve. Ahora no hay nada, tan solo ese puto guion enfermizo, esos instantes que yo congelé porque sí, porque temía con toda mi alma que fueran los últimos (cuánta razón tenía, esa puta disculpa que te di no te pertenecía, porque al final era yo quien estaba en lo cierto, por mucho que nos pese).
Solo queda humo, solo queda nada (poco más de lo que soy yo). Y que cuando parezca que las cosas pueden ir a mejor, cuando te dices "si ya está casi olvidado en realidad", vuelva cualquier pequeño detalle en forma de cristal. Sonrío con ironía. ¿Olvidado? Y una mierda.
¿Sabes? Nadie gritó con más ganas que yo ese "Putas ganas de seguir el show, ni de continuar mintiendo..." el viernes pasado, mientras se consumía en un millón de lágrimas atragantadas. Pero eso ya no le importa a nadie (es decir, a mí).
Me consumo como una vela apagada, sutilmente, sin que nadie se percate, sin que nadie a mi alrededor se dé cuenta. Y a veces me gustaría gritar "eh, estoy aquí, estoy aquí y nadie me salva". La culpa es mía, por ser tan buena actriz.
Últimamente mis días tienen forma de altibajos, y me dejo llevar, me arrastro, sin saber ya ni siquiera dónde estoy. Aún estoy esperando que alguien consiga salvarme de verdad.
Y sin embargo, tengo la sensación (la puta sensación) de que ese alguien a quien espero eres tú.
Es decir, que es como si esperara a nadie, ya que ambos sabemos que no volverás.
M.A.G.
Es como escuchar 'diecinueve', cerrar los ojos y abrir la boca para dejar que se escape un suspiro (y que se entrecorte, dando lugar a una triste, tristísima, respiración ahogada).
"Y tu pulso tamborileaba en mis sienes y muñecas como diminutas patas de ciempiés..." Cómo llega a quemar el fuego apagado. Cómo llegan a agitarse las mariposas convertidas en cenizas. Ese fin en negro, ese "oh cállate". Hubo un día en el que todo eso eran incendios de nieve. Ahora no hay nada, tan solo ese puto guion enfermizo, esos instantes que yo congelé porque sí, porque temía con toda mi alma que fueran los últimos (cuánta razón tenía, esa puta disculpa que te di no te pertenecía, porque al final era yo quien estaba en lo cierto, por mucho que nos pese).
Solo queda humo, solo queda nada (poco más de lo que soy yo). Y que cuando parezca que las cosas pueden ir a mejor, cuando te dices "si ya está casi olvidado en realidad", vuelva cualquier pequeño detalle en forma de cristal. Sonrío con ironía. ¿Olvidado? Y una mierda.
¿Sabes? Nadie gritó con más ganas que yo ese "Putas ganas de seguir el show, ni de continuar mintiendo..." el viernes pasado, mientras se consumía en un millón de lágrimas atragantadas. Pero eso ya no le importa a nadie (es decir, a mí).
Me consumo como una vela apagada, sutilmente, sin que nadie se percate, sin que nadie a mi alrededor se dé cuenta. Y a veces me gustaría gritar "eh, estoy aquí, estoy aquí y nadie me salva". La culpa es mía, por ser tan buena actriz.
Últimamente mis días tienen forma de altibajos, y me dejo llevar, me arrastro, sin saber ya ni siquiera dónde estoy. Aún estoy esperando que alguien consiga salvarme de verdad.
Y sin embargo, tengo la sensación (la puta sensación) de que ese alguien a quien espero eres tú.
Es decir, que es como si esperara a nadie, ya que ambos sabemos que no volverás.
M.A.G.
domingo, 20 de mayo de 2012
"Ahora da la sensación de que todo está en mis venas"
¿Cómo las canciones pueden contar nuestra puta vida en 3 minutos? A veces se clavan y duelen tanto que cualquiera diría que son otra parte más de nuestro cuerpo, una prolongación más de los recuerdos.
Y quizá lo sean. Al menos ellas se quedan, aunque nos hagan llorar, nos desgarren y a veces nos obsesionen. Pero no se van, no cambian, siempre son las mismas. Consuelan y salvan en la misma medida que nos rompen por dentro. Compensan el daño. Las personas no suelen hacerlo.
Tal vez por ello me lleve mejor con mi iPod y mis palabras que con el resto de la gente. Nunca es suficiente para nadie, da igual quién sea. Siempre me toca conformarme con lo que haya, mientras me exigen a mí que dé todo lo que tengo. Y lo doy, siempre lo hago. Por eso me aniquila tanto el hecho de no ser nunca suficiente. Es algo a lo que cuesta (y mata por dentro) acostumbrarse.
"Ahora da la sensación de que esto está en mis venas... circulando en mi interior, retorciendo mis arterias." Es lo que hay. Una pena ¿no? Vivir en espirales de canciones, palabras y recuerdos. Cada día es más fácil, me digo. ¿Me miento? No lo sé. Solo intento recomponerme como buenamente puedo. No obstante, sé que estoy rota, rota de verdad. Como un cristal más, que corta, que destruye todo lo que toca. Intento solo destrozarme yo; nadie se merece que proyecte mi daño hacia el exterior. Quizá por eso a veces estallo y salgo volando en mil pedacitos.
Aún queda algo de inocencia, aún tengo fe en mis sueños de siempre. Lo que estoy perdiendo es la fe en mí. No es fácil cuando alguien te hace quererte desmontando todas estas teorías y luego resulta ser la demostración más evidente de que estaba en lo cierto. Qué irónico ¿no? Toda mi vida es una ironía en forma de capicúa últimamente. Santi, cuánta razón tenías en ese disco... Y en esas dos canciones, principio y final (del final).
Canciones, otra vez aparecen. Lo que me queda es eso, la música, las palabras... y los recuerdos.
Y con ello convivo, día a día.
"Y ya no puedo coserme, reinventarme ni quererme. Ha sido todo tan raro, sucedió todo tan fuerte..."
M.A.G.
Y quizá lo sean. Al menos ellas se quedan, aunque nos hagan llorar, nos desgarren y a veces nos obsesionen. Pero no se van, no cambian, siempre son las mismas. Consuelan y salvan en la misma medida que nos rompen por dentro. Compensan el daño. Las personas no suelen hacerlo.
Tal vez por ello me lleve mejor con mi iPod y mis palabras que con el resto de la gente. Nunca es suficiente para nadie, da igual quién sea. Siempre me toca conformarme con lo que haya, mientras me exigen a mí que dé todo lo que tengo. Y lo doy, siempre lo hago. Por eso me aniquila tanto el hecho de no ser nunca suficiente. Es algo a lo que cuesta (y mata por dentro) acostumbrarse.
"Ahora da la sensación de que esto está en mis venas... circulando en mi interior, retorciendo mis arterias." Es lo que hay. Una pena ¿no? Vivir en espirales de canciones, palabras y recuerdos. Cada día es más fácil, me digo. ¿Me miento? No lo sé. Solo intento recomponerme como buenamente puedo. No obstante, sé que estoy rota, rota de verdad. Como un cristal más, que corta, que destruye todo lo que toca. Intento solo destrozarme yo; nadie se merece que proyecte mi daño hacia el exterior. Quizá por eso a veces estallo y salgo volando en mil pedacitos.
Aún queda algo de inocencia, aún tengo fe en mis sueños de siempre. Lo que estoy perdiendo es la fe en mí. No es fácil cuando alguien te hace quererte desmontando todas estas teorías y luego resulta ser la demostración más evidente de que estaba en lo cierto. Qué irónico ¿no? Toda mi vida es una ironía en forma de capicúa últimamente. Santi, cuánta razón tenías en ese disco... Y en esas dos canciones, principio y final (del final).
Canciones, otra vez aparecen. Lo que me queda es eso, la música, las palabras... y los recuerdos.
Y con ello convivo, día a día.
"Y ya no puedo coserme, reinventarme ni quererme. Ha sido todo tan raro, sucedió todo tan fuerte..."
M.A.G.
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